Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

13 dic 2013

“La inseguridad ha sido mi motor”

Anthony Hopkins, ganador del Oscar por 'El silencio de los corderos' y de tres premios BAFTA, habla sobre su vida y su obra.

 

Cuando comenzaba la última década del siglo XX, Anthony Hopkins era un actor estancado. Tenía más de cincuenta años y aunque había intervenido en películas como Magic, El hombre elefante o Motín a bordo, su futuro en Hollywood no parecía muy prometedor.
“Me había resignado a convertirme en un respetable actor del West End londinense y a trabajar en la BBC el resto de mi vida”, dice.
 Pero entonces le ofrecieron el guión de El silencio de los corderos. “Cuando leí el título pensé que era una película para niños”, recuerda
. Afortunadamente no era así. Hopkins tenía que dar vida a uno de los personajes más carismáticos, seductores y aterradores de toda la historia del cine, el psiquiatra Hannibal Lecter, Aníbal el Caníbal, un psicópata que se zampa a sus víctimas con refinada delectación.
 "Me comí su hígado acompañado de habas y un buen Chianti", recita en la película antes de relamerse delante de Jodie Foster
. Fue el papel que cambió su vida.
 Le sirvió para ganar el Oscar, y transformar su maltrecha carrera. A partir de entonces nació un nuevo Anthony Hopkins.
El domingo 15 de diciembre los espectadores de TCM pueden conocer de primera mano la vida y la trayectoria profesional de este gran actor viendo una nueva entrega del programa Una vida en imágenes, la serie de entrevistas producidas por la Academia Británica del Cine y la Televisión (BAFTA) que emite en exclusiva este canal.
En dicha conversación, conducida por la periodista Francine Stock, el protagonista de películas como Lo que queda del día o Tierras de penumbra reconoce que, a pesar de sus éxitos (ha ganado tres premios BAFTA además del Oscar) y de su ya dilatada trayectoria, sigue siendo un actor profundamente inseguro. "Vencer esa inseguridad ha sido uno de los motores de mi carrera", confiesa.
Durante el transcurso de este encuentro cara al público, Anthony Hopkins habla de sus papeles favoritos; de cómo compartió pantalla con a Katharine Hepburn en El león en invierno y cómo ha conseguido meterse en la piel de personajes históricos tan distintos como Picasso, el presidente Richard Nixon o, más recientemente, el mismísimo Alfred Hitchcock.
Philip Anthony Hopkins nació el 31 de diciembre de 1937 en Margam, una pequeña localidad del País de Gales. Siguiendo los pasos de su paisano Richard Burton, estudió en la Escuela de Música y Arte Dramático de Cardiff. En 1965 fue admitido en la National Theatre Company de Laurence Olivier y su carrera comenzó a despegar.
Consiguió su primer premio BAFTA en 1972 por el papel de Pierre Bezukhov en la adaptación de Guerra y Paz que hizo la televisión británica. Su futuro parecía brillante pero cayó en lo que él mismo define como “una etapa autodestructiva” de la que comenzó a salir, a duras penas, en 1975.
Gracias al éxito de El silencio de los corderos, Anthony Hopkins se convirtió en muy poco tiempo en una gran estrella internacional y su nombre encabezó el reparto de algunas de las mejores películas de la década de los 90 como Regreso a Howards End o Drácula de Bram Stoker.
En los primeros años del siglo XXI volvería a encarnar al famoso, atractivo y terrible doctor Lecter en Hannibal y El dragón rojo.
El próximo fin de año cumplirá 76 años y su agenda sigue repleta de proyectos.
 Le acabamos de ver en Red 2 y haciendo nuevamente de dios Odín en Thor: el mundo oscuro. Muy pronto se estrenará Noé en la que interpreta a Matusalén, el hombre más longevo de la historia de la humanidad, y hará de Ernst Hemingway en Hemingway y Fuentes, una película que cuenta la relación que mantuvo el novelista norteamericano con el marinero en el que se inspiró para escribir El viejo y el mar. “¿Mis ambiciones? Siempre quise hacer cine”, explica durante la entrevista
. Y en eso sigue, a pesar de esa inseguridad crónica que dice padecer y que, al fin y al cabo, no es más que la prueba evidente de que aún siente sobre su piel el peso de la responsabilidad de la interpretación.
Y después de Una vida en imágenes,la cita con Anthony Hopkins continúa.
TCM emitirá la versión remasterizada y en alta definición de El hombre elefante de David Lynch en la que Hopkins interpreta a Frederick Trevers, el médico que se hace cargo del desdichado John Merrick, el hombre aquejado de elefantiasis.

