Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

11 may 2013

¿Cómo se cuida la princesa Letizia?

Era el runrún que hace unos días iba de esquina a esquina de la sala La Riviera durante el concierto de Eels
. “Ha venido Letizia”, susurraban unos.
 “Pero va como siempre”, le quitaban importancia otros.
 No era así. Pese a llevar la melena suelta, lisa e impecable – como siempre-, un clutch y cazadora de cuero arreglá pero informal, lo cierto que es que Letizia se había atrevido a enmarcar sus ojos con un kohl y sombras oscuras.
 Un maquillaje de noche elegante aunque discreto, bastante parecido al que un día después llevaría en la principesca gala de Holanda.
 Nada de sombras en azul turquesa eléctrico tal como mandan los popes del maquillaje para este verano.
 Ni unos labios anaranjados.
 Nada de esmaltes de uñas atrevidos.
Consciente de que por ser quien es y estar donde está cualquier gesto suyo será juzgado al milímetro, la Princesa de Asturias suele atrincherarse en maquillajes nude, neutros, con una base bien trabajada para unificar bien la tez, fáciles de llevar y de retocar en un momento de urgencia. Detrás, su maquilladora de toda la vida, a la que conoció cuando era una prometedora presentadora del Telediario de TVE y que, una vez se convirtió en Princesa de Asturias, pasó a ser la responsable de que el rostro de Letizia siempre parezca radiante. Una mujer que suele acompañarla en sus viajes de protocolo y que, incluso, también la maquilló para las famosas fotos de familia de Cristina García Rodero
. “En realidad sigue la tónica de la mujer española que arriesga más bien poco en cuanto a maquillaje. Muy diferente a lo que gusta en otros países de nuestro entorno, incluso entre las realezas. Pero no es una excepción dentro de la Casa Real: ni la Reina ni las Infantas son partidarias de maquillajes muy marcados”, apunta Oscar Morillo, maquillador de Giorgio Armani.
No es infrecuente ver a Máxima de Holanda con labios en rosa chicle o con los ojos perfectamente delineados, una pasión por el lápiz kohl oscuro que también comparte Kate Middleton, Mary de Dinamarca, o a Rania de Jordania con sombras en color topo, eyeliner negro y melena suelta con ondas rotas. “Letizia es incondicional del perfilador verde en la parte central del párpado inferior.
 Lo usa para realzar el verde de sus ojos pero dejando un aspecto final muy limpio.
Y últimamente también se aplica pestañas postizas. No en bloque, sino muy discretas, de las que se pegan una a una al final del ojo para darle amplitud”, revela Morillo. “Que Letizia, como muchas españolas, apueste por un maquillaje y un pelo clásico no es casual.
Le aporta seguridad. Y tampoco es que antes de ser conocida fuera muy moderna.
 En cualquier caso creo que, aunque quisiera innovar, sus propios asesores no se lo permitirían. Es algo que también les sucede, por ejemplo, a la mayoría de políticas”, comenta Natalia Belda, maquilladora profesional y blogger en S Moda.

Y como una cosa es ser princesa, clásica, cauta, y otra bien diferente ser mujer y espantarse ante los signos de edad, también recurre a la medicina estética para dar esquinazo a las arrugas y señales de cansancio. Para tener siempre un rostro perfecto, bien hidratado y sin apenas arrugas a sus 40 años, Letizia es incondicional de los tratamientos faciales no invasivos.
  Rellenos con ácido hialurónico que borran pequeñas arrugas y dan a sus pómulos un aspecto jugoso, tratamientos de hidratación intensiva y exfoliaciones suaves que activan el colágeno para rejuvenecer la piel sin que apenas se note son algunos de sus tratamientos de belleza habituales.
“Como otras muchas celebrities suele ponerse en manos de Maribel Yébenes”, afirma la periodista Marisa Martín Blázquez, una de las que mejor conoce los hábitos de la  princesa. 
Antes su dirección de cabecera era Carmen Navarro, donde, según relataba Elena R. Ballano en Vanitatis, se encargaron de que estuviera perfecta para su boda y, años después, le borraron las estrías del embarazo de Leonor.
 “Últimamente también se ha puesto un poco de bótox sobre las cejas para evitar ese gesto tan suyo de enarcarlas y que ya le empezaba a dejar arrugas de expresión”, recalca Martín Blázquez, una de las periodistas más cercanas al día a día de la Princesa.
Por quirófano ha pasado para hacerse una rinoplastia y un microlifting que le suavizó la mandíbula.
La prensa especializada señaló al doctor Antonio de la Fuente, jefe de la Unidad de Cirugía Plástica, Reparadora y Estética de la Clínica Ruber Internacional, como el cirujano responsable de esa intervención. Él nunca lo confirmó.
 “También se ha puesto pecho. Como es muy delgada ya se había puesto implantes antes de estar con el Príncipe y, años después, como les sucede a muchas mujeres con prótesis mamarias, volvió a pasar por quirófano para cambiarlas”.
letizia
Supuestamente Letizia se operó el pecho.
Foto: Getty
Mucho se ha hablado de su supuesta anorexia, algo que niegan rotundamente profesionales del papel couché como Albert Castillón o la propia Marisa Martín Blázquez. “Es de constitución delgada, como sus hermanas”, señala Marisa Martín Blázquez. “Aunque también es cierto que le obsesiona cuidarse. Vigila mucho su alimentación, tanto lo que come ella como con la alimentación de sus hijas. Cuentan que Leonor ya ha hecho en clase algunos comentarios bastante cursis con respecto a algunos alimentos”.

