Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

30 nov 2013

Están Todos, compleja, cruel, fuerte sorprendente, Ridley Scott no defrauda, sangre y drogas y formas de matar que yo no conocía..

El consejero

2013 - Ridley Scott

Título: El consejero
Título original: The Counselor
Dirección: Ridley Scott
País: Estados Unidos
Año: 2013
Fecha de estreno: 29/11/2013
Duración: 117 min
Género: Thriller
Calificación: No recomendada para menores de 16 años
Reparto: Michael Fassbender, Brad Pitt, Penélope Cruz, Javier Bardem, Cameron Diaz, Natalie Dormer, Dean Norris, John Leguizamo, Rosie Perez, Goran Visnjic
Web: www.thecounselormovie.com/es/
Distribuidora: 20th Century Fox
Productora: Scott Free Productions, Kanzaman, Nick Wechsler Productions, Translux, 20th Century Fox
El consejero

Narra la historia de un respetado abogado del sudoeste de los Estados Unidos que se introduce en el mundo del tráfico de drogas. Escrita por el novelista Cormac McCarthy ('The Road', 'No Country for Old Men'), en su primer guión original pensado expresamente para el cine que llega a las pantallas, dirigido por el reputado director Ridley Scott.

De baile en baile.................Boris Izaguirre

Así como debe de ser difícil explicarle a un príncipe que algo falla en el avión, también es complicado aceptar el encargo de retratar a una familia real.

Imagen del estudio de Antonio López en 2011 con el cuadro inacabado de la Familia Real.

