Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

11 abr 2013

Que sean Felices.....Trinidad Jiménez: “Nos casamos, estamos muy enamorados”

Trinidad Jiménez, con su novio. / EP

Trinidad Jiménez, exministra de Asuntos Exteriores y Sanidad en los gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero, se casa a los 51 años, según ha confirmado la ahora diputada socialista.
"Nos casamos ahora ya que cada día estamos más enamorados y más a gusto juntos", ha declarado. "Este es el momento. No lo hemos hecho antes aunque a veces por no estar casados tuvimos problemas de protocolo.
 Será una boda discreta e íntima. Para los dos es nuestro segundo matrimonio y él tiene una hija".
La boda se celebrará a principios de verano y será celebrada por el jefe de la oposición en el Ayuntamiento de Madrid Jaime Lissavetzky, gran amigo de Jiménez.
 El novio es Miguel Ángel de la Fuente, cámara de Televisión Española, con el que mantiene una relación desde hace casi cinco años. La pareja se conoció durante un viaje que realizó en agosto de 2008 con la entonces vicepresidenta, María Teresa Fernández de la Vega, por varios países latinoamericanos. Jiménez viajaba en calidad de Secretaria de Estado para Iberoamérica y él, como reportero.
Para la socialista este es su segundo matrimonio. Mientras estuvo casada con un diplomático, Trinidad Jiménez residió en Guinea, Israel y Camerún donde realizó diversos trabajos. Tras divorciarse en 1995 regresó a España y retomó su carrera política.
Trinidad Jiménez mantiene una gran amistad con los expresidentes Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero.
 Perteneció al equipo de dirigentes que impulsó la candidatura Zapatero al Congreso socialista que le convirtió en líder del partido.

Mujeres asesinas Por: Miguel Lorente Acosta | 11 de abril de 2013 .(del Blog Autopsia)