Ni un gramo de más y fibrosa.
 En los últimos años se ha visto cómo Letizia no solo ganaba tono muscular, sino hasta definía sus brazos, algo de lo que se ha hecho eco hasta la prensa internacional.“Siempre que sus obligaciones se lo permiten acude al gimnasio de Palacio, el mismo donde se ejercita el resto de la familia y donde también entrenan los escoltas.
 Lo hace con una disciplina casi militar, la expresión de quienes la han visto es que ‘se machaca”, asegura Martín Blázquez. También le gusta el senderismo y escaparse con las niñas por la sierra de Madrid. El esquí, deporte favorito del Príncipe junto con la vela, no es lo suyo.
Y lo ha intentado, hasta con cursos intensivos en Los Alpes.
 En su día hasta corrió el bulo de que Xanadú había cerrado su pista de nieve para que Letizia aprendiera a manejarse sobre los esquís pero Casa Real se apresuró a desmentirlo.
Poco importa dónde o cómo aprendiera: no le gusta. Prefiere mil veces el baile.
 Tanto que cuenta con un monitor de zumba fitness que acude dos o tres veces a Zarzuela para darle clases.

Letizia Ortiz
Letizia hace mucho deporte y ha conseguido unos brazos y unas piernas muy tonificadas.
Foto: Getty
Aunque no es muy dada a reír a mandíbula batiente, como sí hacen Máxima de Holanda, Victoria de Suecia o Mette-Marit de Noruega, Letizia cuida la estética de sonrisa.
 “En su día se puso una ortodoncia transparente Invisalign, unas férulas casi transparentes que se cambian cada quince días hasta corregir pequeñas imperfecciones.
 Más tarde cambió a una ortodoncia invisible con brackets de zafiro”. En cuanto al pelo le gusta llevarlo natural.
Desde su boda con el Príncipe ha habido pequeños cambios pero nunca radicales.
 Con Letizia no es de esperar un soponcio de estilismo capilar, ni flequillos adolescentes al estilo de Marta Luisa de Noruega.
 A la asturiana le va más la melena rubia oscura con mechas.
 Se la cuida su peluquera directamente en Zarzuela.
 “En ocasiones recurre a extensiones, sobre todo, para dar más volumen”
. Pero casi siempre se mantiene fiel a la melena lisa con algo de movimiento en las puntas.
 De hecho, cada vez que ha cambiado de estilo, como cuando apareció con una melena corta con ondas en el Desfile de las Fuerzas Armadas, tuvo más protagonismo que las brigadas paracaidistas, tanques, soldadesca y hasta la cabra de la Legión juntos.
 Demasiado para una monarquía marcada por la venerada sobriedad de la reina Sofía y su sempiterno mismo peinado impecable
. Porque ni Letizia es como otras princesas ni esto es aquello.
Como decía aquel slogan, Spain is different.
Letizia Ortiz
Letizia se habría inyectado bótox en la zona de las cejas.
Foto: Getty


¿Cómo se cuida la princesa Letizia?

Mucho gimnasio, bótox, extensiones y pestañas postizas. Los expertos aseguran que la princesa se saca partido con lo último en trucos de belleza.

 
 
Letizia Ortiz


10 directores que perdieron la cabeza por sus actrices

Cuando rodaron con ellas quedaron cautivados por su belleza y con esfuerzo y tesón las atrajeron a sus brazos. Pero estos romances no siempre terminaron bien. Por PEDRO MORAL

