Asombra ver tan entera a Luz Casal en esta hora en la que Kafka decía que estábamos acechados por el riesgo de despertar.
Cuando se sienta, parece que lucha aún contra ese instante que uno
intuye, además, abrumado por la memoria de la salud, que en los últimos
años ha sido asunto importante de su cuerpo y de su mente. Llega, sus
ojos grandes como asombrados, casi aérea, parece que atraviesa la casa
para seguir volando como les pasa a las mujeres en las novelas de
Gabriel García Márquez.
Pero no, Luz Casal es ella misma desde que pide un té y habla. Lo
hace con su acento peculiar, en el que entran los dejes del idioma y los
dejes de la boca. Su semblante acaba siendo concentrado y estricto,
como si estuviera pilotando un transatlántico en el que va sola con
Paco Pérez Bryan, su compañero. En el timón, no cabe duda de que esta
mujer superó tormentas. Pero, como dice, “yo estoy cómoda en el filo de
un cuchillo”.
Todo le sirve con tal de seguir con su metáfora. La infancia, el
dolor, y también los sonidos de la vida, lo que hay alrededor, lo que
viene. Su música siempre fue un diluvio; ahora esa lluvia le viene de
adentro. A Pablo Neruda le llegaban los poemas por el mar, eran restos
de naufragios, maderas carcomidas por el tiempo; a Luz Casal le vienen
del interior: ella está ahí, en el timón, recibiendo poesía, adaptándola
a una de las voces más peculiares de Europa. Una asturiana enrazada con
Galicia o viceversa.
Siempre estoy como entre dos mundos, el real y el onírico, el profesional y el privado"
Al final, cuando te vas de la casa, suenan canciones de su último
disco (saldrá en noviembre; en España, con la discográfica Parlophone,
se llamará
Almas gemelas, y en el resto del mundo,
Alma).
Con lo que ha venido diciendo su música se puede hacer la
autobiografía.
Ella está de acuerdo. Todas las canciones, también las
que son letras ajenas, “responden a un impulso”, entran en su propia
vida, no son un postizo en los discos. Nunca
. “Todas están elegidas por
una emoción”. Y todas se acoplan en su voz como si ella misma las
hubiera necesitado “para respirar”
. A veces es una casualidad. “La
canción
No me importa nada me vino de otro, estaba a punto de terminar la grabación del disco. Y mira cómo se ha integrado en mi vida”.
A medida que han pasado los años, la rockera se hizo más íntima, más
esencial, y ahora, en este nuevo trabajo, por ejemplo, asoma “todo lo
que me está pasando”. “Siempre estoy como entre dos mundos, el real y el
onírico, el profesional y el privado, todo unido”. Ahora ya le
preguntan poco por su salud, porque ese trago ya se pasó, pero ahí está
Vida tóxica
como testimonio de lo que sucedía en la parte de acá de la pesadilla,
cuando la inspiración viene de un dolor concreto. En este nuevo disco
hay diecisiete canciones; canta en italiano, en portugués, en francés,
en español. La chica de Boimorto es ahora Luz de todas partes. En
Francia, por ejemplo, la condecoran como si fuera suya y la van a oír
como si acudieran a escuchar a Vinícius de Moraes disfrazado de Rimbaud.
Tantos idiomas… “Bueno, como me expreso con cierta dificultad, cuando
hablo lo hago mal en todas las lenguas; lo tengo muy claro en mi
cabeza, pero creo que cuento mejor las cosas cantando que hablando”. Y
añade:
–Analizándome fríamente, yo sé que podría ser mucho más impactante si ordenara mis pensamientos.
Te mira con tanta intensidad, sus ojos están tan presentes en la
conversación, que parecería que Luz Casal habla así porque habla con los
ojos.
Quiero saber si es un inconveniente.
–Yo lo considero así porque hay veces que me cuesta hacerme entender, me cuesta tiempo.
–Pero eso ha pasado a formar parte de su ritmo. Luz Casal es así y no echamos de menos a otra.
– Sí, pero uno conoce sus dificultades. Me encantaría tener más
fluidez, concretar más, ser más precisa. Por eso empiezo a divagar. Lo
que no me gusta, sí lo digo de manera contundente. Puede ser el carácter
gallego. Pero no lo tengo claro.
Puede ser el carácter de Luz Casal, que naturalmente divaga, es una
barca moviéndose con ella, quizá. En el escenario es así, solitaria,
cantando también hacia adentro. Íntima. “Pero sin público no sería yo,
podría parecer que hablo sola. Necesito al público… Nunca dejaré la
música, nunca, hasta el último suspiro; pero siempre necesitaré al
público”.
Hay una canción en este disco que te pone los pelos de punta. Se llama
Ella y yo,
y Luz la cuenta. “Empieza siendo como la relación que yo entablo con la
enfermedad, como si la enfermedad fuera alguien. Luego desemboca en una
historia que va más allá, que puede ser perfectamente la de una amistad
entre dos personas, y aún va más lejos: que puede ser una historia de
amor”. La ambigüedad que la marca es quizá reflejo de la cantidad de
poesía que hay en ella cuando se pone a escribir de lo que pasa.
“Escucho una canción, una voz, y caigo rendida. Sé pillar el momento”.
