Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

30 mar 2013

Albert Camús

... Albert Camus es admirado en este rincón, como escritor y como ser humano. Fue alguien comprometido y con voz propia, que desde posiciones de izquierda condenó por igual al capitalismo y al comunismo real, lo que le supuso críticas feroces de unos y otros. Lo que sigue es el texto de su discurso de agradecimiento en la ceremonia de entrega del Premio Nobel que recibió en 1957. 
Fantástico, espléndido discurso. Un texto para la Historia de la Literatura y una visión insuperable de lo que significa la responsabilidad de escribir, y de hacerlo sin importar las consecuencias... Un ejemplo a seguir en todos los sentidos para el que desde este blog se declara su discípulo e intenta estar a la altura de semejante título que ha tenido la petulancia de arrogarse:


Al recibir la distinción con que vuestra libre Academia ha querido honrarme, mi gratitud es tanto más profunda cuanto que yo mido hasta qué punto esa recompensa excede mis méritos personales.

Todo hombre, y con mayor razón todo artista, desea que se reconozca lo que él es o quiere ser. Yo también lo deseo. Pero al conocer vuestra decisión me fue imposible no comparar su resonancia con lo que realmente soy. ¿Cómo un hombre, casi joven todavía, rico sólo de sus dudas, con una obra apenas en desarrollo, habituado a ‘vivir en la soledad del trabajo o en el retiro de la amistad, podría recibir, sin cierta especie de pánico, un galardón que le coloca de pronto, y solo, en plena luz? ¿Con qué estado de espíritu podía recibir ese honor a tiempo que, en tantas partes, otros escritores, algunos entre los más grandes, están reducidos al silencio y cuando, al mismo tiempo, su tierra natal conocer incesantes desdichas?

Sinceramente he sentido esa inquietud, y ese malestar. Para recobrar mi paz interior me ha sido necesario ponerme a tono con un destino harto generoso. Y como era imposible igualarme a él con el solo apoyo de mis méritos, no he hallado nada mejor, para ayudarme, que lo que me ha sostenido a lo largo de mi vida y en las circunstancias más opuestas: la idea que me he forjado de mi arte y de la misión del escritor. Permitidme, aunque sólo sea en prueba de reconocimiento y amistad, que os diga, con la sencillez que me sea posible, cuál es esa idea.

Personalmente, no puedo vivir sin mi arte. Pero jamás he puesto ese arte por encima de toda otra cosa. Por el contrario, si él me es necesario es porque no me separa de nadie, y me permite vivir, tal como soy, al nivel de todos. A mi ver, el arte no es una diversión solitaria. Es un medio de emocionar al mayor número de hombres, ofreciéndoles una imagen privilegiada de dolores y alegrías comunes. Obliga, pues, al artista a no aislarse; le somete a la verdad, a la más humilde y más universal. Y aquellos que muchas veces han elegido su destino de artistas porque se sentían distintos, aprenden pronto que no podrán nutrir su arte ni su diferencia más que confesando su semejanza con todos.

El artista se forja en ese perpetuo ir y venir de sí mismo, a los demás, equidistante entre la belleza, sin la cual no puede vivir, y la comunidad, de la cual no puede desprenderse. Por eso, los verdaderos artistas no desdeñan nada; se obligan a comprender en vez de juzgar. Y si han de tomar un partido en este mundo, sólo puede ser de una sociedad en la que, según la gran frase de Nietzsche, no ha de reinar el juez sino el creador, sea trabajador o intelectual.

Por lo mismo el papel de escritor es inseparable de difíciles deberes. Por la definición no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la sufren. Si no lo hiciera, quedaría solo, privado hasta de su arte. Todos los ejércitos de la tiranía, con sus millones de hombres, no le arrancarán de la soledad, aunque consienta en acomodarse a su paso y, sobre todo, si en ello consiente. Pero el silencio de un prisionero desconocido, abandonado a las humillaciones en el otro extremo del mundo basta para sacar al escritor de su soledad, cada vez, al menos, que logra, en medio de los privilegios de su libertad, no olvidar ese silencio, y trata de recogerlo y reemplazarlo, para hacerlo valer mediante todos los recurso del arte.

Ninguno de nosotros es lo bastante grande para semejante vocación. Pero en todas las circunstancias de su vida, obscuro o provisionalmente célebre, aherrojado por la tiranía o libre poder expresarse, el escritor puede encontrar el sentimiento de una comunidad viva, que le justificará sólo a condición de que acepte, tanto como pueda, las dos tareas que constituyen la grandeza de su oficio: el servicio de la verdad, y el servicio de la libertad. Y pues su vocación es agrupar el mayor número posible de hombres, no puede acomodarse a la servidumbre que, donde reina, hace proliferar las soledades. Cualesquiera que sean nuestras flaquezas personales, la nobleza de nuestro oficio arraigará siempre en dos imperativos difíciles de mantener: la negativa a mentir respecto de lo que se sabe y la resistencia a la opresión.