10 directores que perdieron la cabeza por sus actrices

Según unas fotos publicadas la semana pasada Kristen Stewart se ha vuelto a ver con Rupert Sanders, el director de Blancanieves y la leyenda del cazador 
. No sabemos qué pensará el bueno de Pattinson sobre este asunto pero hay dos cosas incuestionables: el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra y en los rodajes hay una atmósfera muy propicia para el amor.
Entre directores y actrices hay dos tipos de amor, como en la vida.
 Uno es el imposible, el platónico, el que profesaba Alfred Hitchcock por todas y cada una de sus actrices.
 La obsesión del director británico por los cabellos rubios da para más de un monográfico. Su preferida era Grace Kelly pero ninguna le bailó el agua al maestro del suspense.
 El otro tipo de amor es el terrenal, el que conlleva (aunque sean pocas) opciones de triunfo
. Si Woody Allen pudo enamorar a Diane Keaton y Mia Farrow, ¿qué no podría hacer cualquier otro? A nosotros nos interesa más este amor, el de las historias verdaderas que superan cualquier comedia (o drama) romántico. Aquí os dejamos con diez apasionantes historias de amor y desamor que comenzaron en un rodaje.
Peter Bogdanovich y Cybill Shepherd
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Saltó la chispa en… La última película (1971)
La preproducción de La última película estaban en marcha, pero aún faltaba la actriz principal. Bogdanovich y su mujer, Polly Plat, esperaban en la cola de un supermercado cuando ella se fijó en la portada de Glamour.
 Allí estaba Cybill Shepherd: pelo rubio, ojos azules, mirada impertinente y piel de porcelana. Bogdanovich se enamoró de la joven modelo desde el primer momento en que la vio, de hecho quiso asegurarse de verla desnuda antes de rodar… por si tenía estrías.
 Una mala excusa, ya que Cybill no había cumplido los 18. Tras una aventura con Jeff Bridges la actriz inició una relación con Peter. 
Este comenzó a llegar tarde a casa, para después directamente no llegar.
 Polly supo entonces que la relación entre Shepherd y su marido pasaba por la cama. Peter se justificaba diciendo cosas como: “Cariño nunca había tenido a una modelo de portada, soy víctima de una obsesión sexual, me hace sentir joven”… y otros clásicos.
El romance duró hasta… 1978
La pareja se hizo famosa, no paraban de salir en las portadas. Pero Bogdanovich nunca vio bien lo de compartirla con Jack Nicholson o Elvis Presley, entre otros.

Rupert Sanders y Kristen Stewart
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Saltó la chispa en… Blancanieves y la leyenda del cazador (2012)
En pleno verano de 2012, cuando el calor desinhibe a las hormonas, aparecieron unas fotos en las que Kristen Stewart y su director, Rupert Sanders, se hacían mimitos. No había besos con lengua pero sí peligrosos acercamientos de la boca de éste al cuello de ésta. 
El director casado y de 42 años no pudo contenerse a los encantos de la joven y bella Blancanieves, de 23.Cuando se descubrió el affair, Stewart se deprimió profundamente a causa de esta “pequeña imprudencia”. Y Liberty Ross, mujer de Sanders, prohibió a su maridito rodar la segunda parte de Blancanieves. Él, que debutaba y se las prometía muy felices con una nueva trilogía…
El romance duró hasta… ¿hoy? 
 No hace mucho ella estaba en una noche de chicas y cuando llegó la hora de recogerse se metió en un coche con Rupert Sanders. ¿Le perdonará Robert Pattinson una segunda “pequeña imprudencia”?

Roberto Rossellini e Ingrid Bergman
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Saltó la chispa en…Stromboli (1950)
Querido Roberto,
He visto sus películas Ciudad abierta y Paisá, y las he disfrutado muchísimo. Si necesita a una actriz sueca que hable inglés muy bien, que no haya olvidado su alemán, que no se la entienda mucho en francés y que en italiano sólo sepa decir “ti amo”, estoy preparada para ir a rodar una película con usted.
Ingrid Bergman
Esta es la reproducción de la carta que la entonces famosísima actriz Ingrid Bergman envió a Rossellini en 1949. Claro, quién dice que no a esta doncella sueca de aspecto virginal. 
El director la invitó a ir a Italia a rodar Stromboli e Ingrid no se lo pensó y dejó a su marido y a su hija en Estados Unidos. Se dice que Rossellini apostó con un colega que se acostaría con ella en dos semanas. En cualquier caso, si esa apuesta existió, la ganó
. Durante el rodaje, e incluso antes, ya coqueteaban demasiado como para disimular nada. En unos meses se quedó embarazada y el escándalo fue mayúsculo. 
La Iglesia Luterana, la católica y los Estados Unidos la odiaron, de hecho, fue declarada persona non grata. Al menos tenía a su lado al precursor del neorrealismo, que no es poco.
El romance duro hasta… 1957. Las películas que hicieron juntos director y actriz fracasaron de tal forma que la relación se fue a pique.

