Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

13 ene 2014

La Infanta declarará ante el juez Castro el 8 de febrero a las diez de la mañana

Estoy cansada de que todos los dias se hable del Juez Castro, es una pesadez, reincide en Imputaciones que si deben ser investigadas que lo haga ya, y no que tarde 2 años en imputar y luego se supone que en juzgar.
Hay jueces que les gusta ver su nombre en la prensa, pero hasta ahora parece amigo del Socio de Urdangarin, venga a llevar E-mails venga a llamaar a todos, un cansancio para los que seguimos la trama pero él cada vez tiene la cara más de äcido Hialurónico y Botox. Por Dios que condene ya, si es que hay que condenar pero parece ya la santisima Trinidad, Guindos , Montoro y Castro. !!OLE!!!
Atlas

El juez instructor del caso Nóos ha fijado ya la fecha para la declaración como imputada de la Infanta
. Será el próximo 8 de febrero, sábado, a las diez de la mañana. José Castro había asegurado este lunes que tras comunicar la defensa de la Infanta que esta no presentará recurso a su imputación era "obligado adelantar" la fecha para tomarle declaración.
 El magistrado había citado inicialmente a la hija del Rey para el próximo sábado 8 de marzo en Palma de Mallorca.
El juez había respondido afirmativamente a los periodistas a la pregunta de si atendería la petición de la defensa de doña Cristina, que el pasado sábado registró un escrito dirigido al juez en el que anunciaba que no iba a recurrir la imputación y demandaba comparecer cuanto antes.
 La Abogacía del Estado había confirmado esta mañana que tampoco recurriría la decisión de Castro; el sábado ya avisó de que no tenía sentido apelar a la Audiencia cuando la propia imputada ya había renunciado a su derecho de oponerse.

“No es la propia parte quien toma la iniciativa“.
 La Infanta no va al juzgado de manera voluntaria ni ha pedido adelantar la fecha, observa el juez Castro.
 Al citar ya a la hija del Rey, el instructor da por hecho o tiene información oficiosa de que la fiscalía —la única parte que no se había manifestado hasta ahora sobre un posible recurso ante el auto de citación del juez— no recurrirá.
Si alguna de las partes hubiera recurrido la decisión del juez, el asunto habría pasado a la Audiencia de Palma, y el proceso se habría dilatado más aún.
El abogado de la Infanta, Miquel Roca, ha explicado este lunes que la Infanta Cristina quiere declarar  cuanto antes porque "ha considerado que tenía que hacerlo para aclarar una situación en la que está absolutamente convencida de su inocencia".
 Y que la idea partió de la hija del Rey, que ya se encuentra de regreso a Suiza, tras haberse reunido la semana pasada con sus abogados en Madrid y Barcelona.
 Doña Cristina, según ha explicado el abogado, volverá próximamente a la capital catalana para preparar su declaración ante el juez del caso y hará "todo lo posible" porque la prensa no lo sepa, ha apuntado entre sonrisas.
Roca ha admitido que, pese a que el juez Castro se ha desplazado varias veces a Barcelona para interrogar a testigos e imputados en el caso, no ve "motivo" para que la declaración de la Infanta sea en los juzgados catalanes, aunque "en cualquier caso su señoría será quien decidirá".
En declaraciones a los periodistas, Roca ha añadido que la hija del Rey confía en que, una vez haya prestado declaración en calidad de imputada dentro del caso Nóos por un presunto delito de blanqueo de capitales y fraude fiscal, "habrá quedado todo muy definitivamente aclarado".
El instructor había fijado la fecha del 8 de marzo para la declaración de la Infanta para dar tiempo a la Audiencia Provincial a pronunciarse sobre los recursos que pudieran presentar las partes, para lo que tienen de plazo hasta las tres de la tarde del próximo miércoles.

