Ingrid Visser
tenía dos vidas por delante y un pasado perfecto, inmaculado: el propio
de una deportista que había sido 514 veces internacional con la
selección holandesa de voleibol
. Recién iniciada su segunda vida había
logrado por fin quedarse embarazada. Viajó el día 13 de mayo a Murcia,
la ciudad donde compartió algún éxito y vio demasiadas mentiras durante
dos años, ya en el ocaso de su carrera.
Horas después de su llegada fue
asesinada.
Su cuerpo, mutilado y torpemente enterrado,
apareció dos semanas después junto al de su pareja. La policía está
convencida de que hay un trasfondo económico en este suceso que ha
resucitado un entorno de dinero fácil, negocios sin apellido y
personajes turbios alrededor de un equipo de voleibol.
El crimen de los holandeses tiene suficientes ingredientes como para
ser recordado durante largo tiempo en Murcia. Los bajos fondos de los
años de la burbuja salen a relucir detrás de un club de voleibol cuyos
éxitos sirvieron para promocionar la región.
Ingrid Visser fue contratada en 2009 para jugar en el CAV Murcia
2005.
Tenía una experiencia en varios países y había jugado en España en
el exitoso Tenerife Marichal, donde se adjudicó la Liga de Campeones en
2004.
La oferta económica era muy sustanciosa para una deportista que
había superado la treintena
. El club de Murcia tenía éxito y, sobre
todo, parecía nadar en dinero.
Era uno de tantos productos nacidos de la
burbuja.
El CAV Murcia era un paradigma.
Nació en 2005, a golpe de talonario.
Su propietario, Evedasto Lifante,
un hombre sin formación, había probado suerte en uno de los clubes de
fútbol de la ciudad, el Ciudad de Murcia.
En ese club era un secundario y
quería protagonismo, así que alguien le recomendó que se marchara al
voleibol femenino, un deporte donde hay menos competencia y es sencillo
crecer con dinero.
Primero quiso comprar el club de la ciudad (Club
Voleibol Murcia), pero no lo consiguió.
Sus exigencias eran poco claras,
según testigos de aquella negociación: no quería gestionarlo, solo
justificar el gasto de elevadas cantidades de dinero.
Compró otra plaza.
El CAV Murcia 2005 nació a golpe de talonario. Un hijo más de la burbuja
Por aquellos años no tan lejanos abundaban los triunfadores salidos
de la nada. Toda fortuna repentina estaba justificada. En Murcia, donde
más del 60% de los municipios estaban inmersos en casos de corrupción,
había costumbre en la materia.
Lifante era uno de esos casos.
Posaba
para sus primeras entrevistas encima de un Maseratti, fletaba vuelos
chárter repletos de vecinos de la localidad de Barinas, compraba un
autobús de lujo, hacía comprar todos los boletos de lotería que se
vendían en una localidad simplemente porque había soñado que allí
tocaría el gordo.
Su gran éxito fue ser entrevistado en el programa de
Andreu Buenafuente. Lifante aseguraba que había comprado esa entrevista.
La prensa celebraba sus excentricidades
. Las autoridades le
obsequiaban por los éxitos que traía para la ciudad, entre otras cosas
porque se encargaba de recordar que militaba en el PP desde los 14 años.
Era ya un benefactor, un mecenas. Atrás quedaba un episodio que dio que
hablar en Murcia.
Era propietario de un céntrico bar llamado Pétalos en
el que todo el mundo sabía lo que se cocía por dentro, máxime cuando se
anunció en los autobuses municipales con la imagen de una mujer desnuda
cubierta de flores
. No hacía falta insinuar más.
¿De dónde venían sus ganancias? Afirmaba ser el propietario de una
cantera de mármol.
Y en esos tiempos, mármol, como pariente noble del
ladrillo, era sinónimo de mucho dinero.
Mármol. Ahí estaba la presunta fuente de su riqueza.
