Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

5 mar 2013

A solas con la reina del lujo erótico

Creadora de un universo fetichista, elegante y juguetón a través de sus diseños, Betony Vernon es la reina del lujo erótico.

Una joya, una escultura o una silla adquieren con ella máxima amplificación sexual.

 

Vernon lleva vestido verde ‘vintage’, zapatos de Casadei y anillos de doble esfera y brazalete de su colección Paradise Found. Estilismo de Deborah Pereire / Quentin de Briey

Como ocurre con las joyas fetichistas, elegantes y juguetonas que crea, Betony Vernon tiene mucho más fondo del que parece
. Fiel a la importancia de la técnica, se erige como antropóloga sexual decidida a amplificar las posibilidades de placer erótico, ya sea mediante el diseño de una sortija, una silla o una elegante guía del Kamasutra.
Su interés inicial por la búsqueda del placer y la creatividad la empujó a huir de su rústica vida en los Apalaches, en Virginia, cuando aún era adolescente.
 Después de estudiar Historia del Arte y desarrollar su talento para la escultura, recaló en Florencia, donde perfeccionó su habilidad de orfebre e impartió clases, para luego estudiar diseño en la prestigiosa Domus Academy italiana. 
También trabajó como diseñadora para el platero florentino Pampaloni y fue nombrada directora de diseño de Fornasetti, antes de constituir Atelier B. V. y trasladarse a París a principios de este siglo. Desde allí ha creado piezas para Missoni y Gianfranco Ferré, entre otros, al tiempo que refinaba su propia faceta de joyera y escultora, visible en exposiciones del Victoria and Albert de Londres y otras instituciones europeas, además del Museo del Sexo en Nueva York.
Blusa de Boudicca London, ‘stilettos’ Pigalle de Christian Louboutin y brazaletes de la colección Paradise Found de Betony Vernon. Estilismo de Deborah Pereire / Rebecca Voight
En efecto, el sexo es la razón de ser de Vernon.
 Queda claro cuando esta pelirroja escultural de cabello ondulado aparece embutida en un elegante conjunto negro de dominatrix y entorna su sonrisa cálida, pero ligeramente traviesa.
 La alcoba es su territorio favorito. Su taller, en la planta baja de un edificio en el Marais parisiense, es todo calma voluptuosa, terciopelo acolchado, focos de luz, colores oscuros y misterio
. En una mesita auxiliar se encuentra una maqueta de Origin, un bucle sensual, una especie de portal que da la impresión de penetrarse a sí mismo. La verdadera escultura, el primer trabajo de Vernon en mármol, tiene tres metros de altura y forma parte de la exposición KAMA: Sex & Design, de la Triennale de Milán (hasta el 10 de marzo)
. Es el mismo diseño que Vernon piensa producir en forma de silla, con versiones a la medida de cada usuario.
“El mármol es un material de ensueño”, ronronea la creadora. “Quería moldear el mármol desde la primera vez que visité Carrara, hace años, pero no es mi medio natural. 
 Cuando me hice escultora empecé con la madera, que había aprendido a trabajar en casa, en el taller de mi padre, cuando era niña”.
Vernon aplica ese mismo enfoque escultórico a su trato con la gente.
 Desde hace 25 años trata de desarrollar el potencial sexual a base de desmitificar todo el espectro de técnicas. “Lo que hago tiene todos los colores menos el gris. Esto no es oscuro. Mi propósito es iluminarlo”. Sus joyas desempeñan un papel.
 En 2001 puso en marcha Paradise Found, una colección de piezas eróticas en oro y plata diseñadas para llevarlas y jugar con ellas. Sortijas con bolas giratorias que pueden utilizarse para acariciar y pulseras con elegantes cierres en forma de esposas.
 Estas “herramientas joya” han convertido a Vernon en la reina del lujo erótico. Lady Gaga llevó una pieza creada por Vernon para el proyecto Runway Rocks de Swarovski en su vídeo Paparazzi, y los ávidos coleccionistas de sus obras se reparten por el mundo. Sus accesorios sadochic pueden guardarse en la Boudoir Box, un joyero a medida, en edición limitada, que contiene 21 piezas de la colección Paradise Found.
Lo cual nos lleva a The boudoir bible: the uninhibited sex guide for today (Rizzoli).La última obra de Vernon.
 Una guía con secretos de las técnicas sexuales que lleva elaborando seis años.
 Hay capítulos como ‘El control de la eyaculación, a revisión’ y ‘El despertar del punto G’, además de dibujos del ilustrador de moda suizo François Berthoud que otorgan al libro calidad de objeto de arte.
“Lo malo hoy es que los tabúes se han derribado, pero no existen pautas. 
Muchas de las cosas de las que hablo en la Boudoir bible siguen considerándose BDSM (iniciales de bondage, dominación, sadismo y masoquismo).
http://youtu.be/_e39UmEnqY8 Pero estas técnicas no están pensadas específicamente para causar dolor. Son una forma de amar, pero que exigen un proceso de iniciación. Invito a la gente a explorar todo su cuerpo. El cuerpo está lleno de terminaciones nerviosas capaces de proporcionar placer”.
Aunque es una libertina de lo más moderna, le preocupa la facilidad de acceso de los niños al porno en la actualidad. “La pornografía no es más que una actuación, no es real, y coloca a las mujeres en una posición muy subordinada”, dice. “El problema es que la percepción sexual de los niños, sobre todo los varones, está totalmente influida por el porno, cuando lo que de verdad necesitan descubrir es el valor de la intimidad”.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

