Fue despedida tras 13 años como directora del Vogue australiano y
sustituida por su rival del Harper’s Bazaar. La primera reacción de
Kristie Clements al encontrarse en el paro fue sentarse a escribir lo
que vio durante sus 25 años como empleada de la revista.
El resultado es The Vogue Factor, un libro disponible en edición digital que airea los trapos sucios de la industria de la moda.
Estas memorias hacen añicos la deslumbrante fachada del mundillo y subrayan los extremos a los que llegan las modelos para mantenerse delgadas.
Clements asegura que muchas modelos mienten cuando públicamente mantienen que se alimentan bien. De puertas adentro comen pañuelos de papel para mantener el estómago lleno
. La modelo estadounidense Amy Lemons ya había denunciado algo parecido, señalando que algunas de sus compañeras engañaban al hambre tragando bolas de algodón empapadas en zumo.
La editora recuerda que durante un viaje a Marruecos la maniquí que protagonizaba la sesión fotográfica estuvo tres días sin llevarse un alimento a la boca. Al final del viaje se encontraba tan débil que no podía mantenerse erguida ni tener los ojos abiertos.
Según The Vogue Factor los grados de delgadez varían según el territorio. Una modelo de éxito en Australia debe bajar dos tallas para pisar una pasarela extranjera.
Esa pérdida de peso se conocía en las oficinas de Vogue como “delgadez parisiense”.
El libro de Clements también incluye una conversación con una maniquí rusa que contaba cómo su compañero de piso, una modelo de pruebas para grandes firmas, pasaba la mayor parte del tiempo hospitalizada con suero en vena.
No es la primera vez que profesionales de la moda destapan los secretos que el sector preferiría mantener ocultos. Imogen Edwards-Jones publicó Fashion Babylon con informaciones de fuentes anónimas que entre otros aspectos denunciaban la normalidad con la que se consumían píldoras adelgazantes y laxantes.
Lauren Weisberg relató en la novela El Diablo se viste de Prada su terrorífica etapa como ayudante de Anna Wintour en el Vogue estadounidense y la española Christine Hart autoeditó Lo que las modelos callan que recuenta abusos, manipulaciones y la creciente obsesión por la talla 34.
Lo que hace diferente a Clements es que ninguna otra directora de revista de moda ni en un puesto de responsabilidad similar había tratado de manera tan directa la obsesión por la delgadez del sector.
La repercusión de sus revelaciones han forzado a Clements a negar que la publicación del libro sea una venganza contra su antigua empresa:
“El tono general es de motivación para los jóvenes que empiezan en la industria. Me gustaba mi trabajo.” dijo en la CNN, donde también puntualizó que se refiere de un porcentaje pequeño de modelos.
El año pasado, Clements fue una de las 19 directoras de las ediciones internacionales de Vogue que hicieron la promesa de utilizar modelos que promuevan una imagen corporal sana. Sus últimas declaraciones sugieren que la industria necesita una mayor autocrítica.
En una intervención televisiva admitió que durante sus años como directora de una de las publicaciones más influyentes llego a hacer la vista gorda:
“No puedes controlar las pasarelas, los directores de casting o la manera en la que los diseñadores quieren mostrar su ropa. A pesar de que se trate de una porción de la industria, toda ella es culpable.”
El resultado es The Vogue Factor, un libro disponible en edición digital que airea los trapos sucios de la industria de la moda.
Estas memorias hacen añicos la deslumbrante fachada del mundillo y subrayan los extremos a los que llegan las modelos para mantenerse delgadas.
Clements asegura que muchas modelos mienten cuando públicamente mantienen que se alimentan bien. De puertas adentro comen pañuelos de papel para mantener el estómago lleno
. La modelo estadounidense Amy Lemons ya había denunciado algo parecido, señalando que algunas de sus compañeras engañaban al hambre tragando bolas de algodón empapadas en zumo.
La editora recuerda que durante un viaje a Marruecos la maniquí que protagonizaba la sesión fotográfica estuvo tres días sin llevarse un alimento a la boca. Al final del viaje se encontraba tan débil que no podía mantenerse erguida ni tener los ojos abiertos.
Según The Vogue Factor los grados de delgadez varían según el territorio. Una modelo de éxito en Australia debe bajar dos tallas para pisar una pasarela extranjera.
Esa pérdida de peso se conocía en las oficinas de Vogue como “delgadez parisiense”.
El libro de Clements también incluye una conversación con una maniquí rusa que contaba cómo su compañero de piso, una modelo de pruebas para grandes firmas, pasaba la mayor parte del tiempo hospitalizada con suero en vena.
No es la primera vez que profesionales de la moda destapan los secretos que el sector preferiría mantener ocultos. Imogen Edwards-Jones publicó Fashion Babylon con informaciones de fuentes anónimas que entre otros aspectos denunciaban la normalidad con la que se consumían píldoras adelgazantes y laxantes.
Lauren Weisberg relató en la novela El Diablo se viste de Prada su terrorífica etapa como ayudante de Anna Wintour en el Vogue estadounidense y la española Christine Hart autoeditó Lo que las modelos callan que recuenta abusos, manipulaciones y la creciente obsesión por la talla 34.
Lo que hace diferente a Clements es que ninguna otra directora de revista de moda ni en un puesto de responsabilidad similar había tratado de manera tan directa la obsesión por la delgadez del sector.
La repercusión de sus revelaciones han forzado a Clements a negar que la publicación del libro sea una venganza contra su antigua empresa:
“El tono general es de motivación para los jóvenes que empiezan en la industria. Me gustaba mi trabajo.” dijo en la CNN, donde también puntualizó que se refiere de un porcentaje pequeño de modelos.
El año pasado, Clements fue una de las 19 directoras de las ediciones internacionales de Vogue que hicieron la promesa de utilizar modelos que promuevan una imagen corporal sana. Sus últimas declaraciones sugieren que la industria necesita una mayor autocrítica.
En una intervención televisiva admitió que durante sus años como directora de una de las publicaciones más influyentes llego a hacer la vista gorda:
“No puedes controlar las pasarelas, los directores de casting o la manera en la que los diseñadores quieren mostrar su ropa. A pesar de que se trate de una porción de la industria, toda ella es culpable.”