La vida es un baile, y las últimas semanas del año, con o sin crisis, están llenas de ellos
. Entre baile y baile suceden cosas, como el acuerdo sobre el yacimiento petrolero de Vaca Muerta en Argentina, que ha tenido en danza a tres países: nuestra atribulada España, la gaucha Argentina y el emergente México.
 Un baile que finalmente ha hecho subir como un cohete la acción bursátil de Repsol.
Todo lo contrario que ese avión que debía transportar al príncipe Felipe a Brasil, pero que se quedó en tierra.
 O sea, también les pasan cosas a los Air Force Familia Real.
 El piloto detectó que un alerón no reaccionaba justo una hora antes de cruzar el Atlántico de madrugada.
 El Príncipe, que como todos sabemos es una de las dos personas más pacientes de Occidente, estuvo hasta las ocho de la mañana junto a su entorno (no tiene corte, pero tiene entorno) esperando hasta que llegó esa incómoda confirmación: nos quedamos en tierra.
 Como una vaca muerta. Muy poco después se produjo la salida de su padre, el Monarca, del hospital por su reciente intervención quirúrgica.
 Felipe tendrá que esperar otro avión más.
Así como debe de ser difícil explicarle a un príncipe heredero que algo falla, también debe de ser complicado aceptar el encargo de retratar a una familia real.
Lo de Dinamarca ha sido todo un baile, una polca. Este martes, cuando nos despertamos con el gótico retrato en la prensa, muchos creímos que la reina Margarita era Jessica Lange en American horror story. Pasado el sobresalto, gente de mi entorno quiso ver alegorías en las ruinas que bajo un aire hamletiano sirven de fondo del cuadro
. Thomas Kluge, el pintor, pasó cuatro años, entre dudas y pinceles, peleando con ese cuadro y sus propios demonios.
 ¿Cómo empiezas a pintar un cuadro así cuando sabes que Hamlet arranca con esa frase sentenciadora: “Algo huele a podrido en Dinamarca”? Igual de difícil lo debe de tener nuestro maestro hiperrealista Antonio López, quien se enfrenta al mismo cometido desde hace 17 años, cuando se le hizo el hiperreal encargo. El cuadro está inacabado, basado en una foto de 1992 de los Reyes y sus tres hijos.
 Y pese a que el pintor confirmó que es su proyecto más urgente, no hay manera, no lo termina. Ahora nos reímos del retrato de la familia real danesa, pero cuando el de la nuestra esté concluido, ¿cómo vamos a reaccionar? Eso debe de inquietar a López.
 Han cambiado tantas cosas y personas en la familia real y su entorno: dos varones han aparecido y desaparecido, a lo mejor a la infanta Cristina habrá que pintarla con una banderita suiza o unos inocentes embutidos
. Eso sí, a doña Elena, con el melón constitucional que llevó a merendar con su padre en su penúltimo ingreso hospitalario.
 Y desde luego, Letizia, con sus hijas vestidas igual que en la película El resplandor, de Kubrick.
Ese aire asustante se repite estos días en vídeos virales que parodian el anuncio de la Lotería de Navidad con su inusitado ambiente gótico, y que resultan más ingeniosos que el anuncio original.
 También como una gripe se multiplican las separaciones y finales, como la de Cayetano Rivera y Eva González, la de Alex González con su novia Adriana Ugarte y la de Berlusconi con el poder
. Fin de una era, triste entre los jóvenes porque perdura la idea de que juventud + amor maridan mal.
 Pero inquietante en lo del rey del bunga bunga. De momento, Berlusconi ha prometido que no se esconderá en un convento. Y entonces, ¿dónde?
Lo viral siempre afecta al entorno, que es otra palabra que empleamos con gusto estos días.
 Está el entorno sevillano de UGT, que por muy sindicato que sea no ha podido evitar sentirse atraído por el fuerte olor de la corrupción
. ¿Qué pasa con las malolientes tramas corruptas, tanto de talla grande como de talla pequeña, que a todas les chifla la ropa y los accesorios? ¿Qué puede coser a UGT con Gürtel? P
ues unos trajes regalados, unos bolsos falsificados y la sensación de que todo acabará desteñido. La única diferencia entre nuestra corrupción y la latinoamericana es que ponemos mucho empeño en ir a la moda y con buena apariencia.
Barcelona avanza cosida a su mar de fiestas mientras en Madrid se cuecen los complots sobre una posible encuesta en el partido de gobierno para dilucidar el futuro de la alcaldesa y esposa del expresidente de Gobierno
. Decirle a los madrileños que los rusos y los coreanos y hasta los canadienses, y sus monedas, prefieren a Barcelona es prácticamente igual que enseñarles a los niños el cuadro de la familia real danesa antes de irse a dormir.
 Si en la capital todo son entornos conflictivos, en Barcelona siempre hay un amigo ruso
. Lío, esa exitosa sala ibicenca, ha abierto una temporada en un teatro de La Rambla y, zas, los rusos han contratado el show entero para una fiesta privada en Moscú.
 Era lo más comentado en la cuarta Gala Sida, aparte de que Antoni Brufau, presidente de Repsol, y su elegante esposa aportaran una cantidad importante y que Tamara Falcó y Eugenia Martínez de Irujo no paraban de conversar con Nacho Vidal, el rey del porno nacional.
“Es adorable”, sentenció una testigo. Todos a bailar.

 

29 nov 2013

Gary Cooper: el hombre normal

El secreto del actor norteamericano residía en que representaba mejor que nadie al ciudadano medio.


