19 oct 2013
Jane y Serge, en familia
Serge Gainsbourg terminaba un romance turbulento con Brigitte Bardot. Jane Birkin escondía un fuerte carácter. El hermano de la modelo retrató de los momentos más íntimos de la pareja.
Esta es la historia del feliz triángulo que a finales de los años
sesenta formaron una de las parejas más idolatradas de la historia del
pop, Jane Birkin y Serge Gainsbourg, y el hermano de la inglesa, Andrew
Birkin, joven testigo con su cámara de los mejores días de aquel
mitificado matrimonio.
Un libro, Jane & Serge. A family album (Taschen), atestigua el idilio conyugal y fraternal y muestra la cara más familiar de una pareja que, más allá de los gemidos del Je t’aime… moi non plus, también fue normal.
Fotografías en su mayoría inéditas, en las que la pareja aparece retratada junto a Kate, hija mayor de Birkin; Nana, el bull terrier de Gainsbourg, y Charlotte, la hija de ambos.
Postales de viajes, de comidas, de niños y paraísos perdidos de una época joven y luminosa.
La mayoría de los negativos y fotografías que ahora se publican estaban guardados en cajas, dispersas por el natural desorden de los años: mudanzas, parejas, hijos… Alison Castle, editora de The Stanley Kubrick archives (Taschen), conocía el material de Andrew Birkin, fotógrafo, cineasta, biógrafo de J. M. Barrie y ayudante en su juventud del director de 2001. “Animado por Alison, pensé que quizá era buena idea poner orden a mis viejas cajas. A Jane le hacía ilusión mostrar una cara desconocida de Serge”, explica Birkin.
De los 1.000 negativos originales quedó una primera selección de 150. En la criba final participó toda la familia, hasta llegar a las 40 imágenes definitivas.
“Aquellos fueron años fundamentales para mi formación, yo tenía 21 años, y Jane [un año menor] y yo siempre andábamos juntos.
Era 1968, ella se separó de John [Barry, compositor y padre de su hija Kate] y vino a Almería a verme y descansar.
Almería era entonces un lugar muy divertido, podían coincidir hasta cinco rodajes a la vez. Yo salía con Mónica, una chica que hacía de doble de Brigitte Bardot en otra película que se rodaba allí. Curiosamente, Bardot estaba rompiendo con Gainsbourg”, recuerda.
Birkin y Gainsbourg se conocieron pocos meses después en el rodaje de
Slogan en París
. La actriz volvía cada noche al apartamento que compartía con su hermano quejándose de su nuevo compañero de reparto, ególatra y feo. “Un hombre horrible, me decía.
Pero siempre hablaba de él.
Y ya se sabe The lady doth protest too much, methink”, dice echando mano de Hamlet para explicar el popular Excusatio non petita, accusatio manifesta.
Gainsbourg, amante de la provocación, hacía de la incorrección su carta de presentación, y de los tabús, una provechosa fuente de inspiración.
Un seductor atrapado entre el alcohol y el espejo
. Su casa parisiense de la Rue Verneuil (desde este mismo otoño convertida en casa-museo abierta al público en reducidas vistas guiadas) se había transformado en un mausoleo dedicado a su ex, BB, pero Birkin (una mujer segura y fuerte pese a su juventud y su aspecto aniñado) logró que el cantante de La javanaise pasara página, olvidara a la protagonista de algunos de sus grandes temas (The initials BB, Bonnie & Clyde) para abrir un nuevo capítulo.
Si la Bardot se había negado a grabar con él su famosa canción-orgasmo, ella estaba dispuesta a seguirle el juego hasta el final.
“No sé por qué era una pareja tan magnética, pero lo era
. Es fácil atribuirlo al factor La bella y la bestia, pero sería injusto porque él era un hombre guapo de una manera rara.
Estar junto a Jane enfatizaba sus rasgos y a él le gustaba porque era un exhibicionista de su fealdad. Ante la cámara, ella siempre ha sido muy natural. Mientras que Serge cambiaba.
Supongo que se equilibraban”.
