La tarde del 24 de julio la desolación se apoderó de Santiago
. Lo que iba a ser una calurosa noche de celebración y fuegos artificiales en la plaza del Obradoiro se convirtió en una pesadilla para Santiago, Galicia y el resto del mundo en el que ha sido el tercer accidente de tren más grave de la historia de España
. Los familiares y amigos de las más de 78 víctimas mortales y 113 heridos que dejó el descarrilamiento del tren Alvia Madrid-Ferrol el 24 de julio estaban desencajados.
“¡Esto no me puede estar pasando!”, chillaba una madre en el Multiusos Fontes Do Sar, un espacio que la Xunta ha habilitado como tanatorio.
“¡Me quiero morir!”, gritaba la misma mujer mientras los psicólogos la intentaban atender.
Su hijo, un joven de unos 20 años, iba en aquel tren pero nadie sabía dónde estaba.
La mujer, arropada por cinco miembros de su misma familia, ya había recorrido tres sitios diferentes en busca de su hijo.
“¡Solo quiero acabar con esta pesadilla!”, le decía a su sobrino entre sollozos.
En CERSIA, una empresa al servicio del Ayuntamiento de Santiago, se agolpaban los familiares de viajeros que iban en ese tren dirección Ferrol. Edwin, un joven dominicano de 22 años, esperaba tranquilo en un banco del exterior del edificio con su novia y un amigo:
“Mi tía venía en ese tren para darnos una sorpresa”, explicaba mientras fumaba compulsivamente
. En su país aún no sabían nada del accidente y por eso no quería dar “demasiados” detalles.
"Tiene tres hijos", comentaba preocupada su novia. Edwin, como tantas otras personas, se acercó al lugar del descarrilamiento para socorrer a las víctimas y apoyar en lo que pudiera. “Vivo cerca de donde fue el accidente y me ofrecí para dar mantas, sacar gente, ofrecer agua… ¡lo que fuera!”, comentaba. “Me pregunto si vi pasar a mi tía y no me di cuenta”, contaba con tristeza.
Hacía 10 años que no se veían.
Los familiares iban y venían del Hospital de Santiago a CERSIA —donde, según los que se acercaron, comunicaban el estado de las víctimas— y de allí al tanatorio.
“Es que no nos dicen nada”, se escuchaba por todos lados. “Van llamando a los familiares cada media hora y con cuenta gotas.
Va para largo”, contaban ya de madrugada Ruth y Ester Morán, dos hermanas que esperaban la llegada de un amigo de la familia que viajaba solo y que “venía huyendo del calor de Zamora”, comentaban resignadas a los medios.
“Cuando llamamos a su móvil contestó otra persona. Solo nos queda esperar”, lamentaban.
A las 3.00 de la madrugada el escenario comenzó a cambiar.
Las malas noticias se agolpaban a las puertas de CERSIA y los familiares, resignados, se iban al tanatorio. Muchos gritaban y otros se desesperaban por la mala organización. Reyes Pérez, de Ferrol, se armó de valor ante las cámaras y con la voz entrecortada reclamaba: “¡Que nos dejen identificarlos!”. Una sobrina de Reyes de 26 años iba en ese tren.
“Podría estar simplemente inconsciente y a nosotros no nos dejan identificarla”, reprochaba con una esperanza que ya comenzaba a flaquear.
Una mujer de mediana edad se encontraba sola, desolada y llorando en un banco fuera del edifico de CERSIA
. De vez en cuando miraba a los medios de comunicación, que la deslumbraban con sus cámaras, y mantenía su mirada perdida en la multitud del equipo de médicos y psicólogos que se encontraban preparados para recibir órdenes. En aquel momento podía pasar de todo por su cabeza. “Lo siento, ahora no soy capaz de hablar”, comentaba con lágrimas en los ojos y moviendo una pierna de un lado a otro en señal de impaciencia.
Un par de horas más tarde un psicólogo del equipo médico del hospital la atendía en el mismo banco.
Ya había recibido la noticia que tanto temía saber: su hijo había muerto.
Una pareja de ancianos que acompañaban a una amiga también iban de un lado a otro buscando explicaciones
. Se sumaban a la incertidumbre de los demás familiares.
“Solo venimos a acompañar a nuestra amiga.