Ortega Cano, a la cárcel dos años y medio.Uno se busca su destino aunque a veces parezca Cruel

La Audiencia de Sevilla estima el recurso presentado por los familiares del fallecido Carlos Parra

Le condena en sentencia firme por un delito de homicidio por imprudencia grave y otro contra la seguridad vial por conducir ebrio.

 

José Ortega Cano. / CORDON PRESS

No corren buenos tiempos para José Ortega Cano
. Este viernes, la Sección Primera de la Audiencia Provincial de Sevilla ha confirmado la condena de dos años, seis meses y un día de cárcel impuesta al extorero, que este mes cumple 60 años, por un delito de homicidio por imprudencia grave por conducción temeraria, en relación con el accidente ocurrido el 28 de mayo de 2011 en el que falleció Carlos Parra. Además, le ha imputado también un delito contra la seguridad vial por conducir bajo la influencia de bebidas alcohólicas, del que había sido absuelto por el Juzgado de lo Penal número 6.
 Entrará en la cárcel, según fuentes judiciales, en los próximos días
. El torero, además, deberá pagar una indemnización de alrededor de 180.000 euros a los familiares del fallecido.
 La sentencia de la Audiencia es firme, solo cabría un recurso ante el Constitucional.
Ortega Cano siempre ha negado que hubiera bebido esa noche y sus abogados han intentado desde entonces invalidar las pruebas, alegando deficiencias en la extracción de sangre y su custodia.
 Pero el fallo dice que a juicio de "este Tribunal, no hay razón alguna para dudar de que la muestra de sangre analizada fue justamente la que le fue extraída al acusado poco después de acaecido el accidente y, en este extremo, discrepamos de los de la sentencia dictada por el Juzgado de lo Penal al no compartir los razonamientos jurídicos que le han llevado a una distinta conclusión, que ahora procede modificar".
En la sentencia, notificada este viernes, la Sección Primera confirma el fallo del Juzgado de lo Penal número 6 de Sevilla, que condenó al exmatador de toros a dos años y medio de prisión pero únicamente por un delito de homicidio por imprudencia grave y un delito contra la seguridad vial por conducción temeraria, así como a tres años y medio de privación del derecho de conducir vehículos a motor y ciclomotores.
Pero además la Audiencia le condena por otro delito contra la seguridad vial en su modalidad de conducir bajo la influencia de bebidas alcohólicas, del que la juez Sagrario Romero lo absolvió en primera instancia por considerar que se había roto la cadena de custodia de la sangre extraída y analizada por el Instituto Nacional de Toxicología, cuyo análisis arrojó un resultado de 1,26 gramos de alcohol por litro en sangre.
Tanto la Fiscalía como la acusación particular ejercida por la familia de la víctima recurrieron la sentencia de la juez de lo Penal y pidieron elevar la pena a cuatro años de cárcel, mientras que la defensa del acusado solicitó su libre absolución.

