Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

16 nov 2013

Una escritora escandalosa

'Las chicas de campo', primer libro de Edna O’Brien, sacudió la Irlanda rural hace cincuenta años

La autora irlandesa cuenta con escritores como Philip Roth o Alice Munro entre sus admiradores

La escritora Edna O’Brien. / Foto: Eamonn McCabe / Guardian News & Media Ltd

La dama que abre la puerta de la casa tiene el aspecto de una estrella de cine retirada. Piel increíblemente tersa para alguien que cumplirá en diciembre 83 años, y una elegancia algo bohemia. Viste falda larga, blusa crema con plisado Fortuny, y una chaquetilla ligera negra con pequeño dibujo geométrico. Pero Edna O’Brien (Tuamgraney, County Clare, Irlanda, 1930), decana de las letras irlandesas, no ha interpretado otro papel que el de su propia vida.
La de una niña —la menor de cuatro hermanos— nacida en una pequeña localidad rural del oeste de Irlanda, que creció en la oprimente atmósfera del nacionalcatolicismo irlandés de los años cuarenta.
 Su casa era un hogar venido a menos, marcado por la afición al alcohol del padre y el integrismo religioso de la madre.
O’Brien escapó muy joven de esa “cárcel” rural para estudiar Farmacia en Dublín, donde trabajó brevemente como boticaria, hasta que conoció al hombre que sería su marido, el escritor Ernest Gébler
. La pareja se instaló en Londres a finales de los años cincuenta, tuvo dos hijos, y se divorció diez años después
. O’Brien recuerda que el reconocimiento a su obra fue tardío, y que todavía está a la espera del éxito económico
. La acogedora casa donde vive, en el selecto barrio londinense de Knightsbridge, un remanso de paz sin apenas tráfico, bares ni tiendas es alquilada, y su inquilina es consciente de que su vida depende, literalmente, de la escritura.
El libro fue un escándalo en su país, y el párroco de su aldea quemó tres ejemplares en la plaza pública
Aclimatarse a Londres no fue fácil. “Me sentía sola, pero era un exilio voluntario
. La lengua es la misma, aunque los irlandeses la utilizamos de una manera totalmente distinta, con otra vitalidad”, dice.
 Y en todo caso, Irlanda es el material básico con el que O’Brien ha construido sus novelas y sus celebrados relatos cortos. “Adoro Irlanda.
 Me ha dado mucho, pero necesitaba estar lejos
. Si no me hubiera ido dudo que hubiera llegado a ser escritora”, reconoce.
Y la escritura es lo que da sentido a su vida.
“Es un trabajo masoquista, pero cuando una consigue un párrafo, una simple frase perfecta, entonces, ¡qué felicidad!”.
Hablamos en la planta alta, en un salón con chimenea y gran ventanal por el que asoma de forma intermitente, el sol. Aunque su cuarto de trabajo está en la planta baja, junto a la cocina.
 Una pieza de aspecto desordenado, dominada por una gran mesa de comedor repleta de cuartillas manuscritas, libros, diarios, y papeles no identificables.
 Un caos aparentemente inspirador.
La escritora, que siempre tuvo una intensa vida social, se queja ahora de la incomodidad de los viajes —“se han convertido en una pesadilla”, dice—, aunque todavía tiene ánimos para cruzar el Atlántico cuando la reclaman sus editores estadounidenses para impartir conferencias o lecturas
. O cuando hay que agasajar a algún amigo. O’Brien fue una de las invitadas de honor en la fiesta del 80º cumpleaños de Philip Roth, en marzo pasado.
 En el mundillo literario tiene grandes admiradores, desde el propio Roth —“que al principio fue un crítico muy duro de mi trabajo”— a la Nobel Alice Munro y John Banville.
 Aunque parece especialmente orgullosa de su amistad con Samuel Beckett, con el que coincidió en Londres y París, y cuyas fotografías decoran la cocina de la casa.
Durante la conversación, que a veces parece un monólogo, O’Brien se declara feliz de que finalmente se haya traducido al español su primera obra:
“Lo intentó antes mi amigo Carlos Fuentes, pero la cosa no prosperó”. Fuentes, fallecido en mayo de 2012, ya no puede alegrarse de que Las chicas de campo, publicada en inglés en 1960, esté por fin en las librerías españolas (editorial Errata Naturae).