12 ene 2014

La envidia y el síndrome de Solomon

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Ilustración de José Luis Ágreda

En 1951, el reconocido psicólogo estadounidense Solomon Asch fue a un instituto para realizar una prueba de visión.
 Al menos eso es lo que les dijo a los 123 jóvenes voluntarios que participaron –sin saberlo– en un experimento sobre la conducta humana en un entorno social.
 El experimento era muy simple. En una clase de un colegio se juntó a un grupo de siete alumnos, los cuales estaban compinchados con Asch. Mientras, un octavo estudiante entraba en la sala creyendo que el resto de chavales participaban en la misma prueba de visión que él.
Haciéndose pasar por oculista, Asch les mostraba tres líneas verticales de diferentes longitudes, dibujadas junto a una cuarta línea.
 De izquierda a derecha, la primera y la cuarta medían exactamente lo mismo. Entonces Asch les pedía que dijesen en voz alta cuál de entre las tres líneas verticales era igual a la otra dibujada justo al lado
. Y lo organizaba de tal manera que el alumno que hacía de cobaya del experimento siempre respondiera en último lugar, habiendo escuchado la opinión del resto de compañeros.
La conformidad es el proceso por medio del cual los miembros de un grupo social cambian sus pensamientos, decisiones y comportamientos para encajar con la opinión de la mayoría”
(Solomon Asch)
La respuesta era tan obvia y sencilla que apenas había lugar para el error.
 Sin embargo, los siete estudiantes compinchados con Asch respondían uno a uno la misma respuesta incorrecta.
 Para disimular un poco, se ponían de acuerdo para que uno o dos dieran otra contestación, también errónea.
 Este ejercicio se repitió 18 veces por cada uno de los 123 voluntarios que participaron en el experimento. A todos ellos se les hizo comparar las mismas cuatro líneas verticales, puestas en distinto orden.
Cabe señalar que solo un 25% de los participantes mantuvo su criterio todas las veces que les pre­­guntaron; el resto se dejó influir y arrastrar al menos en una ocasión por la visión de los demás
. Tanto es así, que los alumnos cobayas respondieron incorrectamente más de un tercio de las veces para no ir en contra de la mayoría.
 Una vez finalizado el experimento, los 123 alumnos voluntarios reconocieron que “distinguían perfectamente qué línea era la correcta, pero que no lo habían dicho en voz alta por miedo a equivocarse, al ridículo o a ser el elemento discordante del grupo”.
A día de hoy, este estudio sigue fascinando a las nuevas generaciones de investigadores de la conducta humana.
La conclusión es unánime: estamos mucho más condicionados de lo que creemos.
Para muchos, la presión de la sociedad sigue siendo un obstáculo insalvable. El propio Asch se sorprendió al ver lo mucho que se equivocaba al afirmar que los seres humanos somos libres para decidir nuestro propio camino en la vida.