Mujeres asesinas

Por: | 11 de abril de 2013
MUJERES ASESINAS
Últimamente hay hombres que se afanan en presentar la violencia que ejercen las mujeres como si se tratase de una novedad, como si al hablar de violencia de género no se reconociera que hay mujeres que también utilizan la violencia, y que pueden hacerlo con resultados dramáticos.
 Por ello ante cada “presunto homicidio” de una mujer por su pareja (estos homicidios siempre son presuntos), en lugar de condenar lo ocurrido o mostrar su rechazo, se dedican a recopilar “homicidios seguros” (en estos homicidios nunca hay dudas) de mujeres que matan a hijos, parejas, vecinos… como si descubrieran una situación que para nada es nueva.
Olvidan que hemos crecido en un mundo bañado por una cultura en la que la maldad de las mujeres siempre empujaba las mareas que traían y llevaban los acontecimientos hasta la orilla de la realidad.
 No hacía falta hablar de la violencia que las mujeres causaban porque esta formaba parte de la maldad consustancial a su condición de mujer.
Nuestra educación ha partido del mito de Eva perversa y la mitológica Pandora, capaces de labrar el destino de la humanidad sobre su ambición, y ha continuado con otros ejemplos mucho más cercanos en la historia y parecidos a lo que ocurre en la actualidad.
 Desde pequeños nos han transmitido relatos como el de Dalila que seduce y lleva a la muerte a Sansón, el de la bella Salomé que no pide otra recompensa a Herodes Antipas que la cabeza de Juan el Bautista, o el de la atractiva Judith, capaz de llevar a la embriaguez física y emocional al general babilónico Holofernes y de hacerle perder la cabeza, también emocional y físicamente…
Podríamos continuar sin temor a perdernos. 
En el imperio de la maldad de las mujeres tampoco se pone nunca la luz de la crítica social, ellas siempre aparecen como las estrellas invitadas capaces de expresarla en cualquier circunstancia y ocasión hasta su grado más extremo
. Estas referencias son las que han hecho que haya habido una visión común a la hora de considerar a las mujeres en cada momento histórico, y que en ella no hayan faltado las acusaciones generalizadas hacia ellas como brujas, envenenadoras, vampiresas, parricidas, “viudas negras” o “ángeles de la muerte”. 
Sin embargo, esa misma cultura no ha transmitido la idea del hombre como un ser perverso y ambicioso, como una persona capaz de utilizar la violencia con esa carga de intencionalidad, premeditación y alevosía que busca circunstancias especialmente vulnerables para vencer acabar con la vida de la otra persona.
 Es cierto que hay múltiples episodios de hombres violentos, de reyes de gran crueldad o de militares insaciables en sus conquistas, pero la mayoría de ellos están relacionados con otras circunstancias de poder o grandes empresas para la sociedad donde la posición de cada hombre se diluye. Y cuando no es así, cada caso es el ejemplo paradigmático que demuestra que se trata de una excepción, de un error o de una alteración del orden.
 Y por supuesto, no hay una referencia histórica ni un sentimiento en la cultura que presente a los hombres como maltratadores, homicidas de sus parejas ni violadores, aunque si cada episodio fuera un adoquín se podría haber pavimentado cualquiera de la principales vías del Imperio Romano.
Parece que la violencia contra las mujeres en las relaciones de pareja empezó con la Ley Integral.
Cualquier joven al llegar a la adolescencia tiene una idea clara de lo malas que pueden ser las mujeres y de lo valientes que llegan a ser los hombres. Y cualquier persona se puede dar un paseo por la historia del arte para ver reflejados los grandes episodios de la violencia de las mujeres, mientras que difícilmente encontrará alguno relacionado con la violencia de género.
La situación es clara, a pesar de que la violencia ha venido protagonizada históricamente por los hombres, y de que hay una violencia estructural y normalizada que se dirige de hombres a mujeres, hasta el punto de que, incluso, durante años ha sido recogida como una figura específica de nuestro Código Penal (el uxoricidio), para atenuar las penas al marido que mataba a su mujer, la imagen de perversidad y de maldad se ha colocado en la violencia que ejercen las mujeres
. Esto hace que la referencia cultural no la justifique ni minimice, sino que, al contrario, la amplifique.
Por eso no es casualidad que ahora, en pleno siglo XXI, cuando la sociedad empieza a identificar y reconocer esas circunstancias específicas de la violencia que ejercen los hombres contra las mujeres amparándose en la complicidad de la relación de pareja o de las justificaciones sociales, muchos hombres y algunas mujeres salten como locos ante cualquier homicidio que comete una mujer, por ejemplo, el que llevó a cabo hace unos días una madre que mató a sus dos hijos en Barcelona (7-4-13), o el último caso de una chica de 17 años de Jaén (11-4-13) que ha ocultado su embarazo y tras dar a luz el recién nacido ha sido encontrado muerto. En cambio, esos mismos hombres y mujeres se unen al silencio histórico que ha secuestrado la crítica social frente a la violencia que han sufrido las mujeres a lo largo de la historia en forma de desigualdad, de discriminación y de agresiones y homicidios de todo tipo.
Las mujeres también asesinan, nadie dice que no lo hagan, y las mujeres también pueden ser muy crueles, nadie dice que no lo sean. Lo que la violencia de género plantea no es el uso exclusivo de la violencia por los hombres, ni que en las relaciones de pareja sólo sean estos los que la ejercen; la libertad da para mucho, también para que lo hagan las mujeres.
Lo que la violencia de género plantea es la existencia de una serie de factores estructurales levantados por la cultura patriarcal (androcéntrica, machista, de la desigualdad… como queremos llamarla), que permiten que sea el hombre quien imponga las referencias dentro de una relación de pareja y que, luego, para mantener el orden que considera adecuado pueda llegar hasta la violencia como parte de esa normalidad. Y más tarde, cuando el hombre es denunciado, esas mismas circunstancias que facilitan la conducta violenta, son las que hablan de denuncias falsas, minimizan lo ocurrido, insinúan que “algo habrá hecho ella”… y llegan, incluso, a justificar el homicidio de la mujer con argumentos como los celos, el alcohol, las drogas, el crimen pasional, o los trastornos psicológicos. 
Curiosamente, ¡oh casualidad!, no existe esa misma respuesta ni reacción ante la violencia que pueda llevar a cabo una mujer. Nadie dice eso de “mi mujer me pega lo normal”, ni comentan lo de “algo habrá hecho él”, ni mucho menos hablan de denuncias falsas sin un hombre acude a un Juzgado, tampoco hablan de alcohol, drogas o trastornos mentales… Y no lo hacen porque las “mujeres son malas y perversas”, mientras que los hombres son directos y van de frente, incluso con la violencia por delante.
Estos hombres tan machos y machistas que se dedican a recordar los homicidios que comenten las mujeres, hacen ahora justo lo mismo que han hecho otros hombres a lo largo de la historia, algunos desde antes de La Biblia, intentar demostrar lo malas que son las mujeres para quedar ellos como buenos y justificar su violencia como una defensa.
 Y debemos agradecer sus esfuerzos, porque cada vez quedan más en evidencia y ponen de manifiesto la realidad de la violencia de género, y la necesidad de abordarla como una violencia diferente al resto de las violencias interpersonales en cuanto a sus motivaciones, objetivos y circunstancias.
Las mujeres matan de otra manera, hay envenenadoras poco a poco, o una mujer que harta ya mató a su marido borracho y que le pegaba continuamente, a sartenazos. Utilizar una sartén ya hace ver como puede una mujer enfrentarse con su enemigo. No he visto a un Hombre que anuncie por Televisión que su mujer le amenaza y un dia lo riegue de gasolina y le prenda fuego...
No vamos a comulgar con muelas de molino.
Y las mujeres que cuenta la Biblia los matan después de seducir a ese hombre. No Salomé que en este caso es su madre la instigadora porque no aguanta a Juan el Bautista, y pide a su hija que le pida a Herodes, fascinado por sus danzas, que le de la cabeza en una bandeja de plata.
Los hombres apuñalan, extrangulan, tirotean, todo ello muy varonil tengan orden de alejamiento o no.
O matan a sus hijos para infligirles un daño tan tan fuerte que esa mujer no levantará cabeza.....en fin....