De aquellos años hay una anécdota muy especial que, curiosamente, ocurrió en Madrid
. La pareja, el hermano de Birkin y el actor Gérard Depardieu se hospedaban en un hotel del centro de la ciudad. Salieron a cenar y al volver, tarde y bebidos, repararon en que Nana, el adorado bull terrier de Gainsbourg, había desaparecido
. La mala fama de España en lo que a derechos de animales se refiere volvió loco al cantante, que empezó a aporrear en las puertas de las otras habitaciones.
Se formó una tangana que acabó con Depardieu encima de un turista americano y su esposa gritando. Nana no apareció. El perro era igual que el del matón Bill Sikes en Oliver Twist y a Andrew Birkin le gustaba especialmente retratarlo junto a su amo, la conexión era especial.
“Son mis retratos favoritos de Serge. Él pensaba que Nana y él se parecían. No paró de buscarla, hasta salió en un programa de televisión hablando de su perro. Al cabo de un mes, una española le escribió. Nana estaba viva, la habían encontrado y entregado a una perrera.
Lo más increíble de la historia es que Serge jamás perdió la fe. Y fue el único. Estaba seguro de que volvería a encontrarla. Jane y él volvieron triunfales a Madrid”.
El libro ‘Jane & Serge. A family album’, de Andrew Birkin (Taschen), se publica este mes.
Un libro, Jane & Serge. A family album (Taschen), atestigua el idilio conyugal y fraternal y muestra la cara más familiar de una pareja que, más allá de los gemidos del Je t’aime… moi non plus, también fue normal.
Fotografías en su mayoría inéditas, en las que la pareja aparece retratada junto a Kate, hija mayor de Birkin; Nana, el bull terrier de Gainsbourg, y Charlotte, la hija de ambos.
Postales de viajes, de comidas, de niños y paraísos perdidos de una época joven y luminosa.
La mayoría de los negativos y fotografías que ahora se publican estaban guardados en cajas, dispersas por el natural desorden de los años: mudanzas, parejas, hijos… Alison Castle, editora de The Stanley Kubrick archives (Taschen), conocía el material de Andrew Birkin, fotógrafo, cineasta, biógrafo de J. M. Barrie y ayudante en su juventud del director de 2001. “Animado por Alison, pensé que quizá era buena idea poner orden a mis viejas cajas. A Jane le hacía ilusión mostrar una cara desconocida de Serge”, explica Birkin.
De los 1.000 negativos originales quedó una primera selección de 150. En la criba final participó toda la familia, hasta llegar a las 40 imágenes definitivas.
“Aquellos fueron años fundamentales para mi formación, yo tenía 21 años, y Jane [un año menor] y yo siempre andábamos juntos.
Era 1968, ella se separó de John [Barry, compositor y padre de su hija Kate] y vino a Almería a verme y descansar.
Almería era entonces un lugar muy divertido, podían coincidir hasta cinco rodajes a la vez. Yo salía con Mónica, una chica que hacía de doble de Brigitte Bardot en otra película que se rodaba allí. Curiosamente, Bardot estaba rompiendo con Gainsbourg”, recuerda.
“no sé por qué era una pareja tan
magnética, pero lo cierto es que lo era”, explica el hermano de jane birkin
. La actriz volvía cada noche al apartamento que compartía con su hermano quejándose de su nuevo compañero de reparto, ególatra y feo. “Un hombre horrible, me decía.
Pero siempre hablaba de él.
Y ya se sabe The lady doth protest too much, methink”, dice echando mano de Hamlet para explicar el popular Excusatio non petita, accusatio manifesta.
Gainsbourg, amante de la provocación, hacía de la incorrección su carta de presentación, y de los tabús, una provechosa fuente de inspiración.
Un seductor atrapado entre el alcohol y el espejo
. Su casa parisiense de la Rue Verneuil (desde este mismo otoño convertida en casa-museo abierta al público en reducidas vistas guiadas) se había transformado en un mausoleo dedicado a su ex, BB, pero Birkin (una mujer segura y fuerte pese a su juventud y su aspecto aniñado) logró que el cantante de La javanaise pasara página, olvidara a la protagonista de algunos de sus grandes temas (The initials BB, Bonnie & Clyde) para abrir un nuevo capítulo.
