Conforme te acercas a los eriales de la ruindad, las ideas desertan, las
palabras se vacían, cáscaras fósiles, plantas oxidadas, restos de
hormigón, hierros que arañan el aire...
Queda solamente la llave en la puerta, y la puerta abierta en par en
par. Dentro de la casa, basura, basura profanada. Por fuera, la tierra
estéril.
Quien quiera puede entrar y sacar la inmundicia, hacer con ella algo de
dinero. O pintorrear, como es tan del gusto de Allá, con excrementos las
paredes.
Fue el último refugio de mi padre. La casa, a pesar de todo, se ha
transfigurado. Titila como una vez lo viví bajo la noche del Atlántico
infinito.
Late, como una vez hizo la rosa, entre las hileras agostadas de los invernaderos, en cuanto la vi.
Así que ya es poco el daño que pueden hacernos la ruindad, la venganza,
los modos de una Putifar de barrio. Ahora tratará de contener su propia
ruina con tela barata, perfume rancio.
Encarcelada en su vida, más que
nada polvo y olvido.
Del Diario Virtual de Jose Carlos Cataño