La noche del accidente

Los hechos juzgados ocurrieron a las diez de la noche del 28 de mayo de 2011, cuando José Ortega Cano circulaba por el kilómetro 28,1 de la A-8002 con dirección a su finca Yerbabuena, en Castilblanco de los Arroyos (Sevilla). Acababa de dejar a su hija Gloria Camila en casa de unos amigos. Iba solo en su potente Mercedes todoterreno cuando de repente perdió el control del vehículo, invadió durante 60 metros el carril contrario, y colisionó de frente con un coche que conducía Carlos Parra, un camarero que se desplazaba a su trabajo. El impacto fue terrible, Parra falleció al instante por traumatismo torácico severo con rotura cardíaca y el torero resultó gravemente herido.
Ortega Cano permaneció muchas semanas entre la vida y la muerte desde aquel día. Sus idas y venidas al quirófano fueron constantes.
 Pero de todo ello se enteró tiempo después, así como del destino de Carlos Parra, que a los 38 años perdió la vida dejando una viuda y dos hijos, que desde ese día reclaman justicia.
Tanto el entorno de Parra como vecinos de pueblos cercanos a Castilblanco siempre sostuvieron que el accidente estuvo provocado por una ingesta de alcohol del torero. En esos días se produjeron declaraciones de personas que aseguraron haber visto a Ortega Cano bebiendo en varios bares, incluso algunos precisaron que en su copa había champán.
Entonces se inició una minuciosa investigación que determinó, como figura en el sumario, que el test de alcoholemia que se le realizó al torero arrojó 1,26 gramos de alcohol por litro de sangre, casi el triple de lo autorizado.
 La defensa pretendió invalidar esta prueba argumentando que no se siguió el protocolo indicado para la recogida de muestras. Los abogados del torero también aportaron al juicio sus propios peritos para combatir el informe de la Guardia Civil que asegura que el todoterreno del torero circulaba a 125 kilómetros por hora en un tramo limitado a 90, y el coche contrario, a 51 kilómetros por hora.
Ortega Cano siempre ha negado haber ingerido alcohol esa noche, pero pocos le creen. Él mismo confesó en un programa de televisión anterior al accidente tener problemas con la bebida a consecuencia de la tristeza que le invadió tras la muerte de Rocío Jurado.
Desde ese 28 de mayo de 2011, Ortega Cano huye como puede de su destino.
 Por el camino han salido a la luz sus problemas económicos, su difícil adaptación a la vida lejos de los ruedos, las peleas con sus familiares, la venta de su finca la Yerbabuena y los problemas con su hijo mayor,  José Fernando.
 El joven, de 20 años, lleva un mes en la cárcel acusado de pertenencia a grupo criminal, robo con violencia, robo y uso de vehículo a motor y daños.
La juez ha denegado su libertad bajo fianza. En las próximas horas los abogados del joven presentarán un nuevo recurso.

12 dic 2013

La Mariposa


La mariposa es uno de los antiguos símbolos del alma. Una antigua leyenda india dice: ”…cuando quieras desear felicidad y convertir los deseos en realidad, susurra a una mariposa tu petición y entrégale su libertad, agradecida con tu deseo volará y la alegría y el amor te llegarán…”.
 Las mariposas no pueden emitir ningún sonido y se dice que son los únicos seres vivos de la tierra que se comunican directamente con Dios.
 Si tienes un deseo secreto, si quieres desear felicidad, díselo a la mariposa y dale la libertad.
 Como agradecimiento ella se elevará para llevar tu deseo al cielo y este te será concedido.