El secreto de Gary Cooper residía en que representaba mejor que nadie al americano medio, un hombre normal y corriente que podía convertirse en héroe si así lo requería la situación.
 Quizá por eso daba la impresión de que no actuaba, sino que vivía en las pantallas de cine.
 Fue su compañero John Barrymore quien resumió perfectamente esta sensación cuando dijo que Cooper era el mejor actor del mundo porque podía lograr, casi sin esfuerzo, algo que el resto de intérpretes tardaba años en aprender: actuar con naturalidad.
Frank James Cooper nació en la pequeña ciudad de Helena, en el estado de Montana, en 1901.
 Tuvo una buena educación, incluso estudió en Inglaterra.
Se le daba muy bien dibujar y se matriculó en Bellas Artes
. Compaginó sus estudios trabajando en el rancho de su padre hasta que decidió viajar a Los Ángeles para intentar vender sus dibujos a los periódicos de la ciudad.
Como montaba bien a caballo, comenzó haciendo de cowboy como extra en una decena de pequeñas películas.
En 1926 le dieron un papel en Flor del desierto y la Paramount le ofreció su primer contrato profesional. Luego fueron llegando los éxitos, títulos como Marruecos, junto a Marlene Dietrich, Adiós a las armas, Tres lanceros Bengalíes, Beau Geste, La octava mujer de Barba Azul, Juan Nadie o Bola de fuego, en la que interpretaba a un entrañable y despistado profesor que se enamora de la chica de un gángster.
Su elevada y esbelta estatura, su voz tranquila y la lentitud de sus movimientos le hacían muy cercano y querido por el público.
Tanto en westerns como en comedias, dramas o películas de aventuras, Gary Cooper solía interpretar a un hombre sencillo, incluso un poco ingenuo, carente de maldad.
 En 1941 protagonizó El sargento York, un film dirigido por Howard Hawks por el que ganó su primer Oscar.
Fuera de las pantallas tenía fama de gran seductor.
 En 1933 se casó con Verónica Balfe, que actuó en varias películas con el nombre de Sandra Shaw.
 Con ella tuvo una hija llamada María pero a lo largo de su vida mantuvo romances con actrices como Clara Bow o Lupe Velez. También tuvo una larga relación con Patricia Neal, su compañera de reparto en otra de sus mejores películas, El manantial, dirigida por King Vidor, una aventura que terminó cuando la esposa de Cooper se negó a concederle el divorcio.
En el campo político Gary Cooper era bastante conservador.
 Fue miembro de la asociación anticomunista de Hollywood pero esto no le impidió mantener una buena amistad con Picasso o con Ernest Hemingway. En 1943 protagonizó en el cine una de las obras más conocidas de este escritor, ¿Por quién doblan las campanas?, ambientada en la Guerra Civil española, dirigida por Sam Wood y en la que interpretaba a un brigadista norteamericano. A pesar de sus ideas, cuando fue llamado a declarar por el Comité de Actividades Antinorteamericanas, se negó a delatar a ningún compañero de profesión.
En los años 50 Gary Cooper siguió protagonizando grandes películas como Veracruz o La Gran Prueba pero, sin duda, el film que le dio más fama, y uno de los más recordados de toda su filmografía, es Solo ante el peligro
. Gracias a él Gary Cooper ganó su segundo Oscar como mejor actor.
Pero su salud comenzaba a deteriorarse
. Se le diagnosticó un cáncer de próstata y estuvo tratándose durante varios años
. En 1961, ya a las puertas de la muerte, recibió un tercer Oscar, esta vez honorífico, como reconocimiento a una de las carreras cinematográficas más importantes de la historia del cine.
 Murió el 13 de mayo de 1961 en Los Ángeles a los 60 años
.Gary Cooper que está en los Cielos

 

Pérez-Reverte y la airada banda del aerosol

Malas calles. Grafiteros clandestinos en su versión más radical de guerrilla urbana. 

Transitamos los escenarios de su nueva novela, ‘El francotirador paciente’, en compañía de personajes reales que le han servido de inspiración.

