Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

4 mar 2013

La fiscalía destapa nuevos ingresos sospechosos de la esposa de Bárcenas

Bárcenas es una mina, cada dia le encuentran más dinero, y no es porque sea delito Fiscal o no, sino por esa maravilla de hacer dinero todo lo que toca. ¿No será el Rey Midas? Porque desde que el Papa dimitió por no poder más con tanta corrupción ya me lo creo todo.....

Pide investigar cinco operaciones en 2004 y 2005 por más de 600.000 euros

La esposa del extesorero no tenía trabajo cuando llevó el dinero al banco.

Toma ya y lo lleva al Banco estando en paro, porque si no tiene trabajo es que está parada no???

Rosaía Iglesias, en febrero de 2010. / SAMUEL SÁNCHEZ

La Fiscalía Anticorrupción estrecha el cerco sobre el extesorero nacional del PP, Luis Bárcenas, y su sospechosa fortuna suiza, que llegó a sumar 38 millones de euros en la etapa en la que este ex alto cargo controló todas las cuentas de la formación conservadora.
 En la etapa que investiga la Audiencia Nacional, Bárcenas gozó de un salario anual de 200.000 euros brutos de media que no justifica ni sus ingresos en dos cuentas suizas ni otras operaciones bancarias realizadas por su esposa.
En un escrito dirigido al juez, la Fiscalía Anticorrupción señala su sospecha sobre cinco operaciones bancarias de la mujer del extesorero, Rosalía Iglesias, que habían pasado hasta ahora inadvertidas y que figuran en la documentación solicitada por la Audiencia Nacional que ya forma parte del sumario.
Las cinco operaciones sobre las que la Fiscalía ha fijado su investigación y pide más información suman más de 600.000 euros.
 Se trata de ingresos en efectivo por cantidades altas, o mediante cheque, así como operaciones por altas cantidades pagadas también con cheques.Más o menos como La Pantoja....
Los ingresos en efectivo se producen en dos de los años que, según la contabilidad secreta que manejaba el extesorero del PP, este partido recibió más donaciones empresariales.
Bárcenas aseguró, en una manifestación hecha ante notario en diciembre de 2012, que todo el dinero recibido en forma de donaciones empresariales al Partido Popular se había dedicado a gastos de la formación conservadora y que en una contabilidad analítica que él llevaba junto a su jefe, el entonces tesorero Álvaro Lapuerta, figuraba el nombre de las personas a las que fue el dinero de esas donaciones empresariales.
Bárcenas hizo esa declaración ante notario cuando ya conocía los resultados de la comisión rogatoria suiza que la Audiencia Nacional había ordenado un año antes y donde se descubría todo el dinero acumulado por el extesorero a espaldas del fisco español. Bárcenas ha intentado explicar después que aquella manifestación ante notario pretendía acreditar que no se quedó con dinero del partido para su lucro personal.
Y digo yo.....solo es Bárcenas el que Hizo eso? yo creo que hay más, muchos, muchisimos....
La Fiscalía Anticorrupción deja fuera de esta investigación especial que ha iniciado ahora otro ingreso de 500.000 euros en billetes de 500 que la mujer de Bárcenas hizo a comienzos de 2006 en su cuenta de Cajamadrid. El extesorero ha tenido que declarar por esta operación bancaria en la Audiencia Nacional, donde explicó que ese dinero procedía de la venta de dos cuadros que adquirió en 1987, con los que obtuvo unas plusvalías superiores a 500.000 euros que, dado el tiempo pasado entre la compra y la venta, estaban exentas del pago de impuestos.
Pero ni la Agencia Tributaria, que abrió un expediente por delito fiscal, ni la Fiscalía han dado crédito a las explicaciones de Bárcenas.
La investigación del caso Gürtel, la más extensa trama de corrupción vinculada a un partido, el PP, ha permitido descubrir dos vidas paralelas del extesorero Luis Bárcenas.
 Por un lado, según las declaraciones de actividades y bienes que hizo durante su etapa como senador por Cantabria, Bárcenas declaraba unos ingresos brutos anuales del partido superiores a 200.000 euros, un importante paquete de acciones (valorado en más de un millón de euros) y tres propiedades.
Por otro lado, según la documentación remitida a España por las autoridades bancarias suizas, Bárcenas tenía una fortuna dividida en dos cuentas de dos entidades de ese país que alimentaba con sus negocios no declarados en España. El extesorero asegura que no hay un solo euro en esas cuentas que tenga que ver con las donaciones a su partido o con las actividades de la trama Gürtel.
Entre las actividades que alimentaron las cuentas suizas, según Barcenas, figuraba la compraventa de cuadros, una inversión inmobiliaria en Baqueira Beret y el asesoramiento de empresas, entre ellas una uruguaya de la que habló por primera vez Bárcenas en su comparecencia del pasado lunes en la Audiencia Nacional. La mujer de Bárcenas, según la investigación judicial y sus propias declaraciones en el Tribunal Superior de Justicia de Madrid, carecía de trabajo y, por tanto, de remuneraciones que justificaran sus ingresos en efectivo en la cuenta de Cajamadrid de la que era titular. Todos sus ingresos dependían de su marido que, era, según su propia declaración ante el juez, quien llevaba las cuentas.
Otra de las operaciones investigadas en el caso Gürtel también la señala como beneficiaria última de una operación inmobiliaria en Majadahonda con fondos procedentes del extranjero gestionados por Francisco Correa, el jefe de la red Gürtel. Una nota manuscrita señala a “L. Bárcenas” como integrante de esa operación inmobiliaria, que después se documentó a nombre de su mujer, aunque el extesorero señala que se trata de otra persona distinta.
Las cinco operaciones bancarias sospechosas de Rosalía Iglesias sobre las que la Fiscalía Anticorrupción quiere hacer una investigación ocurrieron cuando la relación con la red Gürtel agonizaba. El primer ingreso en efectivo que quiere analizar la Fiscalía se registró en marzo de 2004, solo un poco antes de que el PP nacional, con Mariano Rajoy al frente, rompiera unas relaciones de al menos 14 años con el grupo de empresas de Francisco Correa
. Fue Álvaro Lapuerta, entonces tesorero nacional del partido, el que aconsejó la ruptura con la red Gürtel debido a que se enteró de que estas empresas extorsionaban supuestamente a Ayuntamientos del Partido Popular en la Comunidad de Madrid utilizando el nombre del partido.

