Hay quien quiere hacer de un presunto caso de corrupción, Iñaki Urdangarin, Nóos,
y de una acción tan conocida –y desgraciadamente tan practicada- como
la de quedarse con la pasta, una sublime cuestión de altísimos vuelos
que puede poner en peligro los cimientos del Estado. Debe ser, como algún periódico de fuerte raigambre monárquica nos decía ayer, porque “la Corona es España”.
Pues no, en absoluto. Una sociedad democrática no puede sentirse
chantajeada por ridículos privilegios de siglos pasados. Limitémonos a
los hechos, mucho más pedestres. Júzguese, en el tribunal público
correspondiente, por favor, si un ex jugador de balonmano, su socio y su
esposa choricearon unos cuantos millones. ¿Fue uno solo de ellos el
artífice? ¿Dos? ¿Los tres? Porque de eso es de lo que hablamos. De cómo
se consiguieron los muchos millones de euros necesarios para aguantar un
ritmo de vida de potentado en base a la utilización de sonoros títulos
nobiliarios. De lo otro, que hablen los creyentes.
Y que se ate los machos José Castro, el juez del caso. Ya le están llamando de todo. Debe ser el respeto a la justicia de la que tanto presume la derecha...
Y que se ate los machos José Castro, el juez del caso. Ya le están llamando de todo. Debe ser el respeto a la justicia de la que tanto presume la derecha...
Francisco Marhuenda, resuelto como está a buscar nuevas aventuras para desfacer entuertos, se enfrenta, bien cubierto de su rodela, con la lanza en ristre, a defender a la Casa Real de cualquier ignominia, máxime si la afrenta viniera de los malhadados socialistas. Lean el editorial de La Razón: "Insinuar que la máxima institución del Estado se inmiscuye en la independencia judicial sólo es aceptable en un país bananero, pero no en España ni por parte de un partido, hoy en la oposición, que ha gobernado durante 22 de los 35 años de democracia. Si algo pone de manifiesto la imputación de Doña Cristina, al margen de que sea muy discutible y de que se haya realizado en contra de la opinión de la Fiscalía, es la fortaleza del Estado de Derecho y su supremacía por encima de personas o dignidades”. Y es que “El apoyo inequívoco de la Corona a la labor de los jueces, como pilar básico del Estado de Derecho, es una constante que siempre ha estado presente en la labor institucional del Rey y del Príncipe de Asturias”. ¿Acaso lo duda algún malandrín? Eso no me lo repite usted en la calle, parece decir el editorialista de La Razón.
José María Marco, reconvertido en gran jurista, comparte el criterio: “Ni el procedimiento seguido hasta ahora por el juez Castro, permitiendo el goteo de documentación durante meses -algo que en la vida civil se denomina chantaje- ni los argumentos del auto, sintetizados en los 14 indicios, constituyen una base sólida para imputar a nadie”. Y advertencia a quien vaya a traspasar una raya no dibujada pero al parecer imposible de traspasar: “[Se] plantea además otro asunto al que todos deberíamos ser más sensibles. Es el de la necesidad de salvaguardar las instituciones. Lo más valioso que tiene un país, en especial en tiempo de crisis, son sus instituciones”. Así que cuidadito, no vayamos a jugar con fuego. Pedro Narváez, a su manera tabernaria, cada uno es dueño de su estilo, viene a refrendarlo: “Lo que se ha venido a demostrar tras la imputación de la Infanta es que lo que realmente flota como los excrementos en el lodazal es la injusticia”.
Fuera de foco: le gusta mucho a La Razón que el secretario general de la ONU, Ban Ki Moon, haya estado en España en la Reunión de Alto Nivel sobre el Hambre. Pero este catavenenos, que sufre la maldición de la memoria, aún recuerda cuando toda la derecha, parlamentarios del PP y nuestras habituales joyas periodísticas, egregios columnistas de La Razón en lugar privilegiado, se reían a grandes carcajadas –qué gusto el suyo por la zafiedad- de estas reuniones de negros –así las llamaban- que organizó el Gobierno socialista de Zapatero o las reuniones a las que asistía, con cierta frecuencia, la vicepresidenta Fernández de la Vega. Rajoy y Margallo pretenden tener más presencia en Naciones Unidas y mantener la Alianza de Civilizaciones. ¡Qué acierto!, dicen ahora. Bien, bien, bien.
El primer editorial de Abc se dedica a la Infanta: “Coartada contra la Corona”, se titula. Deben pensar que lo mejor es elevar el tiro para meter el miedo en el cuerpo a los encargados de enfrentar este caso: “Hay quienes quieren convertir el caso Nóos en una causa general contra la Corona para desestabilizar no sólo la institución monárquica, sino toda la arquitectura constitucional”. Sirve al revés. Ya lo hemos comentado. El segundo editorial es para Griñán y los ERE. ¿Su comparecencia ha servido para algo? Sí a juicio de Abc: “Ha contribuido a incrementar el malestar social”. Qué mala suerte. Una desgracia. Por eso lo mejor es no comparecer. Si lo sabrá Rajoy, que en su bondad no quiere incrementar el malestar social. Ni mú.
