Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

9 jun 2013

Fallece Elías Querejeta, el gran productor del cine español


'El productor' (2007), de Fernando Méndez Leite (TCM)

Si alguien se ha ganado a pulso el calificativo de EL PRODUCTOR, el título de gran creador del cine español, y desde luego uno de los más prestigiosos hoy del cine europeo es Elías Querejeta, que hoy ha fallecido a las 06.00 horas en su casa en Madrid a los 78 años de edad.
 Hombre de precaria salud -él, que curiosamente fue estrella de la Real Sociedad en los años cincuenta, que en cuanto podía contaba su famoso gol al Real Madrid en el campo de Atocha el 9 de octubre de 1955: "Di Stéfano me felicitó en el centro del campo con un 'Vaya gol, pibe"-, el legado de Querejeta es fundamental para entender lo que fue el gran cine de autor durante casi medio siglo en Europa, y para que las jóvenes generaciones entiendan lo importante que es un productor, cómo un cineasta como Querejeta empujó y engrandeció la carrera de directores como Carlos Saura, Jaime Chávarri, Emilio Martínez Lázaro, Fernando León, Víctor Erice y de su hija Gracia Querejeta, además de apostar en el documental con los filmes de Eterio Ortega.
 "En mi trabajo siempre me divierto, como productor o como director. Desde mis inicios estoy presente hasta en el montaje y no entiendo esto sin pasión, sin compromiso".
 En esos arranques de su carrera Irving G. Thalberg, el mítico productor de MGM, fue su referencia. "Siempre me interesó su forma de entender apasionadamente la producción", contaba en una entrevista a este diario.
Sin embargo, Querejeta (Hernani, 1934) no parecía nacido para el cine
. Sus primeros recuerdos son de una infancia feliz y de un grito de guerra soltado desde el balcón de su casa: “Aita, aita, viva Cristo Rey, el comunismo y la libertad”
. A Querejeta lo que le apasionaba era el fútbol. Y con tan solo 18 años debutó en la Primera División.
Su meteórica carrera como delantero acabó en 1958 y se fue a Madrid a montar su productora de cine
. En 1960 y 1962 su nombre encabeza como director los cortos A través de San Sebastián y A través del fútbol, codirigidos con su íntimo amigo Antonio Eceiza.
Y desde entonces hasta 2009, no volvió a dirigir, y en ese año lo hizo con otro documental, Cerca de tus ojos: "No, no, es igual.
 No entremos a estas consideraciones.
 He escrito el asunto y lo he dirigido, y ya está", contaba en 2009. "Es cierto que todos mis trabajos en este género tienen una línea de preocupación por determinadas materias, y una forma de entender lo que yo llamo película documental".
Esos inicios documentales, fomentados por sus pasiones, derivaron rápidamente hacia la ficción con su colaboración con Carlos Saura, en mitad de la gran ola del cine de auteur europeo: “En el cine lo industrial está ligado con el arte.
 No tengo parámetros para saber qué es eso del cine de autor”.
 Lo mismo sirve para hablar de su conexión con el espectador. “No sé lo que es eso, como tampoco sé muy bien lo que le gusta al público. Sí sé lo que me gusta a mí”.
La relación entre Querejeta y Saura da como resultado un listado impresionante de títulos: en quince años hacen La caza (premio a la mejor dirección en el festival de Berlín en 1965, un filme que se inició con un millón de pesetas de Querejeta y otro millón del padre de Saura), Peppermint frappé (1967), premiada con el Oso de Plata en ese certamen, Stress es tres, tres (1968), La madriguera (1969), El jardín de las delicias (1970), Ana y los lobos (1972), La prima Angélica (1973) Cría cuervos (1975) -ambas galardonadas con el Premio del Jurado en Cannes- Elisa, vida mía (1977), Los ojos vendados (1978), Mamá cumple cien años (1979), Deprisa, deprisa (1980), Oso de Oro en el Festival de Berlín, y Dulces horas (1981). En el documental 24 horas en la vida de Querejeta, de Gerardo Sánchez y Alberto Bermejo, estrenado en diciembre del año pasado, Saura aseguraba que lo suyo fue un desgaste como el de una pareja sentimental: el tiempo y el roce pudo con ellos
