Hemos llegado a situaciones díficiles, complicadas y siempre sabemos que hay que estar preparados, el sistima va adelante, y nosotros debemos correr para frenarlo.
Hemos buscado alternativas en una vida callada, y silencios, toda la culpa siempre era del Gobierno y no veíamos que debíamos ir más alla de Orión.
Nunca nos regalaron nada y en colectivo y de forma individual sabemos que debemos correr ,que no se nos adelante nadie, porque nos frenarian.
Todo lo que ocurre es culpa de cada uno, no vale con decir, "Los Mercados", Los Gobiernos" ellos hacen lo que les dejamos hacer. ¿Por qué siguen esas ninfas escanciadoras de equivocaciones sin dimitir, Mato y Compañía, ¿Por qué sigue Raajoy con discursos incoherentes, ¿Por qué dejamos que una monarquia se deshaga? a Quién Beneficia? , Siempre imputados, siempre corruptos, nunca había habido tata corrupción, ¿Por qué siguen en Libertad?.
Habrá que quemarlos?.
No es situación de juegos sino de luchas, no a los bancos que solo con los intereses de lo pagado por Préstamos está liquidadad ya la deuda, no nos dejemos atemorizar por una persona que es un asaladiario como tu y como yo, solo que sin saberlo él sirve a su señor hasta que hagan un despido masivo que ellos camuflan con un ERE. y Ala a ver dónde te metes.
Aquí no se salva ni Dios ni nadie a él lo crucificaron.
Estas solo frente al peligro y no creas que es un sueño, ya no tenemos los Cañanones del Colorado y hace mucho la Diligencia se perdió, no susurres a tus deudas, no lo oirán, salvo que te de Vértigo y bajes rodando el año de las trece Lunas.
Ya Rick no está en Casablanca para huir más allá de Orión. Y la muerte en los talones no te sacará de tu casa. Vete con Red lejos y verás que no es un sueño y no hay ya un Halcón Maltés de oro y pintado de negro, seria nuestra vida. No tenemos Al Padrino para pedir a Corleone que ampare a la familia. Miraremos con lágrimas en los ojos que aún podemos ver un Hombre con la máscara de Hierro en una playa. Nos ha tocado el Titanic y debemos tratar de bailar al son de esa orqueta, Danzing, Danzing nos canta Leonard Cohen.
5 abr 2013
Modelos que comen pañuelos de papel y otros oscuros secretos de la moda
Fue despedida tras 13 años como directora del Vogue australiano y
sustituida por su rival del Harper’s Bazaar. La primera reacción de
Kristie Clements al encontrarse en el paro fue sentarse a escribir lo
que vio durante sus 25 años como empleada de la revista.
El resultado es The Vogue Factor, un libro disponible en edición digital que airea los trapos sucios de la industria de la moda.
Estas memorias hacen añicos la deslumbrante fachada del mundillo y subrayan los extremos a los que llegan las modelos para mantenerse delgadas.
Clements asegura que muchas modelos mienten cuando públicamente mantienen que se alimentan bien. De puertas adentro comen pañuelos de papel para mantener el estómago lleno
. La modelo estadounidense Amy Lemons ya había denunciado algo parecido, señalando que algunas de sus compañeras engañaban al hambre tragando bolas de algodón empapadas en zumo.
La editora recuerda que durante un viaje a Marruecos la maniquí que protagonizaba la sesión fotográfica estuvo tres días sin llevarse un alimento a la boca. Al final del viaje se encontraba tan débil que no podía mantenerse erguida ni tener los ojos abiertos.
Según The Vogue Factor los grados de delgadez varían según el territorio. Una modelo de éxito en Australia debe bajar dos tallas para pisar una pasarela extranjera.
Esa pérdida de peso se conocía en las oficinas de Vogue como “delgadez parisiense”.
El libro de Clements también incluye una conversación con una maniquí rusa que contaba cómo su compañero de piso, una modelo de pruebas para grandes firmas, pasaba la mayor parte del tiempo hospitalizada con suero en vena.
No es la primera vez que profesionales de la moda destapan los secretos que el sector preferiría mantener ocultos. Imogen Edwards-Jones publicó Fashion Babylon con informaciones de fuentes anónimas que entre otros aspectos denunciaban la normalidad con la que se consumían píldoras adelgazantes y laxantes.
Lauren Weisberg relató en la novela El Diablo se viste de Prada su terrorífica etapa como ayudante de Anna Wintour en el Vogue estadounidense y la española Christine Hart autoeditó Lo que las modelos callan que recuenta abusos, manipulaciones y la creciente obsesión por la talla 34.
