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10 sept 2013
El ego de Isabel, el ego de Fernando Por: Natalia Marcos.
El ego de Isabel, el ego de Fernando
Por: Natalia Marcos
| 10 de
septiembre de
2013
Vuelve Isabel a TVE, una de las series mejor valoradas del año pasado. Vuelven las intrigas palaciegas, el viaje al pasado y el repaso a nuestra historia (con las licencias evidentes y necesarias en estos casos)
. La serie ha regresado para seguir mostrando su superioridad frente a otras recientes incorporaciones a la ficción televisiva nacional (mejor no comentamos el estreno de Vive cantando...). Isabel estuvo meses y meses esperando su turno en el cajón de la cadena pública.
Finalmente vio la luz en septiembre del año pasado y su buena acogida sirvió para que el Ente público le concedira una segunda temporada. Ahora regresa a la parrilla con el seguro de su continuidad tras tener ya confirmada la tercera entrega.
Como ocurrió el año pasado,
el arranque nos lleva por un momento al futuro, a la entrega del rey
musulmán de Granada de las llaves de la ciudad a los Reyes Católicos
. Aquí no importa saber qué va a pasar (la Historia es la que es). De ahí, saltamos atrás en el tiempo para regresar al punto en el que dejamos Isabel, justo después de la autocoronación de la nueva reina de Castilla ante el estupor de una corte que se veía a merced de la ambición de una mujer.
Rápidamente la serie recuperar lo mejor de sí misma: las intrigas palaciegas, la lucha por el trono de Castilla tras la falta de apoyo a la nueva reina y el plan que se va trazando en Portugal para intentar poner a la niña Juana (la Beltraneja) en el trono.
Y por otra parte, la lucha de egos de Isabel y Fernando y los problemas de alcoba -y políticos- que traía.
Porque si divertido es ver a Carrillo conspirar en contra de unos o de otros, según sople el viento (como hacía Juan Pacheco), también divierte ver los tira y afloja entre dos reyes orgullosos, ninguno de los cuales quiere ceder ante el otro, por muy marido y mujer que sean.
Con un vestuario renovado y nuevos escenarios, la Alhambra de Granada entre ellos, la segunda temporada de Isabel promete brillar y traer entretenimiento.
Empezamos en 1479 y terminaremos en 1492, una fecha marcada por varios acontecimientos históricos que cambiaron el curso de la historia.
En los primeros compases de la nueva temporada, eso sí, se ha echado de menos a Juan Pacheco (Ginés García Millán) y Enrique IV (Pablo Derqui).
Se les ha echado de menos tanto por los personajes, que ejercían a la perfección de contrapunto en la historia de Isabel y Fernando, como por las excelentes interpretaciones de los dos actores.
Pero, es lo que tienen las series históricas, hay cosas contra las que no se puede luchar. Esta temporada tampoco contará con el director argumental de la primera entrega, Javier Olivares.
El tiempo dirá si su marcha dejará huella en la serie.
Pero sí sigue contando con grandes alicientes.
Desde los protagonistas, Michelle Jenner y Rodolfo Sancho, que ya se han hecho plenamente con dos de los personajes más conocidos y, a la vez, más desconocidos de la historia española, hasta Pedro Casablanc, el arzobispo Carrillo, resentido por no haber sido nombrado cardenal, o Bárbara Lennie, esa Juana de Portugal dispuesta a lo que sea por que su hija llegue a ser reina de Castilla.
Nos queda mucha Historia por delante.
Y mucha historia, porque si esta semana Isabel tenía que enfrentarse a La cúpula en Antena 3, el próximo lunes lo tendrá que hacer también al regreso de La Voz a Telecinco
. Ahí es nada. Habrá que ver cómo se desarrolla una lucha que promete ser más cruenta que la Guerra de Sucesión Castellana o la de Isabel y Fernando contra los musulmanes.
. Aquí no importa saber qué va a pasar (la Historia es la que es). De ahí, saltamos atrás en el tiempo para regresar al punto en el que dejamos Isabel, justo después de la autocoronación de la nueva reina de Castilla ante el estupor de una corte que se veía a merced de la ambición de una mujer.
Rápidamente la serie recuperar lo mejor de sí misma: las intrigas palaciegas, la lucha por el trono de Castilla tras la falta de apoyo a la nueva reina y el plan que se va trazando en Portugal para intentar poner a la niña Juana (la Beltraneja) en el trono.