Si la Bardot se había negado a grabar con él su famosa canción-orgasmo, ella estaba dispuesta a seguirle el juego hasta el final.
“No sé por qué era una pareja tan magnética, pero lo era
. Es fácil atribuirlo al factor La bella y la bestia, pero sería injusto porque él era un hombre guapo de una manera rara.
Estar junto a Jane enfatizaba sus rasgos y a él le gustaba porque era un exhibicionista de su fealdad. Ante la cámara, ella siempre ha sido muy natural. Mientras que Serge cambiaba.
Supongo que se equilibraban”.
De aquellos años hay una anécdota muy especial que, curiosamente, ocurrió en Madrid
. La pareja, el hermano de Birkin y el actor Gérard Depardieu se hospedaban en un hotel del centro de la ciudad. Salieron a cenar y al volver, tarde y bebidos, repararon en que Nana, el adorado bull terrier de Gainsbourg, había desaparecido
. La mala fama de España en lo que a derechos de animales se refiere volvió loco al cantante, que empezó a aporrear en las puertas de las otras habitaciones.
Se formó una tangana que acabó con Depardieu encima de un turista americano y su esposa gritando. Nana no apareció. El perro era igual que el del matón Bill Sikes en Oliver Twist y a Andrew Birkin le gustaba especialmente retratarlo junto a su amo, la conexión era especial.
“Son mis retratos favoritos de Serge. Él pensaba que Nana y él se parecían. No paró de buscarla, hasta salió en un programa de televisión hablando de su perro. Al cabo de un mes, una española le escribió. Nana estaba viva, la habían encontrado y entregado a una perrera.
Lo más increíble de la historia es que Serge jamás perdió la fe. Y fue el único. Estaba seguro de que volvería a encontrarla. Jane y él volvieron triunfales a Madrid”.
El libro ‘Jane & Serge. A family album’, de Andrew Birkin (Taschen), se publica este mes.
Una pequeña oración de Burt Bacharach
El compositor más elegante de los años sesenta se retrata en su autobiografía como un hombre magnético que flirteó a la vez con el poder y las mujeres.
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Con 85 años y todo tipo de honores, Burt Bacharach ya no busca hacer amigos.
Su autobiografía, Anyone who had a heart (HarperCollins), comienza con una frase que se atragantará a cualquiera que recuerde los sesenta:
“Llevaba unos nueve meses casado con Angie Dickinson cuando empecé a pensar en divorciarme”. Glup. En 1966, la monumental Angie era una de las actrices más queridas de Estados Unidos, muy superior en popularidad a su marido, sumido en el anonimato entonces reservado a los autores de canciones pop.
Sin embargo, el matrimonio duró 15 tormentosos años.
Les soldó el nacimiento de Nikki, una criatura prematura que enseguida manifestó problemas físicos y mentales
. Mientras Angie optó por desarrollar su carrera en televisión, para estar cerca de Nikki, Burt no descuidó sus giras o sus torneos de tenis amateur, ausencias que le permitían ejercer de picaflor.
En el libro, Angie acusa a Burt de presionarla para internar a Nikki en el centro psiquiátrico donde permaneció 10 años. En 2007, la desdichada se suicidó
. Fue víctima, piensan ahora, de la tardanza en identificar su dolencia, el síndrome de Asperger. Pero, insiste la actriz, no ayudó la obsesión de Burt por romper la “excesiva dependencia” entre madre e hija.
Para Angie, que no perdona, Burt es esencialmente un narcisista:
“Alguien que piensa que siempre hace lo correcto, que no acepta responsabilidad por lo que no salió como estaba planeado”.
Y nada generoso con sus compañeros de viaje. En 1970, cuando recogió dos Oscar y dos Grammy, no tuvo una sola palabra para su esposa.
Su relación más fructífera, con el letrista Hal David, se rompió tras una disputa por el reparto de beneficios del remake de Horizontes perdidos (1973), que a la postre resultó un pinchazo.