Lo que hace diferente a Clements es que ninguna otra directora de revista de moda ni en un puesto de responsabilidad similar había tratado de manera tan directa la obsesión por la delgadez del sector.
La repercusión de sus revelaciones han forzado a Clements a negar que la publicación del libro sea una venganza contra su antigua empresa:
“El tono general es de motivación para los jóvenes que empiezan en la industria. Me gustaba mi trabajo.” dijo en la CNN, donde también puntualizó que se refiere de un porcentaje pequeño de modelos.
El año pasado, Clements fue una de las 19 directoras de las ediciones internacionales de Vogue que hicieron la promesa de utilizar modelos que promuevan una imagen corporal sana. Sus últimas declaraciones sugieren que la industria necesita una mayor autocrítica.
En una intervención televisiva admitió que durante sus años como directora de una de las publicaciones más influyentes llego a hacer la vista gorda:
“No puedes controlar las pasarelas, los directores de casting o la manera en la que los diseñadores quieren mostrar su ropa. A pesar de que se trate de una porción de la industria, toda ella es culpable.”
El resultado es The Vogue Factor, un libro disponible en edición digital que airea los trapos sucios de la industria de la moda.
Estas memorias hacen añicos la deslumbrante fachada del mundillo y subrayan los extremos a los que llegan las modelos para mantenerse delgadas.
Clements asegura que muchas modelos mienten cuando públicamente mantienen que se alimentan bien. De puertas adentro comen pañuelos de papel para mantener el estómago lleno
. La modelo estadounidense Amy Lemons ya había denunciado algo parecido, señalando que algunas de sus compañeras engañaban al hambre tragando bolas de algodón empapadas en zumo.
La editora recuerda que durante un viaje a Marruecos la maniquí que protagonizaba la sesión fotográfica estuvo tres días sin llevarse un alimento a la boca. Al final del viaje se encontraba tan débil que no podía mantenerse erguida ni tener los ojos abiertos.
Según The Vogue Factor los grados de delgadez varían según el territorio. Una modelo de éxito en Australia debe bajar dos tallas para pisar una pasarela extranjera.
Esa pérdida de peso se conocía en las oficinas de Vogue como “delgadez parisiense”.
El libro de Clements también incluye una conversación con una maniquí rusa que contaba cómo su compañero de piso, una modelo de pruebas para grandes firmas, pasaba la mayor parte del tiempo hospitalizada con suero en vena.
No es la primera vez que profesionales de la moda destapan los secretos que el sector preferiría mantener ocultos. Imogen Edwards-Jones publicó Fashion Babylon con informaciones de fuentes anónimas que entre otros aspectos denunciaban la normalidad con la que se consumían píldoras adelgazantes y laxantes.
Lauren Weisberg relató en la novela El Diablo se viste de Prada su terrorífica etapa como ayudante de Anna Wintour en el Vogue estadounidense y la española Christine Hart autoeditó Lo que las modelos callan que recuenta abusos, manipulaciones y la creciente obsesión por la talla 34.
Lo que hace diferente a Clements es que ninguna otra directora de revista de moda ni en un puesto de responsabilidad similar había tratado de manera tan directa la obsesión por la delgadez del sector.
La repercusión de sus revelaciones han forzado a Clements a negar que la publicación del libro sea una venganza contra su antigua empresa:
“El tono general es de motivación para los jóvenes que empiezan en la industria. Me gustaba mi trabajo.” dijo en la CNN, donde también puntualizó que se refiere de un porcentaje pequeño de modelos.
El año pasado, Clements fue una de las 19 directoras de las ediciones internacionales de Vogue que hicieron la promesa de utilizar modelos que promuevan una imagen corporal sana. Sus últimas declaraciones sugieren que la industria necesita una mayor autocrítica.
En una intervención televisiva admitió que durante sus años como directora de una de las publicaciones más influyentes llego a hacer la vista gorda:
“No puedes controlar las pasarelas, los directores de casting o la manera en la que los diseñadores quieren mostrar su ropa. A pesar de que se trate de una porción de la industria, toda ella es culpable.”
Los miedos que esconde el cine
El pintor postimpresionista Paul Cézanne comentaba que una obra de
arte que no se origina desde una emoción no es arte, algo de lo que
puede presumir el cine con toda seguridad. Con su habilidad para agitar
sentimientos desde la alegría hasta la tristeza, la industria
cinematográfica no solo ejerce de entretenimiento, sino describe también
la sociedad en la que vive.
Las películas reproducen historias reales, imaginan tramas imposibles y plasman, de manera sutil o explícita, las preocupaciones y lo que aterra a cada generación.
