Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

3 mar 2013

El papel del aguafiestas

De nuevos ricos a nuevos pobres. Ahora toca evaluar el grosor del desastre y sus intangibles. En 'Todo lo que era sólido', Muñoz Molina propone profundizar en la democracia.

 

El aeropuerto de Castellón es uno de los proyectos públicos más disparatados del pasado reciente. / ÁNGEL SÁNCHEZ

Existe mucha enjundia en este ensayo, bastante más de la que suele haber en los textos breves.
No se han dosificado las ideas.
Cada uno de los lectores puede escoger el ejemplo que le interese (el nacionalismo, la izquierda, la transición, las libertades, los abusos políticos, la propaganda, la codicia, el narcisismo, la superioridad moral, el derroche…) y confrontarse con él: para sentirse identificado con las posiciones ideológicas o profesionales del escritor o para disentir de las mismas.
 No en vano es un libro que anima a pensar en cada una de sus páginas. Pero su vector dominante es la calidad de la democracia en España y la inquietud de Muñoz Molina (MM) porque su contenido no haya sido todo lo sobresaliente que anhelamos, o por el peligro de que la podamos perder a base de despreciarla por cotidiana.
MM, como todo intelectual comprometido, es un observador febril de la realidad. La primera perplejidad la pone en boca de Joseph Conrad, cuando este escribe: “Es extraordinario cómo pasamos por la vida con los ojos entrecerrados, los oídos entorpecidos, los pensamientos aletargados”.
El autor se sobresalta al detenerse, mirar alrededor y darse cuenta de la profundidad de los cambios que acontecen desde que la crisis, en toda su magnitud multidisciplinar, se instaló entre nosotros: empobreciéndonos. Empobreciéndonos en lo económico, pero también en lo moral y en lo político. Cómo no nos dimos cuenta de ello hasta que llegamos a este límite, cómo no nos atronaba el ruido de las dificultades, qué veíamos, en qué estábamos pensando. Si nuestro oficio es mirar al mundo para poder contarlo, cómo es que no nos fijamos en lo que sucedía delante de nosotros
. Cómo nos quedábamos en la superficie del delirio y no le arrancamos la máscara. ¿Por qué?, ¿por distracción?, ¿por irresponsabilidad?, ¿por ir cada uno a sus propios asuntos y demediar los espacios públicos, colectivos, los de todos?, ¿por la decisión, en el fondo asustada, de no aceptar la posibilidad del desastre, por la pura inercia de entender que las cosas eran mucho más sólidas de lo que en realidad son? Quizá porque avalamos las posiciones de algunos supuestos expertos (tecnócratas) que no lo eran sino en brujería, a los que creímos no porque comprendiéramos lo que nos decían sino porque no lo comprendíamos y porque la oscuridad de sus augurios y la seriedad sacerdotal con que los enunciaban nos sumían en una especie de paralizadora reverencia.
El autor se sobresalta al detenerse, mirar alrededor y darse cuenta de la profundidad de los cambios que acontecen desde que la crisis se instaló entre nosotros: empobreciéndonos.
Lo primero que hemos de hacer ahora es evaluar el grosor del desastre y sus intangibles, descubrir lo que se nos había olvidado entre tanto oropel y tanta comunicación: que somos pobres, que vamos a serlo más todavía y durante mucho tiempo.
 Hemos pasado de nuevos ricos a nuevos pobres en un lustro. Comparativamente pobres, eso sí. Hay que advertirlo para no perder una vez más el sentido de las proporciones, pecado muy habitual en el mundo de los populismos simplistas.
 Por supuesto, mucho menos pobres que una vasta mayoría de la humanidad y mucho menos que nuestros abuelos y nuestros padres.
Cuando se extiende la escasez (de libertades, de servicios públicos esenciales, de cultura, de dinero…) es cuando el ciudadano se hace más consciente de lo que puede perder.
 En primer lugar una democracia imperfecta, pero la más libre y la más justa que ha conocido nuestro país, y superior en sus contenidos a aquellos paraísos utópicos y totalitarios que muchos soñamos en nuestra juventud. Al autor le sorprende la crítica exacerbada que se hace hoy a la transición desde posiciones teóricas de izquierda: no parece que haya nada que defender, nada que valga la pena conservar.
 La democracia española es presentada como poco más que una concesión de los herederos del franquismo, enquistados en ella.
Lo que hasta hace poco había valido de mucho, de pronto no vale nada, no vale la pena. Es una democracia que solo despierta una lealtad apasionada cuando se ha perdido, una democracia en la que han ido creciendo nuestros hijos y en la que casi nadie recuerda ya el miedo a un golpe militar.
Pero también hay otras cosas fundamentales que perder, aquellas que de verdad hacen mejor la vida: el derecho a la educación y a la sanidad pública, el imperio de la ley, la garantía de seguir disponiendo de una vida decente en la vejez, etcétera.
 En la mayor parte del mundo solo los ricos o los muy ricos tienen acceso a tales derechos (que allí son privilegios), y sin embargo para nosotros han llegado a ser indiscutibles aunque no hace mucho más de 30 años que disfrutamos de ellos. Remata MM: “Lo que hoy es más indiscutible y más sólido, y nos importa más, mañana puede haber sucumbido a un desguace motivado por intereses económicos o designios políticos, o simplemente porque no hubo un número suficiente de personas capaces que tuvieran el coraje de defenderlo”.
Para ejercer este coraje hay que levantar la voz y denunciar la degradación de la vida cívica, aunque ello le convierta a uno en algo peor que un reaccionario: un aguafiestas.
 Cuántos abusos han quedado sin castigar por las capas sucesivas de pactos de silencio que se han ido acumulando en la vida pública española.
 Callar por conveniencia, callar por miedo, callar por cinismo, callar por militancia, callar por complicidad, callar por no distinguirse del grupo, callar por no disgustar a la familia, callar porque no parezca que vas en contra de los tiempos o por temor a no ser moderno.(Pero eso es lo que usted hace, callar y criticar ni rechazar, como si tuviera miedo de que lo ignorasen o peor pierda usted ese puesto en Nueva York.)
 En definitiva, callar por no ser un aguafiestas.
Frente a este silencio, Antonio Muñoz Molina ejerce en este ensayo su militancia con la enseñanza de la democracia de cada día.
 Porque entiende que el edificio de la misma está siempre a punto de derrumbarse si no se practica, porque hace falta una continua vigilancia para sostenerlo. Lo inaudito puede siempre suceder y lo que parecía inimaginable porque era infernal, se convierte en cotidiano.
 Las cosas se deterioran poco a poco y de pronto, en vez de continuar en ese estado que se ha vuelto tolerable, se hunden del todo, sin transición. Esta es la llamada de atención.
Nunca lo he visto comprometerse con nada, tiene un puñado de servidores de la gleba, pero usted quiere vender sus libros no?