Durante más de veinte años de una historia demencial, perdido sin recurso, como todos los hombres de mi edad, en las convulsiones del tiempo, sólo me ha sostenido el sentimiento hondo de que escribir es hoy un honor, porque ese acto obliga, y obliga a algo más que a escribir. Me obligaba, especialmente, tal como yo era y con arreglo a mis fuerzas, a compartir, con todos los que vivían mi misma historia, la desventura y la esperanza. Esos hombres nacidos al comienzo de la primera guerra mundial, que tenían veinte años a tiempo de instaurarse, a la vez, el poder hitleriano y los primeros procesos revolucionarios, Y que para completar su educación se vieron enfrentados luego a la guerra de España, la segunda guerra mundial, el universo de los campos de concentración, la Europa de la tortura y de las prisiones, se ven hoy obligados a orientar sus hijos y sus obras en un mundo amenazado de destrucción nuclear. Supongo que nadie pretenderá pedirles que sean optimistas. Hasta llego a pensar que debemos ser comprensivos, sin dejar de luchar contra ellos, con el error de los que, por un exceso de desesperación han reivindicado el derecho al deshonor y se han lanzado a los nihilismos de la época. Pero sucede que la mayoría de entre nosotros, en mi país y en el mundo entero, han rechazado el nihilismo y se consagran a la conquista de una legitimidad.

Les ha sido preciso forjarse un arte de vivir para tiempos catastróficos, a fin de nacer una segunda vez y luchar luego, a cara descubierta, contra el instinto de muerte que se agita en nuestra historia.

Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizás mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida —en la que se mezclan las revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos, y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden hoy destruirlo todo, no saben convencer; en la que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión—, esa generación ha debido, en si misma y a su alrededor, restaurar, partiendo de amargas inquietudes, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y de morir. Ante un mundo amenazado de desintegración, en el que nuestros grandes inquisidores arriesgan establecer para siempre el imperio de la muerte, sabe que debería, en una especie de carrera loca contra el tiempo, restaurar entre las naciones una paz que no sea la de servidumbre, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura, y reconstruir con todos los hombres una nueva Arca de la alianza.
No es seguro que esta generación pueda al fin cumplir esa labor inmensa, pero lo cierto sí es que, por doquier en el mundo, tiene ya hecha, y la mantiene, su doble apuesta en favor de la verdad y de la libertad y que, llegado el momento, sabe morir sin odio por ella. Es esta generación la que debe ser saludada y alentada dondequiera que se halle y, sobre todo, donde se sacrifica. En ella, seguro de vuestra profunda aprobación, quisiera yo declinar hoy el honor que acabáis de hacerme.

Al mismo tiempo, después de expresar la nobleza del oficio de escribir, querría yo situar al escritor en su verdadero lugar, sin otros títulos que los que comparte con sus compañeros, de lucha, vulnerable pero tenaz, injusto pero apasionado de justicia, realizando su obra sin vergüenza ni orgullo, a la vista de todos; atento siempre al dolor y a la belleza; consagrado en fin, a sacar de su ser complejo las creaciones que intenta levantar, obstinadamente, entre el movimiento destructor de la historia.

¿Quién, después de eso, podrá esperar que él presente soluciones ya hechas, y bellas lecciones de moral? La verdad es misteriosa, huidiza, y siempre hay que tratar de conquistarla. La libertad es peligrosa, tan dura de vivir, como exaltante. Debemos avanzar hacia esos dos fines, penosa pero resueltamente, descontando por anticipado nuestros desfallecimientos a lo largo de tan dilatado camino. ¿Qué escritor osaría, en conciencia, proclamarse orgulloso apóstol de virtud? En cuanto a mi, necesito decir una vez más que no soy nada de eso. Jamás he podido renunciar a la luz, a la dicha de ser, a la vida libre en que he crecido. Pero aunque esa nostalgia explique muchos de mis errores y de mis faltas, indudablemente ella me ha ayudado a comprender mejor mi oficio y también a mantenerme, decididamente, al lado de todos esos hombres silenciosos, que no soportan en el mundo la vida que les toca vivir más que por el recuerdo de breves y libres momentos de felicidad, y por la esperanza de volverlos a vivir.

Reducido así a lo que realmente soy, a mis verdaderos limites, a mis dudas y también a mi fe difícil, me siento más libre para destacar, al concluir, la magnitud y generosidad de la distinción que acabáis de hacerme.
 Más libre también para deciros que quisiera recibirla como homenaje rendido a todos los que, participando el mismo combate, no han recibido privilegio alguno y si, en cambio, han conocido desgracias y persecuciones. Solo me resta daros las gracias, desde el fondo de mi corazón, y haceros públicamente, en prenda de personal gratitud, la misma y vieja promesa de fidelidad que cada verdadero artista se hace a sí mismo, silenciosamente, todos los días.

