El último gran debate que dividió al Cosmos Club se libró el verano
pasado y versó sobre la posibilidad de que ante las brutales
temperaturas del verano washingtoniano se permitiera no llevar chaqueta a
los miembros masculinos de la asociación
. Ya el año anterior se había
logrado que se relajaran las costumbres y se aceptó no imponer la
axfisiante corbata.
Aquello fue un trago duro de pasar para una establecimiento que abrió
sus puertas en 1878 y que más de un siglo después seguía sin aceptar
mujeres entre sus miembros, algo que no cambió hasta 1988 (sí, 1988,
finales del siglo XX).
Renunciar también a la chaqueta era un ataque que
minaba los cimientos más profundos del club, aquellos que se remontan a
la tradición británica de los lores y caballeros de alta ceja y baja
tolerancia para las nuevas costumbres.
La edad media de los socios es elevada y la chaqueta casi suponía una
contraindicación médica... a pesar de lo cual hubo quien luchó hasta el
último minuto para que no se permitiera prescindir de lo que muchos
consideraban un símbolo de estatus y estricto sello de calidad.
Por
supuesto, la medida fue temporal y prescribió al final del verano de
2012.
Verano de 2013. Los termómetros marcan 33 grados pero la sensación
térmica supera los 42.
El símil apropiado a la hora de salir a la calle
sería decir que es como entrar en una sauna, vestido (y con chaqueta).
Localizado en la Avenida Massachusetts, en pleno corazón de la Calle de
las Embajadas, cercano a una estatua de Gandhi —el hombre que
independizó a la India de la metrópoliti cubierto solo por una sencilla
sábana blanca—, el Cosmos Club sigue siendo hoy un lugar para la élite
de la nación.
Sin dar nombres, el club cita que entre sus miembros ha habido tres
presidentes de EE UU; dos vicepresidentes; una docena de jueces del
Tribunal Supremo; 56 premios Pulitzer y 32 premios Nobel —una de las
paredes del vetusto club está dedicada a la galería fotográfica de los
Nobel, entre lo que se encuentra el escritor español Juan Ramón
Jiménez—.
Acceder al Cosmos —siempre de la mano de un miembro; en el caso de
este periódico, del director de orquesta Ángel Gil-Ordóñez— es entrar en
otro mundo, en un universo en el que no se permite hablar por el
teléfono móvil; donde el olor a madera transporta a mansiones de la
campiña británica y en el que los miembros leen libros —de papel— en la
sala dedicada a la biblioteca —donde no se permite tomar fotografías— y
donde un antiguo atlas languidece frente a una bellísima chimenea
(“French Renaissance”, apunta la bibliotecaria) mientras sus hojas
amarillean a la espera de que alguien las pase.
Todo, a pocas calles del Dupont Circle, cuya rotonda central es el
epítome del caos de tráfico y donde cada martes antes de Halloween se
celebra la famosa Carrera de Tacones con más de una docena de
drag queens
mientras cientos de espectadores contemplan entusiasmados y entre
gritos el frenético descenso de esas damas por la calle 17 intentando
guardar un equilibrio casi imposible.
Entre sus miembros: tres presidentes,
dos vicepresidentes, 56 Pulitzer y 32 Nobel
Cerca de las cinco de la tarde en el Cosmos se toma el té (también
café, americano y de cafetera eléctrica). O un gin-tonic, dependiendo
del estado de ánimo y lo que permita el doctor
. En el recorrido por
habitaciones tocadas por la pompa y por las que circulan sin las prisas
ni el frenesí del exterior unos miembros ensimismados en sus
pensamientos se pasa por la Sala de Baile; frente a la estancia del
billar o frente a la fotografía de John Wesley Powell, un Phileas Fogg
americano, soldado, explorador y geólogo que fundó el club en 1878
después de que un grupo de amigos le incitara a crear en la capital de
la nación un círculo similar al Century de Nueva York. Powell parece
seguirte con la mirada mientras se deja la sala.
El Cosmos lo forman miembros que rozan la excelencia en ciencia,
literatura o arte y son presentados para su candidatura por otros dos
miembros de la sociedad, que hacen un fotografía detallada del
candidato. De ser aceptado pagará algo más de mil dólares anuales por su
membresía si es menor de 45 años y cerca de 2.500 si es mayor de esa
edad.
Aunque entre los más de 3.000 miembros del Club existen negros y
mujeres, su pertenencia es relativamente reciente en los más de 130 años
de historia de la asociación —desafortunadamente, como en otros muchos
sitios y estancias de la sociedad, estadounidense y mundial—
. En 1962,
el Club rechazó la nominación de Carl T. Rowan, un periodista
afroamericano que fue nombrado asistente al secretario de Estado por el
presidente John F Kennedy. Como resultado, el economista John Kenneth
Galbraith dimitió, lo que provocó el efecto dominó de que Kennedy nunca
llegase a formar parte del club porque Galbraith era uno de los dos
espónsores del mandatario.
Si en el piso tercero están las habitaciones para los miembros y sus
invitados; en el segundo la biblioteca; y en el primero el jardín y el
comedor (entre otros)
. La fotografía del Cosmos está incompleta si no se
menciona “la camaradería, la atmósfera cálida, la dignidad y la
elegancia”, que son todos bienes “intangibles” de la organización,
explican.
“Los miembros que entren en el club en busca estimulación
intelectual y amistad encontrarán las dos en amplia medida”, dicta la
filosofía del club.
“Pero si alguien busca soledad, el aislamiento queda
respetado”, garantizan.
Y todo ello, en pleno centro de Washington.