Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

17 jul 2013

La crisis + Los 40


Martín Tognola (Buenos Aires, 1972), que trabaja tanto en el mercado español como en el argentino, es el colaborador de cómic de esta semana.
 Su carrera como dibujante comenzó en Clarín y más tarde en Viva, Noticias, Playboy y Olé.
 Desde 1995 vive en Barcelona, donde ha colaborado con El Periódico de Cataluña durante 15 años, pero también con Orsai, Le Monde, La Vanguardia, Público, Rockdelux y Woman. Además, ha trabajado para grandes marcas como BMW, McDonald’s, Winston o La Caixa. Debutó como dibujante de cómics con Barcelona low cost (Glènat), ganador del Premio Josep Coll 2009 y nominado a mejor autor revelación en el Salón Internacional del Cómic de Barcelona en 2011. Sus dibujos también han ilustrado Me gusta la tele y Me gusta el sexo (El Terrat).
El País Semanal dedica una página semanal dedicada al cómic, en la que artistas más o menos conocidos comparten su talento con los lectores
. Sin tema predefinido, con estilo libre, en blanco y negro o en color, con muchas o con una sola viñeta, el único requisito es que brille la creatividad. Invitamos a los dibujantes (profesionales o aficionados) que así lo deseen a participar en esta sección y a enviar sus propuestas
. Lo pueden hacer a través de elpaissemanalcartas@elpais.es o rellenando el formulario de cartas en nuestra web.
El equipo de la revista valorará en última instancia su publicación, no tratándose de un concurso, sino de una colaboración.

No se marchitan mis flores del mal...............Carlos Boyero


Marlon Brando y Maria Schneider en un fotograma de 'El último tango en París'.

Sin poseer ni una sola gota de aristocracia en mis venas, ni estar convencido de que todo debe cambiar para que todo siga igual, ni haber pisado nunca Sicilia, ni tener demasiadas cosas que perder, me siento tan apesadumbrado como el príncipe de Salina en medio del baile, despidiéndose con su mirada de las cosas que ama al final de la conmovedora El Gatopardo.
 Me ocurre cuando paseo por Madrid y la exhaustiva memoria sentimental identifica los lugares que antes fueron salas de cine o veo otras en las que presientes su inmediata agonía.
 Sabiendo que no serán restauradas ni reemplazadas y que sientes irracional alergia a relacionar los multicines de los grandes centros comerciales, los únicos que parecen tener garantizada la supervivencia, con tu ritual ancestral de lo que suponía ir al cine.
Si a eso le añado que mi cumpleaños me afirma que ya llegó el invierno (pero de verdad, no como en la serie Juego de tronos, que llevan anunciándolo desde el primer capítulo y sigue sin aparecer en su tercera temporada), la melancolía prematura crece ante la irremediable desaparición de una de las mejores cosas que me ofreció la vida, el bálsamo infalible que descubriste en la niñez para todas las heridas del alma.
Y está claro que aunque dispongas en tu casa de las películas que amas y puedas disfrutarlas con impecable imagen y sonido, sin que te amenace el ataque de nervios y la furia asesina contra los extraños que engullen ruidosamente a tu lado las odiosas palomitas, nada volverá a ser igual cuando desaparezcan los cines, cuando solo sea un recuerdo lo que Cabrera Infante definió inmejorablemente como Arcadia todas las noches.
La memoria sentimental te recuerda los lugares y las circunstancias en las que viste por primera vez películas que te removieron a perpetuidad, con las que estableciste una relación tan apasionada como enfermiza, habitadas por gente, sentimientos y actitudes con las que te identificas emocionalmente hasta lo alarmante, que aunque sepas de memoria lo que van a hacer y a decir siempre te provocan el nudo en la garganta y las lágrimas. No son las mejores películas que has visto, el clasicismo tal vez no las admita en su intocable gremio, pero son tuyas, han golpeado tus fibras íntimas a perpetuidad.
Siempre vivo en estado de trance El buscavidas, fascinado por el calvario y la redención de aquel tipo arrogante que poseía talento, pero que tuvo que aprender al precio más trágico a tener carácter, a ganarle la definitiva partida a Gordo de Minnesota, a enfrentarse a su explotador, a sus demonios, al lacerante recuerdo del suicidio de la única persona que creyó en él (“Hemos firmado un contrato de mutua tristeza y una impenetrable oscuridad nos rodea”), a costa de que le expulsen de su suprema afirmación, de que le prohíban para siempre expresar su arte.
Aunque el título de Lo importante es amar incite a salir corriendo, todo es anticonvencional, febril, salvaje y desesperadamente lírico en esa inmersión en el infierno, en la historia de amor entre dos personas rotas y que saben que habrá víctimas.
 La conversación de la maravillosa Romy Schneider con su marido antes de que este trague el matarratas es la secuencia que más me ha perturbado en la historia del cine.
 Siento algo parecido en el monólogo de Brando ante el cadáver de su esposa en Último tango en París, en su primer encuentro con Maria Schneider, en la alcohólica y patética persecución por las calles de París de esa persona que su pone su último tren vital mientras que ruge el saxo de Gato Barbieri.
 En la piedad, el misterio y la lírica que despliega Lauzon contándome la historia de Léolo, ese niño que sueña para escapar de la locura.
 En todas ellas existe una verdad, una belleza, una pasión y una complejidad que emocionan.
 Y también duelen.