Robert Rodríguez y Rose McGowan
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Saltó la chispa en… Planet Terror (2007)
Rodriguez y la ex de Marilyn Manson se conocieron en el Festival de Cannes en 2005. 
El tejano quedó fascinado e irremediablemente años más tarde la llamó para que protagonizara su siguiente película, Planet Terror. Ella interpretaría a una bailarina de striptease lisiada a la que el director colocaría una sugerente metralleta en el lugar de su preciosa pierna
. Fetichismos a parte, el amor no tardó en llegar y a mitad de rodaje Rodríguez se divorció de Elizabeth Avellán, la esposa con la que había compartido 16 años de su vida, cinco hijos y un castillo-estudio en Austin donde vivían y trabajaban juntos.
El romance duró hasta… 2009. 
 La relación entre director y actriz se hizo muy popular, acudían a fiestas, y se hablaba de ellos para mal o para bien constantemente. Incluso se prometieron. Sin embargo ella le dejó plantado y no llegaron al altar.

Steven Spielberg y Kate Capshaw
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Saltó la chispa en… Indiana Jones y el templo maldito (1984)
Seguramente Kate Capshaw estaba loca por rodar con Steven Spielberg y por eso al leer el guión obvió una escena en la que una serpiente la atacaba en la ducha.
 La actriz tiene fobia a estos reptiles y no pudo completar la escena echándose a llorar de forma desconsolada. Esto debió conmover al director, que comenzaba a ver a esta rubia pizpireta y chillona como la pareja ideal, y suprimió la escena. Probablemente el elefante que se comió uno de los vestidos que debía lucir Kate no fue el único que desvistió a la actriz durante el rodaje. 
Al terminar la película Capshaw se hizo judía y se casó con Spielberg, en ese orden.
 Casi todos los fans de Indiana Jones estamos de acuerdo en que esta es la peor parte de la saga, (no contamos la cuarta). Pero al menos nuestro querido Steve se llevó a la chica.
El romance duró hasta… hoy. Ambos están felizmente casados desde 1991 y tienen tres hijos biológicos y dos más adoptados.

John Ford y Katharine Hepburn
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Saltó la chispa en…María Estuardo (1936)
El director de westerns estaba casado pero eso no impidió que se quedara colgado de la inteligente belleza de Katharine Hepburn durante décadas. Ella nunca lo mencionó en sus memorias.
 El affair se mantuvo en alto secreto y además fue bastante ruinoso para la salud mental de la actriz debido al carácter imposible de un alcohólico como Ford
. Cuando apareció Spencer Tracy –otro gran alcohólico- y Hepburn se prendó de su poderosa personalidad, Ford no tuvo nada que hacer. Sin embargo, el amor del director perduró hasta tal punto que durante los seis años que éste sobrevivió a Tracy todavía guardaba la esperanza.
El romance duró hasta… aproximadamente 1940.
 La culpa de que Ford no pudiera luchar por el amor de Katharine en igualdad de condiciones fue su esposa, Mary Ford, llamada la domadora de leones. Humillaba al director y constantemente le amenazaba con acabar con él y quitarle a su hija.

Warren Beatty y Madonna
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Saltó la chispa en… Dick Tracy (1990)
Que Warren Beatty salga en esta lista no es ninguna sorpresa. Posiblemente sea el tipo que se haya acostado con más actrices de Hollywood de toda la historia: hasta hoy se han contado 12.775.
 Ya lo decía Woddy Allen: “Me gustaría reencarnarme en las yemas de los dedos de Warren Beatty”.
 Dirigiendo a Madonna en Dick Tracy debió pensar que un encanto tan salvaje, indomable e intimidante como el de la cantante no podía escapar de su historial. Así que estos dos obsesos del control, según cuenta Peter Biskind en las memorias del actor, acabaron compartiendo algo más que los asientos del coche destartalado de Dick Tracy. De hecho, tiempo después, Beatty comentó al director Glenn Gordon Caron “No te acuestes con tu actriz, y si lo haces no pares hasta que se haya acabado la película”.
El romance duró hasta… el término del rodaje. Warren Beatty estaba mayor para tantos trotes y Madonna, por el contrario estaba rebosante de energía. A nadie le gusta sentirse viejo.

Martin Scorsese y Liza Minnelli
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Saltó la chispa en… New York, New York (1977)
Por aquel entonces Martin Scorsese estaba casado con Julia Cameron y Liza Minnelli con Jack Haley, Jr. Pero eso no fue ningún obstáculo para Marty, que en el punto más oscuro de su periodo con las drogas –era un gran consumidor de cocaína, alcohol y metacualona- decidió meterse en la cama con la cantante y actriz. Ésta, que también jugaba mucho con la coca, tenía además un romance simultáneo con el bailarín de ballet Mikhail Baryshnikov. Scorsese, en su nebulosa de sexo, drogas y rock and roll, no sabía ni siquiera con quién se acostaba. Hay fotos que atestiguan que iba a fiestas de la mano de su esposa y su amante.
El romance duró hasta… el estreno de la película. Liza fue a la premiere agarrada al brazo de su esposo y Marty, que en aquella época las solía montar gordas, la agarró del brazo y la gritó: “¡Eres una perra! ¿Creías que no me iba a enterar de que te estás acostando con ese bailarín maricón de Mikhail Baryshnikov?"