La coleccionista de soledades

Colecionar soledades, es una buena historia para pensar que no siempre las compañias son mejores , uno está bien consigo mismo y va pasando la vida en diferentes fases de soledades....
Alicia Aza (Madrid, 1966), abogada de profesión y notable poeta (El viaje del invierno, El libro de los árboles), recuerda que su primera aproximación al arte vino de la mano de sus padres
. En lugar de excéntricos y costosos objetos, recurrían a la pintura, pequeños paisajes en general, para obsequiar a su hija en los cumpleaños o fiestas navideñas
. Pero fue a partir de un viaje realizado en 2005 al MUSAC cuando se despertó su pasión coleccionista. La colección permanente del Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León, sobresaliente en vídeo y fotografía hizo que se decantara por estos soportes y por obras que estuvieran relacionadas con temas que preocupan a las mujeres: maternidad, soledad, incomunicación, conciliación laboral...
Desde entonces hasta ahora, Alicia Aza, poco a poco, ha reunido más de 150 piezas de artistas emergentes nacionales e internacionales.
 Una importante selección de estas piezas (diez fotografías, siete vídeos y una pintura) se muestran a partir de mañana en edificio de la España Moderna dentro de la Fundación Lázaro Galdiano. La exposición, comisariada por María Antonia de Castro, forma parte de la segunda edición del Festival Mirada de Mujeres.
'Mujer reclinada', de Ainno Kanisto. / AINO KANISTO
Una imagen en color de Aino Kannisto, Mujer reclinada (1999), muestra a una mujer tumbada en la cama, con los ojos tapados con un pañuelo blanco intentando disfrutar de un momento de descanso.
 La obra, que habitualmente adorna el dormitorio de la coleccionista, sirve de arranque para el recorrido por la exposición y es el comienzo también de un complejo retrato de problemas específicamente femeninos:el humor (Erwin Wurm), la reflexión (Sophie Whetnall, Kiki Smith), la incertidumbre (Erwin Olaf), la denuncia (Cecilia del Val), la elevación del espíritu (Manu Arregui), la calma (Diana Larrea), la ensoñación (Amparo Sard), la placidez (Rosangela Renno), el hartazgo (Richard Billingham, Aino Kannisto), la compenetración (Miguel Aguirre), la incomunicación (Kaoru Katayama), el desafío (Ixone Sádaba), la melancolía (Elke Boom) o la inseguridad (Francesca Woodman).
Es una singular colección en un mundo en el que, según datos aportados por la comisaria, solo el 13% de los coleccionistas son mujeres, el 40% son hombres y el resto, instituciones.
Aza explica que el decantarse por un tema tan específico como las obras inspiradas en las mujeres, fue un reto personal. Convencida de que “lo femenino” no es un asunto que acapare el interés general de los coleccionistas, se sintió rápidamente implicada como mujer y como coleccionista.
Asegura que no tiene asesor de compras ni un presupuesto fijo para adquisiciones. Se impone una regla de oro: jamás endeudarse y a partir de ahí, se queda con todo lo que le despierta emociones. Una de las partes que más valora es el trato con los artistas. 
“Me importa el tema, no el sexo del autor ni la fama alcanzada. 
Busco en galerías, en museos y, sobre todo, me gusta conocer los estudios de los artistas, dialogar con ellos. Después, si puedo, me llevo la pieza”.
Fotografía de Diana Larrea: 'Serie olímpica en San Francisco, 2005'. / DIANA LARREA
¿Por qué vídeo y fotografía’. 
“Mi cultura es muy cinematográfica”, responde. “La fotografía me apasiona y el vídeo tiene la ventaja de que lo puedes contemplar a solas en tu casa una y otra vez. disfrutar de las imágenes, del sonido, como si fuera algo hecho expresamente para ti. Es una sensación insuperable”.
Esta es la primera vez que la colección de Aza se muestra en un museo: 
“Hace unos años, se expuso parte en una galería, pero el museo de un gran coleccionista como fue Lázaro Galdiano me parece el espacio perfecto para mostrar mi colección de soledades”.