Y por otra parte, la lucha de egos de Isabel y Fernando y los problemas de alcoba -y políticos- que traía.
Porque si divertido es ver a Carrillo conspirar en contra de unos o de otros, según sople el viento (como hacía Juan Pacheco), también divierte ver los tira y afloja entre dos reyes orgullosos, ninguno de los cuales quiere ceder ante el otro, por muy marido y mujer que sean.
Con un vestuario renovado y nuevos escenarios, la Alhambra de Granada entre ellos, la segunda temporada de Isabel promete brillar y traer entretenimiento.
Empezamos en 1479 y terminaremos en 1492, una fecha marcada por varios acontecimientos históricos que cambiaron el curso de la historia.
En los primeros compases de la nueva temporada, eso sí, se ha echado de menos a Juan Pacheco (Ginés García Millán) y Enrique IV (Pablo Derqui).
Se les ha echado de menos tanto por los personajes, que ejercían a la perfección de contrapunto en la historia de Isabel y Fernando, como por las excelentes interpretaciones de los dos actores.
Pero, es lo que tienen las series históricas, hay cosas contra las que no se puede luchar. Esta temporada tampoco contará con el director argumental de la primera entrega, Javier Olivares.
El tiempo dirá si su marcha dejará huella en la serie.
Pero sí sigue contando con grandes alicientes.
Desde los protagonistas, Michelle Jenner y Rodolfo Sancho, que ya se han hecho plenamente con dos de los personajes más conocidos y, a la vez, más desconocidos de la historia española, hasta Pedro Casablanc, el arzobispo Carrillo, resentido por no haber sido nombrado cardenal, o Bárbara Lennie, esa Juana de Portugal dispuesta a lo que sea por que su hija llegue a ser reina de Castilla.
Nos queda mucha Historia por delante.
Y mucha historia, porque si esta semana Isabel tenía que enfrentarse a La cúpula en Antena 3, el próximo lunes lo tendrá que hacer también al regreso de La Voz a Telecinco
. Ahí es nada. Habrá que ver cómo se desarrolla una lucha que promete ser más cruenta que la Guerra de Sucesión Castellana o la de Isabel y Fernando contra los musulmanes.
Alaya da el primer paso para que se impute a Griñán y Chaves por los ERE
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La juez Mercedes Alaya, que instruye el caso de los ERE, el supuesto
fraude con ayudas públicas a empresas y empleados, ha dado los primeros
pasos para imputar a los expresidentes José Antonio Griñán y Manuel
Chaves, así como a los exconsejeros Carmen Martínez Aguayo, Francisco
Vallejo, José Antonio Viera, Manuel Recio y Antonio Ávila.
Griñán, que siempre ha negado que le advirtieran del fraude, había dejado la presidencia de la Junta para evitar que esta situación perjudicara a la Administración andaluza y tan solo horas después de que su sustituta tomara posesión del cargo, Alaya ha abierto el proceso para imputarle en el fraude.
En el auto, la juez considera que hay "elementos precisos" que apuntan a la "concesión de subvenciones al margen del procedimiento legalmente establecido" y que van, en opinión de Alaya, desde el cobro de comisiones por encima de lo habitual permitido por la Junta de Andalucía y el establecimiento de un sistema que, de acuerdo al texto del auto, pretendía "eludir el cumplimiento de la Ley de Subvenciones, que sujetaba el procedimiento a estrictos trámites y los controles de la Intervención, provocando además millonarios desfases presupuestarios cada año durante una década".
La juez añade que, en función de la investigación y el seguimiento de informes y atestados, así como las declaraciones, "resulta conveniente de manera muy somera y con el horizonte de la investigación anteriormente dibujado, abordar la cuestión del aforamiento de determinadas personas designadas en el procedimiento y presuntamente relacionadas con los hechos que se investigan".
En este caso se encuentran los siete exresponsables de la Junta mencionados y a los que Alaya pretende interrogar por supuestos delitos de prevaricación y malversación, "entre otro", según el auto de la juez.
Alaya reclama a los aforados que se "personen si lo desean" y entiendan el auto firmado como una resolución "asimilable a trámite de denuncia o querella", lo que permite comunicar a los aludidos que pueden ser imputados de acuerdo a su interpretación del artículo 118 bis de la Ley de Enjuiciamiento Criminal.
No obstante, la misma juez admite que "no constituye un acto de imputación judicial, pero permite al querellado defenderse en el proceso por los hechos que pudieran incriminarle".
