Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

5 ago 2013

La sala secreta del Prado


Visitantes ante la copia de la Gioconda que se conserva en el Museo del Prado / Gorka lejarcegi (EL PAÍS)

“Es que me encanta el Barroco. Me encanta”. La madre habla y la niña la mira con vergüenza ajena.
 “El odio me distrae muchísimo”, piensa. Luego avanzan por la galería. Cuando llegan ante Saturno devorando a sus hijos, ese poema paternofilial, la muchacha dice que el cuadro es muy bonito y la madre la corrige: no se puede usar esa palabra para una pintura así, hay que buscar otra: ¿Tremebundo? “Tremebundo, doloroso, pavoroso, patético, cósmico, infernal, caníbal, inquietante, preesperpéntico”, tercia el padre.
Desde que la madre se ha puesto a estudiar historia del arte, la palabra bonito se ha convertido en tabú.
La escena anterior está sacada de la novela de Marta Sanz Daniela Astor y la caja negra (Anagrama), uno de los libros que, por lo menos en uno de sus capítulos, ha pasado este curso a engrosar ese género literario llamado Museo del Prado
. Sin destronar a la imbatible guía de obras maestras escrita hace tres años por Francisco Calvo Serraller para la Fundación de Amigos de la pinacoteca —74 páginas, 2 euros, cabe en una mano—, la cosecha ha sido muy buena: va de la crónica de Peio H. Riaño sobre la famosa copia de la Mona LisaLa otra Gioconda, el reflejo de un mito (Debate)— al poemario que José Ovejero tituló escuetamente Nueva guía del Museo del Prado (Demipage) pasando por El maestro del Prado y las pinturas proféticas (Planeta), el último best seller de Javier Sierra.
¿No basta con que todos los cuadros hayan sido pintados a mano?
Aunque su tensión narrativa es tan tenue como la de los diálogos de Platón y los personajes son meros arquetipos portadores de información secreta sobre El Bosco, Rafael, El Greco o Juan de Juanes, el libro de Sierra —se dice que ha vendido 200.000 ejemplares— podría ser al Prado lo que El código Da Vinci al Louvre, un museo que ha sabido explotar como ninguno su glamour por el lado de la ficción.
Walter Benjamin dijo irónicamente que “la expresión de quienes se pasean en las pinacotecas revela una mal disimulada decepción por el hecho de que en ellas solo haya cuadros colgados”, pero no deja de producir melancolía que a un museo no le baste con su colección para convencer a los decepcionados.
 ¿Qué falta? ¿Un multicine, un McDonald’s, un casino, una tienda de Zara? ¿No basta con que, como decía el castizo, todos los cuadros hayan sido pintados a mano?
En medio del fervor literario por el Prado, la primavera trajo una noticia triste: el museo perderá en 2013 un cuarto de sus visitantes.
 La caída del consumo y del turismo y la ausencia de exposiciones temporales de masas —ante la crisis, fondo de armario— harán que este año no se alcancen las 2,8 millones de visitas del pasado.