Así, el miedo ha mutado desde monstruos sádicos como Drácula o Frankenstein hasta retratar el lado oscuro del ser humano en películas como Psicosis o El silencio de los corderos.
"En terapia hay personas que me dicen que tenían ganas de matar a su jefe o a su mujer y tienen miedo al descubrirlo".
Otro claro ejemplo de la preocupación por ese lado oscuro se encuentra en la serie de la pequeña pantalla Dexter protagonizada por un impecable Michael C. Hall. "Este es un caso llevado al límite. Es la apología de un mundo moderno que nos pide que canalicemos las cosas y seamos funcionales. Lo demás sirve".
. "Este tipo de miedo tuvo mucho que ver con que los ordenadores lo coparon todo, se creía que iban a regir la vida humana. [Sigmund] Freud explica en una teoría que lo que está en los límites de dos cosas diferentes nos da miedo. Lo que está entre lo muerto y lo vivo (como un vampiro o un zombi) o entre lo animado e inanimado (como el muñeco de Chuky), por ejemplo". La tecnofobia reflejada en el filme protagonizado por Arnold Schwarzenegger mostraba la falta de tranquilidad especialmente potenciada en los años 90, previos al temido efecto 2000.
El juego cinematográfico esconde aquí el temor a un fallo que nos dejara sin la tecnología de la que tanto dependemos o que volviera a los aparatos en contra de las personas. Todo esto representado por un robot en la frontera entre lo humano y tecnológico. "Las máquinas tienen funciones parecidas a las nuestras y por eso están en el límite con nosotros. ¿Les controlamos o nos controlan ellas? ¿Son inteligentes o no? Un robot, ¿es un ser humano o no?".
El miedo a que nos coman está ahí de alguna manera pero hay que acercarse a la naturaleza para sentirlo. Tiburón juega muy bien con eso. Es inmenso, más fuerte que tú e incontrolable".
Este temor primitivo recala es un elemento sencillo con el que jugar para el cine, ya que la mayor parte de la población mundial -más aún los consumidores de cine- viven en ciudades, donde, en buena medida, esos peligros están alejados. "El proyecto de la bruja de Blair en 1999 lo rescata.
Un grupo de jóvenes rubanitas con linternas a las tres de la mañana en un bosque da miedo. Es la única manera de sentirlo, pero hay que meterse en la naturaleza".
. El miedo al fin del mundo que llega a través de fenómenos naturales o la acción del hombre ponen sobre la mesa el debate medioambiental y la responsabilidad de la actividad del ser humano.
Ese temor es recogido por películas como La carretera (2009) de John Hillcoat, donde la idea de fondo principal es la expiación del hombre por su comportamiento destructivo. "Hay una clara culpabilidad. Algo hemos hecho mal y se nos va a caer una catástrofe encima. Si te internas en la naturaleza, un lobo te puede comer pero no depende de ti", razona Muiño.
Más recientemente Bestias del sur salvaje (2012) es otro de esos ejemplos de la culpabilidad del ser humano en la destrucción del planeta, de la que siempre el responsable es otro, pero no nosotros. "La idea es que la gente es idiota, hacen las cosas mal. Pero siempre son los demás los que meten la pata".
Autores como José Ortega y Gasset expusieron que la unión de muchos individuos o masa era una amenaza real a la vuelta de la esquina, que el tiempo le dio la razón. Este miedo se encuentra en las salas de cine, entre otros casos, a través de la figura del zombi: un individuo alienado que se mueve en manada y que carece de límites, presente en películas como 28 días después (2002).
"Es el pánico a la deshumanización, el fin de la empatía, las emociones y los límites morales. Son personas que hacen algo que como individuos no harían pero en masa sí", apunta Muiño.
Pero ese temor también se refleja en otros filmes como La jauría humana (1966), en la que el espectador vive de cerca la presión de una comunidad.
Débil en solitario y fuerte en conjunto -la masa-, la humanidad siente pavor a la soledad. Películas como El resplandor (1980), protagonizada por el oscarizado Jack Nicholson, desvelan tanto el temor al lado oscuro que llevamos dentro, como los estragos mentales que produce una temporada en soledad. "Cognitivamente no puedes estar mucho tiempo así. Lo que pasas solo, se acentúa".
Psicológicamente la soledad puede minar a una persona hasta llevarla a la depresión o la psicosis en la que se inventan mundos paralelos. "Si alguien enfrente les ayuda a volver a la realidad, las cosas no se disparan. El miedo al aislamiento es el miedo a la locura", que es, en realidad, un tipo de malestar y sufrimiento. La angustia del aislamiento queda retratado, asimismo, en la compleja película Cube (1997). Un grupo de personas es víctima de la desesperación que les produce estar encerrados sin saber por qué ni como escapar de un cubo, lo que lleva a un cóctel de sentimientos explosivo.