La luz de Nelson Mandela

ILUSTRACIÓN DE JOSÉ LUIS ÁGREDA
Después de 27 años en la cárcel y ser elegido en 1994 presidente electo de Sudáfrica, Nelson Mandela compartió con el mundo entero uno de sus poemas favoritos, escrito por Marianne Williamson: “Nuestro temor más profundo no es que seamos inadecuados.
Nuestro temor más profundo es que somos excesivamente poderosos. Es nuestra luz, y no nuestra oscuridad, la que nos atemoriza.
Nos preguntamos: ¿quién soy yo para ser brillante, magnífico, talentoso y fabuloso? En realidad, ¿quién eres para no serlo? Infravalorándote no ayudas al mundo.
 No hay nada de instructivo en encogerse para que otras personas no se sientan inseguras cerca de ti. Esta grandeza de espíritu no se encuentra solo en algunos de nosotros; está en todos.
Y al permitir que brille nuestra propia luz, de forma tácita estamos dando a los demás permiso para hacer lo mismo. Al liberarnos de nuestro propio miedo, automáticamente nuestra presencia libera a otros”.
Más allá de este famoso experimento, en la jerga del desarrollo personal se dice que padecemos el síndrome de Solomon cuando tomamos decisiones o adoptamos comportamientos para evitar sobresalir, destacar o brillar en un grupo social determinado.
 Y también cuando nos boicoteamos para no salir del camino trillado por el que transita la mayoría
. De forma inconsciente, muchos tememos llamar la atención en exceso –e incluso triunfar– por miedo a que nuestras virtudes y nuestros logros ofendan a los demás. Esta es la razón por la que en general sentimos un pánico atroz a hablar en público.
 No en vano, por unos instantes nos convertimos en el centro de atención.
 Y al exponernos abiertamente, quedamos a merced de lo que la gente pueda pensar de nosotros, dejándonos en una posición de vulnerabilidad.
El síndrome de Solomon pone de manifiesto el lado oscuro de nuestra condición humana.
 Por una parte, revela nuestra falta de autoestima y de confianza en nosotros mismos, creyendo que nuestro valor como personas depende de lo mucho o lo poco que la gente nos valore.
 Y por otra, constata una verdad incómoda: que seguimos formando parte de una sociedad en la que se tiende a condenar el talento y el éxito ajenos.
 Aunque nadie hable de ello, en un plano más profundo está mal visto que nos vayan bien las cosas.
Y más ahora, en plena crisis económica, con la precaria situación que padecen millones de ciudadanos.
Detrás de este tipo de conductas se esconde un virus tan escurridizo como letal, que no solo nos enferma, sino que paraliza el progreso de la sociedad: la envidia.
 La Real Academia Española define esta emoción como “deseo de algo que no se posee”, lo que provoca “tristeza o desdicha al observar el bien ajeno”.
 La envidia surge cuando nos comparamos con otra persona y concluimos que tiene algo que nosotros anhelamos
. Es decir, que nos lleva a poner el foco en nuestras carencias, las cuales se acentúan en la medida en que pensamos en ellas. Así es como se crea el complejo de inferioridad; de pronto sentimos que somos menos porque otros tienen más.
“Ladran, luego cabalgamos”
(dicho popular)
Bajo el embrujo de la envidia somos incapaces de alegrarnos de las alegrías ajenas.
 De forma casi inevitable, estas actúan como un espejo donde solemos ver reflejadas nuestras propias frustraciones.
Sin embargo, reconocer nuestro complejo de inferioridad es tan doloroso, que necesitamos canalizar nuestra insatisfacción juzgando a la persona que ha conseguido eso que envidiamos. Solo hace falta un poco de imaginación para encontrar motivos para criticar a alguien.
El primer paso para superar el complejo de Solomon consiste en comprender la futilidad de perturbarnos por lo que opine la gente de nosotros.
 Si lo pensamos detenidamente, tememos destacar por miedo a lo que ciertas personas –movidas por la desazón que les genera su complejo de inferioridad– puedan decir de nosotros para compensar sus carencias y sentirse mejor consigo mismas.
¿Y qué hay de la envidia? ¿Cómo se trasciende?
 Muy simple: dejando de demonizar el éxito ajeno para comenzar a admirar y aprender de las cualidades y las fortalezas que han permitido a otros alcanzar sus sueños.
 Si bien lo que codiciamos nos destruye, lo que admiramos nos construye. Esencialmente porque aquello que admiramos en los demás empezamos a cultivarlo en nuestro interior
. Por ello, la envidia es un maestro que nos revela los dones y talentos innatos que todavía tenemos por desarrollar. En vez de luchar contra lo externo, utilicémosla para construirnos por dentro
. Y en el momento en que superemos colectivamente el complejo de Solomon, posibilitaremos que cada uno aporte –de forma individual– lo mejor de sí mismo a la sociedad.