Hablamos de un hombre rico en talento y —importante— con extraordinario magnetismo para las mujeres. Elvis Costello, su socio en los noventa, evoca su capacidad para abducir al sexo opuesto: “Vas con él y de repente desapareces, dejas de existir cuando se fijan en Burt
. Ocurría lo mismo con una modelo que trabajaba de azafata en la ceremonia del Grammy, que con la reina de Suecia”.
Aparte, despertaba los impulsos maternales.
Director musical de Marlene Dietrich durante años, la alemana supervisaba estrechamente sus sucesivas novias.
Bacharach se hacía disculpar las salidas más impertinentes: prohibió que la madre de Carole Bayer Sager, tercera esposa y colaboradora creativa, acudiera a la boda; era “demasiado judía” para un judío nada devoto.
Bacharach argumenta que su necesidad de controlar deriva de demasiadas experiencias negativas en lo profesional.
En el texto, explica cómo se grabaron muchas de sus clásicas. Con su perfeccionismo, podía llegar a escuchar hasta mil veces temas para Dionne Warwick tipo Walk on by o I say a little prayer. Desdichadamente, tanta minuciosidad no era recompensada: eran editados por discográficas pequeñas que pagaban tarde, mal o nunca.
Sí, tenía acceso al mundo de los poderosos pero debió apechugar con situaciones embarazosas. En 1985, invitado a actuar en la Casa Blanca, se encontró con un piano que le obligaba a dar la espalda al público y que ¡no sonaba!
Se arregló, pero el anfitrión, Ronald Reagan, se durmió durante su recital
. En Filipinas, la primera dama, Imelda Marcos, le convirtió en el animador de una cena: se empeñó en que tocara melodías (¡y no las suyas!) para que ella demostrara lo mal que cantaba.
Le salvaba su aplomo y, confiesa, los porros de marihuana que, incluso en el palacio presidencial de Manila, aparecían milagrosamente.
También le ayudó la capacidad para desconectar de la música.
Tras el tenis, eligió un hobby muy oneroso: los caballos de carrera.
Después de unos triunfos iniciales, le tocó sufrir: “Los caballos lentos comen tanto como los rápidos, y yo llegué a tener 32 en mi cuadra”.
Siempre positivista, extrajo enseñanzas
: “Los habituales de los hipódromos se enfrentan a las decepciones a lo largo de toda su vida”.
En su oficio, lo tradujo como la certeza de que, tras un periodo dorado, todo se enfría: los años baldíos.
Sin embargo, han venido a su rescate desde los rincones más inesperados.
El disco debut de Oasis, Definitively maybe (1994), tenía en primer plano un retrato de Bacharach: Noel Gallagher era un fan. Llegaron luego las apariciones en las populares películas de Austin Powers, que parodiaban las primeras entregas de la saga de James Bond.
El emparejamiento artístico con Elvis Costello hizo ver al mundo musical que conservaba su gusto por ritmos atípicos, melodías imaginativas, arreglos satinados
. En los últimos años, con un catálogo de canciones económicamente vivo, Burt se permite hacer discos por capricho. En 2003, sacó Isley meets Bacharach: Here I am, con Ronald Isley acariciando sus éxitos.
Para el siguiente, At this time (2005), llamó incluso al chico prodigio del momento, Rufus Wainwright. Sí, sí: en la tercera edad es cuando Burt ha apreciado las ventajas de lucir cool.
También ha surgido un Bacharach comprometido, implicado en las elecciones presidenciales por las odiosas políticas de George W. Bush. En 2011, junto a Hal David, le concedieron el Premio Gershwin, que otorga la Biblioteca del Congreso. Barack Obama les piropeó:
“Ellos atraparon las emociones de nuestra vida diaria: los buenos momentos, los malos momentos y todo lo que hay entre medio”.
Siempre ágil para reconocer una oportunidad, Burt aprovechó para ofrecerle grabar un disco. Obama se sonrió y su invitado le insistió que iba en serio: “Usted lo podría hacer bien”.
