“Ningún otro país ha logrado el volumen de licitaciones que Brasil”
“Si no soy exigente, no lograré entregar en cuatro años lo que debo entregar”
“El Gobierno de EEUU estaba bastante avergonzado por el espionaje”.
– No te olvides de que por aquí tienes que tener cuidado, porque te detienen por tener un perro y por no tenerlo.
Una de esas paradojas, quizá la más llamativa, se produjo hace unos meses. Brasil vivió en junio pasado una catarsis nacional. Centenares de miles de brasileños ocuparon las calles de las principales ciudades del país, las mayores protestas en una generación, cansados, según coincidieron numerosos analistas independientes, de las deficiencias crónicas de los servicios públicos, educación, sanidad, y la percepción de una clase política plagada por la corrupción y la desidia. Puesto que millones de personas han abandonado la pobreza en Brasil en los últimos años con las políticas primero de Luiz Inácio Lula da Silva y luego de la propia Rousseff, las motivaciones últimas de los manifestantes no resultaban obvias de inmediato.
El movimiento sorprendió tanto al Gobierno como al resto del mundo, pese a que protestas aparentemente similares habían estallado también en otros países. Los inversores internacionales agudizaron los oídos, temerosos siempre de la estabilidad institucional.
Cierta prensa internacional comenzó a dudar de Brasil como país de éxito. No pocos de los gobernantes cuestionados en otros países por sus ciudadanos, especialmente por los más jóvenes, se mostraban acorralados y desorientados
. Rousseff fue la única en advertir de inmediato la importancia de lo que estaba sucediendo, la única en tomar la iniciativa política de escuchar a la calle y la única en remontar en pocos meses el desplome de popularidad que aconteció durante aquellos días extraordinarios.
Así que comienzo la conversación preguntándole en qué momento preciso fue consciente de la gravedad de la situación y de la necesidad de reaccionar políticamente.
– Al inicio.
Nos dimos cuenta de que había un aspecto importante en las manifestaciones, que era un descontento con la calidad de los servicios públicos.
Nadie estaba en esas manifestaciones pidiendo una marcha atrás. Un retroceso.
Lo que se pedía era que hubiese un avance.
Estamos sentados en un sofá del amplio y luminoso despacho de la presidenta en el vanguardista palacio de Planalto, en Brasilia, el lunes por la mañana, una visita con motivo de la aparición este martes de la edición de EL PAÍS en portugués para Brasil. Le enseño en el iPad las pruebas que la redacción en São Paulo está realizando.
Pero Rousseff insiste en que no vamos a mantener una entrevista formal. –“no, no, yo hoy no voy a hablar; voy a decir la importancia que tiene para Brasil la llegada de EL PAÍS por su calidad editorial, por su posicionamiento internacional; creo que es un gran paso para nuestro país; puedes hacerme dos o tres preguntas, pero no voy a hacer una rueda de prensa hoy”–, me promete una entrevista en profundidad en un futuro sin determinar, y accede a mantener una breve conversación sobre los dos o tres asuntos que más me interesan y por los que Brasil ha ocupado espacio este año en la prensa internacional: las protestas de junio, el espionaje de la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos (NSA, en sus siglas en inglés) y la desaceleración económica del país que, hasta que ocurrió, presentaba un crecimiento chino del 7,5% en 2010, la tasa más robusta en el último cuarto de siglo.
El año pasado acabó con un crecimiento del 0,9%, que acaba de ser revisado al alza.
Democracia, crecimiento y protestas
Pero de momento, seguimos hablando de las protestas de junio.No pocos las descalificaron como un subproducto de grupos antisistema y aun otros aprovecharon para presentarlas como una desautorización de la presidenta, su Gobierno y sus políticas, aunque pronto quedó claro que era la inmensa clase media de este país de dimensiones continentales, o más bien sus vástagos, comprendidos y no pocas veces alentados por sus mayores, los que reivindicaban un nuevo contrato social pese al fortísimo crecimiento económico de los últimos años, o precisamente a causa de ello.
Esta última idea es la que defiende Rousseff.
– Esas manifestaciones fueron fruto de dos procesos: la democratización y el crecimiento.
El crecimiento del salario, del empleo, del crecimiento de las políticas sociales que elevaron a la clase media a millones de personas.
Esas personas que salieron de la miseria tenían reivindicaciones relacionadas con cuestiones de salud, de educación, de movilidad urbana.
– Usted diría que básicamente se trataba de la clase media.