3 mar 2013

Muere el actor José Sancho a los 68 años

El intérprete ha fallecido en Valencia

Tuvo que suspender hace un mes su participación en 'La amante inglesa'.

El actor José Sancho, en 1999. / GORKA LEJARCEGI

El actor José Sancho ha fallecido este domingo víctima de un cáncer a los 68 años de edad, según han informado fuentes familiares.
El fallecimiento se ha producido este domingo 3 de marzo en la Fundación Instituto Valenciano de Oncología acompañado por sus seres queridos. Tuvo que suspender hace un mes su participación en 'La amante inglesa', por una dolencia en la garganta.
El intérprete, nacido en Manises en 1944, cumplía este año medio siglo en la profesión. Había participado en más de cien obras de teatro —con clásicos de todo tipo—, unas 70 películas (recibió un Goya por Carne trémula, de Almodóvar) y series de televisión tan populares en España como Curro Jiménez y Cuéntame.
Sancho se había embarcado en lo que definió como una "función complicada", eb referencia a La amante inglesa, distinta a lo que había hecho habitualmente: una obra con solo tres actores. "Tenía ganas de trabajar con Natalia [Menéndez, la directora] porque es muy inquieta, y este texto me viene bien para enriquecerme y hacer un tipo de teatro del que estoy bastante despistado", aseguraba a este periódico en enero un afable Sancho.
Se están marchando mucha gente conocida y a los que conocemos por sus libros, por sus actuaciones. Descanse en Paz..

 

La gran novela de la crisis en España

Un empresario ligado a la construcción cierra su empresa y se enfrenta a un embargo

Este es el telón de fondo de 'En la orilla', la nueva novela de Rafael Chirbes.