No salven a los Bancos.....


 
John Ralston Saul / Gianluca Battista

La persecución del Santo Grial del crecimiento es un error; la economía se ha convertido en asunto de ficción; el dinero ya no representa nada real; hay que reconsiderar qué es una deuda y qué papel deben desempeñar los bancos en un nuevo mundo.
 Estas son algunas de las ideas que vertebran el pensamiento de John Ralston Saul, escritor, ensayista y filósofo canadiense al que la revista Time calificó de “profeta”.
Por alternativo que pueda resultar su discurso, Ralston está lejos de ser, a sus 64 años, un perroflauta. Alto, delgado y de elegantes andares, acompaña su aspecto de dandi con un discurso sin paños calientes. No reniega del capitalismo; de hecho, reivindica a uno de los referentes del liberalismo, Adam Smith.
 Pero propone medidas como que se rescate a los ciudadanos desahuciados o sepultados por una hipoteca en vez de salvar a unos bancos que solo conseguirán que la espiral de la deuda siga creciendo.
Una cita poderosa encabeza su último libro, El colapso de la globalización y la reinvención de mundo: “Todavía no entiendo del todo por qué ocurrió. Alan Greenspan, 23 de octubre de 2008”.
 La frase del exdirector de la Reserva Federal estadounidense da la medida del desconcierto que ha creado la crisis, incluso entre aquellos que la incubaron. Y a ese desconcierto es a lo que se viene enfrentando en los últimos años este pensador canadiense que nada a contracorriente.
PREGUNTA: Estamos inmersos en un periodo negro de la economía, y no parece que las cosas mejoren sustancialmente, ni en el mundo, ni en España, ni…
RESPUESTA: Existe una nueva religión absoluta del crecimiento, el comercio, la santidad de la deuda y de los contratos comerciales, con la que intentan hacernos creer lo inteligentes que son los políticos y lo estúpidos que somos los demás.
 Da igual lo mala que sea la situación actual, ellos siguen aplicando las mismas recetas, haciendo lo mismo. Eso es lo que se está haciendo en España y en todas partes.
 El sistema avanza en la misma dirección.
 Los problemas que hay se están agravando.
 Nadie reconoce cuál es el auténtico problema. El crecimiento no nos va a sacar de donde estamos; la austeridad, tampoco.
 Veremos cómo resisten todo esto las democracias. Están poniendo la democracia en peligro.
El crecimiento no nos sacará de donde estamos; la austeridad, tampoco”
Ralston es un hombre de discurso ágil y fluido, sin pelos en la lengua. Nos encontramos con él en el restaurante de un céntrico hotel de Barcelona.
 La revista norteamericana de pensamiento alternativo Utne Reader le situó entre los 100 pensadores y visionarios más importantes del mundo. Autor de 16 libros (entre ellos, el ensayo filosófico Los bastardos de Voltaire. La dictadura de la razón en Occidente) y de cinco novelas que han sido traducidos a 22 idiomas, Ralston Saul es además el presidente del PEN International, asociación de escritores que data de 1921 y lucha por la libertad de expresión en todo el mundo.
En 2005, tres años antes de que se desencadenase la crisis, publicó el libro El colapso de la globalización y la reinvención de mundo, del que lleva vendidas 400.000 copias, según los datos que facilita su editorial, RBA.
 En él analizaba el fracaso de los criterios que guían el sistema de relaciones económicas y financieras entre países, explicaba la crisis de un modelo y anticipaba un colapso.
 En 2009, a la vista de que algunas de sus predicciones se habían cumplido, reeditó con añadidos un libro que llega ahora en su versión española, con un prólogo que aborda cuestiones como el rescate de Bankia.
