Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

23 abr 2013

Un monte, un barranco un eco que desciende de las cumbres....................

COMPROMISO DE FUTURO


Un monte, un barranco
un eco que desciende de las cumbres...
Sin embargo, que poco sabemos,
Con qué facilidad se nos borran
del corazón los orígenes
y cerramos los ojos
mientras la tierra aúlla trágicamente
entre el océano que la delimita.
Apoya hoy tu rabia en mi ira,
que yo mi pena apoyaré en la tuya,
y caminemos juntos hacia un futuro
para el hecho insular y sus hijos.
Llenemos nuestro espíritu
de este rumor de mares en zozobra
emoción desatada,
quimeras vanas, ilusiones rotas…
Tenemos que estar a la altura
de la isla que ha arrullado nuestros sueños
en la faz de su suelo lávico,
supo despertar los carbones encendidos
de nuestras ardientes pasiones
y lanza con generosidad al aire
la resina que envuelve con su fragancia
el poema que a veces tallo en su piel.
Hemos de responder a su voz dolorida
y que adquiera en nuestro pecho resonancia
para arrojar lejos la posibilidad del vacío.
Untemos con bálsamo de amor sus llagas
hasta trocarlas en flores para el compromiso.
A través de la bruma encontraremos la luz
para traerla a cada rincón de isla destruido,
los pájaros cantarán en la naturaleza repuesta
y el volcán sabrá del amor de sus hijos. 
 
Del Blog Escrito con sentido
Por Paco Gor

Si alguna vez........................

Dedicatoria
Si alguna vez la vida te maltrata,
acuérdate de mí,
que no puede cansarse de esperar
aquel que no se cansa de mirarte.

Autor: Luis García Montoro

Versos de antología

Dos selecciones de sus versos celebran el Cervantes a Caballero Bonald.

J. M. Caballero Bonald, Claudio Rodríguez y Jaime Gil de Biedma.
José Manuel Caballero Bonald ha publicado 11 libros de versos en 60 años, es decir, entre 1952 (Las adivinaciones) y 2012 (Entreguerras o De la naturaleza de las cosas). Dado que la última edición de su poesía reunida –Somos el tiempo que nos queda (Austral, 2011) ocupa 800 páginas en formato bolsillo, las antologías de su obra lírica son una buena forma de entrar en el universo del último premio Cervantes.
Sombras le avisaron (Fondo de Cultura Económica/Universidad de Alcalá).
La editorial mexicana –que se instaló en España hace ahora medio siglo- publica cada año una muestra de la obra del ganador correspondiente del Cervantes seleccionada por él mismo.
“No sé si estos son mis poemas más aceptables, pero son los que yo prefiero”, dice el autor jerezano en la breve nota que precede a una antología más generosa con los últimos libros que con los primeros y que se cierra con un largo fragmento de Entreguerras. “He seleccionado los textos que conservan un mayor afinidad con lo que ahora me concierne de la poesía: su poder, como tal construcción verbal, para que el significado de las palabras suponga algo más de lo que recogen los diccionarios”. Un Caballero Bonald por Caballero Bonald que tiene un pariente remoto en Selección natural, la antología que hace 30 años preparó el poeta para la canónica colección Letras Hispánicas de Cátedra.
Aquella llega hasta Descrédito del heróe, es decir, hasta 1977, y contiene un interesante prólogo del autor y una cronología detallada. Además, la Universidad de León publicó en 2010 una Antología poética personal con introducción de Ángel L. Prieto de Paula, uno de los grandes expertos en la poesía española de la segunda mitad del siglo XX.
Marcas y soliloquios (Pre-Textos).
 Otra antología recién aparecida y otra que llega hasta Entreguerras. En este caso, preparada por el poeta, traductor y profesor Juan Carlos Abril (1974), doctorado en Granada con una tesis sobre Caballero Bonald dirigida por Luis García Montero y que ya preparó una selección de su obra con el título de Estrategia del débil (2010).
 Su prólogo a Marcas y soliloquios es una introducción crítica –académica pero no árida- a una obra que él divide en cuatro ciclos: “1) Plenitud metafísica/vocación metapoética de la juventud. 2) Problemática existencial: individual/social. 3) Laberinto vital y literario. 4) Lamentaciones por el irreparable paso del tiempo e insumisión”.
 Otra antología a cargo de poeta-más-joven es Ruido de muchas aguas (Visor, 2010), en la que Aurora Luque selecciona la obra del autor de Diario de Argónida tirando de dos hilos temáticos decisivos para el autor andaluz: la noche y el mar. Antes, en 2007, Jenaro Talens había preparado para Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores el volumen Summa Vitae.
Caballero Bonald de viva voz.
 Hay poetas que enriquecen sus versos al leerlos en público y poetas que los destrozan. José Manuel Caballero Bonald, de acento inconfundible, es de los primeros.
 Siguiendo la tradición de editar discos de poetas que leen su propia obra, Visor publicó en 2003 una Antología personal acompañada de un CD con 31 poemas
. Más tarde, el Círculo de Bellas Artes publicaría el disco-libro Prefiguraciones (2010), que recoge una lectura comentada del escritor y una interesante entrevista sobre su vida y obra a cargo de Anna Caballé, experta en estudios biográficos.
 Un año más tarde, la Residencia de Estudiantes editó La voz de J. M. Caballero Bonald, disco-libro que recoge una lectura de enero de 2011
. Forma parte de una colección que cuenta con títulos dedicados a clásicos contemporáneos como Rafael Alberti, Olga Orozco, Claudio Rodríguez, Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valente, Fina García Marruz, Francisco Brines o Tomás Segovia.
El monte Parnaso en la colina de los chopos.