El escritor junto a Suso 33, José y Óscar. / GREGORI CIVERA

“Barrios duros de chicos duros”, establece Arturo Pérez-Reverte proyectando la sombra de su afilado perfil sobre una pared cubierta de grafitis.
“Fin del mundo”, reza una pintada delicuescente. “Organiza la rabia”, se lee en otra. Avanzamos militarmente al tresbolillo –si eso es posible siendo solo dos– por la calle de Galiana, en el madrileño barrio de Puerta del Ángel, distrito apache, digo Latina.
 El escritor va delante, deteniéndose en los cruces, como si previera riesgo al salir al descubierto
. Me imagino que estamos en alguna zona de combate de esas que frecuentaba el excorresponsal de guerra y que desde las azoteas y terrados nos apunta algún tipo emboscado armado con un rifle.
 Es la influencia de la lectura de la última novela del autor, El francotirador paciente (editada por Alfaguara y a la venta el 27 de noviembre), que transcurre en el mundo del grafiti, entendida su parte más radical como guerrilla urbana, con unas leyes, tácticas y códigos dignos de los rangers de Salvar al soldado Ryan en Ramelle
. Un mundo en el que la pintura fresca huele a gloria de la misma manera que olía el napalm para el teniente coronel Bill Kilgore (Robert Duvall) de Apocalypse now.
Estamos en territorio grafitero y vamos a ver a unos artistas del asunto que han asesorado a Pérez-Reverte en los aspectos técnicos de la historia, una historia, por lo demás, muy perezrevertiana, con épica, aventura, fracaso, malos y héroe cansado.
 Yo me he preparado para la ocasión y visto deportivas, vaqueros y sudadera con capucha (aunque, como diría Gigliola Cinquetti, non ho l’età), que es como van los grafiteros en la novela.
 Para mi sorpresa, Pérez-Reverte viste, en cambio, de lo más fino, incluida una chaqueta de ante.
 Como hemos llegado pronto a la cita, recalamos en un bar baqueteado, de barra de madera gastada y tercio de cerveza a 1,50 euros.
En ese ambiente de Río Lobo, al novelista no se le ocurre más que pedir agua mineral y luego, al negar displicentemente el camarero y mirándole fijamente a los ojos, ¡una Fanta de naranja!
 Yo me apunto a lo de la Fanta, pero pongo cara de duro.
“Hay diferentes tipos de grafiteros,”, me explica Pérez-Reverte.
 “Un amplio espectro que abarca desde el que va a hacer daño hasta el que se incorpora al mundo comercial del arte, con muchas fases intermedias.
Toda esa zona gris entre vandalismo y arte.
 Muchos lo van dejando.
 El que es legal no me valía para la novela, quería de protagonista al que se mantiene fuera de la ley, el que opina que si es legal no es grafiti y que las ratas no bailan claqué.
 El que no admite que los políticos llenen la ciudad de consignas, y los publicitarios, de tetas de modelos, pero que a él le acusen de ensuciar las paredes”.
 En El francotirador paciente, una especialista en arte contemporáneo trata de encontrar a un grafitero legendario
, Sniper –cuyo tag, su marca, es su nombre con el punto de la ‘i’ convertido en una mira telescópica de francotirador–, considerado el summum de la integridad y el virtuosismo en esa áspera cultura del aerosol y la carrera.
 Un hombre que no ha claudicado, que no ha franqueado la línea que lleva de la calle a la galería de arte y la respetabilidad, y sigue en la brecha.
El objetivo de la experta, que trabaja para una importante editorial de arte, es convencer al tipo, “una mezcla de Banksy y Salman Rushdie” –y mucho de Pérez-Reverte–, para incorporarlo al mundo de las galerías, las exposiciones y los libros lujosos.
 La fama y el dinero, en suma.
 Paralelamente, al grafitero misterioso, fan de Treinta segundos sobre Tokio, lo busca un millonario implacable para ajustarle las cuentas por la muerte de su hijo en una acción de pintado orquestada por él.