Carlos Herrera se apunta al bonito juego del vapuleo al juez Castro. Pasen y vean, escopeta de perdigones, aciértenle en todo el ojo: “La gloria de Castro”. Sumario: “Castro se transforma para algunos en el juez insobornable, valiente, del pueblo, que no teme a los poderosos”. Así que hagamos este primer párrafo: “Los amigos de la vieja combinación de Pan y Circo pueden estar satisfechos tras la decisión del juez Castro -el del Cuarto Turno- de imputar a la Infanta Cristina al objeto de involucrarla en la trama del Instituto Nóos. A pesar de que el mismo Castro asegura que no dispone de ningún indicio de peso y de que el pasado 5 de marzo, hace sólo un mes, se negara a dar este paso, fue anteayer cuando se lio él solo la manta a la cabeza y se dispuso a ser sensible a la presión popular que exige justicia ejemplar, que no es exactamente la Justicia misma, pero que suena a ello y calma las ansias”. ¿Ningún indicio de peso? Y ya puestos, Herrera no se corta y se lanza, directamente, a la insidia: “No se extrañen si el próximo paso es ver a Castro como miembro del Tribunal Constitucional a propuesta de algún partido muy concreto. Cosas más llamativas se han visto”. Desvergüenza: “Falta de vergüenza, insolencia, descarada ostentación de faltas y vicios”, dice el DRAE.
El editorial de El Mundo y la columna de Federico Jiménez Losantos van en paralelo, para decir que “El Príncipe Felipe enmienda el error de la Casa del Rey”. Se refieren ambos, claro, a sus palabras de apoyo a “la labor de protección de los derechos ciudadanos” de los jueces pronunciadas ayer en Barcelona. En el fondo, se viene a decir, está bien la imputación, pero virgencita, virgencita, que se acepte el recurso de la Fiscalía. Es una opción.
Y ahora, un minuto para ese mundo de tinieblas que habita allá entre las tropas no regulares, formadas por los comandos de acción. Emilio Campmany, en Libertad Digital: “Don Juan Carlos lleva muchos años dorándole la píldora a la izquierda convencido de que la derecha nunca dejará de ser monárquica. Con eso, lo único que ha conseguido es que, sin que la izquierda haya dejado de serlo, parte de la derecha se haya hecho también republicana. Es cierto que las repúblicas con las que sueñan esa derecha y esa izquierda son completamente distintas. Los conservadores convertidos al republicanismo ansían un régimen presidencialista centralizado que liquide este Estado de las Autonomías que nos conduce al desastre y del que el Rey parece en parte responsable. La izquierda en cambio pretende una confederación sobre bases ideológicas radicales a medio camino entre la Cuba de Castro y el Chile de Allende que, sobre todo, sea heredera de la idealizada Segunda República”.
O Julio Echevarría, en La Gaceta: “La izquierda, que en la mayoría de los casos no es más que la racionalización del resentimiento, celebra enloquecida el evento como las tricoteuses parisinas que buscaban ser salpicadas por la sangre de los aristócratas o -premio gordo- por la del propio ciudadano Luis Capeto, conocido en el siglo como Luis XVI (…)
Hemos jugado a un juancarlismo campechano que tenga tranquilos a republicanos y monárquicos, haciendo de Su Majestad la corbata de Hermès de España, un embajador de lujo; hasta hemos caído en el disparate -auspiciado por el periodista monárquico por antonomasia- de elogiar a los miembros de la Familia Real como ‘grandes profesionales’, como si fueran ejecutivos de ventas. Cada vez que el Abc, hablando de don Felipe, usaba la expresión ‘como cualquier joven de su edad’ estaba remachando un clavo más en el ataúd del monarquismo español”. Los males, pues, proceden de no aceptar el hecho incontrovertible del origen divino de la familia real –y por tanto intocable- de sus integrantes.
Les voy a recordar –creo que fue el catavenenos, o quizá haya sido su amigo José K. quien ya lo hizo- lo que le pasó a Robert François Damiens, que con una navaja de 81 milímetros hizo un pequeño corte a Luis XV cuando corría el año 1757.
Apresado, primero, y condenado, después, se procedió a efectuar las siguientes operaciones, resumidas así en la más popular enciclopedia digital: “Primero fue torturado con tenazas al rojo vivo; su mano, sujetando el cuchillo usado en el intento de asesinato, fue quemada con azufre; sobre sus heridas se vertió cera derretida, plomo, y aceite hirviendo. Después de varias horas de agonía, fue puesto en manos del Verdugo Real, Charles Henri Sanson. Se ataron caballos a sus brazos y piernas, pero las extremidades de Damiens no se separaron con facilidad: tras algunas horas más, los verdugos se vieron forzados a cortar los ligamentos de Damiens con un hacha.
Tras un nuevo tirón de los caballos, Damiens fue desmembrado para alegría del público, y su torso, todavía vivo según los testigos, fue arrojado al fuego”.
Tiene suerte el juez Castro de vivir en el siglo XXI.