Ese instante la encuentra trabajando, seguramente. Luego cantar es su
naturaleza; la espontaneidad es su marca, viene de la niñez.
“Y de la niñez viene también cierto carácter defensivo. Todos estamos
marcados de manera increíble por la infancia. Esa crianza me hace
explicarme mucho, y cuando canto canciones de otros me veo dando muchas
explicaciones, cuando lo que tengo que decir es que si no me siento
impactada soy la peor cantante del mundo. Así que canto lo que me
emociona. Y punto”. Y como eso es así, cuando entra en el escenario, con
lo ajeno o con lo suyo, “es como si entrara en mi casa”.
Sigue teniendo miedo, o responsabilidad; la vida pesa, la rockera ya
no es aquella niña. “Pero tengo ilusión y veo que todavía me falta
muchísimo camino.
Cuanto más escarbo, más me doy cuenta de todo lo que
me estoy perdiendo o me he perdido y quiero bucear en ello, quiero estar
en el presente de lo que hay en la música. Quiero conocer el pasado
inmediato, ir a las fuentes… Lo que sucede nunca está aislado”. Aquí hay
rock, otra vez; canta a Carlos Lencero, “que era un grandísimo amigo
que compuso para el mundo flamenco. De todo lo que hay en el nuevo disco
es lo que tiene más contundencia rockera en cuanto a sonidos y a
composición”.
Es una devoción que no ha disminuido. El rock. Siempre ha ido con
ella al escenario. Y ella misma se sigue moviendo por ese fetiche del
ritmo que hizo viajar a su generación, hacia dentro y hacia fuera.
Durante un tiempo fue la fan Luz y luego fue la rockera Luz Casal; su
poética viene de ahí. Ahora es una profesional, “porque no serlo sería
para tirarme a los leones. No entiendo mi trabajo no siendo profesional.
Es una cuestión casi de educación”.
Convertir tu rabia en pan. Ese verso del nuevo disco es su pintura de este tiempo. Y este otro verso (
que se arregla con un vaso de perdón)
la lleva a los antiguos garitos, tan presentes en la historia de su
música. “¡Siempre hay referencias a tomar copas en mis canciones, ja,
ja, ja…! Y siempre un vaso conduce al perdón. La escribí pensando en la
multitud de viajes que he hecho, ¡y cada dos por tres tomándome una
copa, ja, ja, ja!”.
Siempre la autobiografía. ¿Y cuál sería la canción que la retrata mejor, Luz? “En términos de popularidad,
Piensa en mí, y a nivel más personal,
Entre recuerdos.
Mi unión con mi padre, la pérdida de la inocencia, el recuerdo de la
familia… Tengo mucho apego a mi familia y la veo poquísimo. A mi madre
intento verla y hablo con ella todas las noches desde hace no sé cuántos
años. Soy poco de mirar atrás, pero es porque tengo mi pasado guardado
bajo cuarenta llaves. Pero me nutre y me sigue valiendo ese apego a los
olores, a los sabores, a los paisajes”.
Nunca dejaré la música, nunca, hasta el último suspiro; pero siempre necesitaré al público"
–¿Y cómo es la conversación ahora con su madre?
–Mi madre, Matilde, tiene 80 años. Ella cree que tiene veinte menos.
Mi padre, José, murió en 1995. Ahora tengo la sensación de ser la guía
de mi madre, pero es que me parece que siempre fue así. Ellos me dieron
ejemplo de esfuerzo, me enseñaron el sentido imperioso de la palabra: lo
que se dice, se cumple.
–Viaja mucho, Luz, ¿cómo ve ahora este país desde fuera?
–Un poquito más oscuro, por hablar con tonalidades pictóricas. Ante
cualquier crisis, explico lo que pasa desde el yo. Cuando tengo
conflictos, procuro apañarme, no quejarme. Es lo que creo que habría que
hacer en España: poner nuestro esfuerzo en arreglar las cosas y no
perder el tiempo. Desde que me puse enferma por primera vez, siento la
necesidad de que no debo perder el tiempo, de que debo hacer un análisis
de una situación de una forma favorable para no perderme la puesta de
sol. Estar atenta a las cosas que la vida me pueda ofrecer; esos
detalles te van a mejorar si eres sensible y no los desdeñas.
Una canción dice:
Deberías saber el porqué de tus muchos fracasos.
Ella prolonga la canción, golpeando con sus uñas la mesa de madera, el
té frío, los ojos grandes diciendo: “Tú eres el responsable de tus
fracasos, no me vayas a contar tus milongas como si yo tuviera algo que
ver. No. Tú deberías saber por qué”.
Afirma que está en el mejor momento de su vida. “Cansada físicamente,
sí, pero sabiendo que tengo recursos, por eso te digo que estoy cómoda
en cualquier sitio. He sabido acomodarme, me siento de puta madre, sin
miedos”. Ella se asienta, explica, en la palabra equilibrio, ese es su
sostén. La rockera en su sitio, mirando como si quisiera hacer viajar a
sus ojos. Cuando estuvo muy enferma, un admirador anónimo le envió
naranjas cada día de su convalecencia. Ahora, cuando se ríe (¡y cómo se
ríe Luz Casal!), parece que de aquello pasó un siglo. Pero nunca se
olvidó de las naranjas.