Lo triste, con todo, no es la pérdida anunciada sino el hecho de que sea noticia.
Algo va mal en un país que mide con la calculadora la vitalidad de una institución cuya mera existencia es la mejor señal de que no hemos perdido del todo la cabeza. Solo pensar que Tiziano y nosotros pertenecemos a la misma especie animal infunde mucha seguridad.
 ¿Lo saben los mercados? Ganas dan de pedir para el Prado rango de secretaría de Estado, de zona despolitizada —igual que si estuviera entre las dos Coreas—, de suelo sagrado y, metidos en la hipérbole, hasta de paraíso fiscal, aunque hubiera que instalar ese limbo en la sala XIII, que, como recuerda Javier Sierra en su libro, no existe (lo que la convierte en la verdadera habitación secreta de la pinacoteca).
En 1963, el Louvre envió la ‘Mona Lisa’ dos meses a Nueva York y Washington
En 2019 hará doscientos años que abrió el museo.
 Goya estaba vivo y su obra marcaba el límite cronológico de la colección, que tenía 311 piezas. Hoy tiene 21.000. Con esas cifras iríamos servidos si no viviéramos en un tiempo en el que la mejor manera de cumplir con un programa político sobre la calidad de la educación y de la sanidad consiste en aprobar a los estudiantes y en mandar a su casa a los enfermos contra el criterio de maestros y médicos. Ya puestos a sumar, 2,8 millones de visitas parecen pocas visto lo que atesora el edificio de Villanueva (esquina Rafael Moneo) y el rigor con que lo hace.
Pocas o demasiadas si nos olvidamos de la cultura al peso.
 Si no nos olvidamos y se trata de recaudar, la fórmula es sencilla: usemos a Velázquez como recaudador y exiliado de lujo, como a esos ingenieros que se van a Alemania. Aunque no extrañaría que los mismos que exigen resultados al Prado y a su equipo pusieran luego el grito en el cielo si hubiera que mandar a las meninas a hacer la calle.
Eran otros tiempos, pero en 1963 el Louvre envió la Mona Lisa a Nueva York y Washington. En dos meses la vieron 1,6 millones de visitantes a un ritmo que recuerda aquel chiste en el que una pareja se lanza sobre el mostrador de información del museo parisiense diciendo: “¿Dónde está la Gioconda? Que tenemos el coche en doble fila”.
Son otros tiempos, cierto, pero hace solo seis años los Ufizzi —que ahora alquila salones para fiestas privadas— mandó a Japón La Anunciación de Leonardo.
 Ante la oposición de muchos expertos, el ministro italiano de Cultura llamó al viaje “sacrificio necesario”. Uno de los opositores fue Alessandro Vezzosi, director del Museo Ideale Leonardiano de Vinci, que, con el cuadro de vuelta ya en Florencia, cuestionaba el argumento de autoridad de los números: “Expusieron La Anunciación tres meses. La vieron cada día 10.000 personas, dicen. Sale a tres segundos por cabeza. Nadie va a convencerme de que eso es cultura”.
 No lo es, en efecto, es algo tremebundo, pavoroso, inquietante, preesperpéntico, cósmico.

