Los popes de la economía mundial que estos días desfilan por
Washington ya no hablan sobre un eventual rescate a España en los
pasillos de la sede del Fondo Monetario Internacional (FMI) ni sobre la
ruptura de la zona euro
. El llamado precipicio fiscal en Estados Unidos,
una fuerte subida de impuestos acompañada de recortes, que tenía al
mundo en vilo por su efecto global, también se ha esquivado. Y la
guinda: Japón ha aprobado un plan de gran calado que hace posible el
final de su deflación.
El mundo, en definitiva, no se ha acabado. Y, sin
embargo, el rumor de batalla persiste, el miedo a un nuevo tsunami se
desprende del reverso de cada gráfico o estadística estos días e
impregna todo discurso oficial o informal durante las reuniones de
primavera el Fondo.
La actual situación de calma es muy frágil. Si los problemas de la
economía productiva no se resuelven, la tregua finalizará y “la crisis
financiera mundial podría entrar en una fase más crónica, caracterizada
por un deterioro de las condiciones financieras y por episodios
recurrentes de inestabilidad”, alerta el informe de estabilidad del FMI.
El organismo que dirige Christine Lagarde no deja de repetirlo estos
días: Europa debe culminar el saneamiento de su sistema bancario y
favorecer que el crédito vuelva a fluir por la economía, mientras que en
el ámbito global todos los países deben comprometerse con la agenda de
reformas regulatorias y aprobar planes fiscales de largo plazo.
El responsable financiero del FMI, José Viñals, ha echado mano este
miércoles de las socorridas metáforas meteorológicas para presentar las
nuevas perspectivas.
“La primavera ha llegado claramente, y también ha
ocurrido en los mercados financieros globales, donde después de
repetidas tormentas y nubes amenazantes, está surgiendo el cielo azul y
más días soleados”.
La buena marcha de las principales bolsas mundiales de los últimos
meses y la mejora de los títulos de deuda pública de los países con más
problemas —
como España—
dan buena cuenta de esta sensación de alivio. El panorama, sin embargo,
empieza a oscurecerse cuando se acerca el foco al flujo de crédito –se
ha contraído un 5% desde el inicio de la crisis-, el sobreendeudamiento
de muchas empresas o la contracción prevista para la Eurozona. Sí, se
ciernen más nubarrones sobre la economía.
En el caso europeo, la mayor parte de la mejora se debe al programa
de compra de bonos soberanos que aprobó el Banco Central Europeo (BCE)
para ayudar a los países que soliciten el rescate, un mecanismo que sin
necesidad de ser aplicado ha producido un efecto de placebo y ha
reducido los intereses que los inversores piden por adquirir títulos de
deuda de los países periféricos.
“Aunque los inversores y los
funcionarios parecen cómodos con el hecho de que el programa OMT [siglas
en inglés de este plan] permanezca virtual, esta dinámica podría
cambiar”, agua la fiesta el FMI.
Además, la situación política en Italia
complica la implantación de cualquier medida y, aunque las condiciones
de financiación se han suavizado para muchos países, las necesidades
netas de esta financiación siguen al alza.
El Fondo advierte en su informe de que los diferenciales de intereses
que los países pagan respecto a la referencia de Alemania —la llamada
prima de riesgo— perderán prácticamente toda la mejora hasta 2016 si no
se llevan a cabo las reformas y la economía continúa renqueante. En
concreto, prevé que la prima de riesgo de los bonos españoles a dos años
prácticamente se duplique, hasta superar los 400 puntos básicos (o
cuatro puntos porcentuales), una tendencia que seguiría Italia (su prima
pasaría de cerca de 200 hasta los 400 puntos básicos), Francia o
Bélgica, aunque estos dos últimos países quedan en niveles mucho más
bajos, sin sobrepasar los 100 puntos básicos.
Los mercados juegan infiltrados en todo el mundo gracias a las
inyecciones de liquidez de los grandes bancos centrales, que han evitado
lo peor, pero las autoridades se empiezan a preocupar por lo que ocurra
cuando estos estímulos se retiren. Los riegos que están asumiendo los
bancos centrales constituyen un peligro incipiente, por el síndrome de
abstinencia que generan en las economías de los países, por los riegos
que están asumiendo en sus balanzas y por posibles burbujas que puedan
generar en los países emergentes, al rebajar tanto el precio del dinero
en los países desarrollados.