Era una
asociación coherente. La cuestión es que nunca perteneció a ninguna
asociación de empresarios del mármol, como ha podido verificar este
periódico
. Nunca le conocieron actividad relevante en ese sector.
Su
cantera estaba situada en la Sierra de Quibas, próxima a la pedanía
abanillera de Barinas, donde reside y ha sido alcalde pedáneo, en un
entorno que se le conoce como la Palestina murciana por su escasa
humedad y los palmerales.
Su cantera hace décadas que no es explotada.
Su empresa, Mármoles Sempere, hace años que no está operativa
. Como
Yacimientos del Mediterráneo, como tantas otras.
Los empresarios del
sector eran testigos mudos de esa mentira.
El propietario tenía una cantera de mármol sin explotar desde hacía décadas
Lifante necesitaba una mano derecha para gestionar el club de
voleibol
. Él quería la fama y una tapadera. Y el hombre elegido fue Juan
Cuenca, un hombre joven entonces (28 años), procedente de Valencia y
con alguna experiencia en el voleibol.
Tenía una empresa de eventos
(Universal Events) y se declaraba militante de las Nuevas Generaciones
del PP valenciano.
Vestía como un ejecutivo, pelo engominado y aire de
galán con su voz seductora. Cualquiera que hubiera preguntado por él en
el poco poblado mundo del voleibol femenino habría obtenido sus
antecedentes.
Había dejado un verdadero pufo en un proyecto financiado
por la Universidad de Valencia.
Y otro más en un torneo de voleyplaya.
Con ese currículo, Juan Cuenca fue elegido para gestionar el club de
voleibol que iba a ser el asombro de España y media Europa.
Juan Cuenca fue quien fichó a Ingrid Visser.
Su modelo de gestión era
muy práctico: contrataba jugadoras muy veteranas.
Deportistas con
oficio que pueden dar un par de buenos años a cambio de dinero e imponer
su clase en una liga no muy potente como la española. Cuenca negociaba
los contratos
. Prometía mucho. Pagar ya era otra cosa.
Visser tenía el salario más alto, superior a los 300.000 euros, y el
primer año logró cobrarlo por anticipado. No así el segundo. Como todas
las demás compañeras de aquel equipo, se convirtió en acreedora.
Visser
había tenido varias discusiones con Cuenca, según sus excompañeras,
porque había salido en defensa de alguna jugadora a la que habían
cortado la luz de su apartamento porque el club no pagaba el alquiler
.
Jugadoras como Diana Sánchez y Anaebis Fernández, entrenadores como
Pascual Saurín o Venancio Costa reconocen impagos y deudas pendientes.
La mayoría tuvo un mal final con Cuenca. “Sabíamos que nos engañaba,
pero no dejaba de prometernos que todo se arreglaría. Tenía facilidad
para convencer a la gente”.
Una de las jugadoras confiesa que en el club
estaba mal vista la crítica: “Te insinuaban que tenías que tener
cuidado con lo que decías, que Murcia es muy pequeña”. “Cuenca era un
mentiroso compulsivo”, añade un exentrenador.
Cuenca era el hombre de Lifante.
Él ponía las buenas palabras. Y
Lifante, que se paseaba por Murcia con un par de escoltas, ponía la
pasta. Actuaban coordinados. Lifante ahora niega que usara escoltas a
preguntas de este periódico.
Como reniega de Cuenca, a quien acusa de
haberle estafado.
Por esa razón, cuando la policía detiene a Cuenca, todo el mundo se gira hacia Lifante.
Estos dos personajes estaban ya enterrados en el olvido, una vez que
en 2011 se disolvió el club.
Cuanto quedaba de su memoria era un reguero
de deudas, embargos, requerimientos de pago y multas
. Es probable que
técnicamente sean insolventes.
