Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

24 mar 2013

El lado malvado de Keith Richards

Las memorias de Tony Sánchez, antiguo guardaespaldas, apuntalan la leyenda turbia de los Stones.


Tony Sánchez (con gafas), en un coche con Anita Pallenberg, Keith Richards (derecha) y otros dos músicos.

Editado originalmente en 1979, Up and down with the Rolling Stones, de Tony Sánchez, ocupa un lugar raro en la bibliografía del grupo que encabeza Mick Jagger.
 Es el patito feo: una colección de cotilleos crueles, puro coge-el-dinero-y-corre, rellenado con poca imaginación por un plumífero sin escrúpulos.
 Sin embargo, se trata de una fuente primaria y todos los libros posteriores sobre los Stones utilizan en mayor o menor medida estas dudosas memorias. Y eso incluye la celebrada autobiografía de Richards, Vida.
Traducido finalmente como Yo fui el camello de Keith Richards (Contra Ediciones), conviene advertir que el título se queda corto.
 Se nos cuenta la evolución del núcleo duro de los Rolling Stones, comenzando con la decadencia del jefe inicial, Brian Jones, y terminando con la reconversión de Jagger en figura de la jet set; Bill Wyman, Mick Taylor o Ron Wood son entrevistos fugazmente.
¿Su perspectiva? Durante años, Spanish Tony trabajó como hombre-para-todo de Richards, con un sueldo que oscilaba entre 150 y 250 libras esterlinas (175 y 293 euros) por semana.
Aunque Sánchez habla de una Inglaterra donde una casa decente costaba 5.000 libras (5.861 euros), la paga no pecaba de generosidad.
Cuidaba sus casas y negociaba con policías corruptos para tapar pruebas
El conseguir sustancias ilegales para el guitarrista era una de las variadas funciones de Tony. Cuidaba de sus residencias, apaciguaba a sus mujeres, ejercía de guardaespaldas; negociaba con policías corruptos si se necesitaba manipular pruebas
. Se esperaba también que pusiera en práctica las venganzas de Richards, que ordenaba palizas o asesinatos como cualquier Capone; prudente, Sánchez esperaba a que pasara su furia. Además, asumía que se comía el marrón si el músico se estrellaba al volante de sus cochazos, generalmente cargados de drogas. Desastroso como conductor, Richards adquirió práctica en evaporarse tras un accidente, dejando a Spanish Tony el tratar con la policía, el seguro y los pasmados espectadores.
Sánchez tiene mucho de misterio.
 Nació en Londres, hijo de inmigrantes (presumía de hablar fluidamente español e italiano).
 Creció en los márgenes de la delincuencia organizada, aunque su único oficio fue el de crupier; también montó un club en Tottenham Court Road, el Vesuvio, cuya inauguración generó pintorescas anécdotas con John Lennon y Paul McCartney. Se las daba de fotógrafo, pero las muestras del libro indican que no alcanzaba ni el nivel de aficionado.
 Con toda posibilidad, estamos ante el típico buscavidas que se benefició de la atracción mutua entre gánsteres y estrellas del pop. Aseguran que murió en 2000 pero hasta ese dato queda en la niebla.
 Habla de una larga estancia en Valencia; algún productor español de documentales asegura que su familia procedía de Cádiz.
En el libro asegura que Richards usaba juguetes de su hijo para el contrabando
Conviene advertir que Yo fui el camello de Keith Richards pertenece al subgénero de libros de yonqui, de yonqui arrepentido.
Tony Sánchez racionaliza su paso de la cocaína a la heroína como consecuencia inevitable de convivir con Richards. Abundan las tramposas lecciones morales: Sánchez esnifaba caballo hasta que, destrozado por la muerte por sobredosis de su novia, se gradúa en las jeringuillas.
 Aunque no se explicita, la larga lista de fallecidos entre el séquito stoniano responde a la siniestra atracción por Richards.
Este es retratado con los peores colores. Indiferente al rastro de caídos, solo piensa en conseguir lo que necesita (¡mucho!) en todo momento.
 Puede pagar sin rechistar a unos intimidantes traficantes marselleses, que venden jaco puro por kilos, pero luego regatea unas libras con infelices que han cruzado fronteras para llevarle cargamentos de emergencia. Utiliza los juguetes (y puede que las ropas) de su hijo Marlon para transportar contrabando
. Su instinto de supervivencia no le falla: sabe cuándo exhibir sus armas, blancas o de fuego. Semejante monstruo se humaniza gracias a sus épicas meteduras de pata.
 Un aventurero que quiere probar una lancha recién comprada, a pesar de que le advierten que el Mediterráneo está alborotado; se para el motor, y la tripulación, que incluye a Marlon, se angustia.
Localizado por unos pescadores franceses, Richards intenta cicatear el precio del rescate.
Enfrentado a un representante de la prensa convencional, niega rotundamente su leyenda negra. No, no va a Suiza a cambiarse la sangre —en realidad, un proceso de hemodiálisis que le permite superar chequeos— sino ¡a esquiar! Desde luego, jamás ha tocado la heroína.
 Cuando termina, el entrevistado invita al entrevistador a paladear los alcaloides y opiáceos que almacena en casa. En una de tantas simetrías sospechosas, Sánchez remacha que se encuentra seis meses después con el periodista: se ha quedado sin trabajo, convertido ya en un adicto.