Jean-Luc Godard y Anna Karina
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Salto la chispa en… Una mujer es una mujer (1961)
Godard descubrió a Anna Karina en un anuncio de jabón y después hizo lo imposible por tenerla en Al final de la escapada. Pero la quería para un desnudo y ella se negó -el director no entendía nada, ya que pensaba se había desnudado para el anuncio-. La colaboración se hizo esperar pero llegaron a trabajar juntos no en una, sino en ocho películas. Se casaron durante el rodaje de Una mujer es una mujer. Fue una relación tormentosa que se contagiaba constantemente en las violentas emociones que emanaban de sus películas juntos.
El romance duró hasta… 1967. Corto pero intenso. En 1987 se volvieron a encontrar en un plató de televisión. Anna no pudo aguantar el aluvión de buenos y malos recuerdos y salió llorando del programa. Godard ni se inmutó haciendo gala de una frialdad bastante poco admirable.

Quentin Tarantino y Uma Thurman
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Saltó la chispa en… Pulp Fiction (1994)
Vale, es cierto que este romance sólo se basa en rumores, pero que Quentin Tarantino ha estado colado (si no lo está aún) por los huesos (y los pies) de Uma Thurman es más que evidente. Primero por cómo la retrató en Kill Bill donde aparece en casi todas las escenas como un ángel al que venerar, y segundo porque no sólo la ha comparado con Garbo y Dietrich como otra diosa del celuloide, sino que ha llegado decir cosas como: “No digo que hayamos tenido algo pero tampoco que no lo hayamos tenido”. Blanco y en botella. Y si algo ocurrió fue alrededor de 2002, cuando esta rubia espigada estaba en crisis con su pareja de entonces, Ethan Hawke.
El romance duró hasta… 2002. Fue una breve historia de amor que no estropeó la amistad que ambos siguen manteniendo.