La liberación de la mujer

José María Guelbenzu
Las chicas de campo se publicó en 1960 y causó un gran escándalo en la pacata sociedad irlandesa de la época
. En ella se cuenta la vida de una muchacha del medio rural, perteneciente a una familia tradicional y pobre, en la que la madre está reducida a ser la esclava del hogar y el padre se comporta como un borrachín ignorante y poseído de su miserable poder de cabeza de familia. Caithleen, la muchacha, ama a su madre con la inquietud típica de las personas que se sienten desamparadas y temen perder su único asidero y teme y detesta a su padre.
 Tiene una amiga, Baba, dominante; se siente dependiente de ella y esto la disgusta, pero no puede prescindir de ella. (“Pobre Caithleen, eres el pelele de Baba” le dice en una ocasión el padre de su amiga, un hombre sensible y de buenos sentimientos).
 La relación de atracción-rechazo de Caithleen con Baba, un contraste lúcido y significativo, es uno de los muchos aciertos del libro porque su claroscuro está lleno de delicadeza y verdad.
Cuando muere la madre de Caithleen, en un accidente, el desamparo de la muchacha la lleva a dejarse acoger por la familia de Baba, lo cual la separa de su casa, que su padre se ve obligado a vender por su mala cabeza.
 Toda la primera parte del libro es un retrato de la vida rural en Irlanda en los años cincuenta y alrededor de Caithleen van apareciendo diversos personajes, gente ignorante en general, pero sencilla y compasiva, y también un par de hipócritas adultos que merodean taimadamente en torno a ella.
 La segunda parte relata la estancia en un internado al que es enviada gracias a una beca y en el que la acompaña su amiga Baba, enviada por sus padres, de mejor posición económica.
 Tanto las circunstancias y el ambiente que rodea la muerte de la madre, de hermoso halo dramático, como la entrada y los primeros días en el internado, están descritas con maestría y emoción, pero siempre dentro de una serenidad de escritura que revelan a una autora tan perspicaz como inteligente.
Porque la historia que se nos relata es dura, pero bajo ella residen un candor y una sencillez admirables que casan a la perfección con la adolescencia de las dos muchachas.
En la tercera parte, ambas se van a vivir a Dublín. Caithleen ha de trabajar y estudiar. Para ella, más timorata, y su audaz amiga, el acceso a la ciudad significa, ante todo, la libertad.
 Una libertad que utilizan de manera tan alocada como enternecedora.
 La aparición de un hombre casado, el señor Gentleman, un elegante del pueblo de ambas que para Caithleen representa un ideal amoroso, pone una nota de esperanza en la vida de Caithleen.
 La visión de Dublín, sus salidas y paseos, tienen el encanto del descubrimiento juvenil del mundo, la confrontación de los sueños con una realidad personal y urbana que, por modesta que sea, les parece deslumbrante; y es el relato de esta situación, la finura de matices con que se presenta, la calidad de sentimientos y sensaciones, lo que encamina la novela hacia su final, no por previsible menos sugerente.
Hay una bella imagen de la madre de Caithleen que puede aplicarse a ella:
“Era como un gorrión en medio de una nevada: parda, aterrada, sola”. Pero el gorrión echa a volar y esta novela es el admirable retrato de ese vuelo. Entre esta y su última novela, La luz del atardecer (Espasa, 2009), hay un camino literario que va de la formidable sencillez de la primera a una estructura compleja de la relación madre-hija
. Al final, todas las historias de Edna O’Brien hablan de mujeres en tribulación que son, a la vez, “espejo oscuro de los hombres”.
Las chicas de campo. Edna O’Brien. Traducción de Regina López Muñoz. Errata Naturae. Madrid, 2013. 304 páginas. 18,50 euros.
La gestación de la novela con la que inauguró su larga carrera literaria es bastante especial. O’Brien trabajaba para una editorial londinense leyendo manuscritos, y un buen día, cuenta, los propios editores, que habían visto cualidades literarias en sus largos informes, le pidieron que escribiera una novela. “Me dieron 50 libras y me las gasté comprando cosas absurdas.
 Pero me puse a la tarea. Fue como una iluminación, como si bajara el Espíritu Santo. Escribía todas las mañanas, siempre a mano, como he seguido haciendo después, y era algo místico, mi mano, mi mente, mi corazón, funcionaban al unísono
. Ahora me cuesta mucho más trabajo escribir”.
Las chicas de campo reveló al mundo una escritora joven y atrevida, que tenía algo que contar, y lo hacía con naturalidad y una refrescante desenvoltura.