Rafael Chirbes obtuvo el Premio de la Crítica en 2008 por la novela 'Crematorio', luego convertida en serie de televisión. En la imagen, el escritor en Valencia. / Jesús Císcar

"La gente dice que va a pasear por el campo y lo que hace es caminar entre escombros.
 Miras a los lados del tren y ahí los tienes: váteres, cañerías, ladrillos”.
 El tren del que habla Rafael Chirbes es el que le ha traído hasta Valencia
. Nacido en Tavernes de la Valldigna en 1949, vive en Beniarbeig, un pueblo de Alicante, y es imposible oírle hablar de los escombros que ve desde el cercanías y no pensar en los que llenan su nueva novela, En la orilla, que Anagrama publica la semana que viene.
 Escombros reales y personales: los que produce el cierre de una carpintería que, arrastrada por la codicia de su dueño y por la crisis de la construcción, pone en la calle a cinco empleados cuyos hijos tienen cuatro problemas: desayuno, comida, merienda y cena.
 Amarrados a los 400 euros del paro, a la beneficencia y a una rabia que crece —“vosotros lo tenéis todo, yo tengo una escopeta”—, sus voces se alternan con la del jefe, Esteban, consagrado a sus 70 años a camuflar el embargo de la empresa y a cuidar de su padre. Los obreros ven difícil llenar la nevera; el patrón, llenar lo que le queda de vida.
“Yo soy todos los personajes”, dice Chirbes, que cuenta que lo único que tenía claro al sentarse a escribir era esto: en la novela habría un pantano, el lugar al que durante décadas han ido a parar los residuos de las obras y la carroña de animales y hombres. La palabra carroña está en la primera frase de En la orilla y estaba en la última de su anterior novela, Crematorio, publicada en octubre de 2007 y premio de la Crítica la primavera siguiente.
 En el fondo, una es la cara B de la otra. Si Crematorio era el pelotazo y la burbuja inmobiliaria pilotados por un arquitecto valenciano que cambió ideales políticos por corrupción política, En la orilla es el largo y resacoso invierno que sigue a aquella fiesta. Y que todavía dura.
Si te pones del lado del personaje que más odias descubres tus propias contradicciones. ¿Contra quién escribo? Contra mí mismo
“Escribo de lo que veo. La relación entre las novelas viene después. En cada libro empiezas de cero: lo que en uno fue un hallazgo en el siguiente es un lastre”, subraya el novelista. “En el fondo, el tema es una excusa para las digresiones de los personajes. Por eso digo que todos son yo. Además, ninguno es del todo bueno ni malo, incluso las víctimas tienen sus mezquindades.
No me gusta que los malos sean, además, tontos. ¿Un díptico con Crematorio? Pues vale. Aquella me dejó arrasado y esta me ha salido así de brutal: es mi novela más amarga”. En 2011 Crematorio, corrosiva sucesión de monólogos escritos a cuchillo, fue convertida en serie de televisión por Jorge Sánchez-Cabezudo, con un soberbio José Sancho en el papel principal. Primero la emitió Canal Plus. Luego, La Sexta. A Chirbes, al que muchos vecinos de su pueblo descubrieron por la tele como escritor, le gustó: “Estaba muy bien hecha, pero tiene poco que ver con el libro. Yo quería huir por todos los medios de la parte policiaca, y la serie es muy policiaca. Tenía que ser así. Lo entiendo, una serie tiene que tener intriga. En una novela la tensión debe estar en el lenguaje y no en la trama. En el libro la corrupción está como está en la vida.
Y no es ya la diferencia entre imagen y palabra, es que era televisión: el cine se puede permitir una película divagante de una sentada, pero en la tele, como no dejes a uno en este capítulo con el cuchillo en alto, al mes que viene ya no sales.
 Luego, cuando dicen una frase del libro, te pones colorado. Escuchas a Pepe Sancho diciendo ‘porque el bien solo tiene un camino”.
En las novelas de Rafael Chirbes la crítica social es evidente, pero no maniquea, una actitud que él ilustra con una imagen tomada de D. H. Lawrence, enemigo de los escritores que ponen el dedo en un platillo de la balanza para inclinarla según sus gustos o su idea de la justicia: “Cuando escribo me importa un carajo la ideología de los personajes, la mía ya saldrá, inevitablemente. Inclinar la balanza es ir contra la literatura, que si tiene algo es que nos hace plantearnos las cosas y corregir nuestra mirada. Si te pones del lado del que más odias descubres tus propias contradicciones. Para personajes de una pieza ya tenemos a los políticos. No me gusta tratar al lector como a un gato al que se le pasa la mano a favor del pelo. Hay que pasársela a la contra, para que se levante. ¿Contra quién escribo? Contra mí mismo”. Con una voz tallada a base de Ducados, Rafael Chirbes insiste en esa idea a lo largo de la charla: mientras camina desde la estación del Norte, delante de un arroz caldoso, de paseo por Valencia (en esta iglesia hay una copia del San Pedro de Caravaggio; en ese hotel se celebró en 1937 el Congreso de Intelectuales Antifascistas; ahí estaba la librería a la que vino Max Aub en 1969…).