Pérez-Reverte charla con dos graffiteros. / G. C.
“Lo que me fascinó del grafiti es que es un mundo con su épica, sus héroes y villanos, sus chivatos y confidentes”, continúa el escritor.
 “Un mundo en que el respeto es muy importante.
 Y uno se gana el respeto siendo bueno en su trabajo, y osado, y omnipresente en el lienzo de la ciudad. Esa épica y el aspecto de guerrilla urbana me encantaron.
 Hay un sector del grafiti muy radical, de lucha social que es ya terrorismo urbano –incruento–, agresivo y gallardo, y ese es el que me sedujo
. Es gente dura, y a mí me gusta la gente dura, literariamente es mucho más rentable”.
 Apuro mi Fanta apretando los dientes –Pérez-Reverte apenas ha tocado la suya– y salimos del bar. “Aprendes muchas cosas de esos tipos, muchas de ellas están en la novela
. Como lo de que en el museo compites con Picasso, y en la calle, con los cubos de basura”.
 Caminamos hacia nuestro encuentro con los grafiteros, deteniéndonos a juzgar algunas pintadas.
 El novelista me explica que El francotirador paciente es en cierta manera una versión urbana y moderna de El corazón de las tinieblas, en la que el elusivo y misterioso Sniper es un Kurtz pintaparedes que reina en su propio territorio oscuro, con su guardia pretoriana, y al que vamos descubriendo durante el viaje en su busca a través de los testimonios de los que lo conocen.
Pienso que es parecido a lo que hizo Walter Hill trasladando la Anábasis de Jenofonte al mundo de los pandilleros de Coney Island en The warriors (Los amos de la noche, 1979).
 Estamos en el terreno de la aventura –y no solo porque el destino quiere que caminemos por la calle de Athos (en Pérez-Reverte, grafitero rima con mosquetero)–, de la gran aventura.
“Con trastienda corrosiva”, matiza el novelista, “con consideraciones sobre el grafiti y el mundo del arte”
. Le pregunto a Pérez-Reverte por Hirst, por provocar y porque se me ha subido la Fanta a la cabeza.
 “El arte es otra cosa, jugársela, morir
. Hay mucho de mí en el discurso de Sniper sobre el arte, lo que se dice en El francotirador paciente tiene un gran parentesco con lo que aparecía en La tabla de Flandes y, sobre todo, en El pintor de batallas”.
 Uno piensa que si se trata de un artista, Pérez-Reverte prefiere a Pistoletto.
Llegamos al lugar de la cita con los grafiteros, el estudio de Suso 33. “Suso es un artista al que admiro, y los otros dos, José y Óscar, mis contactos teóricos y tutores en el mundo del grafiti, a los que debo información sobre jerga y aspectos técnicos
. Una gente estupenda. Tipos auténticos.
Lobos solitarios, desconfiados, rápidos, en alerta continua.
Viven en territorio enemigo.
Muchos grafiteros, aunque consagrados, siguen saliendo a razzias urbanas. Les pone la adrenalina”. Entramos y Pérez-Reverte hace las presentaciones. José y Oscar (camisetas de Mighty Warrior, el primero con tatuajes, anillos y cadenas), a los que el novelista homenajea al inicio de su libro –se trasparentan en esos dos “lobos nocturnos, cazadores clandestinos de muros, bombarderos sin piedad” del espacio urbano que aparecen en el arranque y que descubren sobrecogidos una pintada de Sniper–. Infantería. Suso, en cambio, inspira algunas características del protagonista, y directamente, otros de los personajes
. Observo que soy el único que lleva sudadera con capucha.
Artista consolidado, Suso aún tiene actividad clandestina.
“Hace poco me pilló la poli y me tomaron los datos”, dice. Parece mirar el encuentro con más distancia que sus dos colegas
. Creo advertir reserva, cierto escepticismo que me recuerda la actitud de recelo de los grafiteros de la novela