La industria cinematográfica ha tratado este tema en incontables ocasiones donde cabe destacar la tragicomedia de La vida es bella (1997) de Roberto Benini o En la habitación (2001). En el caso del director austríaco Michael Haneke, argumenta Muiño, ese temor se refuerza con la incertidumbre reinante en la vida moderna que el sociólogo polaco Zygmunt Bauman denominó "miedo líquido". "Ahora el miedo es más psíquico que físico. Ha habido una evolución positiva. Ya quisiera yo ver a los escépticos viviendo hace 100 años", se jacta Muiño.
Por eso, lo extraño ha sido utilizado en algunas ocasiones por el cine para plasmar un recelo por lo diferente, a veces, en una referencia explícita al extranjero.
"El cine de terror de los 50 era racista. Hablan del miedo al que no es igual que tú y provocaba un miedo visceral rápido que se convierte en racismo o no según tu forma de pensar", espeta el psicoterapeuta.
Por eso, filmes como Abyss (1989) o El ladrón de cuerpos (1945) representan esa desconfianza hacia el extranjero, en ocasiones, en forma de extraterrestre. "Al ver otras personas que nos van a venir a cambiar se genera el miedo. También hay filmes que juegan con la mutación genética como Rec, que trata sobre lo que nos puede pasar con virus extraños. Son cambios que no has elegido y que no te dicen adonde te va a llevar".
La industria cinematográfica ha jugado con el temor de lo que no vemos, la incertidumbre, presente en las tramas de conspiración política -Enemigo público o El informe pelícano- o, por ejemplo, La semilla del diablo (1968).
"Es el miedo a lo que no se ve. La falta de información, lo oculto. En La semilla del diablo pasan cosas y no se cuenta y eso inquieta. Si te quitan información es como quitarte el control de tu vida".
Esta alarma que le salta al ser humano tiene que ver, en el fondo, con la pulsión de vivir y conservación que la información ayuda a perpetrar.
Su propagación y desarrollo pueden ser tan rápidos como peligrosos. "En El fin del mundo en 35 mm, se ve cómo crece el miedo a partir de una leyenda urbana y cómo influye en la gente". Este tipo de miedo juega, de alguna manera, con una información que puede advertir de un peligro que, al no estar confirmado genera incertidumbre y ansiedad.
"Te puede pasar algo pero como no te presento a quien no sabrás qué". Bajo esta premisa se mueven películas como El proyecto de la bruja de Blair, de la que dice Muiño, se difundió en su estreno el rumor de que era un caso real.
Las películas reproducen historias reales, imaginan tramas imposibles y plasman, de manera sutil o explícita, las preocupaciones y lo que aterra a cada generación.
Así, el miedo ha mutado desde monstruos sádicos como Drácula o Frankenstein hasta retratar el lado oscuro del ser humano en películas como Psicosis o El silencio de los corderos.
El lado oscuro humano
El miedo a encontrarse con un monstruo o un asesino puede ser superado si, durante un ejercicio de introspección, descubrimos que ese, somos nosotros mismos. Jugando con esa parte animal que nadie quiere saber que tiene, el cine ha explotado este temor con sutileza en películas como El club de la lucha (1999). "El temor hacia uno mismo lo relaciono con que vivimos en una sociedad que nos pide autocontrol. Existen discusiones a lo largo del mes que resolverías a golpes y que finalmente se acaban dialogando, que me parece bien", argumenta Luis Muiño (Madrid, 1967), psicoterapeuta y divulgador. Se trataría de hundir y reprimir partes del ser humano contrarias a las reglas sociales que permiten la convivencia, según diría Sigmund Freud en El malestar de la cultura."En terapia hay personas que me dicen que tenían ganas de matar a su jefe o a su mujer y tienen miedo al descubrirlo".
Otro claro ejemplo de la preocupación por ese lado oscuro se encuentra en la serie de la pequeña pantalla Dexter protagonizada por un impecable Michael C. Hall. "Este es un caso llevado al límite. Es la apología de un mundo moderno que nos pide que canalicemos las cosas y seamos funcionales. Lo demás sirve".