“Es la historia de dos chicas, pero en realidad, narra la historia de la Irlanda de esa época”, dice O’Brien. Un país atrasado y represivo, especialmente en las zonas rurales, donde discurre la vida de Caithleen y Baba, las dos protagonistas, desde que son niñas hasta que, ya adolescentes, son enviadas a estudiar internas a un convento
. Hartas del cautiverio urden un plan para salir: escribir una nota con falsas acusaciones sexuales, sin otro objetivo que ser expulsadas, cosa que consiguen. Caithleen logrará independizarse, al fin, gracias a un trabajo en Dublín. Exactamente igual que la propia O’Brien
. La historia tiene mucho de autobiográfica, y no es extraño que su autora, que ha publicado desde entonces 30 libros, haya decidido titular sus memorias, que se editaron en inglés el año pasado, La chica de campo, en singular.
Pero si Caithleen es una clara encarnación de O’Brien, ¿quién es Baba, la amiga-enemiga que la hostiga y la acompaña? “Baba es como mi alter ego. Yo era obediente, amable, me desvivía por hacer lo que me ordenaban. Me castigaba por decir palabras como eyaculación, pero había otro lado en mí, un lado más rebelde, perverso
. Baba es mi yo secreto. Me recuerda un poco a ese personaje de un libro español que adoro, La Celestina”.
El libro fue un escándalo en su país, y el párroco de su aldea quemó tres ejemplares en la plaza pública. O’Brien se enfrentó a una persecución en toda regla, señalada por todos sus paisanos como enemiga de Irlanda y una escritora escandalosa.
 “En Irlanda había una censura terrible, todo era malo. Los católicos irlandeses han sido tremendos
. Peores que los italianos, españoles o portugueses. El catolicismo lo impregnaba todo, y lo censuraba todo”. No parece que la España de los años cuarenta fuera mucho más liberal, pero O’Brien está convencida de que el clima soleado aporta un poco más de liberalidad.
“En la Irlanda de entonces, todo era pecado. Había una vigilancia constante
. El cuerpo era para ellos, y eso incluye a mi madre, una ocasión de pecado”. Su madre, que antes de casarse había trabajado como empleada doméstica de una rica familia en Nueva York, consideraba la escritura como un camino de perdición.
 Aún así, O’Brien está convencida de haber heredado de ella sus dotes literarias.
“Era una escritora oral nata”, dice.
Una mujer de carácter fuerte, devota católica y autoritaria que sabía contar historias, y que dejó en su hija menor una huella profunda. “La influencia de los padres es enorme, aunque se esté en desacuerdo con ellos”.
Las chicas de campo se convirtió en la primera entrega de una trilogía completada en los años ochenta, con The lonely girl y Girls in their married bliss (que pronto serán publicadas en español por Errata Naturae). “The lonely girl causó un furor peor”, recuerda la escritora, que se vio solicitada pronto por los productores de Hollywood. O’Brien, autora de una obra dramática sobre Virginia Woolf, escribió guiones y colaboró en la adaptación a la pantalla de alguna de sus obras.
 Eso le permitió tratar a estrellas como Robert Mitchum o Marlon Brando, a Claire Bloom y a través de ella al propio Philip Roth.
Pese a la libertad que encontró en Londres, el país y sus críticos literarios tampoco la acogieron con los brazos abiertos. “Los británicos han sido duros conmigo”, se queja
. Quizás no tanto por sus relatos iniciales como por algunas tomas de postura, como la que puso de manifiesto en el perfil de Gerry Adams que escribió en los noventa para The New York Times, cuando se anunciaba ya la paz en Irlanda del Norte
. Tampoco fue bien recibida su novela House of splendid isolation. “Escribí este libro porque quería que la gente en Irlanda, en Inglaterra y en Estados Unidos se diera cuenta de que no era solo el IRA el enemigo, sino que en esa guerra había cuatro grupos paramilitares protestantes y estaba el ejército británico además”.
O’Brien, que escapó en su juventud de los rigores del catolicismo, sigue en desacuerdo con la Iglesia católica. “Hay muchas cosas, encíclicas, y enseñanzas, que no me gustan, pero es que el Vaticano tiene que ver más con el poder político, con el adoctrinamiento, que con la religión”. Lo cual no impide que siga siendo una creyente atípica. “A veces voy a misa.
 Me gusta la música en la Iglesia como a Joyce”, dice.
 Y nunca ha perdido la costumbre de rezar. “Rezar es bueno. Al menos no estás maldiciendo a nadie, ni odiando a nadie, ni ofendiendo a nadie. En el rezo hay sinceridad”.

