El Banco de Pagos Internacionales insta a los Gobiernos a acelerar las reformas para asentar la reactivación económica.
Hace menos de un año, Mario Draghi dijo unas palabras que marcaron un gran punto de inflexión en la crisis de deuda europea: el patrón del Banco Central Europeo (BCE) aseguró que haría “lo que haga falta” para garantizar la estabilidad de la eurozona.
Ayer, el órgano de coordinación los bancos centrales, el Banco de Pagos Internacionales (BIS, en sus siglas en inglés), recuperó precisamente la misma expresión, pero en sentido completamente contrario: “Está quedando cada vez más claro que los bancos centrales no pueden hacer ‘todo lo que haga falta’ para devolver las aún débiles economías a un crecimiento fuerte y sostenible”, dijo Stephen Cecchetti, consejero económico del BIS, al presentar la memoria anual de la institución con sede en Basilea.
Cada vez hay más avisos de que las mangueras van a parar de surtir agua.
La fuerte oleada de dinero que los grandes bancos centrales han inyectado en el sistema desde el comienzo de la crisis financiera —a base de créditos baratos, con bajos tipos de interés o mediante la compra de deuda— ha brindado a los países un tiempo precioso para posponer la reducción del endeudamiento y ha ayudado a financiar los déficits públicos, pero estas instituciones “no pueden hacer más sin agravar los riesgos que ya han creado”, añadió Cechetti.
La voz de alarma se suma a la expresada el pasado abril por Fondo Monetario Internacional (FMI), que, aunque defendió la política monetaria expansiva, empezó a poner el foco en los peligros que se estaban gestando, las incipientes burbujas en algunos activos, el fomento de toma de riesgos y la posibilidad de sacudida cuando estos estímulos se retiren.
En una línea similar, el organismo con sede en Basilea advierte también de que “las raíces del problema de crecimiento no son monetarias”, de modo que “los bancos centrales deben reforzar su objetivo tradicional, aunque se extiende a la estabilidad financiera, y animar [a los Gobiernos] a llevar a cabo los ajustes necesarios, más que retrasarlos con tipos de interés casi cero y compras aún mayores de bonos soberanos”.
Un puñado de números da cuenta de la pequeña revolución que han experimentado unas instituciones cuyo mandato más tradicional —aunque diverge de un país a otro— ha sido cuidar de la inflación
. Los activos prácticamente se han duplicado desde mediados de 2007 hasta rozar los 20 billones de dólares, lo que equivale al 30% del producto interior bruto (PIB) de todo el mundo. Es mayor el peso relativo en las economías asiáticas, donde los activos suponen el 50% del PIB, un nivel que se mantiene desde 2007 porque su crecimiento también ha sido muy elevado. En Suiza se ha disparado de cerca del 20% al 85% en el mismo periodo, mientras que en Estados Unidos y Europa el porcentaje queda en el entorno del 20%.
Lo malo es que, si bien se ha contenido la crisis, si bien se ha evitado el desastre, según el consenso de la mayoría de expertos, “la política monetaria no ha cumplido las expectativas”, lamenta, ya que la fluidez del dinero no se ha traducido en más créditos a empresas o familias.
El BIS es contundente: “Son los otros los que tienen que actuar, acelerando las difíciles pero necesarias reformas, y solventando los problemas de baja productividad y de desempleo”, en palabras de Cechetti. Hasta ahora, se quejó, el progreso en los diferentes frentes ha sido “lento, desigual y estancado”. El Banco de Japón, La Reserva Federal, el BCE, el Banco de Inglaterra... “Todos tienen algo muy delicado que sopesar: los riesgos de un repliegue prematuro [de su artillería contra la crisis] y los riesgos de seguir demorándolo”.
No hay en el pasado casos de una política de este calibre y por ello la operación salida despierta temores. “Las herramientas para gestionar las estrategias de salida ya existen y se han puesto parcialmente a prueba, pero los bancos centrales tienen muy presente que la dimensión y el alcance del inevitable repliegue futuro no tienen precedentes. Esto magnifica las incertidumbres que comporta la salida y el riesgo de que esta no esté exenta de contratiempos”, apunta la memoria del BIS.
Y en el discurso pronunciado por su director general, el español Jaime Caruana, a la Asamblea General del BIS se añade: “La política monetaria ha hecho su parte. La recuperación ahora exige una combinación de políticas diferentes, con más énfasis en el fortalecimiento de la flexibilidad y el dinamismo económico y la estabilización de las finanzas públicas”.
La Reserva Federal (Fed) estadounidense, uno de los organismos más osados en esta crisis, ha brindado esta semana una pequeña prueba de la sensibilidad que generan los indicios de que la artillería de los bancos centrales tiene fecha de caducidad. El presidente del organismo, Ben Bernanke, advirtió de que el programa de compra de activos —unos 85.000 millones de dólares mensuales en bonos de titulización hipotecaria y títulos del Tesoro— se podría moderar a final de este año, para concluir a mediados de 2014, si la economía avanzaba según lo previsto.
El mercado se estremeció: todas las grandes Bolsas bajaron y los bonos públicos tuvieron que aumentar su rentabilidad para poder venderse en el mercado.
La noticia de una menor liquidez en EE UU, el mayor inversor del mundo, contagió también a las potencias emergentes. Uno de los índices que se siguen en Wall Street como referencia del flujo de dinero que va hacia los países en desarrollo, el MSCI Emerging Markets, cayó un 4% el jueves en Nueva York, justo al día siguiente del discurso de Bernanke, en el que fue el mayor descenso desde septiembre de 2011, según los datos de Bloomberg.
El BIS recomienda por ello, no tanto que los bancos coordinen más sus estrategias, como que le concedan “más importancia” a los efectos secundarios y de retroalimentación mundiales.
Los inversores se cubren ahora mejor del riesgo de la tasa de interés.
Aun así, habrá consecuencias en las pequeñas economías avanzadas y en las emergentes, de modo que estas deberían prepararse y reforzar sus colchones de capital, reducir sus desequilibrios financieros y aumentar capacidad de sus marcos de política para absorber la volatilidad.
Si algo deben conservar los bancos centrales de estos años de furiosa crisis financiera, son las nuevas herramientas para garantizar mejor la estabilidad financiera, según el BIS.
El coordinador de los bancos centrales aconseja que el repliegue comience de forma bien planificada y “asentado en una recuperación sólida”, algo que, de momento, no ha logrado la eurozona. La “comunicación”, para evitar la sorpresa entre los inversores y la independencia frente a las presiones políticas, será crucial. “La historia enseña que las decisiones de política monetaria resultan más acertadas cuando se ignoran aspectos de conveniencia política cortoplacistas; de ahí la importancia de su autonomía operativa”, destaca el documento.