 

Acerca de Giselle (y V) Personaje inmortal

Acerca de Giselle (y V) Personaje inmortal

Por: | 23 de abril de 2013
Giselle2.grisi.chalon El gran misterio de la interpretación de Giselle, paradigma de carácter romántico en el ballet, reside en dos factores de sutil y compleja aplicación escénica: por una parte, el rigor estilístico planteado por el propio romanticismo balletístico, que radica, desde los Taglioni, en el sofisticado camuflaje gestual que debe ocultar la técnica y sus esfuerzos dinámicos dentro de una presencia grácil, y dado el caso, etérea y casi incorpórea.
 Por otro lado, téngase en cuenta la parte teatral de la frágil campesina traicionada por amor, su doliente mímica y sus dos escenas cumbres: la locura del primer acto y el ruego del perdón en el segundo. En ambas escenas no hay apenas baile como tal, y la “prima ballerina” debe sustituir el registro de sus puntas por el de su talento dramático
.Ya en el siglo XX, la génesis de la línea básica de Giselle como personaje ha estado marcada por las fuertes personalidades de las artistas de ballet que se han convertido en dueñas “assolute” del papel.
 Como siempre en estos casos, no hay acuerdos ni unanimidad. Tal trayectoria puede ser seguida, si se quiere, paso a paso, digamos, desde Pavlova a hoy.
 No sucede lo mismo con las leyendas de las bailarinas del siglo XIX, pues el tiempo ha limado a la propia información, que no era mucha. 
En este decurso, hay dos figuras puente entre los siglos XIX y XX, que son las bailarinas de San Petersburgo Anna Pavlova (San Petersbutrgo, 1881 – La Haya, 1931) y Olga Spessitseva (Rostov, 1895 – Nueva York, 1991)
. Ambas formaron parte en distintas épocas de la compañía Ballets Russes de Serguei de Diaghilev, y ambas contribuyeron a resucitar definitivamente un ballet y un personaje que en Europa occidental había sido injustamente relegado al olvido en tiempos de la decadencia del ballet, un período que se puede datar desde 1880 hasta la llegada de Diaghilev a París en 1907-1908.
 Giselle había sido olvidada en su país natal, Francia, y vivía en la lejana Rusia de los Teatros Imperiales gracias a que el ballet era allí el arte rey.
 Lo mismo que había sucedido prodigiosamente con “Giselle” sucedió con otros ballets franceses, como “Coppelia” y “La Fille Mal Gardée”, que gracias a Marius Petipa (y otros nobles maestros europeos) habían atravesado la memoria coréutica y el tiempo, notablemente revisados la mayoría de ellos por el genio marsellés, pero asegurándose trascendencia, y quién sabe, una merecida eternidad: el soñado carácter de clásicos.
 Giselle, como obra y como personaje, al parecer se lo ganó el día de su estreno en 1841 con Carlotta Grisi (Visinada, 1819 – St. Jean, Suiza, 1899) al frente. 
La Grisi era una de las grandes estrellas del romanticismo, y competía con la danesa Lucile Grahn, la austriaca Fanny Elsseler, la italiana Fanny Cerito y la gran dama María Taglioni, que era sueco-italiana
. Ellas eran las heroínas adoradas de su tiempo y La Grisi tuvo en sus manos la baza de Giselle muy a tiempo, papel al que dotó de vida a través de su escuela, es decir, la ya hoy mítica Escuela Italiana del norte (trufada con el gusto armónico francés), la que se fraguaba en los salones del Teatro alla Scala de Milán y sus alrededores (las primeras escuelas privadas ideadas décadas antes por Carlo Blasis).
 Las bailarinas rusas a las que nos hemos referido, Pavlova y Spessitsseva (también Tamara Karsavina), recibieron también rudimentos de los últimos flecos de esa Escuela Italiana antigua a través de Enrico Cecchetti, un maestro que se inscribe en la línea delgada de una tradición de entrenamiento y pulimento profesional muy refinado y preciso, y que, como tantos otros artistas de ballet, acabó viajando hasta Rusia, que era donde había mucho trabajo bien pagado que hacer. 