. "Aunque nunca metió mano en los guiones
. Somos como un viejo matrimonio con muchos hijos exitosos”.
Querejeta fue más que el productor de Saura: él está detrás de El desencanto (1976), de Jaime Chávarri, la crónica de la devastación de la familia Panero, y con Chávarri repitió en A un dios desconocido (1977); con Manuel Gutiérrez Aragón colaboró en Habla mudita (1973) la poderosa Feroz (1984) -Manolo confesaba que Querejeta "se mete en todo"-; con Emilio Martínez Lázaro trabajó en Las palabras de Max (1978) -"Es riguroso, aunque más cabezota”, decía Martínez Lázaro-... Llegó a estar en Cannes el mismo año con dos peliculones como Cría cuervos y La familia de Pascual Duarte. También estuvo detrás de las películas de Montxo Armendáriz: Tasio (1984), 27 horas (1986), Las cartas de Alou (1990) e Historias del Kronen (1995).
Con Víctor Erice hizo dos obras maestras: El espíritu de la colmena (1973) y El sur (1983)
. En ese rodaje, que Erice considera inconcluso, rompieron su relación artística. Querejeta explicaba que la película en cambio estaba finalizada.
Como productor acompañaba sus filmes hasta en la sala de montaje, un sitio que consideraba su reino. “
Me gusta el trabajo allí y rodar en orden cronológico, para así ver cómo avanza el filme”. Aunque confesaba en el documental 24 horas en la vida de Querejeta: “¿Sabes lo que me dijo un día Pablo del Amo [mítico montador]? 'Tú no eres un montador, tú eres un carnicero”.
 El productor aseguraba que las semillas de una buena película están en el guion y en el montaje.
Y también siguió con las nuevas generaciones, con Eterio Ortega en los documentales Asesinato en febrero, Perseguidos, Noticias de una guerra y Al final de un túnel); con el también documentalista Javier Corcuera (La espalda del mundo, Condenados al corredor e Invierno en Bagdad); con Fernando León (Familia, Barrio y Los lunes al sol, en la que sería la última Concha de Oro en San Sebastián de Querejeta) y su hija Gracia. Ella contaba que a pesar de que le dijo que quería dirigir cine, su padre le obligó a hacer una carrera universitaria.
En 1986 Querejeta recibió el premio Nacional de Cine. En 1998, la Medalla de Oro de la Academia de Cine. En aquel acto, el presidente José Luis Borau esbozó estas palabras:
 “El cine español ha chupado mucha rueda de ti. Ha ido detrás de ti amparado en tu prestigio, tu descaro y tu valor”
. En las últimas semanas, por Internet había corrido como la pólvora -y con gran éxito- una iniciativa para que el productor recibiera el premio Príncipe de Asturias de las Artes.
A Querejeta el futuro digital le parecía atractivo: "La realidad es cada vez más amplia y global.
 Esas nuevas formas de comunicación son hoy en día importantísimas, y están modificando la manera de acercarse a la política y a la realidad. Y al cine.
 Es imparable. En cuanto a los niños y mi visión esperanzadora, creo que las cosas están mejorando. Cada vez hay menos mortandad infantil y mayor índice de escolarización".
 Y una charla con este periodista acabó hablando de su niñez -las conversaciones con Elías eran de larga sobremesa, muchas repreguntas y requiebros constantes para buscarle las cosquillas al interlocutor, para acabar con confesiones del entrevistador-, de sus películas favoritas El mago de Oz y Capitanes intrépidos (se sabía la canción de la película y la tatareaba con gusto): "Aún las veo habitualmente".
 Ahora, nos quedará el cine de Querejeta.

