La madre de los pequeños asegura que su exmarido nunca fue cariñoso con los niños
Califica a su expareja como una persona muy rencorosa y controladora.
La declaración de Ruth Ortiz en el tribunal que juzga a su exmarido
por el asesinato de los hijos de ambos, Ruth y José, fue la de una mujer
acosada por el maltrato que decide separarse y, al poco tiempo, se
encuentra con la peor de las tragedias: él se ha tomado venganza
utilizando para ello a los niños.
“El último mes juntos yo estaba anulada, era como un robot”, dijo ayer en la Audiencia de Córdoba. “Sabía que la separación iba a ser difícil”, “que me iba a hacer la vida imposible y que utilizaría a los niños para eso”, aseguró.
La mujer se mostró entera casi en todo momento. Solicitó declarar tras un biombo que ocultara a José Bretón.
Este permaneció sentado, esposado por primera vez en la sala.
La voz de ella solo se quebró en algún instante, cuando rememoró la última vez que vio a los niños, de dos y seis años, en el otoño de 2011, y cuando explicó que tomó la decisión de permitir que su exmarido pasase fines de semana alternos con ellos
. “Ahora me doy cuenta de que vivía con un asesino en potencia”, dijo.
La declaración de Ruth Ortiz desbarató ayer la imagen que el día anterior ofreció Bretón de un hombre amante de su familia. “Él nunca era cariñoso con sus hijos. Recuerdo uno de los últimos días de El Portil [donde vivió la pareja en Huelva antes de la separación] en el que él rechazó con desprecio a su hija y la bajó bruscamente de sus rodillas. Otra vez, le dio una torta en la boca a José por no comer. Yo le dije que no lo hiciera más”, recordó Ruth.
“En El Portil empecé a tener miedo real de él. Sabía que era vengativo.
Le tenía miedo, no sabía a qué, pero empecé a intuir la maldad que tenía”.
Mientras la relación de la pareja se deterioraba, Bretón se volvió completamente “rígido, obsesivo y controlador con los niños”, contó la madre.
“Los niños, al final, le temían. No les dejaba comportarse como niños. Les veía como una carga en nuestra relación”. Ortiz tampoco contempla —“jamás, eso jamás”— que el hombre perdiera a los niños, dado el control y la rigidez con que se conducía con ellos.
Un testigo declaró que a los pequeños “no los cogía de la mano, los cogía por las muñecas”.
Ortiz recordó una de las pocas visitas que hizo a Bretón en la cárcel para tratar de arrancarle la verdad, uno de los episodios más dolorosos para ella.
“Me dijo que con quien sea que estuviesen los niños, no iban a estar como con él o conmigo. Pero que, desde luego, con quien mejor estarían los niños era con él”, relató la madre. Bretón se mantenía terriblemente tranquilo en esos encuentros.
Igual que cuando la llamó, en la madrugada del 9 de octubre, para confirmarle que sus hijos habían desaparecido. “Qué quieres que te diga, se me han perdido los niños. Me ha tocado a mí”, le dijo.
“Estaba supertranquilo”, apuntó ayer la madre. La única obsesión de Bretón parecía ser que Ruth se reuniera con él. “Ahora tendrás que venir a Córdoba”, me dijo.
“Yo era incapaz de pensar en nada, solo pensaba que no volvería a ver a mis hijos”. La pareja mantuvo fugaces conversaciones más adelante
. En ellas, Ruth le rogó, le gritó a Bretón que le devolviese a sus hijos. “Pero él solo me decía que por qué no dábamos una rueda de prensa juntos, o por qué no íbamos juntos a una manifestación. O por qué no pegábamos juntos carteles de los niños”.
. En su intervención, la abuela no pudo contenerse y rompió en lágrimas cuando habló de sus “tesoros”, como llamaba a los pequeños, con los que solo pudo estar dos y seis años.
Ramos recordó la última vez que vio a los niños, el 7 de octubre, un día antes de desaparecer
. Entonces, su hija y los niños vivían en su casa, en Huelva. Bretón fue allí a recoger a los críos para que pasaran el fin de semana con él. Se los iba a llevar en coche a Córdoba
. La abuela asegura que escuchó al acusado murmurar algo terrible cuando montaba a sus hijos en las sillitas y se disponía a marchar. “Es la última vez que los ves, es la última vez que vienen”, declaró ayer la mujer ante el juez.
“Le di un beso a mi niña. Adiós corazón. Mi niña era mi tesoro. Al hermanito lo llamaba tesorín”, contó la abuela, gesticulando la despedida como si tuviese delante a los niños. “Desde la ventana, el niño seguía tirándome besos. Adiós, tesorín. Es la última vez que vi a mis niños”. La mujer rompió a llorar y pidió perdón.
Sobre su relación con el procesado, Ramos afirmó que era “cordial y normal”, aunque “se deterioró” cuando el matrimonio se fue a Huelva a vivir, si bien admitió que él “nunca” discutió con ella.
Pese a ese deterioro de la pareja, aseguró que “jamás” animó a su hija a “que se separara”.