En este sentido se pronunció la Audiencia de Sevilla el pasado mes de agosto, cuando resolvió que "nada impediría al aforado que piense que puede quedar involucrado en una investigación judicial salvaguardar su derecho de defensa poniéndose a disposición del juzgado para declarar (...) el juez puede recibir declaración al aforado si voluntariamente se presta a ello”.
Chaves, que se encontraba en la reunión del Grupo Socialista en el Congreso, conoció el contenido de esta auto esta misma mañana y abandonó este encuentro.
La juez concluye el auto afirmando que su resolución puede ser recurrida.
El consejero de Justicia de la Junta de Andalucía, Emilio Llera, conoció el auto tras la primera reunión del nuevo Consejo de Gobierno.
"Me parece increíble", afirmó el fiscal en excedencia ante la oportunidad del auto judicial.
Griñán, que siempre ha negado que le advirtieran del fraude, había dejado la presidencia de la Junta para evitar que esta situación perjudicara a la Administración andaluza y tan solo horas después de que su sustituta tomara posesión del cargo, Alaya ha abierto el proceso para imputarle en el fraude.
En el auto, la juez considera que hay "elementos precisos" que apuntan a la "concesión de subvenciones al margen del procedimiento legalmente establecido" y que van, en opinión de Alaya, desde el cobro de comisiones por encima de lo habitual permitido por la Junta de Andalucía y el establecimiento de un sistema que, de acuerdo al texto del auto, pretendía "eludir el cumplimiento de la Ley de Subvenciones, que sujetaba el procedimiento a estrictos trámites y los controles de la Intervención, provocando además millonarios desfases presupuestarios cada año durante una década".
La juez añade que, en función de la investigación y el seguimiento de informes y atestados, así como las declaraciones, "resulta conveniente de manera muy somera y con el horizonte de la investigación anteriormente dibujado, abordar la cuestión del aforamiento de determinadas personas designadas en el procedimiento y presuntamente relacionadas con los hechos que se investigan".
En este caso se encuentran los siete exresponsables de la Junta mencionados y a los que Alaya pretende interrogar por supuestos delitos de prevaricación y malversación, "entre otro", según el auto de la juez.
Alaya reclama a los aforados que se "personen si lo desean" y entiendan el auto firmado como una resolución "asimilable a trámite de denuncia o querella", lo que permite comunicar a los aludidos que pueden ser imputados de acuerdo a su interpretación del artículo 118 bis de la Ley de Enjuiciamiento Criminal.
No obstante, la misma juez admite que "no constituye un acto de imputación judicial, pero permite al querellado defenderse en el proceso por los hechos que pudieran incriminarle".
En este sentido se pronunció la Audiencia de Sevilla el pasado mes de agosto, cuando resolvió que "nada impediría al aforado que piense que puede quedar involucrado en una investigación judicial salvaguardar su derecho de defensa poniéndose a disposición del juzgado para declarar (...) el juez puede recibir declaración al aforado si voluntariamente se presta a ello”.
Chaves, que se encontraba en la reunión del Grupo Socialista en el Congreso, conoció el contenido de esta auto esta misma mañana y abandonó este encuentro.
La juez concluye el auto afirmando que su resolución puede ser recurrida.
El consejero de Justicia de la Junta de Andalucía, Emilio Llera, conoció el auto tras la primera reunión del nuevo Consejo de Gobierno.
"Me parece increíble", afirmó el fiscal en excedencia ante la oportunidad del auto judicial.
9 sept 2013
La última sopa del Che
La última sopa del Che
Por: Jaled Abdelrahim
Estatua del Ché en La Higuera (Bolivia).
Julia Cortez entró
en la escuelita porque quería ver al “monstruo”. Los milicos y la CIA llevaban
tanto tiempo tratando de dar con él… Y ahora estaba allí, detenido, en La
Higuera, encerrado en su diminuta escuela. A esa aldea boliviana de poco más de
50 almas, perdida en la montaña, ella había llegado hacía no muchos meses para
ser la maestra. “Tenía 19 años”, cuenta lento esta mujer de 65. “Yo ni siquiera
sabía cómo se llamaba el preso. Lo que nos habían dicho desde meses atrás es
que era un cubano comunista que venía a Bolivia a imponer sus ideales y a
hacernos daño. Que era el jefe de unos guerrilleros que asaltaban y violaban.