Para el autor de ensayos como El novelista perplejo o Por cuenta propia, una novela tiene algo de “almacén de voces”. De ahí su idea del artista como “un pararrayos que atrae las tensiones de su época”. “¿De qué va lo que escribo? Del estado del alma humana a principios del siglo XXI. Si para Balzac el alma de su tiempo eran 8.000 libras de renta, echemos cuentas”.
 En su opinión, el escritor que huyendo de la Historia no quiere ser testigo de su época termina siendo síntoma de ella. “Si no lo hubiera usado ya Lérmontov, el título de En la orilla podría haber sido Un héroe de nuestro tiempo”, explica. Finalmente, se inclinó por “un título de poco aspaviento; luego tú le buscas el simbolismo: en la orilla de Caronte, en la del pantano, en la de la vida, en la de la Historia”.
La Historia es importante para Chirbes: “¿No decían que el arte te lleva al psiquiátrico y la Historia, a la cárcel?”. Él, hijo de familia republicana, estudió Historia en Madrid después de pasar por Ávila, León y Salamanca como interno en colegios para huérfanos de ferroviarios: su padre murió cuando él tenía cuatro años. “Nunca he vivido con mi familia y con mi hermana no he discutido jamás, pero es cierto, la familia no deja de aparecer en mis libros, y nunca queda muy bien parada.
 Tal vez porque ha sido un núcleo de la historia de España. Y vuelve a serlo. Uno de los personajes de En la orilla repite eso que ahora se oye tanto: ‘Si esto no explota es porque la familia está ahí, porque los parados viven de la jubilación de sus padres”.
El escritor tiene que ser pulga y liebre para que no te atrapen. En cuanto te descuidas, te han trincado. Dicen: ‘Crematorio, ¡cómo anunciaba! ¡qué lucidez!’.
Tras años de militancia antifranquista, Carabanchel incluido, el escritor en ciernes se marchó a dar clases a la universidad de Fez. En Marruecos, sin exotismo alguno, está ambientada Mimoun, finalista del Premio Herralde en 1988. Era la cuarta novela que escribía, pero la primera que publicaba.
 Otras ocho vendrían luego a retratar los fantasmas de su autor, los claroscuros de su generación y las sombras de un país borracho de dinero rápido. En 1992, ese año, Chirbes publicó La buena letra, una novela corta que, protagonizada por una mujer represaliada durante la posguerra, se adelantó una década a la ola de ficciones sobre la Guerra Civil. “Una voz de mujer que le devuelve el pasado al hijo que quiere convertir la incómoda casa familiar en un solar”, así ha descrito La buena letra su propio autor, al que le gusta “bromear” diciendo que, en el fondo, era un libro contra el Decreto ley de Ordenación y Medidas Económicas aprobado el 30 de abril de 1985 y bautizado popularmente como ley Boyer, por el ministro de Economía de Felipe González. Aquel decreto permitía, por una parte, transformar las viviendas en locales comerciales independientemente de la calificación que tuvieran en los planes urbanísticos; por otra, suprimía la prórroga forzosa de los contratos de alquiler. “En 1991, poco antes de que se publicara la novela apareció en EL PAÍS un artículo que hablaba de esa ley”, cuenta Chirbes. “Lo escribió Isabel Vilallonga [entonces portavoz de Izquierda Unida en la Asamblea de Madrid], y si lo lees ahora ves cómo anunciaba todo lo que vino luego: subida de los precios, expulsión de los pobres del centro de las ciudades, especulación”.
Pese a su calidad literaria, sociología aparte, una novela así era entonces la voz en un desierto en fase de recalificación.
Malos tiempos para la memoria. Nadie necesitaba un aguafiestas. ¿Cómo se hubiese leído 10 años después? “Quizás hubiera sido parte del coro, nada más”, responde su autor. “El escritor tiene que ser pulga y liebre para que no te atrapen. En cuanto te descuidas, te han trincado. Dicen: ‘Crematorio, ¡cómo anunciaba! ¡qué lucidez!’. Te atrapan, pero nadie se da por aludido. Todo son modas. ¿Quién habla ahora de las fosas?”.
Con todo, La buena letra está detrás de un argumento que se repite cada vez que se habla de Rafael Chirbes: tiene más lectores en Alemania que en España. “Fue mérito de Reich-Ranicki, no de los libros”, dice él refiriéndose al prestigioso crítico literario que proclamó en su programa de televisión que La larga marcha, su quinta novela, era “el libro que necesitaba Europa”. Algo más tarde, cosa rara en alguien que pocas veces recomendaba dos obras de un mismo autor, se deshizo en elogios hacia La buena letra.
 La novela, además, protagonizó la tercera edición del programa del ayuntamiento de Colonia Un libro para una ciudad. Vendió 50.000 ejemplares en una semana. Los dos autores que habían precedido al escritor español eran Orhan Pamuk y Haruki Murakami.