Siga la moda del peinado comunista perfecto

Corea del Norte coloca en las peluquerías el catálogo de los 18 cortes de pelo aprobados por el régimen.

El catálogo de peinados autorizados en Corea del Norte. / AP

El contraste es brutal. En la orilla norte del río Yalu los rascacielos de la ciudad china de Dandong dibujan una espectacular muralla que se llena de color gracias a sus innumerables luminosos de neón, y la población despliega un interesante abanico en el que ni siquiera las bajas temperaturas le restan, sobre todo a ellas, un ápice de su carácter atrevido.
 Sin embargo, los prismáticos ubicados en lo que queda del viejo Puente de la Amistad sirven de túnel del tiempo y acercan la homogénea realidad que se vive en la otra orilla, la que ocupa la localidad norcoreana de Sinuiju: ellas aparecen vestidas siempre con falda o con el traje tradicional coreano, y ellos caminan ataviados con pantalón de raya y sobrios abrigos de colores muertos.
 Sin duda, es difícil distinguir a unos de otros.
Pero no todos los norcoreanos son iguales.
De hecho, esta semana se ha sabido que pueden elegir entre un buen número de peinados diferentes.
 Ellas, quizá porque son consideradas más coquetas o porque pueden dejarse el pelo largo, tienen 18 estilos diferentes a su alcance, aunque a las solteras se les vetan cuatro; ellos, que pueden dejar crecer el cabello hasta un máximo de cinco centímetros -siete si lucen canas-, solo pueden escoger entre diez cortes de pelo.
Y no, el que luce el rapero PSY en Gangnam Style no aparece por ninguna parte.
De hecho, las fotografías pueden provocar un empacho de tupés, y todas las opciones para ellos son muy masculinas, no vaya a ser que alguno caiga en la tentación de imitar los looks de las afeminadas boy band que triunfan en la decadente hermana capitalista.
 Curiosamente, también está prohibido emular al Querido Líder, Kim Jong-il, cuyo inconfundible estilo no aparece en la lista. Por lo visto, no hacen falta dobles de dictadores muertos.
Todos los cortes de pelo que cuentan con la aprobación del Comandante Supremo están perfectamente documentados en dos colecciones de fotografías enmarcadas que, según el portal de noticias de Hong Kong, Ifeng, adornan las paredes de las peluquerías de Corea del Norte
. El régimen las ha presentado como el catálogo de los perfectos peinados comunistas: no solo son cómodos, sino que también tienen la capacidad de “proteger contra los efectos corruptos del capitalismo”.
Es evidente que el joven Kim Jong-un, tercer dictador de la dinastía que inauguró su abuelo y fundador de la patria, Kim Il-sung, está demasiado ocupado con el estilismo de la población -un desertor contó a The Economist cómo había sido arrestado por llevar una visera con el logo NY- como para atender las críticas de la comunidad internacional por su programa nuclear militar.
Y, al parecer, la atención que le dedica es contagiosa. Los servicios secretos de Corea del Sur no tienen otra forma de descifrar lo que sucede en el interior de la hermética hermana comunista que analizando los cambios de peinado de la principal presentadora de informativos de la cadena nacional, Ri Chun-hee, encargada de leer en antena, a voz en grito, los comunicados más importantes del país. No en vano, diferentes analistas interpretaron como una inminente llegada de reformas políticas los dos cambios de peinado que lució en una misma semana de 2011. Desafortunadamente, no acertaron, y desde entonces no ha vuelto a tocarse la cabeza.
Pero es evidente que algo sí que está cambiando en Corea del Norte. Kim Jong-un, que todavía no ha cumplido la treintena, aparece mucho menos almidonado que su padre frente a las masas que lo adoran cual ídolo del rock. De hecho, a veces va incluso con la chaqueta sin abotonar.
 Y su mujer, con la que contrajo matrimonio en secreto en una fecha que nadie conoce, también ha roto la ortodoxia norcoreana. Porque sigue a su marido a todas partes, viste ceñidos diseños de corte occidental, y hasta se deja fotografiar con un bolso de Chanel.
 Claro que ella no es una norcoreana.