El triunfo de las máquinas
La velocidad a la que la tecnología se ha desarrollado supone otra de las grandes inquietudes relfejadas en la gran pantalla. El director de cine Stanley Kubrick insinuó ya en 1968 algunos peligros que las nuevas tecnologías podían traer en 2001: Una odisea en el espacio y que, casi 20 años más tarde, recogió James Cameron con Terminator (1984). El planteamiento aquí era claro: máquinas venidas del futuro más fuertes que el ser humano y que escapaban del control humano. "Este tipo de miedo tuvo mucho que ver con que los ordenadores lo coparon todo, se creía que iban a regir la vida humana. [Sigmund] Freud explica en una teoría que lo que está en los límites de dos cosas diferentes nos da miedo. Lo que está entre lo muerto y lo vivo (como un vampiro o un zombi) o entre lo animado e inanimado (como el muñeco de Chuky), por ejemplo". La tecnofobia reflejada en el filme protagonizado por Arnold Schwarzenegger mostraba la falta de tranquilidad especialmente potenciada en los años 90, previos al temido efecto 2000.
El juego cinematográfico esconde aquí el temor a un fallo que nos dejara sin la tecnología de la que tanto dependemos o que volviera a los aparatos en contra de las personas. Todo esto representado por un robot en la frontera entre lo humano y tecnológico. "Las máquinas tienen funciones parecidas a las nuestras y por eso están en el límite con nosotros. ¿Les controlamos o nos controlan ellas? ¿Son inteligentes o no? Un robot, ¿es un ser humano o no?".
La fuerza de la naturaleza
Plagas, inundaciones, tornados, meteoritos y demás catástrofes naturales plasman desde hace décadas un peligro explícito de la humanidad que ha atemorizado repetidamente al espectador. "El ser humano no es depredador, es víctima.El miedo a que nos coman está ahí de alguna manera pero hay que acercarse a la naturaleza para sentirlo. Tiburón juega muy bien con eso. Es inmenso, más fuerte que tú e incontrolable".
Este temor primitivo recala es un elemento sencillo con el que jugar para el cine, ya que la mayor parte de la población mundial -más aún los consumidores de cine- viven en ciudades, donde, en buena medida, esos peligros están alejados. "El proyecto de la bruja de Blair en 1999 lo rescata.
Un grupo de jóvenes rubanitas con linternas a las tres de la mañana en un bosque da miedo. Es la única manera de sentirlo, pero hay que meterse en la naturaleza".
El fin del mundo
La alarma que provocan los peligros de la naturaleza y la tecnología esconden, a su vez, el recelo ante una hipotética destrucción del planeta. El miedo al fin del mundo que llega a través de fenómenos naturales o la acción del hombre ponen sobre la mesa el debate medioambiental y la responsabilidad de la actividad del ser humano.
Ese temor es recogido por películas como La carretera (2009) de John Hillcoat, donde la idea de fondo principal es la expiación del hombre por su comportamiento destructivo. "Hay una clara culpabilidad. Algo hemos hecho mal y se nos va a caer una catástrofe encima. Si te internas en la naturaleza, un lobo te puede comer pero no depende de ti", razona Muiño.
Más recientemente Bestias del sur salvaje (2012) es otro de esos ejemplos de la culpabilidad del ser humano en la destrucción del planeta, de la que siempre el responsable es otro, pero no nosotros. "La idea es que la gente es idiota, hacen las cosas mal. Pero siempre son los demás los que meten la pata".
La incivilizada muchedumbre
En los años veinte del siglo pasado la Gran Guerra y el auge de los totalitarismos retumbaban aún en la memoria.Autores como José Ortega y Gasset expusieron que la unión de muchos individuos o masa era una amenaza real a la vuelta de la esquina, que el tiempo le dio la razón. Este miedo se encuentra en las salas de cine, entre otros casos, a través de la figura del zombi: un individuo alienado que se mueve en manada y que carece de límites, presente en películas como 28 días después (2002).
"Es el pánico a la deshumanización, el fin de la empatía, las emociones y los límites morales. Son personas que hacen algo que como individuos no harían pero en masa sí", apunta Muiño.
Pero ese temor también se refleja en otros filmes como La jauría humana (1966), en la que el espectador vive de cerca la presión de una comunidad.
La angustia del aislamiento
"El ser humano no está hecho evolutivamente para estar solo. Es un animal de grupo".Débil en solitario y fuerte en conjunto -la masa-, la humanidad siente pavor a la soledad. Películas como El resplandor (1980), protagonizada por el oscarizado Jack Nicholson, desvelan tanto el temor al lado oscuro que llevamos dentro, como los estragos mentales que produce una temporada en soledad. "Cognitivamente no puedes estar mucho tiempo así. Lo que pasas solo, se acentúa".
Psicológicamente la soledad puede minar a una persona hasta llevarla a la depresión o la psicosis en la que se inventan mundos paralelos. "Si alguien enfrente les ayuda a volver a la realidad, las cosas no se disparan. El miedo al aislamiento es el miedo a la locura", que es, en realidad, un tipo de malestar y sufrimiento. La angustia del aislamiento queda retratado, asimismo, en la compleja película Cube (1997). Un grupo de personas es víctima de la desesperación que les produce estar encerrados sin saber por qué ni como escapar de un cubo, lo que lleva a un cóctel de sentimientos explosivo.