La baraja rota.................................................Javier Marías

Yo ya no sé si, entre el grueso de la población, muchos se acuerdan de cómo nos regimos, ni de por qué. Cuando se decide convivir en comunidad y en paz, se produce, tácitamente o no, lo que suele conocerse como “contrato o pacto social”.
 No es cuestión de remontarse aquí a Hobbes ni a Locke ni a Rousseau, menos aún a los sofistas griegos. Se trata de ver y recordar a qué hemos renunciado voluntariamente cada uno, y a cambio de qué.
 Los ciudadanos deponen parte de su libertad de acción individual; abjuran de la ley del más fuerte, que nos llevaría a miniguerras constantes y particulares, o incluso colectivas; se abstienen de la acumulación indiscriminada de bienes basada en el mero poder de adquirirlos y en el abuso de éste; evitan el monopolio y el oligopolio; se dotan de leyes que ponen límites a las ansias de riqueza de unos pocos que empobrecen al conjunto y ahondan las desigualdades.
Se comprometen a una serie de deberes, a refrenarse, a no avasallar, a respetar a las minorías y a los más desafortunados. Se desprenden de buena parte de sus ganancias legítimas y la entregan, en forma de impuestos, al Estado, representado transitoriamente por cada Gobierno elegido (hablamos, claro está, de regímenes democráticos).
 Por supuesto, dejan de lado su afán de venganza y depositan en los jueces la tarea de impartir justicia, de castigar los crímenes y delitos del tipo que sean: los asesinatos y las violaciones, pero también las estafas, el latrocinio, la malversación del dinero público e incluso el despilfarro injustificado.
A cambio de todo esto, a cambio de organizarse delegando en el Estado –es decir, en el Gobierno de turno–, éste se compromete a otorgar a los ciudadanos una serie de libertades y derechos, protección y justicia.
 Más concretamente, en nuestros tiempos y sociedades, educación y sanidad públicas, Ejército y policía públicos, jueces imparciales e independientes del poder político, libertad de opinión, de expresión y de prensa, libertad religiosa (también para ser ateo). Nuestro Estado acuerda no ser totalitario ni despótico, no intervenir en todos los órdenes y aspectos ni regularlos todos, no inmiscuirse en la vida privada de las personas ni en sus decisiones; pero también –es un equilibrio delicado– poner barreras a la capacidad de dominación de los más ricos y fuertes, impedir que el poder efectivo se concentre en unas pocas manos, o que quien posee un imperio mediático sea también Primer Ministro, como ha sucedido durante años con Berlusconi en Italia. Son sólo unos pocos ejemplos.
Lo cierto es que nuestro actual Gobierno del PP y de Rajoy, en sólo dos años, ha hecho trizas el contrato social. Si se privatizan la sanidad y la educación (con escaso disimulo), y resulta que el dinero destinado por la población a eso no va a parar a eso, sino que ésta debe pagar dos o tres veces sus tratamientos y medicinas, así como abonar unas tasas universitarias prohibitivas; si se tiende a privatizar el Ejército y la policía, y nos van a poder detener vigilantes de empresas privadas que no obedecerán al Gobierno, sino a sus jefes; si el Estado obliga a dar a luz a una criatura con malformaciones tan graves que la condenarán a una existencia de sufrimiento y de costosísima asistencia médica permanente, pero al mismo tiempo se desentiende de esa criatura en cuanto haya nacido (la “ayuda a los dependientes” se acabó con la llegada de Rajoy y Montoro); es decir, va a “proteger” al feto pero no al niño ni al adulto en que aquél se convertirá con el tiempo; si las carreteras están abandonadas; si se suben los impuestos sin cesar, directos e indirectos, y los salarios se congelan o bajan; si los bancos rescatados con el dinero de todos niegan los créditos a las pequeñas y medianas empresas; si además la Fiscalía Anticorrupción debería cambiar de una vez su nombre y llamarse Procorrupción, y los fiscales y jueces obedecen cada día más a los gobernantes, y no hay casi corrupto ni ladrón político castigado; si se nos coarta el derecho a la protesta y la crítica y se nos multa demencialmente por ejercerlo …
Llega un momento en el que no queda razón alguna para que los ciudadanos sigamos cumpliendo nuestra parte del pacto o contrato.
 Si el Estado es “adelgazado” –esto es, privatizado–, ¿por qué he de pagarle un sueldo al Presidente del Gobierno, y de ahí para abajo? ¿Por qué he de obedecer a unos vigilantes privados con los que yo no he firmado acuerdo?
 ¿Por qué unos soldados mercenarios habrían de acatar órdenes del Rey, máximo jefe del Ejército? ¿Por qué he de pagar impuestos a quien ha incumplido su parte del trato y no me proporciona, a cambio de ellos, ni sanidad ni educación ni investigación ni cultura ni seguridad directa ni carreteras en buen estado ni justicia justa, que son el motivo por el que se los he entregado?
 ¿Por qué este Gobierno delega o vende sus competencias al sector privado y a la vez me pone mil trabas para crear una empresa? ¿Por qué me prohíbe cada vez más cosas, si es “liberal”, según proclama? ¿Por qué me aumenta los impuestos a voluntad, si desiste de sus obligaciones? ¿Por qué cercena mis derechos e incrementa mis deberes, si tiene como política hacer continua dejación de sus funciones? ¿Por qué pretende ser “Estado” si lo que quiere es cargárselo?
 Hemos llegado a un punto en el que la “desobediencia civil” (otro viejo concepto que demasiados ignoran, quizá habrá que hablar de él otro día) está justificada.
 Si este Gobierno ha roto el contrato social, y la baraja, los ciudadanos no tenemos por qué respetarlo, ni que intentar seguir jugando.
elpaissemanal@elpais.es