P: En el libro sostiene usted que el dinero no es real y que nos hemos convertido en sus esclavos. Habla de que vivimos en una economía ficticia. Y dice que en los años setenta el comercio era seis veces el valor de los bienes y que en 1995 era 50 veces más. ¿Cuántas veces más lo es ahora?
R: Nadie lo sabe, pero debe de estar alrededor de 150. Lo más vergonzoso es que los números no están disponibles, o al menos yo no he podido encontrarlos.
John Ralston / Gianluca Battista
P: ¿Y eso qué significa?
R: La ironía es que la globalización ha conducido a lo opuesto de lo que prometía.
 Prometió competencia, y ha causado el regreso a los oligopolios; prometió renovación del capitalismo, y ha supuesto la vuelta al mercantilismo; prometió el final del nacionalismo feo [sostiene que también hay un nacionalismo positivo], y ha traído la era más nacionalista desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Prometió crecimiento, no tenemos crecimiento; prometió empleo, no tenemos empleo… y así se puede seguir con la lista
. Nada de lo prometido ha ocurrido. Dijeron que con el keynesianismo se imprimía mucho dinero; que había que controlar el dinero en circulación y que eso haría funcionar la economía.
 El hecho es que todo este periodo ha llevado a la mayor expansión en la cantidad de dinero en la historia del mundo, hemos visto cientos de ejemplos de nuevos tipos de dinero: las tarjetas de crédito, los bonos basura, los derivados… Todo eso es imprimir dinero, pura inflación de la cantidad de dinero. El argumento capitalista era que el dinero era lo que engrasaba la maquinaria.
Pero llegado un momento dijeron: el dinero es real, por eso es bueno tener a gente trabajando en el sector financiero. ¿Las fusiones y grandes adquisiciones de empresas?: eso es im­primir dinero.
 Cada vez que una compañía compra otra y se endeuda en, digamos, 700.000 dólares, eso quiere decir que se acaban de imprimir 700.000 dólares, acaban de crear 700.000 dóla­res que antes no existían.
 Nunca tuvimos tanto dinero circulando en el mundo y tan mal repartido.
 Y por eso cuando ocurre la crisis, la gente que es parte de esa lunática inflación dice: hay que salvar a los bancos.
P: ¿Y no hay que rescatar a los bancos?
R: No hay razón para salvar a los bancos, no necesitamos tanto dinero.
 Lo razonable habría sido aprovechar la oportunidad para limpiar el desorden. No hay más que tomar el ejemplo español de Bankia.
 Una buena política habría sido, por ejemplo, que el Gobierno anunciase que pagaría todas las hipotecas hasta una cantidad determinada, pongamos 300.000 euros.
 Das el dinero a la gente que está en su casa y que tiene una hipoteca, y de hecho salvas a los bancos: es el ciudadano el que da el dinero a los bancos al cancelar su hipoteca.
 De pronto, la gente ya no tiene deudas y puede gastar lo que gana. Así es como se crea una clase propietaria y además se relanza la economía. Es tan simple.
P: ¿Y eso es posible?
R: Por supuesto. Para mí la pregunta es: ¿es posible que demos todo ese dinero a los bancos, que fueron los que crearon el problema, para que no se gasten ese dinero y para que continúen autoconcediéndose enormes bonus? ¿Es eso posible? ¿Es eso legal? ¡Vamos, denme un respiro! Hay otra opción: no queremos salvar a todos los bancos, no queremos tanto dinero, así que paguemos 150.000 euros de esas hipotecas y cancelemos el resto de la deuda, 150.000.
 Los Gobiernos tienen el poder para hacerlo. De ese modo, 150.000 euros no vuelven a los bancos, limpias el sistema bancario y reduces la cantidad de dinero que circula, que es algo positivo.