Maneras de ver lo que no está


'Autorretrato' (Buenos Aires, 1995). / Adriana Lestido
Es algún día de 1982 y todavía gobierna el país la dictadura militar que ha comenzado en 1976.
 La fotógrafa argentina Adriana Lestido tiene, por entonces, 27 años, dos semanas de experiencia como fotoperiodista, y cubre, en un suburbio de la ciudad de Buenos Aires y para el periódico en el que trabaja, una manifestación de las Madres de Plaza de Mayo que reclaman por familiares desaparecidos.
 Ahora, en medio de la multitud, se ha quedado galvanizada frente a una nena de seis o siete años que lleva la cabeza cubierta por un pañuelo blanco anudado bajo el mentón, tomada de la mano de una mujer joven que lleva, también, la cabeza cubierta por un pañuelo blanco: el símbolo de las Madres de Plaza de Mayo. La nena llora y decenas de fotógrafos, atraídos por la potencia de la imagen, disparan.
Pero Adriana Lestido no
. No puede: le da pudor. Después de un rato, cuando los fotógrafos se van, ella se queda por ahí, rondando como quien no mira.
Y, de pronto, la mujer alza a la nena, la calza sobre su cadera, levanta el puño y grita.
 Y la nena reproduce, con exactitud perturbadora, el gesto adulto: levanta el puño, grita. Adriana Lestido hace, entonces, lo que tiene que hacer: dispara. Al día siguiente la foto —la mujer, la nena— aparece en la portada del periódico.
Hoy, treinta años después, Adriana Lestido es uno de los nombres más prestigiosos del ensayo fotográfico en Latinoamérica. Ha ganado la beca Guggenheim, la Hasselblad, el premio Mother Jones, y su obra forma parte de colecciones privadas y museos en Suecia, España, Francia, Estados Unidos.
 El tiempo, las becas, los premios pasan, pero la foto —la mujer, la nena— permanece. Lestido la incluyó en todas sus muestras, en todas sus retrospectivas, y es la que abre Lo Que Se Ve, un libro que antologa su trabajo y que acaba de editar Capital intelectual en Argentina (Clave intelectual en España) con el apoyo del grupo Insud. El libro, que se presentará el 7 de junio en Casa de América de Madrid como parte del programa de PhotoEspaña 2013, acaba de ser seleccionado para la exhibición Los mejores libros de fotografía del año que se lleva a cabo hasta el 23 de junio en el Hospital de Santa María la Rica, de Alcalá de Henares. Incluye los ensayos fotográficos Hospital Infanto Juvenil, Madres adolescentes, Mujeres presas, Madres e hijas, El amor y Villa Gesell, y empieza con aquella foto: la mujer, la nena.
—Se dice que yo fotografío mujeres —dice ahora, con dicción precisa, reconcentrada—.
 Y es verdad. Pero no es que mire mujeres por una cuestión de género. Mi impulso viene de otro lado.
—De otro lado.
—Lo que está por detrás es la ausencia del hombre.
Es verdad que fotografío mujeres, pero no por una cuestión de género. Lo que está por detrás es la ausencia del hombre
***
Adriana Lestido nació en Buenos Aires en 1955 y fue la mayor de cuatro hermanos, hija de Laura y Serafín, que trabajaba como vendedor de una fábrica y que, más tarde, fue vendedor de especias surtidas.
 En 1961, cuando ella tenía siete, su padre, acusado de estafa, fue detenido y encarcelado hasta que ella tuvo once, de modo que la niñez transcurrió al cobijo de esa ausencia y en medio de una precariedad económica importante.
—En 1973, entré a estudiar ingeniería. Una locura, pero me gustaba la matemática
. Ahí empecé a militar en Vanguardia Comunista.
Y también conocí a Willy.
Willy es Guillermo Moralli, un compañero de militancia del que se enamoró en 1973 y con quien se casó en 1974.
 En el invierno de 1978, con la dictadura militar ya instalada, estaban distanciados desde hacía un mes cuando, a mediados de julio, volvieron a encontrarse, hablaron, y estuvo claro que querían volver.
—Quedamos en vernos, que él me llamaba.
 Pero no me llamó.
 A la segunda o la tercera semana tuve la noticia. Lo habían secuestrado.
 Yo pensaba que lo iban a pasar a una situación legal. Tenía la fantasía de que él iba a aparecer y lo iba a poder visitar en la cárcel. Pero no. Diez años después del secuestro hice el juicio de divorcio.
 Los milicos habían inventado algo que se llamaba “presunción de fallecimiento”, para deshacer el vínculo legal.
 Yo, por una cuestión ideológica, no lo quise hacer. Pero creo que hice el divorcio porque no quería darlo por muerto, ser yo viuda.
—¿Y cuál es la causa del divorcio en un caso así?
—La ausencia.
Cuando dice eso, la voz de Lestido es una voz prudente, serena, la de alguien que sabe lo que quiere decir y que, simplemente, lo dice.
—Yo creo que el hecho de que estuviéramos separados cuando él desapareció me ayudó a volver a amar sin culpas. Y de hecho tuve otras relaciones
. Pero nunca tuve hijos. Creo que fue una cosa de fidelidad hacia él medio loca: si no fue con él, entonces no va a ser con nadie. Me di cuenta hace muy poco de la relación entre la desaparición de Willy y el momento en que empecé a hacer fotos. Yo empecé a hacer fotos un año después de la desaparición.
 Casi inmediatamente.
Así, un año después, Lestido empezó a hacer aparecer las cosas.