De Escrito con Sentido aunque Camus no es ningún desconocido para mi lo leí quzás muy joven como a tantos otros  soy lectora precoz y sus Novelas me hacían pensar y ponerme en el papel del Protagonista aunque fuera masculino.... 

Llámame “Kid”.......................Boris Izaguirre

Nada supera ese cariñoso mote. Urdangarin ve a su esposa, que es infanta, como una dama, pero la trata como a un chaval, uno más del equipo del que es capitán.

La infanta Cristina. / KIKO HUESCA (EFE)

Hay algo adictivo en la entrega folletinesca de los correos electrónicos de Diego Torres: igual que en los culebrones, siempre nos dejan en ascuas a la vez que van anunciando eficazmente el próximo episodio y su propio clímax.
 Esta última entrega, que como capítulo podría titularse Kid, desea prepararnos para una momentánea imputación de la duquesa de Palma. Ese será, si llega, un día de máxima audiencia.
Los e-mails informan de algunas otras cosas. En primer lugar, del recién aprendido lenguaje cosmopolita en el que se maneja la pareja ducal. El duque de Palma le pide a su esposa que repase unos papeles que piensa enviar sobre el Instituto Nóos y le pide que los lea, please, y se despide con un cariñoso y latino ciao.
 Se entiende que en Pedralbes, la parte noble de Barcelona, el bilingüismo se triplica porque además de castellano y catalán lo que se habla, y a veces piensa, es inglés.
 Nada supera ese cariñoso mote de “Kid” a la Infanta.
Kid, que significa chaval o chavala, implica cierta ternura porque tiene mucho de trato juvenil, de camaradería sanota y deportiva. Urdangarin ve a su esposa, que es infanta, como a una dama, pero la trata como a un chaval, uno más del equipo del que es el capitán
. Es la natural ignorancia de los kids: aún no han crecido, ni se rebelan, ni cuestionan. Siguen jugando, soñando con ganar, sonriendo allí donde vayan.
Marzo es el nuevo enero, lo hemos constatado en esta precoz y gélida Semana Santa.
 El caprichoso cambio climático se ha instalado entre nosotros casi como lo ha hecho el marketing de los dos papas: Benedicto, con su plumas acolchado blanco, y Francisco, con su humildad a cuestas, que no se decide a mudarse a los apartamentos papales. ¿Será algo de soberbia desdeñar tan confortable vivienda? Insistir en eso podría llegar a provocar un ERE en el Vaticano, sobraría mano de obra.
 ¿O será que el nuevo papa considera esos aposentos más peligrosos que salir de noche por las calles de la periferia de Buenos Aires? Algo se huele el Pontífice, y no es el incienso de las procesiones.
Aquí cerca, Artur Mas y Mariano Rajoy se reunían más discretamente, medio acorralados. Solo han dejado saber que hablaron más que nada de economía y corralito. Es hora de reconocerle a Madrid esa habilidad para conciliar reuniones secretas con nuevas apariciones y desapariciones marianas. Mientras unos veían a Corinna en todas partes, La Zarzuela desmentía su presencia.
Milagrosamente, esta probada capacidad madrileña para la opacidad y el disimulo no se practica en la televisión, que es una religión tan viva como cualquier otra, donde vivimos un desfile de trapos bíblicos en Antena 3 y cuerpos en distinto grado de desnudez en la piscina de Telecinco.
 Satán tentaba a Cristo en una, Mercedes Milá recordaba a Crónicas marcianas en otra. La Virgen lloraba a su hijo y Raquel Mosquera se lanzaba en un ángel reivindicando la mujer valiente con curvas.
 A ella no la llames Kid.

 

Los relojes se adelantan una hora el domingo

En la madrugada del domingo se suma una hora, y a las dos serán las tres.

 

Los relojes deberán adelantarse a las 2.00 del domingo una hora, y marcar las 3.00
. Esa noche, la que va del sábado 30 al domingo 31, al ser la última del mes de marzo, se recupera la hora que se ganó el último fin de semana de octubre. Con ello empieza el horario de verano en Europa Occidental, que durará hasta el 27 de octubre.
Retrasar una hora permitirá ahorrar hasta un 5% del consumo eléctrico en iluminación, que equivale a unos 300 millones de euros, según datos del Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE) recogidos por el Ministerio de Industria.
 De este potencial ahorro, 90 millones de euros corresponderían a los hogares -lo que supone unos 6 euros por hogar- y los 210 millones restantes a los edificios del sector terciario y la industria.
Sin embargo, el ahorro no es automático, como advierte el IDAE. Para conseguirlo el cambio horario tendrá que ir acompañado con el apagado de la iluminación cuando haya suficiente luz natural.
El cambio de hora comenzó a implantarse a partir de 1974, tras la primera crisis del petróleo, y se convirtió en directiva europea en 1981.
Bueno eso mientras no recorten las Horas este Gobierno Pepero.