La pérdida de un ser querido
Ligado a la soledad, el fallecimiento de un ser querido está muy presente en la vida de cualquier persona. Pasada la tristeza inicial, la desaparición de un familiar o amigo encubre, en realidad, la cercanía de la temible muerte. "El temor es especialmente fuerte en la relación padre-hijos, porque si muere es algo que no te vas a perdonar nunca. Antiguamente uno asumía mucho mejor que los hijos pudieran morir antes. Hoy, eso es tremendo".La industria cinematográfica ha tratado este tema en incontables ocasiones donde cabe destacar la tragicomedia de La vida es bella (1997) de Roberto Benini o En la habitación (2001). En el caso del director austríaco Michael Haneke, argumenta Muiño, ese temor se refuerza con la incertidumbre reinante en la vida moderna que el sociólogo polaco Zygmunt Bauman denominó "miedo líquido". "Ahora el miedo es más psíquico que físico. Ha habido una evolución positiva. Ya quisiera yo ver a los escépticos viviendo hace 100 años", se jacta Muiño.
Un muro contra el y lo diferente
El ser humano no está cómodo con los cambios y los teme. La explicación puede encontrarse tras la pérdida de control sobre su propia vida y la de su entorno.Por eso, lo extraño ha sido utilizado en algunas ocasiones por el cine para plasmar un recelo por lo diferente, a veces, en una referencia explícita al extranjero.
"El cine de terror de los 50 era racista. Hablan del miedo al que no es igual que tú y provocaba un miedo visceral rápido que se convierte en racismo o no según tu forma de pensar", espeta el psicoterapeuta.
Por eso, filmes como Abyss (1989) o El ladrón de cuerpos (1945) representan esa desconfianza hacia el extranjero, en ocasiones, en forma de extraterrestre. "Al ver otras personas que nos van a venir a cambiar se genera el miedo. También hay filmes que juegan con la mutación genética como Rec, que trata sobre lo que nos puede pasar con virus extraños. Son cambios que no has elegido y que no te dicen adonde te va a llevar".
Visto y no visto
La falta de información y la angustia que provoca el no saber qué ocurre es una constante humana con la que ahora se nos bombardea en forma de confianza en los mercados.La industria cinematográfica ha jugado con el temor de lo que no vemos, la incertidumbre, presente en las tramas de conspiración política -Enemigo público o El informe pelícano- o, por ejemplo, La semilla del diablo (1968).
"Es el miedo a lo que no se ve. La falta de información, lo oculto. En La semilla del diablo pasan cosas y no se cuenta y eso inquieta. Si te quitan información es como quitarte el control de tu vida".
Esta alarma que le salta al ser humano tiene que ver, en el fondo, con la pulsión de vivir y conservación que la información ayuda a perpetrar.
El peligro que entraña el rumor
Algunas películas surgen o contienen guiños hacia leyendas urbanas y rumores.Su propagación y desarrollo pueden ser tan rápidos como peligrosos. "En El fin del mundo en 35 mm, se ve cómo crece el miedo a partir de una leyenda urbana y cómo influye en la gente". Este tipo de miedo juega, de alguna manera, con una información que puede advertir de un peligro que, al no estar confirmado genera incertidumbre y ansiedad.
"Te puede pasar algo pero como no te presento a quien no sabrás qué". Bajo esta premisa se mueven películas como El proyecto de la bruja de Blair, de la que dice Muiño, se difundió en su estreno el rumor de que era un caso real.
Salvar al juez Castro Por: José María Izquierdo................Del Blog Del Ojo Izquierdo
Hay quien quiere hacer de un presunto caso de corrupción, Iñaki Urdangarin, Nóos,
y de una acción tan conocida –y desgraciadamente tan practicada- como
la de quedarse con la pasta, una sublime cuestión de altísimos vuelos
que puede poner en peligro los cimientos del Estado. Debe ser, como algún periódico de fuerte raigambre monárquica nos decía ayer, porque “la Corona es España”.
Pues no, en absoluto. Una sociedad democrática no puede sentirse
chantajeada por ridículos privilegios de siglos pasados. Limitémonos a
los hechos, mucho más pedestres. Júzguese, en el tribunal público
correspondiente, por favor, si un ex jugador de balonmano, su socio y su
esposa choricearon unos cuantos millones. ¿Fue uno solo de ellos el
artífice? ¿Dos? ¿Los tres? Porque de eso es de lo que hablamos. De cómo
se consiguieron los muchos millones de euros necesarios para aguantar un
ritmo de vida de potentado en base a la utilización de sonoros títulos
nobiliarios. De lo otro, que hablen los creyentes.