. Luego, Suso, un tipo de maneras y hablar suaves, con coleta, barba cuidada y una expresión melancólica, me explicará, tras recordar juntos a Los Rinos barceloneses (con los que una noche hace casi treinta años salí a pintar), que no tenía muy claro de qué iba todo aquello, y que había accedido a recibirnos, a Pérez-Reverte, al fotógrafo, a mí, porque al novelista le precedía su fama de escritor y de tío legal.
“Suso es uno de mis inspiradores, podría haber sido nuestro hombre”, está diciendo Pérez-Reverte.
 “Es un autor reconocido, pero aún sale a la calle”.
Nos sentamos en torno a una mesa en el estudio, sorprendentemente ordenado, con una meticulosidad y pulcritud que difícilmente asociaría uno con el mundo del grafiti.
 Los aerosoles, cientos de ellos, están alineados perfectamente por colores en las estanterías, y hasta las zapatillas de pintar, colocadas juntas, parecen dispuestas como en una tienda. Pérez-Reverte habla de la novela. José la ha leído, pero los otros, no.
 “Es la historia de un flechero de Madrid de la época de Muelle que va evolucionando.
 Propone actuaciones agresivas en lugares emblemáticos que él coordina y a las que convoca a través de las redes sociales
. La muerte del hijo de un millonario en una de esas acciones provoca que este ponga precio a su cabeza. Una especialista recibe el encargo de buscarlo”.
 Mientras el novelista habla, Suso dibuja.
 Los demás no sabemos qué formato ha de tomar el encuentro
. Yo tomo notas.
Lo que me fascinó del grafiti es que se trata de un mundo con su épica, sus héroes y villanos, sus chivatos y confidentes”
“El protagonista es un híbrido raro”, aporta José.
 Una mezcla de escritor de grafiti con un concepto de mensaje tipo Banksy.
 En todo caso, la novela es muy fiel a la realidad”. “¿Por qué te dio por este tema?”, inquiere Suso a Pérez-Reverte.
“Encontré que hay cosas en el mundo del grafiti que tienen mucha relación con mis novelas y con el tipo de héroe determinado que aparece en ellas”.
 El escritor revela que conoció al mítico Muelle muy jovencito, al llegar a Madrid, y descubrió en el grafiti “una aventura y una épica, una materia narrativa muy interesante, un universo con victorias y fracasos, noblezas y traiciones”.
 Muelle, Juan Carlos Argüelles, murió de cáncer a los 29 años y la práctica totalidad de sus grafitis fueron borrados.
Pérez-Reverte señala que él, como académico, es el responsable de la iniciativa de meter en el diccionario de la RAE la palabra ‘grafiti’, que aparecerá así en la 23ª edición (hasta ahora se escribe ‘grafito’).
 “Me decían en la Academia, ‘coño, Arturo, ¿cómo defiendes a esos vándalos?’, aunque, en fin, en realidad, allí no usan la palabra ‘coño”
. El novelista lleva la voz cantante en la reunión, que a ratos adquiere la forma de entrevista, con Pérez-Reverte de insólito entrevistador.
 “Suso, tú eres un ejemplo de alguien que sin abandonar la pureza has llegado alto y tienes una respetabilidad, ¿cómo ha sido eso?”.
 “Bueno, no tienes nunca una estrategia en la cabeza, yo vengo del grafiti clásico, de firma, de tags, en realidad nunca me planteé ser artista.
 Era impensable que esto pudiera llegar a ser una forma de vida. Hacía de pintor de cualquier cosa, de escenografías, de pisos.
 Y paralelamente salía al espacio público sin permiso”. “¿Por qué sigues saliendo a la calle?”. “Para mí es lo más directo, me canso de las galerías, de las instituciones, de que me vean como producto, como ‘el Banksy español”.
“¿El grafiti debe estar siempre en la calle?”.
 “Siempre estará en la calle; se ha desarrollado de una manera natural, sin estrategias comerciales, ni mercadotecnia, ni comisariados
. Es un hecho en sí mismo”.