***
En 1979, mientras trabajaba en la oficina de un despachante de aduana, empezó a estudiar cine, a hacer un curso de fotografía, y supo —supo— que quería ser fotógrafa.
 Poco después, en 1981, renunció a su trabajo y devino fotógrafa de plaza.
—Hacía fotos de los chicos y las madres me las compraban.
 Mientras, buscaba trabajo en los diarios
. Un amigo me dijo que fuera a La Voz, un medio nuevo, y me tomaron. Era 1982.
 Una semana más tarde hubo una movilización de vecinos en contra de la dictadura.
 Me mandaron a cubrirla y volví con buenas fotos. Y al día siguiente hice la foto de la madre de Plaza de Mayo y la nena.
Estuvo en La Voz hasta 1985, cuando entró a trabajar en la agencia DyN (Diarios y Noticias), y fue allí donde, sin saber lo que hacía, encontró un método.
Lo que yo trato de hacer es fundirme con lo que estoy mirando. Hay que desaparecer para poder ser lo que uno mira
—Tuve que ir a hacer fotos al hospital Borda, el neuropsiquiátrico
. Me gustó, pero me dije “esto no es así, no es viniendo un rato”.
 Al lado está el hospital Infanto Juvenil. Fui, expliqué que quería quedarme un tiempo, y empecé. Fue puro instinto. Yo no tenía idea de lo que era un ensayo fotográfico.
Durante meses, en ese hospital, hizo, con más lentitud, con más sigilo, lo que había hecho ya en aquella plaza (con la mujer, la nena): llegar, permanecer, mirar, fundirse, y hacer un gesto que termina en foto.
—Lo que yo trato de hacer es fundirme con lo que estoy mirando. Hay que desaparecer para poder ser lo que uno mira.
Para 1991 trabajaba en el periódico Página/12 cuando ganó la beca Hasselblad, y se dedicó a un ensayo —que casi la mata— sobre mujeres presas en la cárcel de Los Hornos, a unos sesenta kilómetros de Buenos Aires.
—Estuve yendo durante todo un año, pero al final, cuando veía la torre de la cárcel, me daban náuseas. Cuando estaba con ellas no había nada mejor que estar ahí, pero llegar era tremendo. Me revolvió todo lo de mi padre, lo de Willy.
Mujeres presas fue su primer libro (Dilan editores, 2001) y, cuando parecía no haber forma de llegar más hondo al núcleo de lo que estaba buscando, en 1995 sucedieron tres cosas: fue la primera argentina en conseguir una beca Guggenheim para fotografía, se casó con el periodista Pablo Reyero, y renunció a su trabajo en Página/12 para emprender un proyecto que se llamó Madres e hijas, su segundo libro (La Azotea, 2003), que resultó consagratorio.
 Eligió a cuatro madres con hijas de diversas edades y, durante tres años, viajó con ellas, las vio dormir, comer, bañarse.
 Construyó una narración que comienza con la foto de un nacimiento y termina con una madre a orillas del mar, cubierta por una manta, alejándose, de espaldas a la hija de diez años que, con un abrigo a medio poner, la sigue con la cabeza gacha.
 La imagen —la madre un tótem que avanza con la certeza de que la niña está detrás; la niña que la sigue como si aceptara, con alivio pero con resignación, la presencia de esa imagen poderosa— está cruzada por la violencia de la separación y por la tremenda certeza del afecto.
—Madres que se separan de sus hijas, mujeres presas separadas de sus afectos
. La separación y la ausencia son las dos cosas que atraviesan mi laburo.
Pero fue sólo en 2007 cuando entendió de dónde venía y por qué había florecido todo lo que floreció.
—En 2008 hice una retrospectiva, vi la foto de la Madre de Plaza de Mayo y la nena, y me di cuenta de que todo viene de ahí. En esa foto está todo: la pérdida, la ausencia.
Las busqué muchísimo a las dos, sin éxito
. El año pasado las encontré. Y supe que el desaparecido no era el marido de la mujer, sino su hermano.
 Yo siempre pensé que la mujer gritaba por su marido, y la nena por su padre, y no.
 Pero es lo mismo: el hombre que no está.
Antes de inaugurar esa retrospectiva, le escribió al escritor John Berger, proponiéndole escribir un texto sobre las fotos. “(…) debo decirte que no puedo escribir sobre ellas —respondió Berger— (…) Son tan íntimas —una tercera voz será obscena—.
 Están tan llenas de narrativa que las palabras son innecesarias”.
Los últimos trabajos incluidos en Lo Que Se Ve son El amor y Villa Gesell.
La serie El amor, dedicada a su segundo marido, de quien se separó hace tiempo, empieza con un poema de Pedro Salinas (“Si se estrechan las manos, si se abraza, / nunca es para apartarse, / es porque el alma ciegamente siente / que la forma posible de estar juntos / es una despedida larga, clara. /
 Y que lo más seguro es el adiós”) y es la única que incluye varias fotos de un hombre: de ese hombre. Pétreo junto a un árbol erizado, en cuclillas entre los pastos altos: la despedida larga y clara. Villa Gesell, la serie final, termina con un autorretrato de Lestido: su pelo oscuro salpicado por virutas de arena que parecen destellos de luz. Detrás, un árbol árido.
—Ese era mi tamarisco, el arbolito que me protegía del viento. Es una foto donde creo que se siente el renacimiento. Por eso la quise poner al final.
 Después de la limpieza, del dolor de la separación.
La foto es en blanco y negro, y el cielo está ostensiblemente gris, pero Lestido parece una ninfa coronada de luz, una mujer saliendo de las aguas.