8 jun 2013

"Ser sexy es cuestión de energía"

Heather Graham: "Ser sexy es cuestión de energía"

A sus 43 años, la dulce stripper de la saga Resacón ha aprendido a tomarse con sentido del humor la imagen de rubia con cabeza de chorlito que Hollywood le ha reservado.

Heather Graham
Heather Graham lleva camisa de Vanessa Bruno, sujetador de Carine Gilson, falda de Tom Ford, sombrero de Bijou Van Ness, guantes de AF Vandevorst y zapatos de Christian Louboutin.
Ángel o demonio. ¿Se hace la tonta… o es muy lista? De lo que no cabe ninguna duda es de que Heather Graham personifica a la eterna secundaria, rubia, de mirada dulce y, sobre todo, terriblemente sexy que todo director quiere en su película
. A sus 43 años, lleva muchos morando en la lista de las mujeres más deseadas del cine, así como Jennifer Aniston, de 44, o la otra Jennifer (Lopez), de 43.
Lo mismo le pasa en pantalla. Saltó al ruedo en Boogie Nights, como la actriz porno que nunca se quitaba los patines, y se consagró con Austin Powers, donde su personaje generaba decenas de insinuaciones sexuales.
 Ahora vuelve con R3sacón, en la que retoma su papel de streaper con un corazón de oro capaz de ganarse a la manada de lobos que protagoniza la tercera y última entrega de esta exitosa comedia.
Hollywood parece tener fijación con la carga sexual de la actriz, pero a esta nativa de Milwaukee parecen importarle otras cosas.
 Por ejemplo, sus sandalias. «Son Casadei, y me tienen obsesionada», comenta mientras muestra un modelo de tacón alto como una niña con zapatos nuevos. «Son increíblemente cómodas. Tanto, que me dedicaría a besarlas y a hacerles el amor», añade con más inocencia que picardía.
Heather Graham
Vestido de chifón con tulipanes bordados de Valentino, sujetador de Carine Gilson y culotte de Chantal Thomas.
Foto: Greg Lotus
En realidad, a ella no le gustan especialmente los tacones y, en cuanto salga de la entrevista, afirma que se calzará sus botas Fendi de motorista. Esas que, como confiesa, se «autorregaló» por navidades.
 Pero ahora está interpretando su papel y eso exige stilettos, aunque duela.
«Digamos que encarno a una persona normal que pretende ser una estrella de cine. Ese es mi personaje», confiesa juguetona.
 De ahí los tacones y el vestido blanco y negro ajustado de Talbot Runhof que muestra dando una pirueta. «Es la suerte de ser actriz. Que me lo prestan todo», sonríe.
Graham las suelta así de claras. O se queda sin palabras y su publicista le tiene que sugerir las respuestas. Por ejemplo, que su estilista fue quien le enseñó a vestir eligiendo modelos que resaltaran su belleza.
 «Pero lo más importante es sentirme bien con lo que llevo, y no hablo de estar cómoda sino de ser yo. Creo que el mejor vestido es el que te hace expresar lo mejor de ti misma», añade ahora con sus propias palabras y la lección bien aprendida.
La actriz no se considera una obsesa de la moda.
 De hecho, si no es su estilista, siempre tiene alguna amiga cercana que le aconseja qué ponerse.
 Su filosofía es que arreglarse es tan divertido como el no hacerlo, momento en el que tira de chanclas y de su colección de camisetas de yoga Sweaty Bett. «Yo me siento sexy incluso cuando estoy toda sudada y con el pelo revuelto. Todo es cuestión de energía», explica como declaración de principios.
 «Ser sexy es muy divertido», añade.
Heather Graham
Camisa de crepé de Vanessa Bruno y sombrero de Bijou Van Ness.
Foto: Greg Lotus
Al parecer, Graham no siempre fue así de lanzada.
