Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

29 sept 2013

“Sospecho que pudo encubrir a su esposa”, declara el padre de Basterra

Todos los conocidos de la pareja coinciden en que tenía una gran dependencia de su esposa.

 

Alfonso Basterra, en un registro, el pasado miércoles. / óscar corral

Ramón Basterra, el abuelo paterno de Asunta, confesó anoche en una entrevista en Tele 5 que no descarta que su hijo Alfonso haya encubierto a su exesposa, Rosario Porto. “Estaba enamoradísimo de ella y sospecho que pudo encubrirla en algún momento.
 Aunque esto solo es un pensamiento mío”, señaló Basterra desde su domicilio de Bilbao
. El padre, con todo, dejó claro su afecto por el hijo que hace más de dos décadas abandonó el País Vasco para establecerse en Galicia: “Cosa más cariñosa, más atenta, más sacrificada... Y la niña era su suspiro”.

La imagen que tenía el periodista Alfonso Basterra en Santiago no difiere mucho de la descripción de su padre. Se llevaba bien prácticamente con todos sus compañeros de profesión y siempre se había mostrado como un hombre afable, de aire bonachón.
Todos los conocidos de la pareja coinciden en que tenía una gran dependencia de su esposa, una mujer aparentemente de más carácter que él. Por eso resultó una sorpresa que hace un año la pareja se separase. Aunque fuese una separación un tanto atípica, porque seguían viviendo casi puerta con puerta. “Charo no cocinaba y Alfonso, como buen vasco, lo hacía muy bien, así que los tres comían casi a diario en casa del padre”, cuenta una íntima amiga de la familia.
Los allegados a la pareja coinciden también en que Basterra se volcó con su exesposa cuando esta, el pasado julio, fue hospitalizada en Santiago.
 Pocos días antes, había sucedido el episodio de la academia de música adonde la niña llegó con síntomas de haber ingerido un exceso de fármacos.
 Era el padre el que llevaba siempre a Asunta a esa clase. Rosario contó a sus amistades que el motivo de su ingreso en el hospital fue un brote de la enfermedad degenerativa que padecía (el lupus), que produce inflamaciones en las articulaciones y en diversos órganos del cuerpo.
 La abogada seguía un severo tratamiento por esta dolencia, que, según los médicos, puede producir también depresión en los pacientes.
Después de salir del hospital, según relata una persona muy cercana, Porto no regresó con la niña.
 Unos amigos que tienen una casa en las Rías Baixas convencieron a la mujer de que se fuese con ellos y allí pasó unos días de descanso, lejos de Asunta.
 A pesar de todo, según repetía aún el pasado lunes en el velatorio de su hija, desde entonces su estado anímico no había mejorado.

Las palizas de Billy el Niño

El ex inspector de policía dejó una huella imborrable en decenas de víctimas

Le recuerdan como un personaje histriónico, teatral y muy violento.

 