Que llevaba una coraza y un casco y que era imposible que muera”. No pudo resistir la tentación de ver al villano, al animal enjaulado, a ese tipo que más tarde supo que se llamaba Ernesto
Guevara.
“El Che estaba
sentado en una silla al lado izquierdo de la pieza, detrás de la puerta, a
oscuras. Le alumbraba una vela”, relata esta
docente jubilada acomodada en el sofá de su casa en Vallegrande 45 años después
de aquello, “Llevaba una manta sobre las piernas y con eso tapaba la herida de
bala que tenía del combate en la Quebrada. Estaba pálido, deteriorado, sin
higiene, aunque trataba de demostrar firmeza”. El guerrillero acababa de ser
capturado. La maestra, entró porque el centinela que vigilaba le había dado
permiso para ojear. Eso hizo. “Esperaba otra cosa, ese hombre no daba miedo”, cuenta
que pensó. Entonces Guevara levantó el rostro para mirar a la persona que había
venido a observarle: “Se saluda”, dijo él. Ella no supo qué hacer y se marchó corriendo.
Era un 9 de
octubre de 1967 y la cacería que habían llevado a cabo durante los últimos once
meses el ejército boliviano y la inteligencia estadounidense se cerraba en
brindis. Del comando de 52 guerrilleros con el que había contado el Che en este
país para tratar de derrocar la dictadura de René Barrientos y avivar la mecha
que hiciera triunfar la revolución de
Latinoamérica -la que él mismo había prendido en Cuba-, ya no quedaba
nadie. Todos habían muerto en combate, o fusilados, pocos pudieron huir y
alguno había desertado. Liquidada la parte del grupo que había tratado de abrirse
camino por Río Grade, el último halo de
resistencia liderado por Guevara se extinguía un mes después en un valle
llamado la Quebrada del Churo, a las faldas del monte espeso donde se ubica la Higuera.
Allí, a la escuelita de esta aldea, trasladaron al líder comunista herido.
El silencio del insignificante
habitáculo aún hoy impone. Sus paredes, su piso y su techo están renovados. Conserva
su emplazamiento, sus ínfimas dimensiones y algunas de las sillas y pupitres de
madera carcomida donde permaneció sentado el comandante durante el arresto. La cabaña entonces tenía el suelo de
tierra. El que volvió a pisar Julia cuando horas más tarde de su primer
encontronazo con el mito fue avisada por los militares de que el prisionero
pedía verla.
“No sé por qué
quiso verme a mí, pero pasó eso. Yo ni quería”, prosigue esta anciana de ojos negros,
recuerdos intactos y tono severo.
-
¿Qué le dijo?
-
Que si era la maestra y que si había escrito yo
en la pizarra ‘Ángulos’ sin acento, que
eso era una falta de ortografía.
-
Tenía carácter.
-
Sí, ya lo creo que tenía. Pero era algo más.
-
¿Qué más?
-
No sé bien cómo hacerlo entender. Mire, yo lo que
tenía ante mis ojos era un hombre pálido, sucio, sentado y herido -afloja la aspereza
de su rostro Julia, -pero no entiendo
por qué no podía verle así. Era raro. Con todo eso, era fuerte, firme,
atractivo. Empezó a hablarme...
-
¿De qué?
-
Fueron unos diez minutos. Me empezó a contar que
él y sus guerrilleros habían venido a Bolivia a luchar por los débiles. Que
había llegado el momento de que los pobres vencieran a los ricos. Que nosotros teníamos
que luchar... Me hablaba de sus ideales.
-
¿Y qué pensó usted cuando escuchó todo eso?
-
Verá, era inteligente, respetuoso, hablaba bien.
Decía cosas con mucho sentido. Lo cierto es que me quedaba parada mirándole. No
sé. Por lo que decía y cómo lo decía más que por su aspecto. Pero también por
su aspecto. Yo siempre digo que era hermoso. Bello. No era un monstruo. Pensé
que tenía razón en lo que hablaba.
A Julia le desapareció
el miedo. Horas más tarde, sintió el impulso de preparar una sopa para llevársela
al recluso. “El guardia me dio permiso a entrar de nuevo”.
-
¿De qué era la sopa?
-
De maní.
-
¿Le gustó?
-
No lo sé, pero me dio las gracias.
-
¿Le habló de algo más?
-
Si, ahí fue cuando le hice la promesa. Se lo
había prometido.