 

4 mar 2013

Rara belleza

Son algunos de los rostros más memorables del cine, la música o la moda en España.

De Elena Anaya a Rossy de Palma y de Marisa Paredes a Alaska, todas aceptaron participar en una sesión tan única como ellas, llamada a demostrar que el estilo no es esclavo de ningún canon.

La actriz Ángela Molina. / Nico

Frente a frente, a un palmo de distancia, es imposible apartar la vista del rostro maquillado de Rossy de Palma. Esa piel blanquísima, ese pelo negro, esos ojillos quizá un poco demasiado juntos, esa bocaza roja. Esa nariz superlativa partiéndole la cara en infinidad de ángulos. Da igual que sea celebérrima, que su imagen forme parte del imaginario colectivo de tres generaciones de españoles. En persona, impresiona lo suyo. Desconcierta. Inquieta. Enmudece. Noquea. No es, desde luego, una beldad al uso. De Palma es atractiva en el sentido más literal del término. No se puede dejar de mirarla. Y una vez vista, se recuerda.
“Puedo ser una guapa fea o una fea guapa, da igual, pero sí, sé que llamo la atención. Ya me lo decía Victoria Abril de jovencitas: ‘te has tragado una bombilla, hija de puta, es entrar tú en un sitio y capturar toda la luz”, dice la interesada cuando se le pregunta desde cuándo es consciente del efecto que produce su presencia en el prójimo. “Claro que algunos se burlaban de mí en el cole”, admite. “Pero precisamente por eso, desde niña, mi nariz fue un escudo. La gente que no me interesaba se quedaba ahí y, y me dejaba en paz. La belleza no tiene nada que ver con eso, sino con la energía que te habita”. Si alguien puede encarnar en su propio físico el concepto de fuerza y singularidad, es esta resuelta artista –actriz, cantante, modelo– de 47 años, cuyos rasgos exteriores –y carisma interior– han enamorado, antes y después de a Pedro Almodóvar, a algunos de los mejores fotógrafos, cineastas y diseñadores de moda del mundo. Para quienes la consideran bella, porque también son legión quienes no opinan así en absoluto, la de De Palma es una belleza rara. Por poco común. Por escasa. Por extraña. Por única.
Quien ha visto a las mujeres retratadas en estas páginas, las recuerda. son únicas.
Ella, que conoce y domina al milímetro su rostro y su cuerpo, acaba de ofrecerle un recital antológico a la cámara de Nico, uno de los más reputados retratistas de moda del circuito internacional. Perfiles, escorzos y quebrados inverosímiles de una cara inefable, un cuerpo rotundo y unas piernas sensacionales, para sus años y para los de cualquiera. El fotógrafo y su equipo de jovencísimos ayudantes parecen a punto de ponerse a levitar de la emoción mientras pululan como imantados por un fluido invisible que emana de la poderosa imagen que componen la intérprete y su colega Vladimir, un mulato de dos metros largos de altura, exmodelo de Gaultier, que sigue quitando el hipo a sus 45 años, y que ha aceptado divertido el envite de hacerle de atrezzo humano a “Rosssy”, como él llama con cadencia carioca a su “amiga del alma”.