 

Cuernos

¿Cómo es la infidelidad en la España del siglo XXI? ¿Qué es más complicado, perdonar o pedir perdón? Por favor, opine ust

ed...


Usted y yo sabemos que su problema no son las mujeres, ni siquiera cuando se siente como un viejo coche en desguace, poquita cosa, un mal negocio
. A pesar de ello, es probable que alguna vez haya sido acusado con una ristra de tópicos que van desde egoísta, poco empático, inmaduro o frío, hasta cabrón... un mindundi.
 Puede incluso que le hayan soltado aquello del síndrome de Peter Pan, de que si es fóbico al compromiso o incapaz de expresar sus sentimientos y ponerle nombre a las emociones
. Acaso una noche de verano le reprobaron que en lugar de contemplar la luna desde el velador –“una luna que parecía que tuviera cara”, en palabras de ella­– usted estuviera arreglando un transformador o haciendo un backup al portátil.
 Existe la posibilidad de que en alguna riña acerada, cuando el malestar se desparrama por el sofá y los días se suceden en silencio, ella dejara caer la expresión “maltrato psicológico”, a usted le saltaran todas las alarmas, confundido, extraño a todo
. También podría darse el caso de que, justo antes del partido, le rogara una palabra: “di algo, por favor”, y usted sintiera nacer una náusea en la boca del estómago, y fuera a por un whisky a fin de poder callar mejor. Más tarde, en un instante fugaz, mientras le revuelve el pelo en el abrazo siempre nuevo de la reconciliación, quizás regrese la náusea de la impostura, prometiéndose íntimamente, como un adicto, que será la última vez. Porque aquella que estrecha entre sus brazos es su columna griega, el aliento que le empuja a levantarse cada día para hacer el café, la que le acompaña, muy especialmente los domingos por la tarde, a esa hora en que todo parece perdido.
Hasta que un día ella parece otra.
 Y usted le espía el gmail: “mi problema no son dos hombres, soy yo”, lee.
 “Uno es el árbol que me sostiene cada vez que voy a caerme.
 Con esa manera tan ciega de creer en mí. Pero de quien incluso sus infidelidades me aburren.
 Y el otro es mi droga, mi dieta y mi verso.
 Me siento culpable, y no soporto el peso en la nuca al pensar que mis hijos no tendrán recuerdos de sus padres juntos.
 Solo fotos”. Y entonces a usted le corresponde resolver el asunto de la infidelidad y la hombría.
 Lo que toca es preguntarse qué ha hecho mal, sentir que ha apuñalado el futuro...
Reconocer que en su vida, llena de castillos al aire, solo ella se alzaba como su única torre
. Interrogarse acerca de la improbable pureza de los sentimientos, de cómo la vida se complica al madurar, de la mancha de humedad tras el cuadro que casi todas las familias esconden.
Pero ahora mismo está verdaderamente sorprendido.
Y lejos de cualquier otra obviedad, se excita.
La imagina rodando piel con piel con sus mejores bragas
. El otro. Su droga, su dieta, su verso. Y extenuado, piensa que no le será difícil perdonarla.
 Que la igualdad también es eso.

 

José Fernando lo canta todo

El hijo adoptivo del diestro José Ortega Cano y y Rocío Jurado está en la cárcel por dar una paliza y robar un coche tras vivir muy deprisa. Tenía antecedentes: una denuncia por hurto y tres por tenencia y consumo de drogas.