-
¿Prometer? ¿Qué le prometió?
-
Estuvo hablándome otro ratito de su causa y yo le
escuchaba. Estaba cómoda hablando con él. Yo le miraba todo el rato.
-
¿Pero cuál fue la promesa?
-
Él me pidió que si podía enterarme, preguntando con
disimulo a los militares, que qué iba a pasar con él. Le dije que lo iba a
hacer. Quedé con él de volver a la escuelita y contárselo. Se lo prometí,
¿sabe?
-
¿Lo hizo? ¿Se lo dijo?
-
20 minutos más tarde o algo así, desde mi casa, escuché
disparos-, entrecruza Julia los dedos de las manos como haciendo resistencia al
recuerdo – Volví corriendo a la escuelita y la puerta estaba abierta. Entré y
él estaba allí, tirado en el suelo. […] No pude cumplir mi promesa.
-
¿Qué hizo cuando entró usted en esa escuelita y
vio a Guevara muerto, doña Julia?
-
Para mí no era Guevara, era ese hombre que me
había hablado y al que le había hecho una promesa. Me quedé paralizada. No sé por qué. Me había
entrado mucho miedo. No podía ir ni quedarme. Estaba sola e inmóvil. Le miraba.
Cuando pude mover las piernas, sin pensar, empecé a andar muy rápido hacia
fuera del pueblo.
Ernesto Guevara
había sido ejecutado. La rebeldía del combatiente más conoció de todos los
tiempos había terminado en el habitáculo donde esta sexagenaria impartía sus
clases de joven, ese día suspendidas por causas mayores. Un miembro de la CIA –supuestamente-
dio órdenes de asesinarle disparándole del cuello hacia abajo ya que las radios
llevaban desde el día anterior diciendo que el Che había muerto en combate.
Mario Terán, el suboficial del ejército boliviano que ofició de verdugo, entró
con su fusil M-2 al aula y efectuó las descargas. Fueron dos ráfagas que le
agujerearon primero las piernas y luego el pecho. Más tarde, el suboficial
relató aquel momento en una emotiva carta
de arrepentimiento [según publicaron algunos medios] en la que cuenta como al ingresar
en aquella escuelita el condenado se puso de pie, levantó la cabeza y le lanzó
una mirada que le hizo “tambalear por un instante”. “Póngase
sereno y apunte bien. Va a matar a un hombre”, le ordenó el reo a su ejecutor. Terán
fue, quien con la camisa impregnada “de miedo, sudor y pólvora”,
salió de allí tras finalizar su encargo dejando a su espalda “la puerta abierta” que
encontró Julia instantes después.
“Trajeron un cuerpo a la lavandería del
hospital y me dijeron que lo lavara, que era el Che Guevara. Pero yo no sabía
quién era el Che Guevara. Qué iba a saber”. Habla Doña Susana Osinaga, una
señora de 82 años sentada dentro de una minúscula tienda de abastos. Le ha costado
desvelar a la primera que ella fue una de las dos enfermeras que lavaron el
cadáver del revolucionario.
Doña Susana
agarra la foto enmarcada que posee del cuerpo del guerrillero sin vida. La
imagen preside su tiendecita. No sabía ella cuando le encomendaron aquella
tarea a los 35 años que estaba enjuagando
al que más tarde convertiría en su santo. El cadáver del Che que aparece en la
fotografía, una instantánea replicada en todo el mundo, lo había adecentado
ella. La anciana está “orgullosa” de eso. Para inquietud de la versión oficial,
insiste en que en el cuerpo del rebelde no había varios, sino un solo agujero
de bala.
-
¿Cuándo supo realmente la importancia del fallecido
que usted limpiaba?
-
Años más tarde-, responde esta ex enfermera de
pelo grisáceo desde la banqueta de su tienda de la que no se levanta, o no
puede levantarse. -Aquí ha venido harto de gente a estrecharme la mano con la
que le lavé-, afirma, y muestra la extremidad de su cuerpo que es parte de la
historia.
La infame lavandería de Vallegrande.