– ¿La que hizo las manifestaciones? Nuestra clase media no tiene los mismos patrones de renta que puede tener la estadounidense, ¿no?. Hablamos de la nueva clase media.
Porque hay una cosa interesante en Brasil. Si sumas la clase media que hoy es mayoritaria en Brasil en términos porcentuales, con las clases alta y media alta, tienes un 60% del país. Nosotros nos centramos mucho en las clases más pobres. Pero también tenemos que tener una política para las clases medias en lo que se refiere a la calidad de los servicios públicos.
– ¿Y qué aprendió usted, como gobernante, de aquellas protestas?
– Dos cosas. Primero, aprendemos que las personas, siempre, cuando tienen democracia quieren más democracia.
Cuando tienen inclusión social, quieren más inclusión social. O sea, que en política y en la acción de Gobierno, cuando obtienes una meta, solo es el principio.
Salir de la miseria solo es el principio. Es el principio de otras reivindicaciones.
Eso es que las protestas muestran.
Segundo, que un Gobierno tiene que escuchar la voz de las calles.
Un Gobierno no puede quedarse aislado escuchándose a sí mismo.
Ser capaz de convivir con manifestaciones es intrínseco a la democracia. No es un episodio fortuito, o un punto fuera de la curva: es la curva.
Rousseff abandona por un momento el aire de seriedad extrema que ha empleado desde que arrancó la conversación.
No sé si se dispone a poner fin al encuentro, pero con la idea de la curva sonríe abiertamente mientras se acerca al borde del sillón, parece animarse, y comienzo a albergar esperanzas de que la charla tenga más recorrido del que la presidenta le auguró en el arranque.
Mientras, ella continúa de forma decidida.
– Es la curva. Y esa es una cuestión importante. ¿Por qué?
Porque el Estado tiene poder represor y de coerción. Entonces, si no sabe tratar con las manifestaciones, cae en un equívoco político serio. Fueron manifestaciones pacíficas. ¿Que hubo grupos infiltrados que eran violentos? Los hubo. Ahora, esos grupos no pueden ser la razón para descalificar las manifestaciones. Hoy hay en Brasil la conciencia de que esa violencia no tiene nada que ver con la democracia.
Esa gente de caras tapadas que destruye propiedades públicas y privadas y hiere a las personas no está ejerciendo la democracia: está ejerciendo la barbarie
. Eso es una cosa. Ahora, las manifestaciones pacíficas... ¿sabes lo que hacen? Rejuvenecer al país.
Hacen que el país sea más capaz de tratar con sus características, con su diversidad, con sus diferencias…
Y ser capaz de tratar con las diferencias, lo quiera o no la gente, es intrínseco a la democracia. Entonces, mirar a las manifestaciones como algo que tienes que escuchar y no reprimir es fundamental.
El ‘shock’ de la violencia policial
Fundamental o no, lo cierto es que la policía actuó con una cierta violencia no justificada por el transcurso de las manifestaciones, que las imágenes de los agentes golpeando a grupos de jóvenes sorprendieron e irritaron a amplias capas de la población, y contribuyeron a reforzar el movimiento de protesta.No por los hechos en sí, seguramente, sobre todo en un país donde la policía se emplea a fondo y no siempre con la forma debida en las favelas y otras zonas desfavorecidas, sino porque por primera vez muchos ciudadanos veían cómo las víctimas esta vez eran jóvenes de las clases medias urbanas.
Eso supuso un shock no menor para muchos, le digo a Rousseff.
– Sí. Hubo, de hecho, momentos de exageración en la represión policial, principalmente al comienzo, ¿no? Hubo también violencia por parte de las manifestaciones. Pero como te he dicho, creo que a partir de un determinado momento, todos intentaron evitar la confrontación. Hubo momentos equivocados, al principio, pero después todo el mundo aprendió.
La que más aprendió fue, sin duda, la propia presidenta, que remontó de forma extraordinaria en la apreciación popular por su reacción ante los acontecimientos de junio y a quien la última encuesta publicada le otorga, ahora mismo, el triunfo en las próximas elecciones presidenciales ya en la primera vuelta.
Una capacidad de reacción que a estas alturas de su mandato ya no debería sorprender a nadie, si es que alguna vez alguien dudó, al principio, de las capacidades políticas de Rousseff, que durante años ejerció de eficaz funcionaria pública sin mostrar deseo alguno, al contrario de tantos otros, de lanzarse a una carrera política por el primer sillón de la República.