 Aunque no le gusta hablar del tema, la actriz, que se crió en la fe católica, recuerda una infancia llena de tabús familiares en la que la amenazaban con enviarla a un convento. Se hace difícil imaginarla allí. «Solo oía las palabras “pecado”, “infierno”, cosas así», recuerda sin entrar en más detalles.
 Su independencia fue un proceso personal que la llevó a tener una fulgurante carrera en Hollywood y lucir una igual de impresionante lista de amantes que incluye los nombres de Leonardo DiCaprio, Heath Ledger, Ed Burns, Kyle MacLachlan o James Woods, entre otros. «Todos fueron geniales», dijo recientemente. Geniales, tal vez, pero no lo suficiente. Graham ha preferido seguir soltera hasta la fecha.
 Ella no busca un marido, busca la felicidad.
Y, como asegura, prefiere estar sola y feliz que ser una esposa desdichada. «A estas alturas tengo claras mis prioridades», señala. ¿Algún consejo? «Eliminar las neurosis, todos esos pensamientos que te hacen sentir triste», dice con los ojos bien abiertos como mostrando el vacío de la mente.
«Claro, eso es más fácil decirlo que hacerlo», se ríe. ¿De ahí que no se case? «Quizá», admite enigmática. «Porque puedes dejar que la sociedad te imponga lo que debes hacer o te puedes preguntar si eso es para ti y decir que, quizá, lo que quieres no es lo que se supone que tienes que hacer, pero es lo que te hace feliz».
En otros temas, Heather es una mujer mucho más transparente.
 No le importa, por ejemplo, mostrar qué lleva en su bolso: el iPhone (otra obsesión), sus gafas de sol Dita, una barra de cacao para los labios y una crema de manos hidratante. «Ese es el único consejo de belleza que llevo a rajatabla.
 La hidratación. Bebo mucha agua y no puedo vivir sin una buena hidratante», detalla.
Heather Graham
Look total a rayas y gafas de sol, todo de Marc Jacobs; y zapatos de Dior.
Foto: Greg Lotus
Sus otros consejos para ser ella misma y sentirse bien son igual de sanos: un masaje semanal, exfoliar la piel con regularidad, nada de alcohol ni drogas, dormir mucho y realizar unas buenas sesiones de yoga. «Ahora también me ha dado por eliminar la harina blanca de mi dieta. Me hace sentir más sana.
Y le he tomado cariño a los zumos de algas.
Con manzana y limón, eso sí. No soy muy de zumos, pero dicen que son saludables», comparte.
Los resultados saltan a la vista, aunque Graham dice que hay más, algo que aprendió de David Lynch cuando trabajó con él en esa serie de culto que fue Twin Peaks.
Se trata de la meditación transcendental, que practica a menudo y que la lleva a retiros espirituales por todo el mundo para poder perfeccionar sus técnicas. Mens sana in corpore sano
. Eso sí, nada de cirugía plástica. «Me da miedo», se ríe. No es esa la única razón. Bajo su apariencia de rubia cabeza de chorlito, la actriz es consciente de las presiones de la sociedad (especialmente en Hollywood) a la hora de imponer cánones. «Me gusta tener una cierta apariencia, pero eso no lo es todo. Por ejemplo, mi ídolo en esta industria, la actriz más atractiva de Hollywood, es Susan Sarandon. Ella es una mujer sexy, muestra su edad y tiene su propio estilo. Está cómoda en su pellejo y eso le confiere una sensualidad que la hace diferente. ¡Ya me gustaría que se me pegara algo!».
Además, su película preferida es Harold y Maude, la historia de amor entre una octogenaria y un adolescente de la que desearía hacer una nueva versión cuando sea anciana.
Quizá cambie de idea cuando le salga la primera cana. O no: «Ya tengo una y ¿sabes qué? Las canas son muy fáciles de ocultar».