No aguanto la doble moral, y me molesta el que llega arriba y desprecia al de abajo. Hay una especie de amor por los de abajo en todos mis libros. No me acabo de curar de eso.
A aquella historia de una mujer vencida le siguió, dos años más tarde y con idéntica maestría, Los disparos del cazador, la novela de un vencedor, un padre que —“es otro de mis temas”— carga con el desprecio de su hijo por haber ganado dinero. En su caso, con la guerra.
 En el caso del protagonista de Crematorio, con la corrupción inmobiliaria. “Los desprecian pero aceptan su dinero”, avisa el escritor. Como dice una de las voces de En la orilla, durante la posguerra no todo fue represión, “hubo su parte de negocio”: tierras, puestos administrativos y cátedras cambiaron de manos.
 “La Transición no quiso revisar todo eso.
 Nadie devolvió nada.
La memoria llevada a sus últimas consecuencias es una amenaza para el presente porque todo sale de un crimen originario. Puro Walter Benjamin”.
 Posguerra y Transición, padres e hijos recorren también novelas como La larga marcha (1996), La caída de Madrid (2000) y Los viejos amigos (2003), que retratan la llegada al poder de una generación que, según Chirbes, rebajó sus ideales con un disolvente: el dinero. “La izquierda llegó al poder diciendo ‘no se puede porque están los militares’ y terminó ‘esto es un chollo”.
 De la ideología a la economía, de la resistencia a la abundancia: “Fue un ministro socialista el que dijo que España era el país de Europa en el que se podía ganar más dinero en menos tiempo”. “De la gran ilusión a la gran ocasión”, se lee en la nueva novela
. “Esa frase es de Gregorio Morán. El libro está lleno de homenajes”.
“Si para algo sirve el dinero es para comprarles inocencia a tus descendientes”, dice otro de los personajes de En la orilla, cuyo protagonista es hijo de una víctima del franquismo pero íntimo del hijo de una familia franquista, un crítico gastronómico un tanto fantasma al que Chirbes ha prestado parte de su experiencia. “Sí, podría ser yo, pero engrandecido”, dice con sorna el escritor, que llegó a dirigir la revista Sobremesa. Allí publicó los reportajes de viaje —Pekín, Halifax, Leningrado, Coimbra— que en 2004 formaron el volumen El viajero sedentario. “Entrar en la revista evitó que entrara en política”, explica. “Ya no viajo. Vivo solo en Beniarbeig, fuera del pueblo, con dos perros y dos gatos. Leo, apenas escribo. Cocino. Si cocinas manchas mucho.
 Lo limpio. Pasa el tiempo. Ya sé que tan solo te puedes volver majara”.
Dice Chirbes que para escribir hace falta un desparpajo que a él se le ha ido. Aunque matiza: “Están las novelas, cierto, pero como son mentira… Aun así, tengo miedo de que venga un carpintero y me diga: ‘en las serradoras no se apoya uno”.
El escritor sostiene que entre los valores que le quedan está la defensa de “las cosas bien hechas”, pero admite que sus libros defienden todavía ciertas ideas: “Y sobre todo, repugnan ciertos comportamientos: no aguanto la doble moral, y me molesta el que llega arriba y desprecia al de abajo. Hay una especie de amor por los de abajo en todos mis libros.
 No me acabo de curar de eso. Será porque vengo de clase baja. Su culpa o su inocencia se la ganan con el sudor de su frente. Aunque a veces los odias”.
Si los libros de Chirbes no dejan títere con cabeza, En la orilla deja aún menos resquicios para la esperanza. “Es una novela de sexo y dinero porque todo ya es envoltorio, una estafa”, dice el novelista, que escribe sin concesiones, pero es todo cordialidad en el trato. Cuando habla pregunta, se pregunta, se revuelve, duda. Bien pensado, como en sus libros: “Siempre había tenido momentos de emoción con las novelas. Con Mimoun estaba feliz, y cuando acabé La buena letra pasé tres meses que lloraba todos los días. Ahora, ni un instante de emoción. Ni siquiera mientras corregía, que siempre dices: ‘esto me ha quedado bien’. Nada. Como si fuera de otro, esquinado. Eso es una putada. Si no escribo, leo y doy de comer a los perros. Ya está. Antes escribía cuadernitos, ideas, lo que estaba leyendo, tonterías. Ahora ni eso. Tampoco sé la posición que tengo ante las cosas.
 Por eso en mis novelas haya tantas voces. Es lo que permite ver la realidad como un prisma… uf, eso sí que queda cursi; digamos que viéndole las distintas caras.
 No sé qué pensar. Leo: ‘las redes sociales arden’. Y se me ponen los pelos de punta. Digo: ‘esto es la Inquisición’. Clandestina y extendida. Lo mejor, estar calladito y escondido, pero ¿no será una cobardía? Digamos que he renunciado a mi vida social, lo cual está en contradicción con el hecho de que estemos hablando ahora, así que eso me provoca otra contradicción más.
 Como tampoco trato con gente literata, pienso: ‘vaya, por un libro cuánto revuelo’'. O sea, que estoy raro”.