La banca ignora casi todas las quejas de los clientes aunque tengan razón


Fachada de la sede del Banco de España en Madrid / carlos rosillo

La banca sigue siendo objeto de múltiples quejas de los clientes.
 En 2012 se presentaron ante el Servicio de Reclamaciones del Banco de España 43.647 nuevos casos, de los que 14.313 fueron reclamaciones y quejas mientras que 29.334 fueron consultas (26.566 telefónicas y 2.768 por escrito). Estos datos suponen un incremento del 20,7% sobre el año anterior y alcanzan cifras históricas, según la Memoria del Servicio de Reclamaciones del Banco de España, publicada este lunes
. Al cierre de la publicación, el Servicio había concluido la tramitación de todos los expedientes presentados en 2012.
Sin embargo, lo más llamativo del informe es que de los 2.838 informes emitidos a favor de los clientes por el Servicio de Reclamaciones, solo en 519 casos (el 18%), las entidades rectificaron su decisión inicial.
 Es decir, en el 82% de las situaciones la entidad decidió mantener su posición, pese a que el Banco de España le dio la razón al cliente, consciente de su capacidad jurídica y potencia económica ante el pequeño cliente.

Citi, Caja España y Banco Popular, los más reclamados

Las entidades contra las que se presentó un mayor número de reclamaciones son Citibank, Caja España, Banco Popular y Novagalicia, según el Banco de España.
El caso de Citibank, aclara la Memoria, se debe a "su tipología de negocio, centrado principalmente en tarjetas", ya que su volumen de actividad en créditos y depósitos es muy reducido.
El Banco de España también ofrece un ranking de las entidades con más informes favorables al cliente. Caixabank es el primero de la lista, con 273 casos, y rectificó su posición en 66 ocasiones. Es decir, en el 24.2% de las ocasiones aceptó el veredicto del supervisor que le daba la razón al cliente.
 Le sigue el Santander, con 257 informes favorables al cliente y un 23,7% de rectificaciones.
El tercero es el Banco Popular, con 193 casos y un 6,7% de rectificaciones
. La pública Novagalicia ha tenido 156 casos favorables al reclamante pero solo aceptó el veredicto en el 7,1% de los casos. Bankia, también nacionalizado, tuvo 154 casos en los que el cliente tuvo razón y lo aceptó en un 20,8%. El que más asume la posición del supervisor es el Banco Sabadell, que tuvo 131 informes y aceptó el veredicto en un 51,1% de los casos.
 El séptimo de la lista es el BBVA, con 129 casos y un 17,85 de rectificaciones.
El Servicio de Reclamaciones afirma que tiene constancia "de la devolución de 1,28 millones de euros por las entidades a sus clientes" como consecuencia de su intervención.
Respecto a los expedientes archivados antes de la fase de informe, cabe destacar el significativo aumento de los expedientes trasladados a otros organismos, de los que el 85,62% fue competencia de la CNMV porque eran participaciones preferentes y obligaciones subordinadas.
La situación es tan chocante, que el organismo dirigido por Luis Linde destaca que "la proporción de rectificaciones por parte de las entidades no alcanza la quinta parte del total, lo que resulta claramente insatisfactorio
". Desde la Memoria, se pide a "las entidades que hagan un esfuerzo para tener en cuenta los informes del Servicio aunque estos, de acuerdo con la normativa vigente, no sean vinculantes".
Pero la situación parece que ha colmado el vaso de la paciencia del supervisor, que promete ir más lejos y mandar a la inspección:
"El Departamento de Conducta de Mercado y Reclamaciones se propone realizar un seguimiento especial de este aspecto, singularmente en aquellos casos en los que se aprecien indicios de incumplimientos graves o reiterados de la normativa de transparencia y protección a la clientela, de los que se dará traslado a los servicios de inspección a los efectos de facilitar el cumplimiento de las funciones del Banco de España en esta materia".

Cuatro de cada diez clientes tienen razón

El balance global demuestra que este departamento ha tenido una fuerte carga de trabajo.
En 2012 se emitieron 7.122 informes, de los cuales, 2.838 (el 40%) fueron favorables al reclamante y 2.372 (el 33,3%) a las entidades.
 "En el resto de los casos, hasta el total de 14.313, no llegó a emitirse informe por estar incompleta la documentación, ser competencia de otras instancias o haber dado traslado del expediente a otros organismos supervisores".
No obstante, a los informes favorables al reclamante habría que sumar los 1.525 allanamientos, es decir, aquellos casos en los que las entidades se avinieron a dar la razón al cliente una vez iniciado el correspondiente informe por parte del Servicio de Reclamaciones. Esto supone que en el 63% de los casos, de una manera u otra, se le dio la razón al cliente. En los 59 casos en los que los reclamantes desistieron por haber visto satisfecha su pretensión.
El principal motivo de reclamación son las operaciones de préstamos, que suponen un 33,2% del total
El principal motivo de reclamación son las operaciones de activo (préstamos y créditos), que suponen un 33,2% del total, aunque continúan con la tendencia descendente iniciada en 2011.
 Aún así, en los últimos meses de 2012 se registró un importante incremento en las reclamaciones sobre préstamos hipotecarios. "Esta tendencia parece mantenerse en los meses transcurridos de 2013. Las cuestiones más reclamadas en relación con las operaciones de activo están relacionadas con la liquidación y los límites a la variación del tipo de interés", dice el informe.
Las reclamaciones por operaciones de pasivo (depósitos, cuentas corrientes) se incrementaron un 15,6% y "volvieron a aumentar las reclamaciones sobre servicios de pago.
 Estas últimas supusieron un 19,3% del total, siendo las reclamaciones más frecuentes las relacionadas con tarjetas de crédito y débito. Las reclamaciones sobre transferencias, especialmente las realizadas por Internet, siguieron disminuyendo, tras el repunte experimentado en 2010".

Alegrando La Vista



Querido y odiado cuerpo........................Rosa Montero

HASNAIN DATTU (GALLERY STOCK)

