Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

2 dic 2013

El Poder de una Marca


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© Jonathan Becker
Boyer entra en la biblioteca y, de inmediato, la química cambia en la habitación
. Se gustan muchísimo, se divierten juntos, siempre tienen algo que recordar y compartir. Boyer comenta la poca iluminación que Isabel dispone en toda la casa, a ella le encanta que el ambiente sea acogedor. “Puedes quedarte ciego”, bromea dispuesto a dejarnos solos para esta entrevista.
 La besa en la frente, se coloca detrás de ella en el sillón Eames, sonríe y mira con esa agudísima inteligencia que no necesita más palabras. Isabel le coge la mano. Igual que Jonathan Becker, no puedo evitar pensar en el largo camino recorrido por esta fantástica pareja para estar así, como están ahora, frente a mis ojos.

Siempre he intentado actuar con sentido común, pero en algunas ocasiones me hubiera encantado no hacerlo.
 
Todos creemos que Boyer y Preysler se conocieron y convirtieron en historia de amor y fenómeno mediático cuando los dos acudieron a recoger unos Premios Limón en la mitad de los años ochenta
. “No, no, nos conocimos antes”, aclara veintitantos años después la propia Preysler. Isabel había inaugurado esa década casándose con Carlos Falcó, marqués de Griñón.
 ¿Conserva aquel traje amarillo y negro de superhombreras que se inmortalizó en esas fotos?
 “No lo sé…”, responde brevísima, subrayando la tensión que aún implica analizar el principio de su relación con Boyer
. Intento suavizarla señalando que el resto de los mortales vemos su historia de amor como una película.
 “Yo creo que es una historia de amor importante. Con obstáculos, claro, como muchas otras. La primera vez que salimos me llevó a comer a un restaurante a las afueras de Madrid.
 Yo le dije: ‘oye, vamos a tener cuidado, ¿eh?, que me conoce mucha gente’.
 Estaba muy nerviosa y no sabía ni qué pedir del menú, del apuro que me daba que me reconociera alguien. ¡Y de repente entró un autobús entero de señoras que me miraban y se daban codazos!”. “La Presley, la Presley,” exclamaban las señoras, diciendo mal su apellido (“siempre puede más Elvis Presley”, bromea Isabel), un hecho más que frecuente en España y que en cierta manera ilustra la gran contradicción en la vida de esta mujer: creemos conocer a la Presley, pero sólo Isabel sabe quién es Preysler.

Sentados en la biblioteca, escuchándola hablar sobre su romance con Boyer, es inevitable el ataque de risa. Pero igualmente inevitable es también pensar en cómo se sentiría él entrando en ese universo raro de fama, curiosidad y morbo. Preysler tiene más anécdotas.

“Una vez volvíamos de un viaje juntos pero pasamos la aduana por separado.
 Como en esa época yo llevaba escoltas, pude esquivar la larguísima cola y le dije a uno de ellos que fuera a recoger a Miguel. Cuando él se acercó, me miró y dijo muy alto: ‘Todavía como en el franquismo”.

En una escapada a las Bahamas, Preysler hacía la maleta con prendas de invierno delante de la seño de los niños, a quien había dicho que viajaría a Nueva York.
 Metió también varios trajes de baño. “Señora, pero ¿qué va a hacer con esos trajes de baño en Nueva York con el frío que hace allí?”. “Nunca se sabe, seño. Nunca se sabe…”, esgrimió la rapidísima Isabel.
 Las risas que provocan ahora estas historias no disimulan su esfuerzo gigantesco para evitar que uno de los grandes romances nacionales fuera descubierto por la prensa. ¿Cómo lo hizo, siendo una de las personas mas perseguidas del país? “Mucha organización”, confiesa.

El romance Boyer-Preysler no sólo alimentó páginas de la prensa rosa y política; inauguró un estilo de información enfocado al debate y el rumor, la construcción de leyendas urbanas, el cruce de análisis social con la proliferación de injurias,epítetos y mentiras
. Durante el largo chaparrón, los dos mantenían una calma crucial que terminó por convertir a Preysler en una esfinge incapaz de saltarse el papel. Cuando la conversación se dirige hacia ese momento de su vida, ella cruza los brazos y las piernas, refugiándose en la butaca Eames.

¿Es cierto que Boyer la invitó al ministerio de Hacienda para una pequeña fiesta de cumpleaños? “Sí. Éramos doce invitados. Fue la única vez que pisé el Ministerio”. ¿No estaba en el despacho de Miguel cuando renunció como ministro en el primer gobierno de Felipe González? “No, no estaba allí”
. La historia periodística de esa época la sitúa como la culpable de esa renuncia. “Eso es falso. Miguel tomó la decisión por razones políticas”, zanja rotunda.

¿Volvería a hacer lo mismo? “Desde luego. Lo repetiría todo otra vez, pero sintiendo mucho el daño que hice a otros
. Siempre pienso que es injusto que la felicidad de unos sea a costa de la infelicidad de otros.
 Me gustaría que no fuera así, pero es una trágica ley de vida…”.

No es solo una mujer de.........