Fue de Nico (Barcelona, 1970), un esteta con pinta de gamberro de barrio acostumbrado a trabajar con las mejores y más sofisticadas supermodelos, mujeres impuestas por la industria como las más canónicamente guapas del planeta, la idea de convocar a algunas de sus musas de toda la vida para ejecutar su particular celebración de la belleza. De la belleza “atípica”. De la belleza “habitada”. De la belleza “con alma”. Lo explica él mismo: “Las modelos son guapísimas, claro, muy eficientes y muy profesionales. Son tan perfectas que es difícil sacarles una mala foto. Pero la belleza no reside en la perfección. O no solo. Lo perfecto puede ser previsible, plano, aburrido. Con este álbum de retratos quería resaltar la individualidad sublime de estas mujeres, que son bellísimas de dentro afuera. Cada una en su edad, en su estilo, en su piel. Huir del canon. Crear con ellas el clima de complicidad imprescindible para intentar robarles, con su permiso, el aura que destilan”.
Rossi de Palma, Elena Anaya, Marisa Paredes, Ángela Molina, María Valverde, Alaska, Laura Ponte y Bimba Bosé, actrices, modelos y cantantes con algunas de las agendas más infernales del momento, dijeron sí a todo y a la primera. Y lo dieron todo, también, en unas sesiones que, si fueron largas, fue más por el trabajo previo de maquillaje, peluquería y estilismo, que por las contadas ráfagas de Nico, quien, como el cazador que ha soñado largamente con cobrarse una pieza a la que codicia y acecha en secreto, y por fin la tiene delante del objetivo, fue a por ellas casi a tiro hecho.
Cuando la española Laura Ponte hacía cola en alguno de los mejores castings del Nueva York, Milán o París de los años 90, donde era asidua, algunas de sus colegas modelos internacionales cuchicheaban entre ellas asesinándola con la mirada. Alguna, incluso, se atrevió a soltárselo a la cara: “¿Y tú qué haces para estar aquí? ¿Cómo es que trabajas tanto con esa pinta”, dice Ponte que le decían. “Y yo, la verdad, no sabía qué contestarles. Todavía me lo pregunto. No soy la típica monada. Nunca me he visto nada de especial. Si acaso, cierta fuerza y cierta expresividad”. A día de hoy, a ojos del espectador, Laura tiene y no tiene razón. A cara lavada, con el pelo lacio sin marcar, una chaqueta extragrande, y unas ojeras imponentes, Ponte, esta mujer de 39 años y madre de dos niños, no es exactamente una presencia despampanante. Pero sí especial. Con ese perfil exquisito y ese tipo longuilineo de las modelos que les permite bajarse el tiro del pantalón hasta límites inverosímiles sin perder la elegancia ni la compostura. Un cuerpo armónico y un rostro raro cuyo magnetismo reside, según su propietaria, en la imperfección. “Soy asimétrica. Tengo dos perfiles totalmente diferentes. En el colegio, había quien me consideraba una borde, y otros una triste, según del lado que me viera”. “Creo que la belleza está en la emoción, la proporción y la intención. Eso que te hace girarte por la calle para poder ver aunque sea un segundo más a alguien no necesariamente espectacular, pero sí único”.
Si con Rossy de Palma y Vladimir había risas y bromas en el plató, en la sesión de Marisa Paredes se respira un silencio de iglesia. Se oye hasta el fru-fru del vestido de gasa que le cae a plomo desde los omoplatos y le cubre los pies descalzos que no ha querido realzar con ninguno de los maravillosos tacones que le ha traído el estilista: “Son incómodos, y, además, así soy yo, ¿os parezco baja?”