José Fernando Ortega, hijo de Ortega Cano y Rocío Jurado. / EUROPA PRESS

El niño que Rocío Jurado adoptó con seis años es ya un hombre.
 Si viviera, la gran artista estaría sufriendo un calvario. Porque José Fernando Ortega Mohedano, que el 17 de junio cumplió 20 años, lleva un 2013 que sin duda ha llenado de sufrimiento a su padre, el torero José Ortega Cano.
 El joven está desde la medianoche del jueves en la prisión de Sevilla I por pegarle una paliza a un hombre en la puerta de un prostíbulo y robarle su Audi 3, un coche al que le metió fuego después de estrellarlo. Cuando lo interrogaron, José Fernando lo confesó todo, para sorpresa de los guardias civiles que ya sabían de sus andanzas.
 Desde abril ha acumulado tres denuncias por tenencia y consumo de drogas y otra por el hurto de un teléfono móvil en un coche en Castilleja de la Cuesta (Sevilla).
 Nada en comparación con lo que pasó la madrugada del 2 de noviembre. Mal asunto.
La peor noche de José Fernando Ortega comienza a las seis de la mañana del 2 de noviembre. La Guardia Civil de Castilleja acude a la gasolinera Europa 1 a atender a un hombre, herido y perjudicado por algún consumo.
 José V. A., de 29 años, que tenía herida la palma de la mano izquierda y golpes en el cuello, les cuenta que cuatro chavales que llegaron en un coche blanco al aparcamiento de El Rey 2000 (un prostíbulo mitad de carretera, mitad de polígono, pintado de color rosa, tirando a vino) le habían golpeado sin venir a cuento y le habían desvalijado
. Al día siguiente, ya sereno, la víctima precisa en su declaración escrita que entre los cuatro asaltantes que le zurraron y quitaron las tarjetas de crédito, dos móviles, las llaves de su casa y de su coche (y el coche claro) estaba “el hijo de Ortega Cano”.
Los guardias fueron a El Rey 2000 (que en su página web proclama: “El mejor lugar para satisfacer sus deseos”). El encargado les contó que dentro no había habido trifulca alguna y que, sin duda, entre los asaltantes estaba “el hijo de Ortega Cano”, al que ya conocían por sus visitas al local y porque en la zona es bien conocido
. La Yerbabuena, la finca que fue propiedad de Ortega Cano, está en Castilblanco de los Arroyos, a media hora de coche del club.
El día 4 apareció el coche en Almadén de la Plata
. Irreconocible: sin placas de matrícula y achicharrado. La víctima, sin embargo, lo reconoció porque en el maletero estaban, casi intactas, sus dos raquetas de pádel.
 Mal asunto. Los guardias del puesto de Castilleja fueron a por el chaval a Castilblanco
. La cosa empezó mal. El joven llevaba encima tres papelinas de cocaína y 500 euros.
 Según fuentes del instituto armado, reconoció todo.
 Él pegó, él robó, él condujo el coche robado (sin carné), él lo estrelló y él le pegó fuego.
 Él y dos de sus colegas de Castilblanco, Isaac F. C, de 23 años, y Francisco S. C., de 19.
 Los dos han sido definidos por las fuentes como “chorizos de pueblo”, tirando a lo que en Sevilla se define como canis.
 Los dos tenían ya problemas con la justicia.
 Debían de presentarse cada 15 días en un juzgado.
 Mal asunto. Falta un tercero implicado en la paliza.
José Fernando fue conducido al Juzgado de Instrucción número 5 de Sevilla.
 La titular, María Antonia García, ya conocía el historial del hijo de Ortega Cano, que el 14 de septiembre fue denunciado por el robo de un móvil y que la Guardia Civil lo había pillado y denunciado el 27 y 29 de abril y el 21 de mayo por tenencia y consumo público de drogas (cocaína y porros) en Burguillos, Sevilla y Camas, respectivamente. José Fernando, que rechazó inicialmente tener abogado, no fue exactamente ejemplar ante la juez. Incluso parecía estar perjudicado, según algunas fuentes.
Otras precisan que estuvo “vacilón” en su declaración.
 Los guardias civiles consultados en Sevilla lo explicaron así: “Lo que pasa es que al niño le falta una marea [un hervor, madurez]“.
La juez García ha sido contundente: José Fernando, Isaac y Francisco ya han pasado una noche en prisión, adonde los ha mandado por robo con violencia, robo de uso de vehículo a motor, daños intencionados, reyerta mutuamente consentida, un delito de lesiones y otro contra la seguridad vial.
Al niño que Ortega Cano y Rocío Jurado adoptaron con seis años, le pueden caer de dos a siete años de prisión.
 Mal asunto, sobre todo para un padre y, más aún, para el torero, a quien hace siete meses lo condenaron a dos años de cárcel por matar, el 28 de mayo de 2011, a Carlos Parra en un accidente de tráfico en una de las carreteras que merodeaba su hijo.
Mal asunto.

