La perla Peregrina es tan bella como maldita.
Eso dice la leyenda, que quien la posea, morirá lentamente y con dolor
. A Richard Burton esto no le importó demasiado y, aturdido ante semejante pieza, la compró por 37.000 dólares y se la regaló a su enamorada, Elizabeth Taylor, que apareció divina con ella en Ana de los mil días. Este es sólo un eslabón más del largo recorrido de esta joya, que fue encontrada por un indio en aguas panameñas en el conocido Archipiélago de las Perlas en 1515.
Tiene forma de pera, un tamaño espectacular y un peso de 30, 5 quilates. Características que quitan el hipo. Y una vida de lujo y ambición.
La profesora Carmen Mena García, catedrática española de
Historia de América, desglosa el recorrido de esta perla minuciosamente en la
isla de Taboga, la nueva parada de los expedicionarios de la Ruta Quetzal BBVA.
Esta pequeña sevillana con gracejo andaluz al hablar
recorre las calles de la isla con una verborrea propia de quien se ha
convertido a lo largo de las últimas dos décadas en una eminencia en la
materia.
Mena viaja este año con la Ruta Quetzal para explicar a los chicos el origen de esta joya tan singular. Para eso los sitúa en el contexto.
El Archipélago era por aquel entonces una de las reservas más importantes del Pacífico y una fuente de perlas que parecía interminable, algo que los lugareños no valoraban demasiado: las utilizaban para decorar sus remos o las asaban junto a las ostras, a las que estimaban mucho más.
Llegaron los españoles y no dudaron en explotar el negocio.
De esa manera utilizaban a los indios Kueva del lugar para que bucearan y encontraran estos pequeños y blancos tesoros con forma de lágrima.
Llegó hasta tal punto la ambición española, que obligaron a los indígenas -mano de obra barata- a sumergirse por aguas plagadas de tiburones más de lo que permite el cuerpo humano para encontrar más y más joyas
. En pocos años, los Kueva empezaron a morir por diferentes causas y su población se redujo un tercio.
Pero lo cierto es que el expolio de este botín tampoco supuso ningún problema entre indígenas e invasores. Todos pensaban que estafaban a los contrarios
. “¿Y quién engañaba a quién?, pregunta la catedrática. “En realidad tenían un trato: los españoles se llevaban las perlas y los indios se quedaban las ostras, y todos pensaban que estaban timando a los demás”, cuenta Mena entre cigarrillo y cigarrillo apostada en el único chiringuito de la zona, intentado engañar al calor sofocante de Taboga, a 20 kilómetros de Panamá.
La Peregrina apareció de esta manera, con un indio que la rescató de las profundidades del mar
. Acabó en manos de un comerciante español, Pedro del Puerto, por 1.200 pesos.
Y, de la noche a la mañana, se convirtió en una especie de Gollum en El señor de los anillos. Estuvo noches sin dormir preocupado por su tesoro, y ante semejante sinvivir terminó vendiendo la joya a Pedrarias Dávila, el ejecutor de Balboa, que pudo -antes de morir- dibujar la perla y mandarla estampada en una carta a la Corona española.
La bautizaron como La perla rica y empieza así su largo peregrinaje.
En manos de la mujer de Pedrarias llegó años después a España, y acabó comprándola Isabel de Portugal. A partir de entonces la joya estará vinculada a la Corona y será una de las perlas más pintadas de la historia. Tiziano, Velázquez, Antonio Moro... Todos sucumbieron ante su belleza
. Pasó por manos de María Tudor, regalo de Fernando II, y se convirtió en objeto de deseo de la realeza de la época. Margarita de Austria, Isabel de Borbón o María Luisa de Parma disfrutaron de su belleza a lo largo de los siglos, hasta que José Bonaparte ordenó que le entregasen las joyas de los Borbones españoles.
Napoleón III la vendió en 1848 al marqués de Abercom por problemas económicos y la familia de este se la ofreció en 1914 al rey Alfonso XIII, pero no la quiso.