Y su hija también había tomado la decisión de no hablarles mal a los niños del padre.
“El último mes juntos yo estaba anulada, era como un robot”, dijo ayer en la Audiencia de Córdoba. “Sabía que la separación iba a ser difícil”, “que me iba a hacer la vida imposible y que utilizaría a los niños para eso”, aseguró.
La mujer se mostró entera casi en todo momento. Solicitó declarar tras un biombo que ocultara a José Bretón.
Este permaneció sentado, esposado por primera vez en la sala.
La voz de ella solo se quebró en algún instante, cuando rememoró la última vez que vio a los niños, de dos y seis años, en el otoño de 2011, y cuando explicó que tomó la decisión de permitir que su exmarido pasase fines de semana alternos con ellos
. “Ahora me doy cuenta de que vivía con un asesino en potencia”, dijo.
La declaración de Ruth Ortiz desbarató ayer la imagen que el día anterior ofreció Bretón de un hombre amante de su familia. “Él nunca era cariñoso con sus hijos. Recuerdo uno de los últimos días de El Portil [donde vivió la pareja en Huelva antes de la separación] en el que él rechazó con desprecio a su hija y la bajó bruscamente de sus rodillas. Otra vez, le dio una torta en la boca a José por no comer. Yo le dije que no lo hiciera más”, recordó Ruth.
“En El Portil empecé a tener miedo real de él. Sabía que era vengativo.
Le tenía miedo, no sabía a qué, pero empecé a intuir la maldad que tenía”.
Mientras la relación de la pareja se deterioraba, Bretón se volvió completamente “rígido, obsesivo y controlador con los niños”, contó la madre.
“Los niños, al final, le temían. No les dejaba comportarse como niños. Les veía como una carga en nuestra relación”. Ortiz tampoco contempla —“jamás, eso jamás”— que el hombre perdiera a los niños, dado el control y la rigidez con que se conducía con ellos.
Un testigo declaró que a los pequeños “no los cogía de la mano, los cogía por las muñecas”.
Ortiz recordó una de las pocas visitas que hizo a Bretón en la cárcel para tratar de arrancarle la verdad, uno de los episodios más dolorosos para ella.
“Me dijo que con quien sea que estuviesen los niños, no iban a estar como con él o conmigo. Pero que, desde luego, con quien mejor estarían los niños era con él”, relató la madre. Bretón se mantenía terriblemente tranquilo en esos encuentros.
Igual que cuando la llamó, en la madrugada del 9 de octubre, para confirmarle que sus hijos habían desaparecido. “Qué quieres que te diga, se me han perdido los niños. Me ha tocado a mí”, le dijo.
“Estaba supertranquilo”, apuntó ayer la madre. La única obsesión de Bretón parecía ser que Ruth se reuniera con él. “Ahora tendrás que venir a Córdoba”, me dijo.
“Yo era incapaz de pensar en nada, solo pensaba que no volvería a ver a mis hijos”. La pareja mantuvo fugaces conversaciones más adelante
. En ellas, Ruth le rogó, le gritó a Bretón que le devolviese a sus hijos. “Pero él solo me decía que por qué no dábamos una rueda de prensa juntos, o por qué no íbamos juntos a una manifestación. O por qué no pegábamos juntos carteles de los niños”.
“Es la última vez que los ves”
M.J.A
La abuela de los niños Ruth y José, Obdulia Ramos, no pudo evitar
ayer echar un vistazo tras el biombo que ocultaba a José Bretón, quien
fue su yerno durante unos años. Ahora se le acusa de asesinar a los dos
niños el 8 de octubre de 2011, en Córdoba. En su intervención, la abuela no pudo contenerse y rompió en lágrimas cuando habló de sus “tesoros”, como llamaba a los pequeños, con los que solo pudo estar dos y seis años.
Ramos recordó la última vez que vio a los niños, el 7 de octubre, un día antes de desaparecer
. Entonces, su hija y los niños vivían en su casa, en Huelva. Bretón fue allí a recoger a los críos para que pasaran el fin de semana con él. Se los iba a llevar en coche a Córdoba
. La abuela asegura que escuchó al acusado murmurar algo terrible cuando montaba a sus hijos en las sillitas y se disponía a marchar. “Es la última vez que los ves, es la última vez que vienen”, declaró ayer la mujer ante el juez.
“Le di un beso a mi niña. Adiós corazón. Mi niña era mi tesoro. Al hermanito lo llamaba tesorín”, contó la abuela, gesticulando la despedida como si tuviese delante a los niños. “Desde la ventana, el niño seguía tirándome besos. Adiós, tesorín. Es la última vez que vi a mis niños”. La mujer rompió a llorar y pidió perdón.
Sobre su relación con el procesado, Ramos afirmó que era “cordial y normal”, aunque “se deterioró” cuando el matrimonio se fue a Huelva a vivir, si bien admitió que él “nunca” discutió con ella.
Pese a ese deterioro de la pareja, aseguró que “jamás” animó a su hija a “que se separara”.
Y su hija también había tomado la decisión de no hablarles mal a los niños del padre.