Juan Cuenca fichó a Visser. “Era un mentiroso compulsivo”
No habrían vuelto a la superficie de no viajar Ingrid Visse a Murcia
el 13 de mayo y morir el 14 a causa de varios golpes en la cabeza.
Ingrid había dicho en casa
que viajaba a España a una consulta médica,
sin desvelar que ya estaba embarazada de varias semanas porque no
quería otro fracaso.
Era su segundo intento. Iba con su compañero
Lodewijk Severein (57), 20 años mayor que ella, divorciado y con dos
hijas. Severein, un hombre de dos metros de estatura, fue entrenador de
voleibol.
Era considerado por las compañeras como un hombre amable y
cariñoso, siempre atento, “que parecía manejar dinero”. Nadie ha sabido
concretar cuál era su actividad
. La portavoz de la familia y un amigo de
la exesposa, reconocen no conocer el tipo de negocio al que se
dedicaba. “No es relevante”, dijo la portavoz.
Se le atribuye un
beneficio por la venta de una empresa de internet. Participa en la
empresa Guna Partners BV, cuya página web se esfumó de la red durante
horas tras su muerte, informa Isabel Ferrer.
Compartió hace algún tiempo
una sociedad en Gibraltar con Cuenca, según algunas fuentes.
La pareja llega a Murcia el lunes 13 de mayo para un viaje de dos
días. Alquila un Fiat Panda negro en el aeropuerto de Alicante.
Se
registra en el hotel Churra
. Dejan el coche aparcado en la avenida de
Juan Carlos I.
A partir de ese momento, desaparecen del mapa.
El día 15
no regresan a Holanda como estaba previsto.
Una amiga común de Juan Cuenca y la pareja les conduce a una casa de
campo en la pedanía de Fenazar, en Molina del Segura, a unos 20
kilómetros de la capital.
Es el inmueble más conocido de la zona.
Se le
conoce como la Casa Colorá por la pintura de sus paredes
. Funciona a
modo de casa rural y suele ser alquilado para fiestas y fines de semana.
Tiene piscina y una enorme chimenea en el jardín que puede hacer las
veces de barbacoa.
Dispone de seis habitaciones en su interior.
Era una
casa demasiado espaciosa para una cita donde, presuntamente, acuden al
menos cinco personas: la pareja holandesa, Juan Cuenca y dos rumanos
afincados en Valencia que hacen trabajos para éste.
Las pruebas forenses
prueban que, en esa casa, Ingrid y su compañero recibieron varios
golpes en la cabeza hasta morir.
Luego,
sus cuerpos mutilados fueron introducidos en bolsas de plástico con sosa cáustica para acelerar su descomposición.
La mujer recibió un segundo encargo por mensaje: comprar una radial y
sosa.
Ella dirigió a la policía hasta ese lugar cuando comenzó a atar
cabos.
Ahora es testigo protegido en la investigación.
Una amiga común llevó a la pareja a la casa donde se cometió el crimen
Luego, Ingrid y su novio fueron semienterrados en un limonar, un
huerto anexo a una casa en el poblado de Alquería, a unos 40 kilómetros
de distancia de la Casa Colorá.
No es un lugar discreto: está muy
próximo a un cruce de carreteras y a un restaurante y el acceso no es
fácil. Según los investigadores, es una de las claves del caso: ¿por qué
ese lugar?
La policía cree tener a buen recaudo a los presuntos autores, pero
necesita tener la seguridad de que no hay más implicados. Examina los
correos electrónicos de la pareja y los enviados por Cuenca y Lifante.
Ahora, Lifante manifiesta que Cuenca conocía sus claves y podría haber
manipulado su correspondencia. Lifante no ha parado de contaminar el
asunto con todo tipo de acusaciones hacia Cuenca, un hecho insólito en
un asunto tan grave.
Al crimen de los holandeses le falta un móvil.
Eso tiene un riesgo
inmediato: sin motivos ciertos, cualquier asesinato entra en el terreno
de la especulación.