El detective Sam Esparta: homenaje quijotesco y antifranquista a Hammett Por: Juan Carlos Galindo | 11 de abril de 2013


1265056809_850215_0000000000_sumario_normal
El escritor Ramiro Pinilla en su casa de Getxo. / LUIS ALBERTO GARCÍA

El Getxo de la década de los 40, con la venganza franquista en pleno auge; un hombre, Sancho Bordaberri, enamorado de sus libros, escritor fracasado, feliz con su trabajo en la librería que posee, envenenado por su locura por los clásicos de la novela negra, inquieto buscador de justicia. Estos pocos ingredientes son el punto de partida de un regalo, el que el gran Ramiro Pinilla (Bilbao, 1923) nos hace metiéndose de lleno en la ficción criminal.
El Cementerio vacío (Tusquets) es la segunda obra protagonizada por Samuel Esparta, trasunto de Sancho Bordaberri cuando le da por hacerse detective, vestirse con la gabardina y calzarse el sombrero que le trajo su tío de América y convertirse así en el mejor homenaje a Sam Spade. Pocas veces la novela negra tiene a su servicio una prosa de este nivel.
Sancho Bordaberri tiene un problema: carece de imaginación. Por eso ha sufrido 16 rechazos editoriales, uno por cada novela que ha escrito, copias vulgares de sus héroes Raymond Chandler y Dashiell Hammett. Un crimen ocurrido en su querido Getxo en 1935, nunca resuelto y olvidado tras una Guerra Civil que dejó demasiados muertos para ocuparse de uno solo cambia su vida. Diez años después, Sancho no quiere olvidar y encuentra en la investigación la manera de convertirse en el Sam Spade de Getxo, en Samuel Esparta, un hombre enfrentado al olvido que busca resolver el crimen y escribir su novela. Ese es el origen Solo un muerto más, la primera novela negra de Ramiro Pinilla.
En El cementerio vacío, la segunda, que Tusquets ha publicado en marzo, el propio Esparta lo explica mejor:

“Surge algo que me atasca , y cometo el suicidio de seguir meditando. Y la iluminación me llega de los propios Hammett y Chandler, que no se refugian en un pobretón realismo, como yo, sino que su herramienta es el supremo valor de un buen relato: la imaginación...Esto, que no es nuevo, ya lo tenía superado. Aunque ellos conocen de primera mano los submundos de las peligrosas urbes norteamericanas, no se limitan a fotografiarlos, sino que se inventan personajes y episodios acordes con esos submundos, pero no se los apropian con tantos pelos y señales como hago yo con Getxo”.