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Isabel Preysler posa para Jonathan Becker y Vanity Fair Jonathan Becker
Lleva cuatro décadas subida ala fama y, a punto de cumplir 60 asombrosos años, desvela los episodios más sorprendentes de tres matrimonios, cinco hijos y una vida que encierra varias. ¿Quién es Isabel, la mujer que se esconde bajo el mito Preysler?
El portal en la avenida de Miraflores en Puerta de Hierro, Madrid, ofrece un aspecto infranqueable pero, curiosamente, se abre apenas detecta la llegada de un visitante y accedemos a un largo paseo flanqueado por altísimos cipreses. Isabel Preysler, su propietaria, se parece mucho a esa puerta: hermética, pero con la extraordinaria capacidad de saber cuándo abrirse y cuándo volver a cerrarse.
Me han pasado cosas muy dolorosas, pero no creo que sea necesario hacerlas públicas.
 

No es precisamente amiga de entrevistas.
 “La idea que la gente pueda tener de mí no la voy a poder cambiar… Por ejemplo, incluso en mi aspecto físico: ayer, mientras hacíamos estas fotos, Jonathan Becker me dijo que parecía muy frágil pero que estaba claro que era muy fuerte”.
 Preysler me mira intensamente: “Me dieron ganas de contestarle: ‘¡no lo sabes tú bien!”.
Y culmina la frase con una estupenda sonrisa, la mítica, inimitable sonrisa Preysler.
 Admirada de cerca, la exquisita hilera de dientes tiene varias propiedades: resguarda, distrae y permite a su dueña seguir adelante con cualquier cosa que piense, organice y disponga.

Más tarde estaremos sentados en la biblioteca, el corazón de una de las casas que más curiosidad despierta en Madrid y que cuando se inauguró en los años noventa suscitó estupendos artículos periodísticos que criticaban a su propietaria.
 Se contabilizó el número de habitaciones, desde los cuartos de baño a la caseta del perro.
 De nuevo Preysler era mucho más que su propia leyenda.
 Llamaba la atención por esa mezcla de belleza, inteligencia y un cierto morbo por estar casada con uno de los políticos más relevantes de la democracia española.
 Y hablaban de ella, sobre ella, a raíz de ella y, como siempre, las explicaciones las guardaba detrás de ese portal con poderes telepáticos.

En la biblioteca, volúmenes de todas las materias: física, Egipto, Grecia, filosofía de la ciencia y biografías de presidentes norteamericanos desde Roosevelt a Clinton, las obras completas de Voltaire, novelas de Pérez Galdós y de Vargas Llosa…
 Todo en un aparente —pero falso— desorden, propio de las bibliotecas muy vividas, que se extiende hasta el inmenso hall de entrada
. Hay un retrato de Preysler de Luis Pinto Coelho que, como el original, no ha envejecido.

Tiene un punto posmoderno que puede identificarla muy bien.
Ha pedido que nos traigan sándwiches con ensalada de pollo porque los hacen estupendos en esta casa.
 Los colocan en la mesa del centro de la biblioteca, delante de los sofás color camel. Preysler aún no ha hecho acto de presencia.
 Es perfeccionista y superorganizada, pero no es puntual. “No lo puedo evitar, lo siento. Hago esfuerzos increíbles para serlo, pero no puedo. No soy puntual”.

La espera sirve para investigar más en la biblioteca, en el jardín (ya recogido para los meses de frío) que se atisba desde los ventanales y, al fondo, el salón principal, el comedor y, más allá, un cuarto de grandes cristaleras con un fondo de bambúes en donde a Isabel le gusta a veces dar sus cenas.

Se escuchan sus pasos porque tiene un andar firme y también muy femenino.
 Cuando estás delante de ella, impacta siempre su presencia, definitivamente pulida, y su estatura, más alta de lo que se puede adivinar en sus fotos
. Y después de su belleza, encanta aún más la manera afectuosa que tiene de aproximarse.
 No lleva una sola gota de maquillaje, viste vaqueros que parecen hechos a medida en una tienda de Nueva York que John Travolta y ella comparten, y unas botas de Jimmy Choo que ella misma certifica de dos temporadas atrás.
 Comenta las flores que han llegado de esta revista agradeciendo la sesión de fotos, indica exactamente el jarrón donde quiere colocarlas, se instala en la supermasculina y elegante butaca Eames y empieza a preguntar sobre lo que está pasando en el país, en la ciudad, en mi vida y en la de otros amigos en común, informada de todo pero con avidez de más detalles, más verdad, más información.
Tiene una opinión para cada cosa, desde Sarkozy hasta Obama, un fenómeno que ha seguido intensamente. “Tú sólo piensa que en un momento dado este hombre puso de acuerdo a la mayor parte de Estados Unidos: hispanos, orientales, anglosajones y gente de color”.
 Hoy se muestra desanimada ante la pérdida de fuelle del presidente norteamericano. “
¡Para qué vamos a hablar de política…!”, se medio excusa, dibujando la sonrisa con la que termina la mayoría de sus frases.

Una Vida de Portada



       
   

Isabel Preysler

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