Tony Sánchez, en una foto reproducida en su libro de memorias.
Llegamos al quid de la cuestión: ¿es creíble Tony Sánchez? Según el propio Richards, esencialmente sí. Aunque las pepitas de realidad están rodeadas de hojarasca, con errores grotescos y diálogos inventados. Asegura Keith que, desde la primera página, no pudo reprimir la carcajada: aquella no era la voz de Spanish Tony.
Años después, el músico se topó en un acto con John Blake, el reportero que le sirvió de amanuense
. Lo que le dijo al negro fue suficiente para que este pusiera pies en polvorosa. No ha vuelto a aparecer un bocazas como Tony Sánchez: desde hace más de 30 años, todos los empleados de los Stones firman férreos contratos de confidencialidad.

 

La moda del super-uso...............Vicente Verdú

En los años setenta, un tipo alto, facundo y excura nos cambió la forma de pensar.
Publicó buena parte de sus libros con la editorial Barral y hablaba unos 15 idiomas, casi todos a la vez. Su nombre era Ivan Illich, como el turbulento personaje de León Tosltoi.
 Todo era en Ivan Illich tan asombroso como los tomates que enseñaba en los calcetines cuando se sacaba los zapatos.
 Pocos le seguían, pero los seguidores fuimos muy devotos.
Ivan Illich era la monda.
 Quitaba la corteza a lo convencional y dejaba al desnudo lo más obvio
. Por ejemplo, calculó que un americano medio invertía 10 años de su vida en atender su coche porque entre multas, reparaciones, seguros, atascos o accidentes se le iba una decena de años de trabajo
. Todos improductivos
. ¿Por qué no usar pues el transporte público que procura más vida?
 En México, donde había fundado el CIDOC (Centro Intercultural de Documentación de Cuernavaca), constató que muchos padres compraban a los maestros el certificado de enseñanza de sus hijos porque así los chicos tenían tiempo para aprender realmente en los talleres de la ciudad.
Energía y equidad (1973), La sociedad desescolarizada (1978) o Némesis médica. La expropiación de la salud (1975) denunciaban los exagerados efectos secundarios de la tecnología, la escuela o el hospital, donde la yatrogenia convertía a enfermos leves en graves y a pacientes graves en muertos.
 Su pensamiento, en fin, era una verbena contra la represión institucional y un escándalo omnisciente que acabó acarreándole la excomunión y la marginalidad.
Con todo, Illich dejó en pie su legado a través de la arquitectura, en decenas de casas construidas con el material de desecho de barrios ricos.
Y aquella locura inauguró una tendencia en boga
. Nada menos que en Malibú, con multimillonarios por casi todas partes, el arquitecto norteamericano David Hertz terminó en 2011 una vivienda a partir de los restos abandonados de un Boeing 717.
 La noticia corrió entre profesionales de todo el mundo y con ella se ha revalorizado —junto al creciente prestigio de las basuras— las casas nacidas de vertederos.
Un padre de este movimiento es Michael Reynolds, que en los años setenta encantó a los hippies con su proyecto Earthship, cuya consigna era hacer casas que, metafóricamente, absorbieran “los excrementos” y no que los produjeran