Viajero alrededor del mundo

John Ralston Saul (Ottawa, Canadá, 1947) es un hombre que viaja constantemente por todo el mundo. Siempre lo ha hecho. Sobre estas líneas, una foto del año 1976, en el Ártico, adonde acudió como ‘número dos’ de Petro-Canada, una iniciativa que el Gobierno canadiense puso en marcha en los setenta, en plena crisis energética, para recuperar el control sobre sus reservas de petróleo.
Su condición de presidente del PEN International, asociación de escritores creada en 1921 que lucha por la libertad de expresión, le hace moverse de un lado a otro continuamente.
En noviembre estuvo en Turquía con una delegación de 20 escritores: “La situación de la libertad de expresión se está deteriorando en ese país”, afirma. “Hay 70 escritores en prisión y 70 inmersos en juicios imposibles”.
P: Pero no debe de ser tan fácil de hacer. Por ejemplo, la gente que alquila se sentiría agraviada.
R: Habría que estudiar los números. La política económica es intentar mover las cosas en una buena dirección. No significa hacer exactamente lo mismo en cada sitio, ni significa que tengas que hacerlo todo a la vez. Resuelves primero ese gran problema y luego haces un programa para alquileres de forma que la gente pueda comprarse la casa que está alquilando. Se pueden hacer más cosas.
 Por ejemplo, dar una renta mínima a la gente en vez de que tenga que hacer colas para acceder a prestaciones, subsidios y ayudas, en vez de humillarla examinando sus requisitos una y otra vez; ayudas que además resultan caras de administrar…
Muchos conservadores, liberales y socialdemócratas responsables están de acuerdo en que sería mucho mejor una renta garantizada anual.
 Supondría liberar a la sociedad, devolver a la gente el respeto por sí misma.
La gente humillada o marginada se sentiría parte de la sociedad.
 Es curioso, pero hay mucha gente que está de acuerdo con estas ideas.
P: ¿Ah, sí?, ¿y dónde están esos conservadores y liberales que piensan así?
R: ¡En todas partes! No están entre los neoconservadores, pero sí entre muchos conservadores. Muchos empresarios creen en esto. Pero como el debate se pierde en los pequeños detalles y la idea dominante es que hay que reducir el peso del Estado, nadie pone estas cuestiones sobre la mesa.
P: ¿Qué posibilidades hay de que algo como lo que relata se pueda llevar a cabo?
R: Hay posibilidades, por supuesto; han sido posibles muchas otras cosas en los últimos años.
 Por ejemplo: la clase directiva del sector privado ha conseguido, presionando a los Gobiernos, regulaciones que han convertido el fraude en algo legal. Ahí están esos consejeros delegados percibiendo bonus y participaciones en las acciones, ganando millones cada año: ¡pero si solo son gerentes! Están en el puesto por cinco años, se irán a jugar al golf cuando se retiren, ¡no son nadie! ¡Nadie conoce sus nombres, no han hecho nada en particular!
 ¿Deberían cobrar esos bonus cuando la empresa va mal? Ese no es el debate. El debate es: ¿deben recibir bonus? ¡Si ya les han pagado! Han usado su influencia para cambiar el sistema impositivo en todos los países para no tener que pagar demasiados impuestos por esos bonus.
 Eso es fraude. Probablemente, los dos ejemplos más evidentes de fraude desde la Segunda Guerra Mundial son: el cambio en las disposiciones de ingresos de los directivos, fraude evidente hecho legal, y la transferencia de la deuda privada de los últimos años al sector público.
P: La Unión Europea está corroída por la deuda…
R: Hay quien plantea los eurobonos como solución a la crisis europea. ¿Estamos de broma? Yo digo: acabemos con la deuda. No pueden admitir que se han equivocado, así que hacen como que los bonos son algo que les permite coger toda la deuda, colocarla en los bonos y venderlos.