Ella busca a su marido que venía de vacaciones”.
. Lo que iba a ser una calurosa noche de celebración y fuegos artificiales en la plaza del Obradoiro se convirtió en una pesadilla para Santiago, Galicia y el resto del mundo en el que ha sido el tercer accidente de tren más grave de la historia de España
. Los familiares y amigos de las más de 78 víctimas mortales y 113 heridos que dejó el descarrilamiento del tren Alvia Madrid-Ferrol el 24 de julio estaban desencajados.
“¡Esto no me puede estar pasando!”, chillaba una madre en el Multiusos Fontes Do Sar, un espacio que la Xunta ha habilitado como tanatorio.
“¡Me quiero morir!”, gritaba la misma mujer mientras los psicólogos la intentaban atender.
Su hijo, un joven de unos 20 años, iba en aquel tren pero nadie sabía dónde estaba.
La mujer, arropada por cinco miembros de su misma familia, ya había recorrido tres sitios diferentes en busca de su hijo.
“¡Solo quiero acabar con esta pesadilla!”, le decía a su sobrino entre sollozos.
En CERSIA, una empresa al servicio del Ayuntamiento de Santiago, se agolpaban los familiares de viajeros que iban en ese tren dirección Ferrol. Edwin, un joven dominicano de 22 años, esperaba tranquilo en un banco del exterior del edificio con su novia y un amigo:
“Mi tía venía en ese tren para darnos una sorpresa”, explicaba mientras fumaba compulsivamente
. En su país aún no sabían nada del accidente y por eso no quería dar “demasiados” detalles.
"Tiene tres hijos", comentaba preocupada su novia. Edwin, como tantas otras personas, se acercó al lugar del descarrilamiento para socorrer a las víctimas y apoyar en lo que pudiera. “Vivo cerca de donde fue el accidente y me ofrecí para dar mantas, sacar gente, ofrecer agua… ¡lo que fuera!”, comentaba. “Me pregunto si vi pasar a mi tía y no me di cuenta”, contaba con tristeza.
Hacía 10 años que no se veían.
Los familiares iban y venían del Hospital de Santiago a CERSIA —donde, según los que se acercaron, comunicaban el estado de las víctimas— y de allí al tanatorio.
“Es que no nos dicen nada”, se escuchaba por todos lados. “Van llamando a los familiares cada media hora y con cuenta gotas.
Va para largo”, contaban ya de madrugada Ruth y Ester Morán, dos hermanas que esperaban la llegada de un amigo de la familia que viajaba solo y que “venía huyendo del calor de Zamora”, comentaban resignadas a los medios.
“Cuando llamamos a su móvil contestó otra persona. Solo nos queda esperar”, lamentaban.
A las 3.00 de la madrugada el escenario comenzó a cambiar.
Las malas noticias se agolpaban a las puertas de CERSIA y los familiares, resignados, se iban al tanatorio. Muchos gritaban y otros se desesperaban por la mala organización. Reyes Pérez, de Ferrol, se armó de valor ante las cámaras y con la voz entrecortada reclamaba: “¡Que nos dejen identificarlos!”. Una sobrina de Reyes de 26 años iba en ese tren.
“Podría estar simplemente inconsciente y a nosotros no nos dejan identificarla”, reprochaba con una esperanza que ya comenzaba a flaquear.
Una mujer de mediana edad se encontraba sola, desolada y llorando en un banco fuera del edifico de CERSIA
. De vez en cuando miraba a los medios de comunicación, que la deslumbraban con sus cámaras, y mantenía su mirada perdida en la multitud del equipo de médicos y psicólogos que se encontraban preparados para recibir órdenes. En aquel momento podía pasar de todo por su cabeza. “Lo siento, ahora no soy capaz de hablar”, comentaba con lágrimas en los ojos y moviendo una pierna de un lado a otro en señal de impaciencia.
Un par de horas más tarde un psicólogo del equipo médico del hospital la atendía en el mismo banco.
Ya había recibido la noticia que tanto temía saber: su hijo había muerto.
Una pareja de ancianos que acompañaban a una amiga también iban de un lado a otro buscando explicaciones
. Se sumaban a la incertidumbre de los demás familiares.
“Solo venimos a acompañar a nuestra amiga.
Ella busca a su marido que venía de vacaciones”.