Pérez-Reverte sigue preguntando. “¿Tie­­­­ne derecho un crítico de arte a juzgar un grafiti?”. “¡Para nada! No existe un canon para el grafiti.
 Hay normas de conducta”. “¿Si hay legalidad no hay grafiti de verdad?”, insiste Pérez-Reverte. “Claro. Se busca la transgresión”. Hablan de la vestimenta.
 Yo miro a otro lado.
 “Nunca hay que llevar ropa holgada, te puedes enganchar con algo tratando de huir”, aporta José. “La ropa de rapero no es recomendable”.
“¿Qué os llevó a la calle?”, pregunta Pérez-Reverte. “Style wars”, responde Óscar, refiriéndose al documental de Tony Silver y Henry Chalfant rodado en Nueva York en 1983.
 “Al salir del cine robé un rotulador, y no he parado desde entonces”.
“Yo soy de tercera generación”, explica José. “Veía pintadas por mi barrio y pensaba: ‘¡Cómo mola!’. Comencé robando tizas del colegio y pintando por ahí como un acto de rebeldía, y una cosa llevó a la otra”.
El escritor les pide que hablen del respeto.
 “El respeto es básico, y la reputación”, reflexiona José.
 “Importa más el buen hacer que la estética, qué haces, cómo lo haces, con quién lo haces”.
“Eso es lo primero que me dijisteis”, apunta el novelista, asintiendo; “que había códigos, reglas, transgresores. De ahí arranca la novela.
 De un hombre y su reputación. No en balde he escrito yo Alatriste”.
Somos una medalla fácil de colgar para la policía. Meternos una ‘crujida’ tiene poco riesgo comparado con pillar a un delincuente”
“Lo que importa no es lo más preciosista, eso es secundario”, interviene Suso.
 “Las normas de conducta, los valores…”. “El compañerismo”, acaba José. “El código de honor”, zanja Pérez-Reverte. “¿Habéis pintado vagones?”, interroga. “Claro”, responden todos. “Pintar un tren es un proceso natural”, dice José.
 “No somos escritores como Arturo, pero…” [risas]. “Los trenes vienen en el pack, circulan y eso es bueno, hace tu trabajo muy visible”, interviene Óscar.
 “El primer tren… estás temblando, pasas miedo, pero al hacerlo me sentí completo”. Pérez-Reverte ha notado que Suso, incómodo como si hablaran de su primera experiencia sexual, se concentra en dibujar. “¿Tu primer tren, Suso?”. “Fue un subidón total. Te sientes megavivo”
. El novelista les pide que hablen del palancazo, el detener los coches tirando de la palanca de emergencia para que los demás grafiteros emboscados machaquen a pintadas con sus aerosoles los vagones, end to end, de cabo a rabo.
 En El francotirador paciente, la invención del sistema se le acredita a Sniper.
A Pérez-Reverte le interesa mucho todo lo que tienen de organización casi militar las acciones de los grafiteros.
 “Pasas muchas noches vigilando las cocheras”, dice Óscar
. “¿Hacéis croquis, mapas?”. “Tanto no. Pero en otros países van muy fuerte. En Alemania nos decían que había que limpiar los botes ¡para no dejar huellas!”. “¿Adrenalina?”. “¡Y tanto!”. “¿Peligro? ¿Cuántas veces os habéis jugado la vida?”.
 “Constantemente”, responde Suso y cuenta la vez en que se cayó en una zanja en un solar en Cartagena –ante la mención de su ciudad, Pérez-Reverte sonríe lobunamente–, cerca del faro. “He visto tu marca allí, te reconozco, entrando por mar, con mi barco”. El novelista hace una pausa.
 Y luego: “¿Aún sales corriendo, Suso?”.
 “Hay cosas que no voy a decir”. “Yo sí, por las vías, perseguido por los vigilantes, hace menos de un año”, explica José. “A veces es lamentable, correr delante de un chaval que no tiene media hostia”, reflexiona Suso.
“Y que igual tiene más miedo que tú”, añade José.
 “En el fondo es una tontería que se pongan agresivos, lo que haces es solo pintar, ensuciar, desde su punto de vista, pero solo eso, no destrozas nada, se limpia y ya está, pero nos ponen penas más fuertes que a los que roban carteras.