Billy el Niño, en 1981. / EFE

Juan Antonio González Pacheco, Billy el Niño, se empeñó en que centenares de estudiantes que pasaron por sus manos en la siniestra primera planta de la Dirección General de Seguridad, en Madrid, no le olvidaran.
 Y lo ha conseguido.
 Una legión de sus víctimas reaparecen ahora con testimonios espeluznantes, todos diferentes, pero con un siniestro nexo común: el inspector que les torturó era un violento histriónico que gozaba con el dolor que les infligió.
Treinta y siete años después de la disolución de la Brigada Político Social —policía política del franquismo—, la memoria de estas víctimas perturba la paz del exinspector de 67 años, flaco como un espárrago, que pasea por el centro de Madrid con sus zapatos clásicos embotado en impecables trajes con pañuelo y camisas de gemelos y corbata a juego.
 Billy toma el aperitivo en Lucio y se reúne a cenar con viejos colegas de la policía para recordar sus hazañas contra el FRAP, GRAPO y ETA: desde la liberación del teniente general Villaescusa hasta el rescate del retablo robado de San Miguel de Aralar
 . “Nunca se habla en estas cenas sobre a quién se le iba la mano”, asegura un comisario.
Pocas víctimas recuerdan los nombres de los agentes que les golpearon, en su mayoría funcionarios anónimos, pero el inspector González Pacheco, nacido en el seno de una humilde familia de Aldea del Cano (Cáceres), dejó su huella personal en cada interrogatorio. José Luiz Uriz, de 64 años, ex parlamentario socialista navarro, pensó que iba a morir en sus manos: “Situado justo detrás de mí, me daba fuertes golpes en la nuca mientras otro de sus compañeros decía: ‘Ten cuidado que se te va a ir la mano otra vez y te lo vas a cargar’. Y él respondía: ‘No importa, hacemos como con Ruano [estudiante muerto durante la dictadura], lo tiramos por la ventana y decimos que se quería escapar”.
Te obligaba a hacer el pato:  andar en cuclillas con las manos esposadas y descalzo. Luego te golpeaba con una porra en los pies
Luis Suárez, arquitecto urbanista, cayó en las manos de Billy el Niño hace 40 años. Tenía 24 y militaba en la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) cuando el policía y sus compañeros fueron a detenerlo en su casa del barrio madrileño de Chamartín. El interrogatorio duró tres días.
 “Era verano, hacía mucho calor y te ponían un anorak cerrado para pegarte puñetazos y dejarte menos marcas. Me hicieron hacer el pato. Tenías que andar de rodillas con las manos esposadas y los pies descalzos. Cuando llegabas a una esquina, te golpeaba con una porra en las plantas de los pies.
 Disfrutaba, lo hacía por afición. Estaba encantado de estar allí. Tenía un interés personal en que le recordaras. Le obsesionaban nuestras relaciones personales y preguntaba quién se follaba a quién
. Me decía: ‘Los trotskistas hacéis el amor libre, ¿verdad?’. Me pareció un tipo enfermizo”.
La pistola de González Pacheco estuvo muy cerca de la cabeza de muchos estudiantes, en su mayoría jóvenes comunistas a los que en los años setenta se detenía por asociación ilegal. Jesús Rodríguez Barrios, de 59 años, entonces militante de LCR y ahora profesor de Macroeconomía en la UNED, la tuvo a escasos centímetros de su sien y escuchó el sonido de sus balas. Billy le esperaba en la puerta de su casa y cuando huyó le dio el alto a golpe de disparos. “Me interrogó tres veces. Una vez sacó su arma, me encañonó y me dijo: ‘Si te pego un tiro no pasa nada’. Era muy chulo, un exhibicionista que torturaba por placer. Su apodo viene porque era de gatillo fácil y hacía ostentación de su arma”.
Algunas denuncias llegaron a los juzgados
. En 1973, una querella presentada por Enrique Aguilar Benítez de Lugo, otra de sus víctimas, logró que le impusieran una multa. Un año después, el Juzgado Municipal número 19 de Madrid le condenó a un día de arresto y una multa de 1.000 pesetas (seis euros) por una falta de malos tratos y coacciones a Francisco Lobatón, algo “inaudito” en opinión del periodista. Otros procesos se sobreseyeron al beneficiarse de la Ley de Amnistía de 1977.
Sacó su arma, me encañonó y me dijo: si te pego un tiro no pasa nada
Miguel Ángel Gómez, de 60 años y funcionario en Galicia, cayó en sus manos en varias ocasiones. “Temí por mi vida. Lo recuerdo como un sádico terrible. Nadie me ha hecho tanto daño físico en mi vida como él. Me obligaba a ponerme de rodillas y me golpeaba con una porra con auténtico odio.
 Daba muy fuerte. Algunos de los grises (antiguos agentes de la Policía Nacional) que estaban presentes no podían ocultar su malestar por lo que estaban viendo, parecían escandalizados.
 En la enfermería coincidí con Benítez de Lugo. Tenía una herida tremenda en la nalga. Me dijo que había sido Billy”.
La edad de los detenidos no frenaba a González Pacheco. Alfredo Rodríguez, de 56 años, tenía 17 cuando el policía lo arrastró tirándole del cabello. Le habían detenido por manifestarse en una jornada contra la carestía de la vida. “Quería ser el protagonista delante de sus compañeros, gritaba, gesticulaba y exageraba. Te pegaban siete u ocho, pero él siempre llevaba la voz cantante”.
En 1977, Billy el Niño fue condecorado por Rodolfo Martín Villa, entonces ministro del Interior, con la medalla de plata al mérito policial y agasajado por cien policías en una comida de desagravio por la “persecución” de la que era objeto por los medios de comunicación. Entró en la brigada antiterrorista a las órdenes de Roberto Conesa y acabó su carrera en la policía judicial. “Era uno de sus niños bonitos”, recuerda un comisario. En 1982 pasó a la situación de excedencia para trabajar como jefe de seguridad de Renault. “Discute con todo el mundo.
 Se ha vuelto más visceral y exaltado”, asegura uno de sus excompañeros.
Aqui en Canarias tuvimos a Matutes, mató a un obrero con un golpe de Kárate, lo tiraron por una loma diciendo que se mató al querer escapar hay muchos de la Secreta por cierto¿ se manifestarán por estos recortes o son funcionarios que viven como jubilatas de !ª? No hay que perder la memoria, siniestra, de que existien esos hombres que gozaban haciendo sufrir a muchachos que entonces tendríamos 20 años a lo sumo!!!