Ya se sabe que los columnistas de los periódicos, como los actores de teatro, arrastramos la leyenda de seguir escribiendo o actuando pase lo que pase
. Han sido muchos los escritores célebres de los que se ha publicado de manera póstuma la última columna, redactada apenas horas o días antes de su defunción. 
Si no recuerdo mal, sucedió así con el gran Umbral, y también pasó con mi querida Montserrat Roig, espléndida novelista y periodista catalana, vencida por el cáncer en 1991 a la indecentemente temprana edad de 45 años, y que el día anterior a su fallecimiento hizo y envió al periódico, desde el hospital, su habitual artículo.
Lo mismo ocurre, ya digo, en el teatro
. Hay infinitos relatos míticos de actores que actúan aparentemente “como si nada” aunque acabe de morir su madre, su esposo, su hijo; o que fallecen en escena en un último esfuerzo ímprobo.
 Lo habitual es que ese aguante, esa entereza, esa resistencia, se consideren heroicas y admirables. Yo no estoy tan segura, la verdad.
 Ni en el caso de los actores ni en el de los articulistas. En general, y esta es una norma que sirve para todos, los humanos solemos hacer lo que nos es más fácil, lo que más nos conviene. En definitiva, simplemente hacemos lo que podemos.
Y lo que podemos es, en primer lugar, aferrarnos a las rutinas que sostienen nuestras vidas.
 Ser columnista con fecha fija es una rutina poderosa, uno de esos esqueletos exógenos sociales que pueden sostener la caótica, deshilachada, neurótica vida de un escritor.
 Podemos decir exactamente lo mismo de los actores y de las funciones teatrales; con el añadido, en ambos casos, de que nuestros trabajos, tanto la escritura como la actuación, son por lo general trucos primarios que empleamos para sobrevivir, para soportar el peso de los días, para sobrellevar la angustia de la existencia. Así que no sólo nos consuela la rutina, sino que nuestra actividad en sí es un alivio.
 Es el truco con el que solemos combatir las sombras.
Nos consuela la rutina; nuestra actividad es el truco con el que combatimos las sombras
De manera que no hay nada heroico en todo esto
. El actor que sale a actuar con el cadáver de su padre aún presente lo hace porque así el dolor le duele menos. Porque no sabría qué hacer si no hace eso.
 También yo escribí columnas hasta el final mientras fallecía la persona más cercana de mi vida.
 Lo hice porque me consolaba. Ya lo dije antes, los humanos hacemos lo que podemos. Y, por lo general, podemos muy poquito.
Toda esta larga y, reconozcámoslo, bastante extraña introducción viene a cuento porque ahora me toca escribir artículo y resulta que estoy internada en un hospital.
No es nada importante, menos mal, pero sí fastidioso y doloroso.
Podría pedir en el periódico que me disculparan y metieran el artículo de otro, seguro que lo harían, pero no quiero.
 No puedo. Me debo a mi rutina, tan salvadora; y a la escritura, tan consoladora.
Sin embargo, es difícil tener la cabeza en otra cosa cuando estás atrapada en tu cuerpo. Cuando la envoltura física asume todo el protagonismo
. Ah, qué complicada relación hemos tenido siempre los humanos con nuestros cuerpos. El binomio alma/carne o mente/animal es un territorio en guerra. El cuerpo nos apresa, nos enferma, nos limita, nos mata
. Somos rehenes del cuerpo que nos toca y con él planteamos batallas que sólo acaban cuando fallecemos. Luchamos contra el cuerpo, para domarlo y hacerlo nuestro, desde que aprendemos a dar los primeros pasos e intentamos lograr la inmensa, prodigiosa gracia de nuestro sentido del equilibrio, al que tan poca importancia damos.
 Luchan contra el cuerpo los deportistas de élite, los alpinistas que someten a su organismo a pruebas casi letales; los religiosos que, para mí equivocadamente, se torturan la carne con cilicios para acallar sus demandas naturales (animales); los obsesos de la juventud que se recortan y rellenan y remiendan enfermizamente el pellejo para contrarrestar el desgaste inevitable de la edad…
Es cierto, el cuerpo es un tirano. Puedes estar haciendo tus planes de verano tan feliz y, de repente, el cuerpo te los fosfatina y te mete de cabeza en un sanatorio.
 Pero, al mismo tiempo, ¡qué grandioso este cuerpo que nos permite ver la belleza del mundo, escuchar músicas sublimes, beber y comer cosas deliciosas, besar y acariciar y amar, pasear por hermosos montes remotos en una mañana fresca y nublada!
 Querido y odiado cuerpo, hermano de mi vida, sobre el que no tengo más remedio que hablar hoy, porque estoy en un hospital, porque me duele la carne y porque me toca escribir un artículo.