 En realidad sale más barato romperle la cara a alguien que pintar en la calle”.
Hay pocas chicas, apunta Pérez-Reverte, que en su novela hace aparecer algunas, inolvidables, como As Irmas, Las Hermanas portuguesas.
 “Es cosa de ellas, ahora hay más. Eran pocas porque el grafiti venía del mundo del hip-hop, donde no había tías, no se las ha excluido, pero…”. “¿Muchos lo van dejando?”.
“Algunos, se van normalizando y van a los muros legales.
La acción se pierde un poco
. La familia, las consecuencias pueden ser muy graves; las multas, muy fuertes, los embargos”.
El novelista pregunta a Suso si la policía, al reconocerlo, lo trata diferente.
“A veces me piden autógrafos.
 Otras te quieren pillar, como un reto”. “Los grafiteros somos una medalla fácil de colgar para la policía”, considera José; “meternos una crujida tiene poco riesgo si lo comparas con pillar a un delincuente”.
El escritor y el grafitero Óscar. / G. C.
Pérez-Reverte saca a relucir la palabra aventura.
“Sí, el grafito es aventura”, responde Suso.
“Y explorar, todo eso tiene más tirón que la parte artística.
 Conoces la ciudad y la haces tuya”.
 En la mirada de Suso resplandece un mundo de trenes ilustrados y de paredes garabateadas. Pérez-Reverte habla de camaradería, respeto, peligro. Suso opina que ahí hay mucho tópico.
 Huelo pique.
 El novelista recuerda que ha estado en guerras, en acciones que ponían en juego vidas.
 “Lo sabemos, lo tuyo es más fuerte”, media José. Pérez-Reverte les pide que valoren la portada de El francotirador paciente. Les gusta. José explica que hay una gran curiosidad en el mundo del grafiti por ver lo que ha hecho el novelista.
Bajamos a la planta sótano del estudio, donde Suso nos reserva una sorpresa: una pan­­talla gigante en la que puedes pintar grafitis electrónicos con un mando en forma de aerosol. Pérez-Reverte pinta varios tags de su personaje, Sniper.
Tiene mano.
Finalizada la sesión, el novelista me reserva una sorpresa.
 Cogemos un taxi hacia el centro de Madrid. En el camino le señalo la curiosidad de que la protagonista y narradora de El francotirador paciente sea una mujer, y lesbiana.
 Me recuerda que es el tercer punto de vista femenino en su obra, con La reina del Sur y La tabla de Flandes. Volvemos a los grafitis. Dice que ha hecho mucho trabajo de campo en los lugares escenario de la novela, Madrid, Lisboa, Verona y Nápoles. Ha salido con los grafiteros –en el extranjero– “a bombardear” de pintadas, aunque “no me jacto”. ¿Y disfrutaba? “Evidentemente.
 Llevo un año viviendo en el grafiti, leyendo, mirando, cazando.
No soy un turista. Me ha quedado la mirada del grafitero.
 Toda caza marca al cazador. Pero, ojo, no glorifico el grafiti, no estoy ni a favor ni en contra. Es un escenario de trabajo como lo pueden ser la guerra, el narcotráfico o la esgrima.
 No juzgo, pero trato de comprender”.
 Dice el novelista que reconoce mucho de su vida de reportero bélico en la manera en que los grafiteros recorren su territorio viendo posibilidades, vías de escape, ángulos peligrosos, salidas.
 Hemos bajado del taxi en Sol y subimos a pie por la calle de la Montera. Pérez-Reverte me señala las prostitutas nigerianas
. Llegamos junto a un sex shop, en el número 30, y, frente a una pared, el novelista mira hacia arriba.
 El rostro se le ilumina.
“Es la última pintada que queda en Madrid de Muelle”, dice con tono reverente.
 “Cada vez que la veo me conmuevo”.
Nos quedamos allí juntos contemplando en la noche el viejo grafiti, mientras la ciudad se llena de sombras y un ejército anónimo se pone manos a la obra y se eleva como un himno nocturno el desafiante zumbido de los pulverizadores,