Su autobiografía, Anyone who had a heart (HarperCollins), comienza con una frase que se atragantará a cualquiera que recuerde los sesenta:
“Llevaba unos nueve meses casado con Angie Dickinson cuando empecé a pensar en divorciarme”. Glup. En 1966, la monumental Angie era una de las actrices más queridas de Estados Unidos, muy superior en popularidad a su marido, sumido en el anonimato entonces reservado a los autores de canciones pop.
Sin embargo, el matrimonio duró 15 tormentosos años.
Les soldó el nacimiento de Nikki, una criatura prematura que enseguida manifestó problemas físicos y mentales
. Mientras Angie optó por desarrollar su carrera en televisión, para estar cerca de Nikki, Burt no descuidó sus giras o sus torneos de tenis amateur, ausencias que le permitían ejercer de picaflor.
En el libro, Angie acusa a Burt de presionarla para internar a Nikki en el centro psiquiátrico donde permaneció 10 años. En 2007, la desdichada se suicidó
. Fue víctima, piensan ahora, de la tardanza en identificar su dolencia, el síndrome de Asperger. Pero, insiste la actriz, no ayudó la obsesión de Burt por romper la “excesiva dependencia” entre madre e hija.
Para Angie, que no perdona, Burt es esencialmente un narcisista:
“Alguien que piensa que siempre hace lo correcto, que no acepta responsabilidad por lo que no salió como estaba planeado”.
Y nada generoso con sus compañeros de viaje. En 1970, cuando recogió dos Oscar y dos Grammy, no tuvo una sola palabra para su esposa.
Su relación más fructífera, con el letrista Hal David, se rompió tras una disputa por el reparto de beneficios del remake de Horizontes perdidos (1973), que a la postre resultó un pinchazo.
Hablamos de un hombre rico en talento y —importante— con extraordinario magnetismo para las mujeres. Elvis Costello, su socio en los noventa, evoca su capacidad para abducir al sexo opuesto: “Vas con él y de repente desapareces, dejas de existir cuando se fijan en Burt
. Ocurría lo mismo con una modelo que trabajaba de azafata en la ceremonia del Grammy, que con la reina de Suecia”.
Aparte, despertaba los impulsos maternales.
Director musical de Marlene Dietrich durante años, la alemana supervisaba estrechamente sus sucesivas novias.
Bacharach se hacía disculpar las salidas más impertinentes: prohibió que la madre de Carole Bayer Sager, tercera esposa y colaboradora creativa, acudiera a la boda; era “demasiado judía” para un judío nada devoto.
Bacharach argumenta que su necesidad de controlar deriva de demasiadas experiencias negativas en lo profesional.
En el texto, explica cómo se grabaron muchas de sus clásicas. Con su perfeccionismo, podía llegar a escuchar hasta mil veces temas para Dionne Warwick tipo Walk on by o I say a little prayer. Desdichadamente, tanta minuciosidad no era recompensada: eran editados por discográficas pequeñas que pagaban tarde, mal o nunca.
Sí, tenía acceso al mundo de los poderosos pero debió apechugar con situaciones embarazosas. En 1985, invitado a actuar en la Casa Blanca, se encontró con un piano que le obligaba a dar la espalda al público y que ¡no sonaba!
Se arregló, pero el anfitrión, Ronald Reagan, se durmió durante su recital
. En Filipinas, la primera dama, Imelda Marcos, le convirtió en el animador de una cena: se empeñó en que tocara melodías (¡y no las suyas!) para que ella demostrara lo mal que cantaba.
Le salvaba su aplomo y, confiesa, los porros de marihuana que, incluso en el palacio presidencial de Manila, aparecían milagrosamente.
También le ayudó la capacidad para desconectar de la música.
Tras el tenis, eligió un hobby muy oneroso: los caballos de carrera.
Después de unos triunfos iniciales, le tocó sufrir: “Los caballos lentos comen tanto como los rápidos, y yo llegué a tener 32 en mi cuadra”.
Siempre positivista, extrajo enseñanzas
: “Los habituales de los hipódromos se enfrentan a las decepciones a lo largo de toda su vida”.
En su oficio, lo tradujo como la certeza de que, tras un periodo dorado, todo se enfría: los años baldíos.