Y que se ate los machos José Castro, el juez del caso. Ya le están llamando de todo. Debe ser el respeto a la justicia de la que tanto presume la derecha...
Y que se ate los machos José Castro, el juez del caso. Ya le están llamando de todo. Debe ser el respeto a la justicia de la que tanto presume la derecha...
Francisco Marhuenda, resuelto como está a buscar nuevas aventuras para desfacer entuertos, se enfrenta, bien cubierto de su rodela, con la lanza en ristre, a defender a la Casa Real de cualquier ignominia, máxime si la afrenta viniera de los malhadados socialistas. Lean el editorial de La Razón: "Insinuar que la máxima institución del Estado se inmiscuye en la independencia judicial sólo es aceptable en un país bananero, pero no en España ni por parte de un partido, hoy en la oposición, que ha gobernado durante 22 de los 35 años de democracia. Si algo pone de manifiesto la imputación de Doña Cristina, al margen de que sea muy discutible y de que se haya realizado en contra de la opinión de la Fiscalía, es la fortaleza del Estado de Derecho y su supremacía por encima de personas o dignidades”. Y es que “El apoyo inequívoco de la Corona a la labor de los jueces, como pilar básico del Estado de Derecho, es una constante que siempre ha estado presente en la labor institucional del Rey y del Príncipe de Asturias”. ¿Acaso lo duda algún malandrín? Eso no me lo repite usted en la calle, parece decir el editorialista de La Razón.
José María Marco, reconvertido en gran jurista, comparte el criterio: “Ni el procedimiento seguido hasta ahora por el juez Castro, permitiendo el goteo de documentación durante meses -algo que en la vida civil se denomina chantaje- ni los argumentos del auto, sintetizados en los 14 indicios, constituyen una base sólida para imputar a nadie”. Y advertencia a quien vaya a traspasar una raya no dibujada pero al parecer imposible de traspasar: “[Se] plantea además otro asunto al que todos deberíamos ser más sensibles. Es el de la necesidad de salvaguardar las instituciones. Lo más valioso que tiene un país, en especial en tiempo de crisis, son sus instituciones”. Así que cuidadito, no vayamos a jugar con fuego. Pedro Narváez, a su manera tabernaria, cada uno es dueño de su estilo, viene a refrendarlo: “Lo que se ha venido a demostrar tras la imputación de la Infanta es que lo que realmente flota como los excrementos en el lodazal es la injusticia”.
Fuera de foco: le gusta mucho a La Razón que el secretario general de la ONU, Ban Ki Moon, haya estado en España en la Reunión de Alto Nivel sobre el Hambre. Pero este catavenenos, que sufre la maldición de la memoria, aún recuerda cuando toda la derecha, parlamentarios del PP y nuestras habituales joyas periodísticas, egregios columnistas de La Razón en lugar privilegiado, se reían a grandes carcajadas –qué gusto el suyo por la zafiedad- de estas reuniones de negros –así las llamaban- que organizó el Gobierno socialista de Zapatero o las reuniones a las que asistía, con cierta frecuencia, la vicepresidenta Fernández de la Vega. Rajoy y Margallo pretenden tener más presencia en Naciones Unidas y mantener la Alianza de Civilizaciones. ¡Qué acierto!, dicen ahora. Bien, bien, bien.
El primer editorial de Abc se dedica a la Infanta: “Coartada contra la Corona”, se titula. Deben pensar que lo mejor es elevar el tiro para meter el miedo en el cuerpo a los encargados de enfrentar este caso: “Hay quienes quieren convertir el caso Nóos en una causa general contra la Corona para desestabilizar no sólo la institución monárquica, sino toda la arquitectura constitucional”. Sirve al revés. Ya lo hemos comentado. El segundo editorial es para Griñán y los ERE. ¿Su comparecencia ha servido para algo? Sí a juicio de Abc: “Ha contribuido a incrementar el malestar social”. Qué mala suerte. Una desgracia. Por eso lo mejor es no comparecer. Si lo sabrá Rajoy, que en su bondad no quiere incrementar el malestar social. Ni mú.