Ni ángeles ni matrioskas

Ni ángeles ni matrioskas

Por: | 28 de marzo de 2013
GRAU

     Ni ángeles dorados ni campos de color. Por no pintar, Eulàlia Grau no ha pintado gran cosa dentro del panorama de la creación artística de los últimos cuarenta años y, sin embargo, la idiosincrasia y altura de su trabajo es más que evidente, como muestra la retrospectiva del MACBA, “Nunca he pintado ángeles dorados”, un centenar de obras que la propia artista califica de “retratos de la realidad circundante”, hechos a base de fotografías tomadas de periódicos y revistas que después recompone sobre telas emulsionadas, serigrafías, libros y pósters, como un mosaico de signos aparentemente inconexos listos para que inspeccionemos nuestro propio voyeurismo.
     Desde principios de los setenta, Eulàlia Grau (Terrassa, 1946) ha utilizado la fotografía, siguiendo al teórico Clement Greenberg y su argumentación de que cada medio debe hacer lo que “hace mejor”. La fotografía nunca es desinteresada, es literaria, comprometida, actúa y activa porque está conectada a la página del mundo, mientras que el lienzo moderno señala puramente lo subjetivo, la pintura se refiere a sí misma como una muñeca rusa dentro de su propia imagen. Puede que esta visión de los dos medios no esté suficientemente actualizada, pero es la que mejor sirve para explicar los fundamentos teóricos y prácticos de Eulàlia Grau, una autora con escaso reconocimiento dentro de la corriente del fotoconceptualismo –en esa distinción resbaladiza entre “fotógrafos artísticos” y “artistas que utilizan la fotografía”- pero que con esta retrospectiva ha acabado firmando sus credenciales.
     El interés de Grau por fusionar las estrategias de la cultura popular con contenidos explícitamente sociopolíticos desembocó en la serie titulada “Etnografías” (1972), donde a partir de imágenes tomadas de la prensa construye collages como denuncia de la instrumentalización de la vida humana marcada por los intereses del mercado, la religión y la política. En “La cultura de la muerte” (1975), la artista contrapone escenas de cacerías, manifestaciones, persecuciones policiales y atracos de bancos; y en “Viviendas… Viviendas” (1976-1977) establece dos tipologías de casas: las de las clases dominantes y las de las dominadas. En éstas últimas, la mujer ocupa un lugar de subalternidad, es madre y reina de un espacio doméstico pero a la vez esclava y mercancía. El activismo de Grau es aún más evidente en “Discriminación de la mujer” (1977), su serie más conocida y la que más abiertamente ha abordado esta cuestión.
GRAU1038



























     El compromiso de Eulàlia Grau es con cuestiones que afectan al papel de la fotografía en la cultura. Su trabajo define su actitud frente a un problema, no frente a un medio: la diferencia sexual en la representación visual y la transformación en los medios de comunicación de masas que cambió -y cambiará aún más- el sistema de la producción y recepción de imágenes. De ahí que su obra se oponga a la fotografía artística, con sus valores de imágenes únicas asociados a la pintura. Su enfoque es postmoderno, en la línea de autores como Richard Prince, Douglas Huebler, Martha Rosler o Sarah Charlesworth, que utilizan la imagen como simulación a través de representaciones codificadas que construyen nuevas “realidades”.
     Algo radicalmente diferente a lo que propone la Fundación FotoColectania. La tesis de la colectiva “Obra-Col.lección. El artista como coleccionista” no es si la fotografía puede seguir desafiando su dimensión referencial o si los “efectos de lo real” pueden ser analizados y decodificados; al contrario, los diez fotógrafos seleccionados por el artista y ahora comisario Joan Fontcuberta renuncian a seguir haciendo fotos (lo que no implica una renuncia a la autoría) para pasar a ser una especie de “traperos” (Walter Benjamin) que acumulan y seleccionan “restos” de imágenes a las que dan una forma cerrada y una poética de catálogo. El repertorio de estos nuevos “coleccionistas” es un nuevo simulacro que triunfa sobre lo referencial. Pero no existe una crítica de la simulación: al contrario, se trata de una celebración de la banalidad, imágenes de ángeles dorados que se cuelan en nuestra realidad (a través de Internet, la imagen digital y el vídeo) listas para el intercambio de estampitas.