. Casas autoabastecidas que navegaban, nacían y morían como los seres de la naturaleza.
En el Estado de Nuevo México, y en Taos, emergieron varias comunas que en los noventa disfrutaban con esta filosofía tanto como irritaban los criterios del gobernador.
 Pero acabó ahí la cosa.
 Si lo cool es ahora, tanto en bolsos como en ropa, el “super-uso” o “segundo uso” creativo, en la arquitectura también.
 Contra la obsolescencia programada del alargamiento de la vida de artefactos y objetos: paneles publicitarios que pavimentan casas, contenedores industriales convertidos en baños, puertas, ventanas, ferrallas, trozos de asfalto cumpliendo labores no inscritas en su primera vida
. En la segunda vida empieza el Super-uso, ahora expresado con mayúsculas porque se ha convertido tanto en una filosofía como en un programa y una demanda exquisita (propia de los bo-bos) de la comunidad
. Los materiales reciclados inspiran nuevas formas y tanto la textura imprevista como sus colores descontextualizados prestan un aspecto singular.
Es un caso semejante al que se ha derivado de los bolsos Freitag, fabricados con neumáticos gastados, cinturones de automóviles y telas o plásticos usados. No hay dos iguales y de ahí su excepcionalidad, son de reciclaje y de ahí su moralidad.
Curiosamente si los Freitag reproducen el apellido de los dos hermanos suizos que diseñaron 40 modelos y ahora venden más de 150.000 unidades al año, varios estudios de arquitectura suizos como BABL o In Situ comparten la misma ambición.
Construir con lo destruido, llevar la segunda mano (la segunda vida) al modelo de la resurrección
. Es decir, apocalipsis puro.

Toda la noche me abandonas...

Sous la nuit

Los ausentes soplan grismente y la noche es densa.
La noche tiene el color de los párpados del muerto.

Huyo toda la noche, encauzo la persecución y la fuga, canto un
canto para mis males, pájaros negros sobre mortajas negras.

Grito mentalmente, me confino, me alejo de la mano crispada,
no quiero saber otra cosa que este clamor, este resolar en la noche,
esta errancia, este no hallarse.

Toda la noche hago la noche.

Toda la noche me abandonas lentamente como el agua cae
lentamente. Toda la noche escribo para buscar a quien me busca.

Palabra por palabra yo escribo la noche.

De "Textos de sombra y últimos poemas" 1982
Alejandra Pizarnik

Noche

Noche

Tal vez esta noche no es noche,
debe ser un sol horrendo, o
lo otro, o cualquier cosa.
¡Qué sé yo! Faltan palabras,
falta candor, falta poesía
cuando la sangre llora y llora!

¡Pudiera ser tan feliz esta noche!
Si sólo me fuera dado palpar
las sombras, oír pasos,
decir "buenas noches" a cualquiera
que pasease a su perro,
miraría la luna, dijera su
extraña lactescencia tropezaría
con piedras al azar, como se hace.

Pero hay algo que rompe la piel,
una ciega furia
que corre por mis venas.
¡Quiero salir! Cancerbero del alma.
¡Deja, déjame traspasar tu sonrisa!
¡Pudiera ser tan feliz esta noche!

Aún quedan ensueños rezagados.
¡Y tantos libros! ¡Y tantas luces
¡Y mis pocos años! ¿Por qué no?
La muerte está lejana. No me mira.
¡Tanta vida, Señor!
¿Para qué tanta vida?

De "La última inocencia" 1956




Alejandra Pizarnik