Lo Que Se Ve. Adriana Lestido. Clave Intelectual. Madrid, 2013. 296 páginas. 48 euros.

Todos muy alegres Boris Izaguirre


La infanta Elena, junto a Manolo Santana, en el Open de Tenis de Madrid, el martes. / juan carlos hidalgo (EFE)
Se ha dicho que el mejor personaje de la familia real es Elena, la infanta, no solo por su innegable porte borbónico, sino también por esa cercanía al carisma paterno original, lo que le permite llevar el Borbón en la cara y a los de la plaza, en el bolsillo.
 Esta semana, mientras disfrutaba del tenis en el Mutua Madrid Open se volvió portavoz al exclamar: “Estamos muy alegres”, por la suspensión cautelar de la imputación a su hermana, la infanta Cristina.
 Una frase redonda, una verdad como un templo.
 Muy alegres, no contentos, que hubiera sido una declaración más propia de Ortega Cano.
 La infanta dijo claramente lo que ni el Gobierno ni la oposición socialista supieron decir, fue la voz del statu quo ante el Instituto Nóos.
Es que la infanta Elena puede sorprender: el día de su boda en Sevilla, en 1995, se olvidó de pedirle la venia matrimonial a su padre, algo que parecía un trámite imprescindible en la primera boda de una hija del rey. Fue un gesto similar al de hoy, entre el olvido y la rebeldía.
 Años más tarde, su ruptura matrimonial se acuñó con aquello de “separación temporal de la convivencia”, marcando un antes y un después en la zona conservadora del tendido.
 También dijo “a ver si amainamos”, ante los periodistas que la seguían cuando las preguntas sobre el divorcio caían sobre ella como un chaparrón.
 Cuando fue apartada del palco oficial en el desfile de las Fuerzas Armadas, admitió:
“Este día tenía que llegar”
. Durante los años de su matrimonio con Jaime de Marichalar ofreció una imagen de duquesa de lujo, reina de los pamelones, que nadie en su entorno ha sabido superar (incluso la revista ¡Hola! ha reconocido, citando a expertos, que la pamelita gris de Letizia en la coronación de Máxima estuvo mal ubicada, fue un error topográfico).
Su “Estamos muy alegres” no es solo una reafirmación institucional es también la confirmación de que hay alguien en España que sí puede decirnos algo definitivo y al margen de partidismos.
 “Infanta Elena for president”, afirman algunos alegremente, como si fuéramos EE UU, donde ya han imputado y procesado a dos presidentes, Nixon y Clinton.
 Afortunadamente, sin esa desafortunada imputación seguiremos siendo el país alegre y zarzuelero de siempre.
Aunque Alfredo Landa nos deje, el landismo y el mus no nos dejarán.
Sabiéndolo, la Casa del Rey prefirió evitar que la infanta continuara disfrutando de las raquetas y de los micrófonos, por temor a la tentación de seguir hablando más openly durante el Open.
 En la zarzuela de animadas mesas del restaurante VIP se comenta tanto lo que significa una imputación como del buen estado de Rafa Nadal o el surgimiento de una nueva estrella, el búlgaro Dimitrov, que machacó a Djokovic al mismo tiempo que la infanta remataba sus declaraciones.
 El VIP del Mutua Open Madrid es el único lugar de España donde el tiempo parece haberse detenido en el año 2007, cuando nos sentíamos, más que alegres, ricos.
Todo parece estar diseñado para que aparques la crisis y te sientas vip por un día: cochazo y chófer para llevarte a La Caja Mágica, sorteando la realidad hasta llegar al inicio de una alfombra roja con un photocall infinito donde escuchas flashes como si gritaran tu nombre hasta llegar a la meta: un cubo negro, el restaurante.
Una vez dentro, las mesas se reparten en decorados alusivos a las ciudades que alojan torneos de tenis. Puedes comer roast beef en Londres, sushi en Nueva York, pescado en Melbourne, jamón en Madrid y, por una razón inexplicable, crema catalana en París.
 Todo gratis.
 Amén de un saludo a Manolo Santana y a su futura esposa, Claudia (denostados abiertamente por Mila Ximénez, la anterior esposa del tenista, desde su cancha televisiva en Sálvame).
 El ambientazo allí es como si Bárcenas estuviera todavía al frente de la tesorería del Partido Popular, en pleno baile de sobres y de sueldos
. Pero sin el juez Pablo Ruz sobre la pista.
En el Real Madrid, unos están alegres porque se van según lo planificado y otros están tristes porque sus pitadas no alteran a Mourinho mientras Casillas continúa en el banquillo.
 Pero lo que de verdad apasiona en esta otra cancha es la intención de Alfredo di Stéfano de casarse con su novia de hace tres años y varias décadas más joven, Gina González.
 Una boda siempre trae alegría y problemas.
 La pareja parece inspirada en la película francesa Intocable, sobre todo cuando ella pasea al mito futbolístico en su silla de ruedas en compañía de una amiga futbolera.
Los hijos de Di Stéfano tratan de recuperar tiempo y han puesto una denuncia sobre la salud mental del padre. Como tantas veces, las alegrías de unos son las miserias de otros.
El futbolista quiere marcar un último gol en su vida sentimental, y sus hijos defienden la portería temiendo porque el partido pierda alegría y se someta a un triste final por penaltis.
Los que dicen conocer a Di Stéfano aseguran que ese amor no puede ser otra cosa que verdadero, ya que el mito del fútbol es de corazón abierto, pero de puño cerrado.
Visto desde la grada, los hijos deberían evitar el regate y permitirle al legendario futbolista esa alegría e imitar la emoción de la infanta celebrando, como ella, este nuevo gol.