En El cementerio vacío, la muerte de la bellísima Anari desata un odio brutal de todo el pueblo hacia su novio Pedro, un maketo a los que todos quieren ajusticiar por la vía rápida. Sin embargo, dos niños, amigos del maketo y defensores de su inocencia, acuden a la librería de Sancho en busca de Samuel, famoso ya en todo Getxo tras el caso de Solo un muerto más y la posterior publicación de la novela y le contratan. 50 pesetas al día más dietas, puro Spade.
La tentación es demasiado grande para este Sancho letraherido, este Quijote de Getxo enloquecido por los libros que adora. Sancho se transforma en Samuel y su fiel Koldobike, su ayudante en la librería, se tiñe de rubio y se embute en faldas de tubo para no desentonar. Él empieza a referirse a ella como “nena” y todo se transforma de manera inevitable, quieran o no los personajes:
“Soy un miserable (asegura Sancho) provoco las cosas para vivirlas desde dentro de ellas y luego escribirlas. Ignoro qué saldrá pero no sé hacerlo de otra forma. Aunque puedo jurar por lo más sagrado que cuanto sale de mi pluma puede ocurrir. Porque ya ha ocurrido”.

La agilidad con la que Pinilla mezcla la investigación con los momentos en los que Sancho elabora la novela, mientras vive la realidad en la que busca la verdad, es encomiable. Hay situaciones entrañables como cuando, por ejemplo, su hermana le pide que avise de que está escribiendo para no salir con malos pelos en el relato. Otros, mucho más duros. Sirva como ejemplo este diálogo con el falangista Luciano después de que le propinen una paliza terrible en Solo un muerto más:
- Lamento la paliza, librero. Tú sí que tienes cojones.
- No se te olvide meter eso, Sam- dice Koldobike.
- Ah, claro, naturalmente. No sólo escribes la realidad sino que vives en ella.
 La verdad, librero: ¿incluyes todo, todo?
- Todo- asegura crudamente Koldobike.
- ¿Incluso esta escena, nosotros zurrándote y ahora intercambiando amigablemente confidencias?
- La novela de Sam Esparta es un saco sin fondo- añade Koldobike.
Las heridas del franquismo
No falta en la novela Getxo, ese mítico lugar en el que Pinilla desarrolla toda su obra. “Podría estar 300 años escribiendo sobre Getxo”, ha dicho el escritor en más de una ocasión y los años posteriores a la Guerra Civil, espacio temporal en el que el ganador del Premio Nadal con Las ciegas hormigas (1961) desarrolla su obra y su rabia contra una dictadura que siempre ha detestado.
Las víctimas: el propio padre de Sancho, asesinado por el régimen; el hermano de Anari, fusilado también; o el padre de Koldobike, condenado a 30 años en una cárcel de Cantabria. Los asesinos y aprovechados: el falangista Luciano Aguirre, un bruto hortera que sólo sabe cantar las glorias del régimen en una poesía absurdamente grandiosa; Cayo Fernández un comisario franquista inteligente que quiere abrir nuevos caminos pero siempre al lado del poderoso y opresor; estraperlistas de Falange sin escrúpulos; un cura con cierta afición por tocar a las más jóvenes... Si en Aquella edad inolvidable (Tusquets) eran los partidos y las victorias del Athletic las que servían al pueblo para juntarse, celebrar y, de una manera más o menos velada, plantar cara al régimen, en El cementerio vacío son los actos de duelo por Anari los que sirven para molestar al franquismo y a los falangistas, muertos de ganas por disolver a tiros esas concentraciones de vascos.
Premio Nacional de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa en 2006, Ramiro Pinilla nos hace un regalo lleno de estilo y nostalgia a los amantes del género. Gracias.