Parlam DÀmore Mariu MINA

http://youtu.be/b_fE1xBXqaA

Un cuerpo para el éxito y para el "pecado"


Daniel Riera

Suena Parlami d’amore Mariù, interpretada por Mario De Sica.
Un hombre de belleza hercúlea se sumerge en las aguas de Capri ataviado con un Speedo blanco.
 Le sigue una mujer. Él la besa y le desanuda la parte superior del biquini. Claqueta y fundido a negro. Hablamos del spot publicitario de la fragancia Light Blue, de Dolce & ­Gabbana.
Y hablamos de David Gandy, un modelo que, parafraseando a Melanie Griffith en Armas de mujer, posee un cuerpo para el pecado y una mente para los negocios.
Porque este britá­nico, nacido según su agencia en 1980, ha sabido exprimir el éxito de la campaña dirigida por Mario Testino en 2007 y sus dos versiones posteriores hasta convertirse en uno de los pocos hombres que pueden competir con sus colegas femeninas en términos económicos y de popularidad. Un doble logro dentro de una industria que hoy apuesta por tiernos efebos sobre la pasarela y grandes estrellas de Hollywood para sus anuncios.
Solo el año pasado, Gandy protagonizó 23 portadas de revistas internacionales.
 “La moda es como cualquier otro sector. El objetivo final es vender.
Y yo, como modelo, me vendo a mí mismo. La clave está en saber hacerlo: convertirte en tu propia marca y trabajar en su desarrollo”, explica.
La marca David Gandy da trabajo directo a seis personas: un publicista, un relaciones públicas, un jefe de comunicación, un responsable de redes sociales, el booker o agente y el propio modelo.
 Una microempresa en toda regla, equiparable en dimensiones al 41% de las pymes españolas, según datos del Instituto Nacional de Estadística.
 El británico recuerda que las top models funcionan con esta estructura desde hace décadas: “Han sido muy inteligentes a la hora de definir sus estándares laborales
. Desfilar no es neurocirugía, pero hay que profesionalizarse”.
La brecha que separa a hombres y mujeres en este sector responde en primer lugar, y según Gandy, al mayor peso de la moda femenina.
 “Pero la actitud de algunos de los más ­jóvenes, desesperados por tener visibilidad, solo empeora las cosas. Dicen sí a todo –rebajando los honorarios y las condiciones– y no se dan cuenta de que en esta profesión es casi más importante a qué dices no”, sentencia.
El equipo de Gandy gestiona no solo su saturada agenda de sesiones de fotos, desfiles y rodajes, sino también otros productos que refuerzan su imagen y su economía.
 ­Además de su web, sus cuentas de Facebook y ­Twitter, hace tres años el modelo decidió lanzar su propia aplicación para móviles y tabletas: David Gandy Style Guide for Men.
Un proyecto que surge, según cuenta, para dar respuesta a las miles de dudas estilísticas que sus segui­dores le formulan digital y ­analógicamente.
Gajes y privilegios de ser elegido el hombre más elegante del mundo por la revista GQ.
“La mayor parte de los hombres están bastante perdidos: ¿cuál es la diferencia entre un traje de dos o de tres botones? Para que consuman moda es imprescindible explicársela, y eso es lo que yo pretendo”, argumenta.
Irónicamente, el modelo y embajador en la Semana de la Moda Masculina de Londres se define como un “anti fashion victim”. Ignora deliberadamente las tendencias y hace gala de ello.
 Sus iconos de estilo son Steve McQueen y Paul Newman.
“Dos hombres que primaban la comodidad y vestían de una forma pragmática”, además de dos fanáticos de la velocidad, como el propio Gandy.
Quizá en su naturalidad resida la clave de su interés como prescriptor. Una condición que no ha pasado desapercibida para medios como New York Magazine o GQ, que le han invitado a escribir en sus páginas. Gandy disfruta y potencia esta nueva faceta. Después de 13 años protagonizando editoriales de moda, sabe que ha llegado el momento de traspasar los márgenes de las fotografías. Su objetivo, según admite, es convertirse “a medio plazo en director creativo”.
Mientras tanto, colabora con diversos proyectos de la firma de moda Dolce & ­Gabbana –cuyos responsables han sido noticia recientemente por una condena por evasión de impuestos que han anunciado que recurrirán. Y sigue construyendo su propia marca. En enero lanzó una nueva aplicación: ­David Gandy ­Fitness and Training, donde comparte pautas para conseguir un cuerpo como el suyo. Mantener siempre a punto su herramienta de ­trabajo tiene un coste energético y social. Asegura que a partir de las 22.30 es más fácil encontrarle sobre una bicicleta estática que apostado en la barra de una glamurosa fiesta.
Una evasión más que una renuncia para el británico, que se confiesa un adicto al deporte desde que estudiaba “informática y arquitectura multimedia” en la Universidad de Essex. Fueron sus compañeros de clase quienes inscribieron a Gandy en el concurso televisivo que, como en un buen guion hollywoodiense, le abrió las puertas del mundo de la moda.
Pero no todo es negocio (ni pasarela) en la vida de Gandy. El modelo dirige una organización sin ánimo de lucro para niños en peligro de exclusión, a la que ha llamado, haciendo gala de sobrado sentido del humor, Acero Azul: el nombre de la mirada que Ben Stiller hizo famosa en Zoolander, su gran parodia del mundo de la moda.