28 sept 2013

Una Película de Alex de La Iglesia



Título original
Las brujas de Zugarramurdi
Año
2013
Duración
112 min.
País
 España
Director
Álex de la Iglesia
Guión
Álex de la Iglesia, Jorge Guerricaechevarría
Música
Joan Valent
Fotografía
Kiko de la Rica
Reparto
Hugo Silva, Mario Casas, Carmen Maura, Terele Pávez, Pepón Nieto, Secun de la Rosa, Jaime Ordóñez, Carolina Bang, Gabriel Delgado, Macarena Gómez, Enrique Villén, María Barranco, Javier Botet, Manuel Tallafé, Santiago Segura, Carlos Areces, Alexandra Jiménez, Javier Manrique
Productora
Coproducción España-Francia; Enrique Cerezo P.C. / La Ferme! Productions
Género
Comedia. Fantástico. Terror | Comedia de terror. Brujería
Web Oficial
http://www.lasbrujasdezugarramurdi.es/
Sinopsis
Dos parados (Mario Casas y Hugo Silva) cometen un atraco y huyen perseguidos por la policía (Pepón Nieto y Secun de la Rosa) y por la ex mujer de uno de ellos (Macarena Gómez). Así, se adentran en los bosques impenetrables de Navarra y caen en las garras de una horda de mujeres enloquecidas que se alimentan de carne humana. (FILMAFFINITY)
Premios
2013: Festival de San Sebastián: Sección oficial de largometrajes (fuera de concurso)
Críticas

Una mujer ilustrada y cosmopolita


Rosario Porto tras el registro de su casa / ÓSCAR CORRAL

“Si las sospechas sobre Charo se confirman, yo ya no creo en el género humano”.
Una amiga íntima de la abogada Rosario Porto (Charo para los muchos que en su ciudad la trataban) y del periodista Alfonso Basterra resumía así el día de su detención, con esa mezcla de incredulidad y rabia que ha sacudido esta semana a los vecinos de Santiago, una capital autonómica de apenas 95.000 habitantes con una plácida existencia acunada por la Administración y la Universidad.
Era habitual ver a Rosario y Alfonso paseando con su hija Asunta por el Ensanche compostelano, la parte más moderna del centro de Santiago que se extiende más allá de los confines del casco viejo que rodea la catedral.
 Ella, hija única de un reconocido letrado que ejerció durante décadas como cónsul honorífico de Francia y de una catedrática de Historia del Arte especializada en el barroco, nació el 11 de julio de 1969 en un hogar culto, bien posicionado económicamente, con una tradición familiar republicana e intensas relaciones sociales
. Estudió desde niña en dos centros prestigiosos de la capital gallega —el colegio público Pío XII y el instituto Rosalía de Castro—, los mismos en los que ella y su marido matricularon a Asunta.
 Pero completó sus estudios en el extranjero y cuando enfiló la adolescencia empezó a pasar los veranos en Reino Unido y Francia para perfeccionar idiomas
. El COU lo cursó en el Yago School of Oxford y, aunque la carrera de Derecho la hizo en Santiago, en su currículum constan estancias en la Universidades de París III y Le Mans y en la London High School of Law.

Tras su periplo cosmopolita, Porto regresó a Santiago en 1996 y se puso a ejercer la abogacía en el despacho que su padre, Francisco Porto Mella, tenía en la calle de Montero Ríos, en el Ensanche, ese céntrico conglomerado de apenas una docena de calles en el que ha transcurrido la vida de la familia hasta el pasado fin de semana, cuando una pareja de jóvenes que iban de fiesta encontraron el cuerpo sin vida de la pequeña Asunta.
 Al mismo tiempo que ella empezaba a ejercer de letrada, el periodista Alfonso Basterra, nacido en Bilbao en 1965, ya se había instalado en Santiago.
Rosario heredó de su progenitor la profesión y también el cargo de cónsul de Francia en Santiago, que le fue transmitido en 1997 y que dejó en 2006. Fueron estos años en los que la hija de Francisco Porto y de la catedrática Socorro Ortega —miembro esta última de la Real Academia Gallega de Bellas Artes— comenzó a convertirse en una habitual de la vida social y cultural de la ciudad.
Tras diez años de cónsul, Francia la condecoró en 2007 con la prestigiosa medalla de la Orden Nacional del Mérito, solo unos meses después de que decidiese dejar el puesto diplomático por “razones personales”.
 Al acto celebrado con numerosos invitados en un hotel del campus universitario de Santiago, acudió el entonces alcalde de la capital, Xosé Sánchez Bugallo, y el cónsul general de Francia, Thierry Frayssé, que viajó expresamente desde Bilbao. Pero su vida social continuó como directiva del Ateneo compostelano, donde no era raro que actuase de presentadora de conferenciantes.
Desde que Rosario adoptó a Asunta en China, todos la veían como una madraza.
“Para mí que tenía incluso una especie de ansiedad maternal”, dice un amigo.
“Cada vez que la encontraba, no me hablaba más que de la niña”. Según se han ido conociendo los hechos —mezclados con rumores de todo tipo— la incredulidad se ha roto.
 Y ahora a Charo sus vecinos le gritan “asesina”.