Terminó en manos del millonario americano Judge Heary y pasó a las de otro magnate, Henry Huntington. Tras pertenecer a dos coleccionistas llegó por fin al cuello de Elisabeth Taylor, que lo incorporó a un collar renacentista diseñado por la prestigiosa joyería Cartier, lo que revalorizó aún más el tesoro panameño. Cuando murió la actriz en 2011, la sala Christies la subastó por 12 millones de dólares (9 de euros), el récord mundial para una joya.
Ahora resulta imposible saber el nombre de su dueño. "Pocas joyas ocultan una historia tan fascinante", reflexiona Mena.
Lo único claro en estos momentos es que la perla más famosa de Panamá continúa su incansable peregrinaje.
Mena viaja este año con la Ruta Quetzal para explicar a los chicos el origen de esta joya tan singular. Para eso los sitúa en el contexto.
El Archipélago era por aquel entonces una de las reservas más importantes del Pacífico y una fuente de perlas que parecía interminable, algo que los lugareños no valoraban demasiado: las utilizaban para decorar sus remos o las asaban junto a las ostras, a las que estimaban mucho más.
Llegaron los españoles y no dudaron en explotar el negocio.
De esa manera utilizaban a los indios Kueva del lugar para que bucearan y encontraran estos pequeños y blancos tesoros con forma de lágrima.
Llegó hasta tal punto la ambición española, que obligaron a los indígenas -mano de obra barata- a sumergirse por aguas plagadas de tiburones más de lo que permite el cuerpo humano para encontrar más y más joyas
. En pocos años, los Kueva empezaron a morir por diferentes causas y su población se redujo un tercio.
Pero lo cierto es que el expolio de este botín tampoco supuso ningún problema entre indígenas e invasores. Todos pensaban que estafaban a los contrarios
. “¿Y quién engañaba a quién?, pregunta la catedrática. “En realidad tenían un trato: los españoles se llevaban las perlas y los indios se quedaban las ostras, y todos pensaban que estaban timando a los demás”, cuenta Mena entre cigarrillo y cigarrillo apostada en el único chiringuito de la zona, intentado engañar al calor sofocante de Taboga, a 20 kilómetros de Panamá.
La Peregrina apareció de esta manera, con un indio que la rescató de las profundidades del mar
. Acabó en manos de un comerciante español, Pedro del Puerto, por 1.200 pesos.
Y, de la noche a la mañana, se convirtió en una especie de Gollum en El señor de los anillos. Estuvo noches sin dormir preocupado por su tesoro, y ante semejante sinvivir terminó vendiendo la joya a Pedrarias Dávila, el ejecutor de Balboa, que pudo -antes de morir- dibujar la perla y mandarla estampada en una carta a la Corona española.
La bautizaron como La perla rica y empieza así su largo peregrinaje.
En manos de la mujer de Pedrarias llegó años después a España, y acabó comprándola Isabel de Portugal. A partir de entonces la joya estará vinculada a la Corona y será una de las perlas más pintadas de la historia. Tiziano, Velázquez, Antonio Moro... Todos sucumbieron ante su belleza
. Pasó por manos de María Tudor, regalo de Fernando II, y se convirtió en objeto de deseo de la realeza de la época. Margarita de Austria, Isabel de Borbón o María Luisa de Parma disfrutaron de su belleza a lo largo de los siglos, hasta que José Bonaparte ordenó que le entregasen las joyas de los Borbones españoles.
Napoleón III la vendió en 1848 al marqués de Abercom por problemas económicos y la familia de este se la ofreció en 1914 al rey Alfonso XIII, pero no la quiso.
Terminó en manos del millonario americano Judge Heary y pasó a las de otro magnate, Henry Huntington. Tras pertenecer a dos coleccionistas llegó por fin al cuello de Elisabeth Taylor, que lo incorporó a un collar renacentista diseñado por la prestigiosa joyería Cartier, lo que revalorizó aún más el tesoro panameño. Cuando murió la actriz en 2011, la sala Christies la subastó por 12 millones de dólares (9 de euros), el récord mundial para una joya.
Ahora resulta imposible saber el nombre de su dueño. "Pocas joyas ocultan una historia tan fascinante", reflexiona Mena.
Lo único claro en estos momentos es que la perla más famosa de Panamá continúa su incansable peregrinaje.