John Wayne se ha hecho viejo Por: EL PAÍS | 11 de abril de 2013..........(Del Blog Mujeres)


7081230
Por LORENZO ESCOT MANGAS y JOSÉ ANDRÉS FERNÁNDEZ CORNEJO
Que en las puertas de los colegios españoles se vean varones ocupándose de sus hijos pequeños ha dejado de ser algo pintoresco. Una de las manifestaciones del avance en la igualdad de género en España es que los varones, o al menos una parte no insignificante de ellos, están accediendo gradualmente a desempeñar tareas de cuidados, que en el pasado eran desempeñadas casi en exclusiva por las mujeres.
 Así que ver hombres en la puerta del colegio o en la consulta del pediatra ya ha dejado de ser algo excepcional. Ya no llama la atención.
Algunos sociólogos hacen referencia a una “nueva masculinidad”, más flexible y más rica, que incorpora ámbitos de la personalidad, como el afectivo y el de los cuidados, que en el pasado se asociaban en mayor medida con las mujeres
. El avance de la igualdad de género, en su misma base, lleva aparejado un proceso en el que los roles de género tradicionales se atenúan o desaparecen
. Los roles de género tienen que ver con las creencias culturales hegemónicas acerca de lo que son condiciones y conductas femeninas y masculinas, asumidas (en gran medida de manera no consciente) por mujeres y hombres y que, de una manera acumulativa y sutil, pueden llegar a limitar de una manera sorprendente las pautas y las conductas de los seres humanos.
 Y esas limitaciones o rigideces se están atenuando para muchos hombres hoy día, con la correspondiente ganancia de matices y calidad de vida que conlleva dejar de ser todo el día John Wayne.
Este fenómeno por el que los varones se implican más activamente en el cuidado de sus hijos (y también de otros dependientes y, en general en las responsabilidades familiares), ¿a quién beneficia?
 A las mujeres, ya que a estas alturas, sabemos bastante bien que la igualdad de género en el mercado laboral y en la sociedad (de puertas afuera) tiene como correlato la igualdad de género en el hogar y la familia (de puertas adentro).
El hecho de que las mujeres sean quienes en mayor medida se ocupan de las responsabilidades familiares, por una parte, hace que muchas de ellas limiten sus carreras profesionales en la etapa en que tienen hijos; y, por otra, hace que muchas empresas, anticipando que este tipo de situación se podría dar, discriminen en la contratación o en la promoción a muchas mujeres.
 Por ello, la plena corresponsabilidad de hombres y mujeres en el ámbito familiar eliminaría la brecha salarial y el techo de cristal.
Incluso la segregación ocupacional de género (existencia de ocupaciones feminizadas y masculinizadas), que es un fenómeno muy ligado a los estereotipos de género, tendría mucho menos sentido en un mundo en donde los roles de género tradicionales tuvieran menos fuerza
. En segundo lugar, la creciente implicación de los varones en los cuidados beneficia a la infancia. En los hogares en los que los dos progenitores trabajan (la mayoría) y en donde existe una actitud favorable a la implicación de los dos, las niñas y los niños acaban recibiendo más tiempo de sus padres, y esa presencia en las edades tempranas es fundamental para su desarrollo.
Y, en tercer lugar, esa creciente implicación de los varones es buena para ellos mismos, al enriquecer sus vidas.
 De todas formas, aquí se está hablando de tendencias de cambio o, incluso, de un fenómeno incipiente, en el sentido de que todavía dista mucho de estar totalmente generalizado.
Según la Encuesta de Empleo del Tiempo que elabora el INE, en 2010 la duración media diaria del tiempo dedicado al hogar y a la familia era de 4 horas y 29 minutos en el caso de las mujeres y de 2 horas y 32 minutos en el caso de los hombres (además, en el reparto de tareas, ellas tendían a realizar relativamente más las actividades del hogar rutinarias y ellos las más lúdicas); esta diferencia de 1 hora y 57 minutos es inferior a la que se obtenía en la encuesta anterior, de 2003, pero es aún muy elevada. Por otra parte, en España, los niveles de corresponsabilidad en el hogar de mujeres y hombres están todavía bastante por debajo de los alcanzados en las sociedades de referencia en esta materia, que son las nórdicas.