Paga infantas..............................................Luz Sánchez-Mellado

El caso es que mártires, mártires, no parecen. Ni Iñaki ni Cristina. Celebraron el Año Nuevo a todo trapo en un hotelazo parisiense, y yo me alegro, con su 'pain' se lo coman.

La infanta Cristina, el pasado mes de abril. / ANDREU DALMAU (EFE)

Vamos, señor presidente, usted puede. La a se lee a. La b con la o y la r, bor
. Y la t con la o, to. A-bor-to. ¿No le sale?
 Venga, hombre, haga un poder fonético, que el político ya lo ejerce omnímodamente.
Ya sabemos que las eses no son su fuerte y que tira de muletillas y torea al respetable más que Jesús Janeiro cuando era Jesulín de Ubrique.
 Pero no me puedo creer que a su proverbial pico de oro se le resista una trisílaba con la tónica en la penúltima, así llana ella, sin misterio ninguno. Aborto.
 Nada, que no, que no hay manera. Que Rajoy no articula la palabra tabú ni en la intimidad del petit comité de Génova, 13, esa juerga de los lunes, no sea que vayan los traidores de los barones, lo filtren a la prensa y tenga que salir pitando a confesarse con Rouco Varela.
Y eso que fue en ese foro donde por fin aulló Villalobos para pedir libertad de voto ante el Gallardonazo. No como Santamaría y Cospedal, que, según juran ante los micros, siguen superconfortables, o sea, te lo prometo, con lo que mande Alberto y demás ministros de la Iglesia que las mujeres hagamos con los embarazos no deseados
. Pero dos no discuten si uno no quiere.
 Ni tres, ni cinco, ni los millones de militantes del partido.
Y como para Mariano un debate interno es sopesar si se fuma o no un puro después del cocido, cogió, le hizo a Celia un ladra chucho que no te escucho, le pasó el marrón al notario mayor del reino, y conminó a los barones disidentes a dejarse de bobadas de concebidos, cigotos y nonatos.
 Con lo fenomenal que va la economía y lo cerca que están las europeas, leñe.
De ilusión también se vive, pero poco.
 Que se lo digan a Su Majestad el Jefe del Estado y la semanita que lleva entre torpezas propias y ajenas. Alguien debió decirle a don Juan Carlos que el Photoshop de ¡Hola! es como los sostenes con relleno.
 En foto sales superfavorecida, pero en cuanto bajas al cuerpo a cuerpo, se te caen las mamas, y la papada, a plomo
. El apuro que pasaron los Reyes el día de Ídem no es de recibo.
Tenías que ver a todo el generalato galones en vilo hasta que el capitán general recuperó el hilo del discurso. Que había mala iluminación y por eso trastabillaba, explicó La Zarzuela, pero para mí que lo que es de pocas luces es poner al Monarca en ese brete si no puede.
 Por no hablar de las prisas que le metió Spottorno al juez Castro para cerrar el caso Nóos y zanjar el real “martirio” tres días antes de que su señoría imputara a Cristina. Para que luego digan que los jueces no obedecen a presiones palaciegas.
El caso es que mártires, mártires, no parecen.
Ni Iñaki ni Cristina.
 Celebraron el Año Nuevo a todo trapo en un hotelazo parisiense, y yo me alegro, con su pain se lo coman.
 Lo que deploro es que su pleito haya acabado con la extraña pareja del fiscal Horrach y el magistrado Castro, talmente Walter Matthau y Jack Lemmon con toga.
 Ahora resulta que Cristina lava más blanco que Elena, mi detergente de toda la vida. Que la pobre firmaba lo que le decía el marido y él era el que hacía y deshacía en ese chiringo, juran los abogados áulicos
. Pues vale: si Iñaki es un paga infantas, es su problema.
 Pero, según el auto del juez Castrator, los que apoquinábamos éramos todos.