Cuando el sol atraviesa el níspero desparrama sobre la pared trasera
parte de su color --arriba el azul del cielo mirándose en el azul del
mar--, y esto está por encima del todo el horror y la miseria del mundo.
Así quizás algún sol de la infancia, a través de las ramas yertas de nuestra vida, nos proyecta con su luz sobre otra parte.
*
Apunté en una hojita el pasar de los pensamientos que no dejan rastro
--como esa tierra sin sombra bajo las nubes que la atraviesan--, y que
nos quedamos sin saber si seguimos siendo un poco más o un poco menos,
aunque tengo la sensación de que nos quedamos como estamos.
Doblé la
hojita y la introduje en algún bolsillo. Fui a buscarla para ver qué
había escrito, y ya no estaba.
*
Los parroquianos del Okay exteriorizan su monólogo interior... Por el
alcohol, los porros o la medicación, si no interviene cada uno de esos
elementos, el hablar con el otro es una excusa cuando el espacio de un
hogar apenas existe.
La palabra que tiran al rostro apenas se queda en
él, pues enseguida se va afuera, se pierde por encima de los
contenedores de basura, atraviesa el almendro reseco que se mantiene en
la acera de enfrente, se filtra más allá de las colinas en cuyo cresta
reverbera el mediodía.
Y nosotros nos quedamos escuchando, mezclando sus
monólogos al aire con el nuestro propio, el mismo temor en el que nos
resguardamos mientras contemplamos el paisaje, el mar como si no
existiera, las pistas del aeropuerto, los cruceros a la sombra de
Montjuïc, y todo para ir descubriendo que compartimos lo mismo, como si
realmente estuviéramos conversando abiertamente, ya que de pronto, sin
ilación y sin que venga a cuento, se ponen a hablar de la muerte, todos a
la vez, de que venga ya la muerte, de que para esto es mejor estar al
otro lado, como si más allá del borde de las colinas fuéramos
significativos y todo fuera luz en paz e inextinguible.
Del Diario Virtual de Jose Carlos Cataño