Este desfase se debe, en parte, a que este fenómeno empezó más tarde en países como España.
 Pero también, en este punto, hay que hacer referencia a los desincentivos o barreras que pueden encontrar muchos varones que querrían implicarse más en las tareas de cuidados o, lo que es lo mismo, que querrían conciliar en mayor medida sus vidas laborales y familiares.

Un primer desincentivo viene de la propia ley. Las leyes, en muchos casos, ejemplarizan y transmiten pautas a la sociedad.
 En el caso español, la ley sostiene que, tras el nacimiento o adopción, para cuidar de la niña o del niño, las madres disponen de 16 semanas y los padres disponen de dos
. Justo en el comienzo, la ley empequeñece el papel del padre como cuidador.
 Sin embargo, el cambio en las actitudes de género y la sensibilidad hacia estas nuevas necesidades, hacen que la tendencia apunte –si la crisis lo permite- a una progresiva igualación de los permisos disponibles para madres y para padres. En Suecia, Noruega, Islandia, Alemania o… en Portugal, existe una situación de estricta igualdad de género en los permisos parentales y, además, se incorporan incentivos para que ambos, madre y padre, los utilicen.
En España, la situación de grave crisis económica viene retrasando la ampliación (ya decidida) del permiso de paternidad a cuatro semanas. Por otra parte, existen propuestas (como la de la Plataforma por Permisos Iguales e Intransferibles de Nacimiento y Adopción,PPIINA), para, en un horizonte más o menos largo, intentar que el permiso correspondiente al padre se vaya igualando con el de la madre.

Un segundo aspecto es el de la sensibilidad (o insensibilidad) de las empresas y las organizaciones hacia los hombres que desean conciliar (que desean utilizar las diferentes medidas de conciliación existentes en las empresas). Desde la dirección de recursos humanos de las empresas, o entre los propios compañeros de trabajo, ¿se tiene claro que las prácticas de conciliación no son políticas destinadas a la plantilla femenina sino a toda la plantilla?
Puede que, con frecuencia, todavía se dé este tipo de situación: los varones no solicitan el uso de las prácticas de conciliación (por ejemplo, una reducción de jornada tras tener un hijo) porque tienen la percepción de que estas medidas no están disponibles para ellos; los empleadores no ofrecen abiertamente estas medidas a los varones porque parece que éstos no demandan el uso de las mismas; y, en su defecto, las mujeres solicitan estas prácticas de conciliación en un contexto de presión social para que lo hagan.
 A este fenómeno se le denomina, a veces, “sesgo femenino en la conciliación”, y es algo que debería ir desapareciendo en la medida en que se avance en la corresponsabilidad y los varones concilien tanto como las mujeres (por cierto, esto también haría desaparecer el “sesgo masculino” en la promoción a puestos directivos).
Sin embargo, hasta que esto suceda, es importante que los responsables de recursos humanos de las empresas sean conscientes de que, aunque todavía son minoría, hay también varones que demandan estas medidas, y que la inclusión efectiva de los varones en las políticas de conciliación puede ser también rentable para ellas (en términos de mejora del clima laboral de la empresa), en la medida en que satisfacen una necesidad que cada vez más hombres van a demandar.

Y todavía se puede añadir un tercer elemento: el de las facilidades que, en general, existen para conciliar. Si en España se avanzara en aspectos como la racionalización de los horarios, la cultura de la conciliación de las empresas y la plena universalización de la enseñanza infantil de calidad, sería mucho más fácil conciliar (se sea hombre o mujer), y ello, qué duda cabe, constituiría un incentivo adicional que implicaría a más hombres en las tareas de cuidados.

Aunque parezca increíble, la economía española tiene que salir en algún momento de la crisis, y para acelerar esa salida y el proceso de recuperación posterior, hay que aprovechar todas las fortalezas –que las hay- que se habían desarrollado previamente.
 Una de ellas fue el avance en las políticas de igualdad, las cuales no son un lujo de tiempos de bonanza, sino un elemento básico de un estado del bienestar justo y, sobre todo, competitivo.
Lorenzo Escot Mangas y José Andrés Fernández Cornejo son profesores de la Universidad Complutense de Madrid y coordinadores del grupo de investigación 'Análisis económico de la diversidad y políticas de igualdad'
FOTO: John Wayne, en un fotograma de la película 'Centauros del desierto'.