 

La tramoya de la España de los últimos 70 años


Los libros de Rafael Chirbes, publicados por Anagrama, destilan un trabajo obsesivo de lenguaje y montaje, pero también dejan ver la tramoya de la España de los últimos 70 años.
La buena letra (1992). “La buena letra es el disfraz de las mentiras”, dice la narradora, que en centenar y medio de páginas dirigidas a su hijo despliega lo que el crítico Santos Alonso describió como una “dura reflexión sobre las consecuencias de la Guerra Civil en los vencidos y el poder de la cultura sobre los que no han tenido acceso a ella”. Su complemento perfecto es otra novela corta, Los disparos del cazador (1994), retrato de un viejo franquista con hijo ingrato. Sin maniqueísmos. Son la mejor manera de empezar a leer a Chirbes.
La larga marcha (1996). Guerra y posguerra; el franquismo y la lucha antifranquista de sus propios herederos. Le siguió La caída de Madrid (2000), centrada en el 19 de noviembre de 1975, el día anterior a la muerte de Franco.
Crematorio (2007). Precedida por Los viejos amigos (2003), las palabras corrupción y prostitución, desencanto y cinismo servirían para resumir una novela que es mucho más que sus temas: el retrato del pelotazo inmobiliario en la costa levantina, también un testamento. Literatura grande escrita a degüello, en tensión, sin consuelos. Ganó el Premio de la Crítica.
Por cuenta propia (2010). Junto a El novelista perplejo (2002), reúne los ensayos de Rafael Chirbes sobre literatura: de La Celestina a Max Aub pasando por Galdós o Aldecoa. La legitimidad del presente a la luz del pasado es otro de sus asuntos. Se abre con el magistral ‘La estrategia del boomerang’, donde el escritor se explica a sí mismo y explica su teoría de la novela.