 Las rusas mencionadas venían hasta Occidente muy bien preparadas en lo técnico y recordaban el personaje esencialmente francés y romántico.
 En Francia se establecieron maestros rusos de gran prestigio, como Alexander Volinine, Boris Kniaseff, Lubov Egorova, Vera Trefílova, Olga Preobayenskaia, e italianas que habían pasado por Rusia, como Carlotta Zambelli.
 En el caso de las mujeres, todas ellas prestigiosas Giselle en otros tiempos, transmitieron su saber. Y precisamente en Spessitseva es que está el tronco de la Giselle moderna. 
Ella incorporó una cierta dramaturgia más contemporánea al personaje y también puso énfasis en el virtuosismo de que era capaz, con las limitaciones antes apuntadas. 
Su sobriedad y elegancia, perfectamente visible en sus fotografías y en los fragmentos que se conservan de su primer acto en Londres a fines de los años veinte, aseveran su fuste y su avanzado criterio escénico.
 La gran Olga insistió en una escena de la locura que, trágicamente, fue la antesala de su propio y real desequilibrio emocional. Tras esta bailarina, surgió una inglecita que se había rusificado el nombre cuando era casi una niña todavía: Alicia Markova (Londres, 1910 – Bath, 2004).
 Ella trabajó intensamente con Anton Dolin y bordó su Giselle sobre el refinamiento y esmero “de quien sirve el té a las cinco sobre un servicio de Sevres”. Markova (se llamaba en realidad Lilian Alice Marks) tocó la esencia del personaje a través de su distante elegancia muy británica, rozando la frialdad
. Pisando casi exactamente sobre sus huellas y sustituyéndola a mediados de los años cuarenta en Nueva York por una repentina enfermedad, Alicia Alonso (La Habana, 1920) hizo de su Giselle su bandera, adaptando la versión antigua a sus poderes técnicos, asombrosos en aquellos tiempos, y haciendo del lirismo del segundo acto, un tierno drama de muerte que le ha valido una merecida y sólida reputación en la historia del ballet. Es justo decir que hay que hablar del antes y después de Alonso en Giselle.
 Esto es en sí solo tema de un estudio minucioso (este 2 de noviembre de 2013 se cumplirán los 70 años de esa primera aparición de Alonso en Giselle). Su versión, en realidad debida a un conjunto de factores y artistas donde se cuentan, entre otros las contribuciones capitales de Fernando Alonso, José Parés y Mary Skeaping, fue aceptada por muchos teatros, entre ellos la Ópera de París, que la mantuvo en repertorio varios años hasta volver al tronco ruso-francés y desechando el norteamericano-ruso-cubano. Volviendo a Markova, la inglesa dibujó su Giselle con lápiz afilado y trazo fino, pero firme.
 De hecho, la ecléctica escuela norteamericana –donde Alonso concibió su propia imagen de la campesina— sigue dando a Markova su justo papel fundador
. Las Giselle francesas se pueden resumir a partir de Lisette Darsonval en cuatro grandes: Ivette Chauviré, Noelle Pontois, Geslaine Thesmar y Dominique Kaolfuni. Italiana solamente hay una histórica: Carla Fracci, y una continuadora de delicada textura: Alessandra Ferri y rusas de hoy, puede que Natalia Makarova para algunos, Ekaterina Maximova para casi todos; unas generaciones atrás, recuérdese a Alla Sizova, y aún antes a Alla Shellest. 
Todas ellas precedidas de la gran Galina Ulánova (San Petersburgo 1910 – Moscú, 1998), quien dotó a Giselle de una emoción sin igual en una línea decorativa e intimista pero profundamente humana.
 Roslaeva escribió que Ulánova pudo crear esa inigualable Julieta porque tenía ya una creación propia precedente: su Giselle. 
En resumen: no hay muchas Giselles de leyenda, porque si no, dejarían de ser esos singulares luceros nocturnos y misteriosos que alumbran lejanamente la senda de creación de un papel que encarna la redención por amor desde una sencillez exponencial que es su cebo y su esencia.