Sin embargo, han venido a su rescate desde los rincones más inesperados.
El disco debut de Oasis, Definitively maybe (1994), tenía en primer plano un retrato de Bacharach: Noel Gallagher era un fan. Llegaron luego las apariciones en las populares películas de Austin Powers, que parodiaban las primeras entregas de la saga de James Bond.
El emparejamiento artístico con Elvis Costello hizo ver al mundo musical que conservaba su gusto por ritmos atípicos, melodías imaginativas, arreglos satinados
. En los últimos años, con un catálogo de canciones económicamente vivo, Burt se permite hacer discos por capricho. En 2003, sacó Isley meets Bacharach: Here I am, con Ronald Isley acariciando sus éxitos.
Para el siguiente, At this time (2005), llamó incluso al chico prodigio del momento, Rufus Wainwright. Sí, sí: en la tercera edad es cuando Burt ha apreciado las ventajas de lucir cool.
También ha surgido un Bacharach comprometido, implicado en las elecciones presidenciales por las odiosas políticas de George W. Bush. En 2011, junto a Hal David, le concedieron el Premio Gershwin, que otorga la Biblioteca del Congreso. Barack Obama les piropeó:
“Ellos atraparon las emociones de nuestra vida diaria: los buenos momentos, los malos momentos y todo lo que hay entre medio”.
Siempre ágil para reconocer una oportunidad, Burt aprovechó para ofrecerle grabar un disco. Obama se sonrió y su invitado le insistió que iba en serio: “Usted lo podría hacer bien”.
Heridas que no cierran.....................Boris Izaguirre
Si los daños entre la familia Rivera Ordóñez y Pantoja no han cicatrizado, el de Bárcenas no deja de sangrar y en la Corona sigue abierta la herida del 'caso Nóos'.
En el último pleno del Congreso de los Diputados fue inevitable no
reparar en la buena calidad de las telas y diseños de la casi mayoría
absoluta de los atuendos de sus señorías.
Ajenos a los recortes y a las modas que vienen y van, como reyes del glam, nuestros elegidos se lanzaban fraudes y modelos autonómicos a la cabeza con malas caras y gestos disonantes, pero perfectamente cubiertos por paños calientes y buenas pieles. Rajoy escogió un traje de incierto verde, un guiño al musgo gallego que crece feliz jugando con el tiempo
. Duran, un dandi conservador, prefirió el cromatismo mediterráneo, entreviendo destellos amarillos en su corbata y un alarmante azulón en su traje. Rubalcaba, aferrado al navy blue de la misma manera que lo está al timón del Titanic en que se ha convertido su partido.
La vicepresidenta Soraya, en negro, que durante siglos ha sido el color rural de diario y de campanario. Quedó demostrado que, como clase, nuestros políticos se ven bien y casi como ricos de toda la vida.
En un rico almuerzo macrobiótico en el hotel Ritz de Madrid se habló copiosamente de que si se hicieran elecciones en Francia ahora mismo, ganaría la familia Le Pen.
Un tema de peor digestión que el refinado bacalao sin sal del menú.
“Francia puede darnos un susto porque su derecha no deja de ser una de las más ilustradas del mundo”, explicaba un conocido socialdemócrata.
“Estamos en una época donde cualquiera con discurso populista se lo lleva de calle”, reaccionó otra comensal, que de paso también criticó la comida macrobiótica (“Está contra el tomate y la harina, la dieta mediterránea no debería permitirlo”, manifestó).
Muchos de los presentes coincidieron en que ese nuevo líder, ese hombre que puede cambiar la crisis a base de grueso populismo, no podría ser Aznar, pero sí Kiko Rivera.
El heredero varón de Pantoja ha regresado a la primera plana con eso que tanto nos remueve y hace sudar el traje: la familia y sus conflictos.
Se presenta como padre fastidiado por la custodia compartida y porque su excompañera quiera trasladarse con su hijo al País Vasco
. Insistimos en que escuchar al nieto de la reina de la copla expresarse en euskera haría muchísimo por la unidad española.