. “Qué va, es totalmente Uma, la diva de Todo sobre mi madre”, se atreve a decirle, arrobado, uno de los jóvenes asistentes. Es verdad. Incluso con el cisne y el pantalón negro, la piel pálida y el pelo fosco con el que ha llegado, Paredes lleva incorporada la majestad de serie. Vestida y maquillada exquisitamente, y desplegando su vasto repertorio de poses ante la cámara, sobrecoge. El porte y el esqueleto que la hicieron célebre desde su aparición en escena en los años 70, aguanta incólume el poso, que no el peso, de sus 66 años. La piel, luce elegantísima bajo una fina malla que no parece hollada por agujas o bisturíes. “Estoy normal para mi edad”, responde cuando se le dice lo estupenda que luce. “Las primeras operaciones de estética fueron tan desastrosas que dije no, nunca, jamás, ¿por qué me voy a cargar mi expresividad por parecer diez minutos más joven? Es una pena que la gente no soporte el tiempo en su rostro, porque eso no tiene arreglo. Pero no soy ingenua. En este oficio, la juventud es una cualidad por encima de todo, cada vez hay menos trabajo, las operaciones son cada vez más satisfactorias, y entonces te planteas ¿Y si mi operara? ¿Y si me retocara? ¿Y si…? Digamos que estoy en el y si”.
Quería resaltar la individualidad sublime de estas mujeres”
Nico
La boca, los pómulos, la nariz, la frente. Bajo los focos, la cara de María Valverde restalla con la luz, la tersura y la plenitud de los 25 años. El tiempo ha añadido elegancia a la insolencia del rostro que volviera loco al personaje que interpretaba Luis Tosar en La flaqueza del bolchevique, la película que lanzó a la fama a los 16 años a esta actriz que, desde entonces, se ha convertido, además, en una de las mujeres más requeridas por las firmas de lujo como percha de sus creaciones en eventos y alfombras rojas. Esa clase natural, más que una belleza epatante, es su mejor activo, tanto para brillar en primera línea de su profesión como para poder pasar desapercibida cuando lo desea. “Siempre me he considerado una mujer que no llama la atención a primera vista, y tampoco lo pretendo. De hecho, cuando me encuentro más favorecida es cuando me voy a ir a la cama. Justo cuando me he desmaquillado y estoy cansada. Creo que la actitud que uno tenga, la verdad con la que uno quiere vivir, es lo que te hace estar guapa por dentro y por fuera”.
El físico de Bimba Bosé –alta, atlética, angulosa- sí que impone lo suyo. Por no hablar de la voz: seca, expeditiva, segurísima de sí misma. Una primera impresión que se diluye solo si ella, o el interlocutor, se decide a vadear el foso. “Lo sé. Soy muy dura. Tengo una coraza. A veces, los taxistas, después de un trayecto en el que hemos ido charlando, me dicen: pues no eres tan antipática como pareces. Siempre he tenido la autoestima muy bien amueblada, y eso puede imponer, pero prefiero dar esa imagen de borde, que de constantemente perfecta. Para mí, lo bello, lo atractivo, reside precisamente en la imperfección y el error”. Bosé, cantante, modelo y diseñadora de moda de 37 años, ha llegado a la cita en bici, con pantalones y jersey de batalla y el pelo a lo Juana de Arco aplastado bajo el casco. Parecía un mensajero fuerte y andrógino a la vez. Cuesta reconocerla cuando emerge del camerino convertida en una chica-bomba, divertida e hipersexy que coquetea con la cámara de Nico . “Me gusta jugar, experimentar, probar. No decir no a nada a priori. Conozco a mucha gente operada que me fascina, y otra que me parecen trozos de carne vacíos por dentro. Lo importante es que puedas diferenciarte, la individualidad. No todas somos flacas de ojos azules con piernas perfectas depiladas, me niego a que me impongan ese canon, que además es inconsciente y dañino, porque todas, íntimamente, hemos deseado parecernos a algo así y hay que ser muy fuerte para resistir”.