Carlos Herrera se apunta al bonito juego del vapuleo al juez Castro. Pasen y vean, escopeta de perdigones, aciértenle en todo el ojo: “La gloria de Castro”. Sumario: “Castro se transforma para algunos en el juez insobornable, valiente, del pueblo, que no teme a los poderosos”. Así que hagamos este primer párrafo: “Los amigos de la vieja combinación de Pan y Circo pueden estar satisfechos tras la decisión del juez Castro -el del Cuarto Turno- de imputar a la Infanta Cristina al objeto de involucrarla en la trama del Instituto Nóos. A pesar de que el mismo Castro asegura que no dispone de ningún indicio de peso y de que el pasado 5 de marzo, hace sólo un mes, se negara a dar este paso, fue anteayer cuando se lio él solo la manta a la cabeza y se dispuso a ser sensible a la presión popular que exige justicia ejemplar, que no es exactamente la Justicia misma, pero que suena a ello y calma las ansias”. ¿Ningún indicio de peso? Y ya puestos, Herrera no se corta y se lanza, directamente, a la insidia: “No se extrañen si el próximo paso es ver a Castro como miembro del Tribunal Constitucional a propuesta de algún partido muy concreto. Cosas más llamativas se han visto”. Desvergüenza: “Falta de vergüenza, insolencia, descarada ostentación de faltas y vicios”, dice el DRAE.
El editorial de El Mundo y la columna de Federico Jiménez Losantos van en paralelo, para decir que “El Príncipe Felipe enmienda el error de la Casa del Rey”. Se refieren ambos, claro, a sus palabras de apoyo a “la labor de protección de los derechos ciudadanos” de los jueces pronunciadas ayer en Barcelona. En el fondo, se viene a decir, está bien la imputación, pero virgencita, virgencita, que se acepte el recurso de la Fiscalía. Es una opción.
Y ahora, un minuto para ese mundo de tinieblas que habita allá entre las tropas no regulares, formadas por los comandos de acción. Emilio Campmany, en Libertad Digital: “Don Juan Carlos lleva muchos años dorándole la píldora a la izquierda convencido de que la derecha nunca dejará de ser monárquica. Con eso, lo único que ha conseguido es que, sin que la izquierda haya dejado de serlo, parte de la derecha se haya hecho también republicana. Es cierto que las repúblicas con las que sueñan esa derecha y esa izquierda son completamente distintas. Los conservadores convertidos al republicanismo ansían un régimen presidencialista centralizado que liquide este Estado de las Autonomías que nos conduce al desastre y del que el Rey parece en parte responsable. La izquierda en cambio pretende una confederación sobre bases ideológicas radicales a medio camino entre la Cuba de Castro y el Chile de Allende que, sobre todo, sea heredera de la idealizada Segunda República”.
O Julio Echevarría, en La Gaceta: “La izquierda, que en la mayoría de los casos no es más que la racionalización del resentimiento, celebra enloquecida el evento como las tricoteuses parisinas que buscaban ser salpicadas por la sangre de los aristócratas o -premio gordo- por la del propio ciudadano Luis Capeto, conocido en el siglo como Luis XVI (…)
Hemos jugado a un juancarlismo campechano que tenga tranquilos a republicanos y monárquicos, haciendo de Su Majestad la corbata de Hermès de España, un embajador de lujo; hasta hemos caído en el disparate -auspiciado por el periodista monárquico por antonomasia- de elogiar a los miembros de la Familia Real como ‘grandes profesionales’, como si fueran ejecutivos de ventas. Cada vez que el Abc, hablando de don Felipe, usaba la expresión ‘como cualquier joven de su edad’ estaba remachando un clavo más en el ataúd del monarquismo español”. Los males, pues, proceden de no aceptar el hecho incontrovertible del origen divino de la familia real –y por tanto intocable- de sus integrantes.
Les voy a recordar –creo que fue el catavenenos, o quizá haya sido su amigo José K. quien ya lo hizo- lo que le pasó a Robert François Damiens, que con una navaja de 81 milímetros hizo un pequeño corte a Luis XV cuando corría el año 1757.
Apresado, primero, y condenado, después, se procedió a efectuar las siguientes operaciones, resumidas así en la más popular enciclopedia digital: “Primero fue torturado con tenazas al rojo vivo; su mano, sujetando el cuchillo usado en el intento de asesinato, fue quemada con azufre; sobre sus heridas se vertió cera derretida, plomo, y aceite hirviendo. Después de varias horas de agonía, fue puesto en manos del Verdugo Real, Charles Henri Sanson. Se ataron caballos a sus brazos y piernas, pero las extremidades de Damiens no se separaron con facilidad: tras algunas horas más, los verdugos se vieron forzados a cortar los ligamentos de Damiens con un hacha.
Tras un nuevo tirón de los caballos, Damiens fue desmembrado para alegría del público, y su torso, todavía vivo según los testigos, fue arrojado al fuego”.
Tiene suerte el juez Castro de vivir en el siglo XXI.
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