Rivera tiene otro órdago importante, resolver por fin “el conflicto de los conflictos”: ¿dónde están esos objetos personales de Paquirri que los hijos guapos, léase Cayetano y Francisco, reclaman a su viuda?
Al parecer, esta colección de bienes “de escaso valor material, pero altísimo poder sentimental”, como un deseo independentista, fue sustraída el mismo día del entierro del diestro, en 1984.
¡Han pasado 30 años y España sigue sin cerrar ese capítulo de su historia! Un caporal de Cantora, ese Camelot soleado y problemático, ha descrito que el hurto pudiera haber sido ejecutado por un miembro de la familia del finado.
Entre lo robado estaría la capilla portátil del torero, un grial lleno de imágenes y estampitas como brillos hay en un vestido de Miss Venezuela. ¿No sería esto una razón más para canonizar a Paquirri? Qué mejor que la paciencia de un santo torero para lidiar con todo esto.
Si las heridas en la familia Rivera Ordóñez y Pantoja no han cicatrizado, la herida llamada Bárcenas no hace más que sangrar
. Cospedal acudió a su juicio vestida de blanco, su color fetiche.
Con Bárcenas en la pantalla de plasma, lo impoluto de Cospedal nos hizo recordar a Sharon Stone en su escena cumbre de Instinto básico.
Solo que en Toledo no hubo cruce de piernas, sino solo de acusaciones.
Y hurgar en esa herida nos hizo pensar en otra: la que sigue abierta en la Corona por el caso Nóos.
Ha enternecido que entre los gastos de Aizoon estuviera la compra de la saga completa de Harry Potter, porque esto ha hecho que el mago y su magia no solo haya unido a padres e hijos, sino a las Administraciones públicas valenciana y balear, con el fomento de la lectura y con una de las familias más señaladas del reino
. Quizá los duques pudieran ver similitudes entre el malísimo Lord Voldemort y algún miembro de su familia real.
Puede ser que haga falta una varita mágica para localizar por fin el lugar que ocupe el Príncipe de Asturias en su espera
: ¿teniente coronel, heredero, vedette sobradamente preparada esperando salir al escenario?
En los Premios Planeta se hablaba del incidente en el desfile militar del 12 de octubre, donde un almirante cedió autoridad ante ese príncipe que es militar de menor rango
. ¡Qué lio! Pareciera que la Constitución se redactó sin que a nadie se le ocurriese que el jefe de Estado vitalicio pudiera sufrir percances de salud capaces de alterar más de un protocolo.
El deporte rey, el fútbol, también ve alterados sus protocolos por la protrusión discal del carísimo Gareth Bale.
Algo pasa con los discos y las caderas, como dirían en Otra vida para vivirla contigo, la implacable novela romántica de Eduardo Mendicutti.
¿Contrataron a un jugador por noventa millones de euros que venía con un pequeño defecto?
El Real Madrid ha declarado que es una lesión “usual” en los futbolistas.
Muchos se inquietan. ¿El seguro cubriría el problema? ¿Será Gareth un nuevo Kaká?
Por ahora solo podemos esperar a que se cierren las heridas.
Ajenos a los recortes y a las modas que vienen y van, como reyes del glam, nuestros elegidos se lanzaban fraudes y modelos autonómicos a la cabeza con malas caras y gestos disonantes, pero perfectamente cubiertos por paños calientes y buenas pieles. Rajoy escogió un traje de incierto verde, un guiño al musgo gallego que crece feliz jugando con el tiempo
. Duran, un dandi conservador, prefirió el cromatismo mediterráneo, entreviendo destellos amarillos en su corbata y un alarmante azulón en su traje. Rubalcaba, aferrado al navy blue de la misma manera que lo está al timón del Titanic en que se ha convertido su partido.
La vicepresidenta Soraya, en negro, que durante siglos ha sido el color rural de diario y de campanario. Quedó demostrado que, como clase, nuestros políticos se ven bien y casi como ricos de toda la vida.
En un rico almuerzo macrobiótico en el hotel Ritz de Madrid se habló copiosamente de que si se hicieran elecciones en Francia ahora mismo, ganaría la familia Le Pen.
Un tema de peor digestión que el refinado bacalao sin sal del menú.