 

King Kong: 80 años de un mito


Hace ahora ochenta años nació uno de los mayores mitos del cine de aventuras.
 Su nombre, King Kong.
Un enorme gorila que infundía terror entre los habitantes de una isla remota.
Un monstruo que, sin embargo, escondía en el fondo una personalidad sensible que asomaba gracias a la irrupción de una actriz que llegaba hasta aquel rincón del océano como parte de un equipo de rodaje. King Kong hundía sus raíces en mitos universales como el de la bella y la bestia y, adaptándose a las preocupaciones de una sociedad obsesionada con los adelantos técnicos y los cambios que estos podrían producir, se convirtió en sí mismo en un mito universal.
 A partir de su estreno, el gran gorila y sus derivaciones más o menos confesas se convirtieron en un género cinematográfico que ha llegado hasta nuestros días.
El próximo jueves 7 de marzo, día del aniversario de su estreno en el Radio City Music Hall de Nueva York, TCM emitirá una copia remasterizada de King Kong y el documental Yo soy King Kong, narrado por el actor Alec Baldwin, en el que se repasa la vida de uno de sus codirectores: el productor, guionista, aviador y aventurero norteamericano Merian C. Cooper.
Según la leyenda del filme, Merian C. Cooper comenzó a idear esta historia una mañana después de haber soñado con un gorila gigante que atacaba Nueva York.
 También le influyó, sin duda, la lectura de novelas como La tierra que el mundo olvidó, de Edgar Rice Burroughs, y El mundo perdido, de Arthur Conan Doyle,que había tenido ya una versión cinematográfica.
Vendió la idea a los ejecutivos de la RKO mostrándoles una secuencia de prueba con unas maquetas fabricadas por Willis H. O'Brien, el mítico especialista en efectos especiales
. Los directivos se sorprendieron.
 Nunca habían visto nada igual y dieron luz verde a la producción. El proyecto que tuvo varios títulos: The Beast, La Octava Maravilla, El Mono, Ape King, Kong… Finalmente el productor David O. Selznick bautizó la película con el nombre que todos conocemos: King Kong.
Cooper contó con su habitual equipo de colaboradores.
 Ernest B. Schoedsack fue su mano derecha como codirector y Fay Wray, con la que ya había trabajado en películas anteriores, la protagonista principal.
Lo más complicado, naturalmente, fue dar vida al gran gorila.
 Se utilizaron varias maquetas del animal, la más pequeña de dieciocho centímetros, y sus movimientos se filmaron siguiendo la técnica del stop-motion, es decir, fotograma a fotograma
. La Isla de la Calavera, la morada de King Kong, era en realidad un conjunto de decorados que habían aparecido un año antes en largometrajes de aventuras como El malvado Zaroff y Ave del paraíso.
Pero en pantalla nada de eso importaba.
 Allí los espectadores veían a un enorme gorila que rugía, luchaba contra un enorme tiranosaurio, era capturado y llevado a Nueva York.
 Finalmente huía por sus calles hasta que llegaba al rascacielos más famoso de la ciudad, el Empire State Building.
 Escalaba sus paredes y, ya en lo más alto, luchaba contra unos aviones que le disparaban. Un final que no tardó en convertirse en un icono del cine.
 Una película de aventuras pero con hondura romántica. La historia de una bestia invencible vencida por el poder del amor
Hay muchas bestias que ni así son vencidas..