La moral en un callejón sin salida

La cineasta canadiense Anaïs Barbeau-Lavette narra el conflicto palestino-israelí a través de la experiencia de una doctora en 'Inch´Allah’.

 


Cuando te niegan la existencia con represión, miedo y violencia, la reacción puede ser adversa.
 Convivir, aunque sea como agente externo, en un entorno de guerra velada por la connivencia internacional, puede desembocar en comportamientos igual de inesperados
. La cineasta canadiense Anaïs Barbeau-Lavalette pasó 12 años de viajes intermitentes entre Israel y Palestina y de la experiencia sacó Inch'Allah, la historia de una tocóloga canadiense que trata a mujeres embarazadas en un campo de refugiados en Cisjordania.
 “Introducir a una occidental en terreno de batalla me permitió transformarla de testigo a actor directo, plantear el interrogante: '¿hasta qué punto el conflicto de otros puede convertirse en propio?”,
 cuenta la directora al otro lado del teléfono.
Chloe cruza cada mañana el puesto de control que separa su casa en Tel-Aviv -en apariencia segura- de la pequeña clínica donde atiende a madres y bebés capaces de sobrevivir entre la pobreza, la basura y la esperanza
. El muro que separa su residencia de su trabajo, también divide sus emociones. A un lado, su vecina y amiga, una soldado en prácticas
. Al otro, una joven a punto de dar a luz, y sus dos hermanos: un fervoroso resistente; y un pequeño vestido con los harapos de súper héroe, un personaje con la habilidad de desanclar la película de la realidad.
“Si se implica a un extranjero en un conflicto como el palestino-israelí, se consigue un mayor impacto en el público”. Barbeau-Lavalette no pretende convertirse en juez: “No voy a resolver una situación que ni siquiera yo soy capaz aún de entender”.
Su recurso está en apilar la película sobre la historia de la joven doctora y llevar sus valores al límite de la moralidad.
“La guerra puede penetrar en nuestro interior y destrozarnos, no somos inmunes”.
Heredera de una familia cinematográfica, sus padres ambos cineastas de prestigio en Canadá, y nieta del pintor Marcel Barbeau, se hizo con el premio FIPRESCI y la mención especial del jurado de la sección Panorama de la última edición de la Berlinale
. De sus progenitores heredó la técnica del documental con la que estrenó su filmografía y a la que recurre en Inch'Allah, aunque de ficción se trate.
 “Está rodada cámara en mano para conseguir mayor realismo”, señala, “permite al espectador ver, oler, sentir a través de Chloe”.
Por si la experiencia sensorial de la protagonista se quedaba escasa, la cineasta mandó levantar 300 metros de muro y ampliar uno de los escenarios centrales de la película: el basurero-parque de recreo donde los niños palestinos juegan a falta de columpios
. Los productores visitaron Palestina, pero decidieron trasladar el rodaje a un campo de refugiados en Jordania “al contar con una mayor estructura cinematográfica”.
En este lugar encontraron al pequeño Safi, el menor de los hermanos de la familia palestina de acogida de Chloe. “Necesitaba un personaje que me permitiese romper con el hilo de la historia, que aportase un toque luminoso, poético”
. Aunque sus directores de casting se negaron a indagar entre las chabolas del campamento, la cabezonería de Barbeau-Lavalette ganó la batalla y una mañana se encontró con más de 100 niños en la puerta de su tienda.
 “Ahí estaba él, entre los primeros de la fila”, relata, “tuvimos que pedir permiso a sus padres y le explicamos sus escenas, sin hacer hincapié en la parte más dura de la historia”. La cineasta se convirtió en cuentista, sin darse cuenta, reconoce, que es complicado edulcorar la violencia a un niño que desayuna con ella.
“Creo profundamente en el deseo de perdón”, dice para remitirse al final de la película.
La esperanza con la que optó por cerrar su historia la había encontrado años antes en sus conversaciones con jóvenes palestinos e israelíes.
 “Creo en una solución, porque entre la juventud existe el deseo para que se consiga”.