Es cosa nuestra..........................Javier Marías

Lo malo de la democracia es que uno no puede encogerse de hombros ante las acciones de sus gobernantes, no enteramente.
 Aunque no los haya votado y no se sienta responsable directo de sus tropelías, sabe que otros como él los eligieron y que por desgracia, hasta la próxima llamada a las urnas, nos representan a todos, en contra de lo que proclama ese slogan optimista y desiderativo que a menudo se corea.
 La vergüenza que el actual Gobierno nos causa es así mucho mayor que la que nos provocaba el franquismo a quienes lo vivimos. Éste se había impuesto por la fuerza y por ella seguía mandando.
 A sus oponentes los había fusilado, encarcelado, enviado al exilio o represaliado; en el mejor de los casos los mantenía en las catacumbas. Los que estábamos en desacuerdo podíamos desentendernos íntimamente de sus crímenes y abusos: éramos meras víctimas de ellos, sojuzgadas por una tiranía que nadie había votado (aunque demasiados españoles la abrazaran, sobre todo una vez victoriosa), que prohibía los partidos políticos y las elecciones, ejercía una censura total y minuciosa, castigaba con prisión cualquier opinión disidente o “tibia”, o verdad que no le gustara
. A ese régimen, durante muchos años, le trajo sin cuidado la imagen de España en el exterior. “Que hablen. Nos tienen envidia por ser la reserva espiritual de Occidente”, era el lema, de clara inspiración eclesiástica. Y nosotros podíamos sacudirnos toda responsabilidad, en lo que respectaba a esa visión que ofrecíamos: “Nada tenemos que ver, somos los primeros damnificados, los que la padecemos sin tener arte ni parte”. Y a los de mi generación nos cabía añadir: “Esta dictadura estaba ya cuando nacimos”.
Este Gobierno hace todo lo posible por que el nombre del país vaya unido al bochorno
En ese aspecto, la cosa es ahora más peliaguda.
 Hemos tenido arte y parte.
Hemos votado, aunque lo hiciéramos sometidos a engaño: el PP y Rajoy han incumplido con desfachatez casi todas sus promesas electorales, sobre todo las que les permitieron ganar por mayoría absolutísima. Aun así, no podemos intentar derrocarlos, porque, bajo engaño y todo, les dieron su confianza nuestros conciudadanos. Entre tantas otras cosas que aproximan cada vez más a este Gobierno al franquismo, está la indiferencia con que arrastra en el extranjero la imagen de España
. Dicen sus representantes que les importa mucho, pero no es cierto.
 Se les llena la boca con la ridícula expresión “marca España”, pero hacen todo lo posible por que el nombre del país vaya unido al bochorno. En lugar de abstenerse de mancharlo, tratan de convencer a los medios internacionales de que no lo cuenten: Rajoy pidió a una cadena estadounidense que suprimiera de una entrevista lo relativo al caso Bárcenas; ahora nos enteramos de que, en plena fase de recortes salvajes, el Gobierno invitó con los gastos pagados a un grupo de responsables de prensa alemanes para explicarles in situ las maravillas económicas (!) de su gestión y atajar las críticas que casi a diario le dedica esa prensa. El propio Rajoy apareció en la reunión, a ver si les lavaba el cerebro.
 En honor a los alemanes, hay que decir que se sintieron ofendidos porque se pretendiera sufragarles el viaje y la estancia.
 Si la sesión de propaganda no nos costó dinero, no fue gracias a Guindos ni a Montoro, sino a la honradez extranjera.
Fuera de estas tentativas, que oscilan entre la censura, el adoctrinamiento y el soborno poco encubiertos, el Gobierno no cesa de ensuciar el país, a veces literalmente.
 La capital ha estado emporcada por una huelga de limpiadores justificada, mientras el Ayuntamiento, culpable último de la situación (es a él al que abonamos los impuestos, no a las tacañas concesionarias subcontratadas), se lavaba las manos frívolamente durante días: yo he visto cómo un indigente de la Plaza Mayor aplastaba de un pisotón a una relaxing rata gorda que, para estupor de turistas, se paseaba no de noche, sino a las 6.30 de la tarde.
 También se nos conoce últimamente porque el Ministro del Interior, hombre que presume de piadoso, vuelve a tapizar de cuchillas la verja de Melilla (una medida canallesca de Zapatero en 2005, rectificada en 2007), para rajar a lo vivo a los inmigrantes que osen saltarla.
 Ante la declaración de Rajoy al respecto, se hace difícil saber si el Presiente es tonto o se lo finge: “No sé exactamente si eso puede producir daños a las personas. Tendremos que verlo, he pedido un informe”.
 El misericordioso Fernández Díaz ha corrido a tranquilizarlo:
“Sólo heridas leves, jefe”. Me gustaría que los dos se fueran a la verja e hicieran ellos mismos la prueba: el uno sabría “exactamente” y “vería”, y el otro comprobaría en su piel la “levedad” de las sangrías.
 Aparte de esta crueldad infame, España también es hoy famosa por la sentencia del Prestige: todo el mundo, incluido el Gobierno del PP de entonces, tuvo una actuación “correcta” y gracias a eso no se extendió el vertido del barco por el entero Océano Atlántico. ¿A santo de qué va a tener que pagar nadie?
Añadan que en numerosas comunidades (Madrid, Cataluña, Valencia, y las que seguirán) han dejado de ser gratuitas las vacunas del neumococo y del retrovirus para bebés.
 Los padres que carezcan de 600 euros pueden prepararse a ver cómo sus críos más tiernos pillan una meningitis o una neumonía, o se deshidratan de gastroenteritis.
Hay más, pero por hoy ya se nos cae la cara de vergüenza lo suficiente. Sin que ni siquiera podamos decirnos: “Pero esto no es cosa nuestra”.
elpaissemanal@elpais.es