 

Cría pijos................Luz Sánchez-Mellado

Porque no coinciden mucho por Sotheby’s, que si no Tita Cervera e Isabel Pantoja podían pasar sus buenos ratos hablando de los niños.

Chabelita. / JUAN ALONSO (CORDON)

A veces, cuando estoy en modo encefalograma plano en un atasco, antes de coger el sueño, o sentadita donde yo te diga esperando a que se obre el milagro, me asalta una duda metafísica: ¿qué estará haciendo ahora mismo el Papa Emérito? Sí, mujer, Joseph Ratzinger, Benedicto XVI para los siglos.
 Ese sumo pontífice con pinta de abuela de Caperucita que sacó del armario todos los tocados de sus ancestros para no coger frío en la tonsura y, de paso, ir conjuntado de arriba abajo mientras condenaba a todos los gais del globo menos a los de su lobby interno.
 Sí, tonta: ese santo varón al que se cargaron los cuervos que había criado a sus pechos, como a todo patrón desde que Judas vendió a Cristo.
 Que sí, pesada, el que se retiró del mundanal ruido con su secretario, Georg Gänswein, el obispo más macizo desde el pájaro espino, así también dejo yo el curro y me entierro en vida.
Pues bien, ignoro cómo mata el tiempo Su Ex Santidad Benedicto enclaustrado con su apóstol y las cuatro seglares que les arrullan.
 Pero lo que hay que reconocerle es que no da un ruido ni sermonea a su heredero, el Papaflauta Francisco, pese a que apuesto a que opina que el porteño le ha salido más rana que Urdangarin a la Corona. Un tipo discreto, el Papa Jubilata.
 Lo suyo ha sido desaparecer del mapa, y no lo de los expresidentes Aznar y González, que no paran de dar la brasa, enmendarles la plana y cuestionar el liderazgo de sus delfines Rajoy y Rubalcaba.
Pues eso, que iba yo el jueves en modo piloto automático por la M-40, reflexionando sobre la problemática de las relaciones paterno filiales, cuando salta la radio con que han detenido a José Fernando, el hijo adoptivo de Ortega Cano, por agredir y robarle el coche a un pollo a la salida de un prostíbulo.
 Lo vi cristalino: cría pijos en cautividad, y te saldrán canis o chonis dependiendo del género.
 Una jaula es una jaula, se llame Vaticano, Yerbabuena, Cantora o Villa Favorita.
Y la cabra tira al monte por mucho lazo que le pongan desde la cuna.
Acuérdense de Carmen Thyssen ex-Cervera y su idolatrado hijo Borja Ídem.
 Pobre Tita: toda la vida educando al niño entre caravaggios y pisarros vestidito de capitán de yate, para que se le cruzara un día una tal Blanca Cuesta con unos shorts a ras de pelvis y torciera el rumbo de esa lumbrera para los restos
. Desde entonces, la baronesa no levanta cabeza, y Borja solo pisa el museo para intentar levantarle la herencia en vida.
Porque no coinciden mucho por Sotheby’s, que si no Tita e Isabel Pantoja podían pasar sus buenos ratos hablando de los niños porque, con todo respeto para la copla, el circo y las personas de talla baja, a la tonadillera también le crecen los enanos.
 Primero fue Kiko, el primogénito, ese cráneo privilegiado vilipendiado por una legión de lagartonas que solo le valoran por su físico y su apellido.
 Y ahora, la benjamina, Chabelita, la de los ojitos pixelados hasta que nos enteramos a la vez de que cumplía 18 añitos y cinco meses de embarazo de un ni-ni jerezano.
Dicen las revistas que es un plan de la niña para cambiar el yugo materno por el yugo que yo te diga.
 Yo ni entro ni salgo. Lo que te digo es que mi tesis no entiende de sexos, razas ni clases.
Y si no, mira a Froilán petándolo en Joy Eslava.
Y mira que mala suerte la de La Pantoja eso de dientes dientes le viene muy bien a Chabelita que siendo adoptada es fea como una noche de Truenos.....¿Qué tendrá la Pantoja a parte de estar condenada por lo que hizo con Julian Muñoz? Es un claro ejemplo para sus hijos.