“Francia puede darnos un susto porque su derecha no deja de ser una de las más ilustradas del mundo”, explicaba un conocido socialdemócrata.
“Estamos en una época donde cualquiera con discurso populista se lo lleva de calle”, reaccionó otra comensal, que de paso también criticó la comida macrobiótica (“Está contra el tomate y la harina, la dieta mediterránea no debería permitirlo”, manifestó).
Muchos de los presentes coincidieron en que ese nuevo líder, ese hombre que puede cambiar la crisis a base de grueso populismo, no podría ser Aznar, pero sí Kiko Rivera.
El heredero varón de Pantoja ha regresado a la primera plana con eso que tanto nos remueve y hace sudar el traje: la familia y sus conflictos.
Se presenta como padre fastidiado por la custodia compartida y porque su excompañera quiera trasladarse con su hijo al País Vasco
. Insistimos en que escuchar al nieto de la reina de la copla expresarse en euskera haría muchísimo por la unidad española.
Rivera tiene otro órdago importante, resolver por fin “el conflicto de los conflictos”: ¿dónde están esos objetos personales de Paquirri que los hijos guapos, léase Cayetano y Francisco, reclaman a su viuda?
Al parecer, esta colección de bienes “de escaso valor material, pero altísimo poder sentimental”, como un deseo independentista, fue sustraída el mismo día del entierro del diestro, en 1984.
¡Han pasado 30 años y España sigue sin cerrar ese capítulo de su historia! Un caporal de Cantora, ese Camelot soleado y problemático, ha descrito que el hurto pudiera haber sido ejecutado por un miembro de la familia del finado.
Entre lo robado estaría la capilla portátil del torero, un grial lleno de imágenes y estampitas como brillos hay en un vestido de Miss Venezuela. ¿No sería esto una razón más para canonizar a Paquirri? Qué mejor que la paciencia de un santo torero para lidiar con todo esto.
Si las heridas en la familia Rivera Ordóñez y Pantoja no han cicatrizado, la herida llamada Bárcenas no hace más que sangrar
. Cospedal acudió a su juicio vestida de blanco, su color fetiche.
Con Bárcenas en la pantalla de plasma, lo impoluto de Cospedal nos hizo recordar a Sharon Stone en su escena cumbre de Instinto básico.
Solo que en Toledo no hubo cruce de piernas, sino solo de acusaciones.
Y hurgar en esa herida nos hizo pensar en otra: la que sigue abierta en la Corona por el caso Nóos.
Ha enternecido que entre los gastos de Aizoon estuviera la compra de la saga completa de Harry Potter, porque esto ha hecho que el mago y su magia no solo haya unido a padres e hijos, sino a las Administraciones públicas valenciana y balear, con el fomento de la lectura y con una de las familias más señaladas del reino
. Quizá los duques pudieran ver similitudes entre el malísimo Lord Voldemort y algún miembro de su familia real.
Puede ser que haga falta una varita mágica para localizar por fin el lugar que ocupe el Príncipe de Asturias en su espera
: ¿teniente coronel, heredero, vedette sobradamente preparada esperando salir al escenario?
En los Premios Planeta se hablaba del incidente en el desfile militar del 12 de octubre, donde un almirante cedió autoridad ante ese príncipe que es militar de menor rango
. ¡Qué lio! Pareciera que la Constitución se redactó sin que a nadie se le ocurriese que el jefe de Estado vitalicio pudiera sufrir percances de salud capaces de alterar más de un protocolo.
El deporte rey, el fútbol, también ve alterados sus protocolos por la protrusión discal del carísimo Gareth Bale.
Algo pasa con los discos y las caderas, como dirían en Otra vida para vivirla contigo, la implacable novela romántica de Eduardo Mendicutti.
¿Contrataron a un jugador por noventa millones de euros que venía con un pequeño defecto?
El Real Madrid ha declarado que es una lesión “usual” en los futbolistas.
Muchos se inquietan. ¿El seguro cubriría el problema? ¿Será Gareth un nuevo Kaká?
Por ahora solo podemos esperar a que se cierren las heridas.
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