En un momento determinado de su sesión de retratos de Ángela Molina sucede algo inaudito. “La mujer más guapa de España”, en palabras del fotógrafo Nico, decide que le “agobia” el maquillaje y le pide permiso para quitárselo y posar a cara descubierta. El maquillador, el estilista, los ayudantes, esta reportera, no dan crédito a lo que escuchan. Una estrella madura que desea exponerse al objetivo sin más luz que la de su propia estela. Pero Molina, esta actriz de 57 años que lleva deslumbrando a la cámara desde que Buñuel la dirigió en Ese oscuro objeto de deseo a los 22, se lo puede y se lo quiere permitir. “Con o sin maquillaje, con o sin canas, con mis mil arrugas, tengo los años que tengo y soy como soy. Nunca me juzgo. Soy una cretina y me gusto como soy”, dirá después, cuando se le recuerde que hay mujeres que no son capaces de salir sin maquillar ni a por el pan. Ya puede gustarse. Menuda y fibrosa, con una cinturita y un pelazo de adolescente, Molina es, sobre todo, un rostro memorable en el que la fuerza de las aristas y la luz de los ojos ganan siempre la partida a la por otra parte exquisita telaraña de arrugas que le labra el cutis. “No he sentido ninguna presión para operarme. Soy lo que la naturaleza ha hecho en mí, y eso me sobrecoge, y me emociona, y me llena de respeto.
Tanto como me merece quien decide retocarse. Lo primero es como uno se sienta y como necesite verse a sí mismo”.
“Yo, recién levantada, soy como un huevo duro. No tengo cejas, no tengo ángulos, soy un rostro plano. Me tengo casi que dibujar la cara cada día para vérmela. Y eso no es lo que yo siento que soy, ni lo que quiero ser”, replica Alaska, citando una frase que dice que le oyó al ambiguo cantante británico Boy George y que le pareció “sublime”. Olvido Gara, Alaska para el mundo desde que empezó su carrera artística a los 14 años, está a punto de cumplir medio siglo en junio y, no solo es de las que no sale de casa sin maquillar, sino que lleva toda la vida “customizándose” –en el tocador, en el gimnasio, en el quirófano- en un proceso continuo de acercamiento entre lo que “la maldita genética” le dio al nacer, y lo que ella desea parecer porque, en su cerebro, de hecho, lo es. “Todo ese debate entre la belleza natural y la artificial es falso. Desde el momento en que te depilas, o te maquillas, ya no eres natural. Porque además, cada uno tiene una idea de la belleza. A mi hay supermodelos que me parecen horrorosas. En el fondo, soy como una transexual sin problemas de identidad de género. He ido reconstruyéndome para parecerme a lo que quiero ser”. La primera revelación de ese particular camino de perfección fue, confiesa, cuando se operó el pecho y la nariz, a los 25 años. “Nunca me he sentido más guapa en mi vida. Es como si tienes una gotera en casa y, por fin, te la quitas. Y no lo hice cuadrar con el canon de nadie, sino en tu propio canon, por muy exagerado o desafortunado le pueda parecer a los demás”.