Lo cierto es que
Vallegrande se ha convertido en un pequeño lugar de culto cuyo difícil acceso le
incorpora una suerte de misticismo budista,
y al que acuden a cuentagotas enamorados del mito. “De todos los sitios del mundo”,
dice Osinaga. El momento álgido es cada 9 de octubre. En la fecha de la
conmemoración de su muerte, pequeños grupos de paganos peregrinos acuden aquí a
visitar la lavandería donde se lavó al icono guerrillero y las viejas fosas
(hoy mausoleo y muestrario) donde en 1997 fueron hallados su cadáver y los de algunos
de sus camaradas gracias a las declaraciones que hizo el ex militar boliviano Mario
Vargas Salinas al periodista Jon Lee Anderson.
Muchos de los
autóctonos también le mitifican. Pero en este pueblo boliviano de agricultores,
pequeños comerciantes y campesinos, donde una gran parte de la población no
cobran mucho más de 200 euros mensuales, este protagonismo fortuito también es
una oportunidad de negocio [lean la crónica de Los
Mercaderes del Ché del periodista Alex Ayala].
Gonzálo Flores
Gura, un experto en la historia de Guevara que atiende la casa de la cultura de
Vallegrande, saca un extra por acompañar a los curiosos hasta los agujeros
donde el ejército dejó oculto los restos del comando rebelde. Eran dos fosas
secretas en las inmediaciones e interior de la antigua base militar.
“Antropólogos argentinos y cubanos pasaron dos años buscando tras conocerse la
pista que ofreció Vargas Salinas”, explica el guía. “Una vez hallados, a
Guevara y a otros se los llevaron a enterrar a Cuba. Fue fácil identificarle a
él porque su esqueleto estaba sin manos. Se las habían cortado antes de
enterrarle para dar fe de su muerte”.
Blanca Cadima con una foto de su padre sonsteniendo la foto que hizo al Ché muerto.
Doña Julia
también pide dinero antes de la entrevista (una cantidad alta), aunque por
algún motivo accede a hacerla de todos modos tras la negativa al pago (asuntos
de ética periodística). Ella al menos tiene un motivo para solicitar pago, algunos
otros oriundos sin más relación con el guerrillero que el ser de allí, tratan
de paliar las escaseces rurales con la plata de los pocos visitantes, curiosos
y reporteros que pasan por aquí. Otros tienen otro estilo. “Yo no pido nada por
hablar de esto. Porque es historia y no se puede cambiar por dinero”, se opone
a la tendencia Blanca Cadima, que sufre de vergüenza ajena y que quizás es
inconsciente de que también se cobra entrada por entrar a las pirámides
egipcias o al Coliseo romano. Ella es la hija de René Cadima, un fotógrafo y
zapatero local fallecido en 2010 que capturó algunas instantáneas del cadáver
del Che que dieron la vuelta al planeta. La descendiente de otro de los
testigos más relevantes del final de la leyenda. “Mi padre era poco más que un
aficionado a la fotografía, pero después de aquello, vinieron a comprarle sus
imágenes periódicos de todos los lados. Hasta de Japón”, cuenta esta acomodada
regente de la ferretería Vallegrande. El pobre casi se queda sin cámara porque hizo
una foto al cadáver desnudo. Le mandaron arrancar ese rollo cuando le vieron
hacerla. Y al final, sus fotos por todo el mundo y fíjese que no sacó mucho.
Siguió haciendo zapatos toda su vida”.
. El cuerpo del líder fue retirado, y Vallegrande, siguió cultivando su
tierra inconsciente de que en ella quedaban descansando los restos de una de
las efigies más notorias del siglo XX.
Durante 30 años la biología en
descomposición de Ernesto Guevara, sus compañeros de armas y la mítica agente
secreta revolucionaria de origen argentino-europeo Tania (Haydée Tamara Bunke
Bíder) permanecieron allí ocultos bajo el conocimiento de unos pocos militares
que supieron guardar bien el secreto. Tampoco dejaron a este pueblo conservar
ese reducto de la historia cuando los cadáveres fueron descubiertos.
Para esta
localidad y su satélite, la Higuera, queda un lugar en las enciclopedias, muchos
monumentos al guerrillero y una oportunidad de fomento del turismo mal
gestionada. Pero no solo eso. Doña Julia tiene en casa varias fotografías del Che,
-y sin importarle que él se reconociera ateo-, les prende velas como si fueran
la estampa de un santo. Lo mismo hacen muchas de sus vecinas. “Era un hombre
bueno. Quería ayudar a los desfavorecidos. Yo creo en él y en las cosas que
decía”, asegura la ex maestra. Al parecer aquella sopa que sirvió al monstruo cubano, con mayor o menor
ortodoxia marxista, acabó llenándole a ella.
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