Una semana con Pasolini...................Marcos Ordóñez

He disfrutado enormemente con la exposición Pasolini Roma, en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), y con su espléndido catálogo, lleno de cartas, poemas, memorias y ventanas.
He estado viviendo una semana con Pasolini, por así decirlo, con sus textos y sus películas, y no dejo de ver su sonrisa, refulgente como una camisa blanca, porque la muestra exhala felicidad, la felicidad de ver a un hombre imaginando, abrazando, multiplicando, levantando acta de un mundo feroz y construyendo otro mundo posible, con la “desesperada vitalidad” que cantó Laura Betti
. Enorme personaje: poeta, novelista, ensayista, pintor, guionista, cineasta, siempre igual y siempre distinto, gran contradictorio, marxista y libertario, creyente y nihilista, apocalíptico pero nunca integrado, y, por encima de todo, rastreador de lo sagrado, ese pálpito de eternidad “que el laicismo consumista”, escribió, “ha arrebatado al hombre para transformarlo en un estúpido adorador de fetiches”.
Pocos como él encarnaron de forma tan rotunda al intelectual y al artista de los sesenta, aunque al evocarle he acabado pensando en nuestros años treinta y en Lorca, el Lorca popular y visionario, alegre y oscuro, el Lorca fecundísimo y, como él, muerto en circunstancias nunca del todo aclaradas.
 Los dos, cada uno a su modo, pagaron un alto precio por ser tan libres.
 Fueron a por Pasolini fascistas y democristianos y sus propios compañeros comunistas, en distintas épocas pero en significativa unanimidad a la larga, y le brearon a juicios: 33 procesos, por los más diversos motivos, desde homosexualidad a “vilipendio de la religión del Estado”, que siguieron hasta dos años después de su muerte, pero acabó absuelto, conviene señalarlo, de todas las causas.
Esta semana he redescubierto el fulgor vital de sus primeras películas, Accattone y Mamma Roma, y su extraordinaria poesía, y la lucidez profética de algunos de sus Escritos corsarios, tan cercana a Guy Debord. Difiero en muchas cosas, pero al releerle ha crecido mi admiración por su pensamiento encendido, su alegría “estoica y antigua”, siempre cercada por el dolor.
 Tres heridas esenciales: la muerte de su hermano Guido, el jovencísimo partisano caído en 1945; la separación de Ninetto Davoli, el amor de su vida, en 1971, y como un pájaro negro o una negra mancha de petróleo, el fin de una Italia devorada por el neocapitalismo, y muy especialmente la pérdida de aquel pequeño paraíso subproletario, de vida durísima pero mucho más intensa y luminosa que la hormigonación que vino luego: las borgate que conoció a su llegada, arracimadas a las orillas del Tíber y todavía oliendo, como sus gentes, “a jazmín y sopa humilde”.
El Pasolini de los últimos años es un hombre amargo, a menudo desaforado, quizás porque la época, los terribles “años de plomo”, también lo fue; un utopista que pide cosas tan imposibles (y en el fondo tan comprensibles) como la abolición de la televisión y de la escuela secundaria, para empezar de cero. Recuerdo aquellos años, cuando no comprendíamos que la dicha impúdica de la Trilogía de la vida pudiera dar paso a la abjuración, al horror y a la violencia inasumible de aquel Salò que mostraba, como un almuerzo desnudo, la desolación de su quimera.
Escucho de nuevo el impresionante discurso fúnebre de Moravia a las puertas de su casa, el 5 de noviembre de 1975, mientras bajan el cadáver, diciendo, con rabia, con extrema claridad, sin gota de retórica, lo que había que decir:
“Ha muerto un poeta y un testigo, un hombre valeroso, un hombre bueno, de inteligencia lúcida y firme”.
Me vuelve ahora la lejana memoria de Vincenzo Cerami, que habla del Pasolini profesor, en la escuela de Ciampino, aquel profesor de voz dulcísima que vivía en Rebibbia y tenía que tomar dos autobuses y un tren para poder dar la clase, que jugaba al fútbol de manera prodigiosa y regalaba sus libros, y al que no le importaban tanto los errores gramaticales como los errores éticos: “hacer la pelota, decir mentiras”. Y pienso en Accattone cayendo como Ícaro en el poema de Auden, “y luego solo el agua negra que corre, y buenas noches”, pero no solo eso, nunca solo eso, y es así como florece de golpe, primaveral, este recuerdo: la primera vez que me topé con el nombre de Pasolini, en los primeros setenta, en casa de Raúl Ruiz. Tenía sobre la mesa una edición original de Le ceneri di Gramsci, y yo, que no sabía italiano, creí que el título era Las cerezas de Gramsci, y Raúl sonrió y dijo: “Cerezas por cenizas, a Pasolini le hubiera gustado eso”.