Están colocando a la civilización europea bajo el peso de una deuda que no existe. Si tuvieran algo de imaginación y algo de coraje, convocarían una cumbre y dirían: sí, los españoles han hecho mal esto, y los griegos han hecho cosas horribles con esto, pero ninguno de nosotros es una parte inocente; ¿cómo podemos resetear el reloj? Básicamente, vamos a envolver parte de esta deuda en un sobre, escribiremos en el sobre la frase “Esto es muy importante”, lo pondremos en un cajón, lo cerraremos y tiraremos la llave. ¡Hay que pasar página, hay que superarlo!
 En vez de esto, están intentando volver a hacer lo mismo que vienen haciendo durante años, pero como si no lo hicieran.
P: Una propuesta sorprendente…
R: La mía es responsable y honesta. Ellos están haciendo una propuesta delirante e increíblemente complicada que no va a funcionar y que no nos lleva a ningún sitio
. Y en el camino hacen que la gente sufra. ¿Qué piensan que van a decir los griegos cuando les reduzcan el salario mínimo en un 22%? Está claro que esto es como una cuestión religiosa.
 Como la economía es la nueva religión, han aplicado la moral a la economía. La deuda pública tiene peso moral, pero la privada no. ¿Cómo se come eso? Este es uno de los fracasos de la globalización.
 Si el sector privado se puede librar de la deuda, el sector público también.
P: Pero entonces, ¿qué pasa, que la deuda en realidad no existe?
R: La verdad es que no. El dinero es una convención.
 Un árbol es real, el dinero es una convención. Los necios, cuando llega la crisis, están convencidos de que el dinero es real. Enrique IV fue considerado como el Buen Rey porque Francia estaba hundida por la deuda y la hizo desaparecer; a partir de ese momento vivieron 250 años de prosperidad, por quitarse la deuda; Atenas construyó toda su historia tras haberse librado de su deuda; el imperio norteamericano está enteramente construido sobra una quita, se quitaron la deuda de en medio cinco veces entre la guerra civil y 1929; la riqueza de Estados Unidos a lo largo del siglo XX está enteramente construida sobre el hecho de no haber pagado su deuda en 1929: tomaron dinero prestado en Europa, en los mercados, y con eso construyeron ferrocarriles, carreteras, rascacielos y tuvieron un colapso económico: quienes les dejaron dinero lo perdieron y ellos se quedaron con sus infraestructuras. Estados Unidos vivió cinco colapsos que al final le dejaron libre de su deuda y le permitieron convertirse en líder a partir de 1935.
Llevamos 30 años de abrumadora mediocridad intelectual”
John Ralston Saul es un hombre apasionado, un orador nato. No es un anticapitalista.
Se declara partidario de muchos de los preceptos de Adam Smith, de la propiedad privada, del mercado, y también de los servicios públicos.
 Dice que el capitalismo va a continuar. Pero considera que la globalización ha hecho daño.
 Y señala algunos culpables en su libro.
Cita a la Sagrada Congregación para la Propagación de la Fe: economistas, directivos, consultores y propagandistas, es decir, periodistas de economía:
“Difundieron la idea de que el comercio libre, la globalización y la búsqueda del crecimiento eran el único camino a la prosperidad”, manifiesta.
El ensayista canadiense carga contra la llamada generación del informe.
 Sostiene que el mundo está en manos de economistas y empresarios de capacidades muy limitadas y que en muchos casos son “analfabetos funcionales”
. Gente que solo contempla el corto plazo.
“Los historiadores económicos son los intelectuales; los macroeconómicos son los semiintelectuales que dieron forma a las ideas, y luego están las abejas trabajadoras, que trabajan en lo micro, que no piensan y solo hacen números
. Se eliminó a los historiadores porque, una vez que tienes la verdad, no quieres que el pasado sea examinado.
 Promocionaron a los semiintelectuales a los altares. Y elevaron a los que solo hacen números”.
Dice que estamos en manos de estos últimos
. Explica que el apogeo de la globalización se produjo a mediados de los noventa, años en que el comercio vivía días de máxima liberalización, los impuestos a las grandes fortunas se difuminaban, las privatizaciones y la desregulación campaban a sus anchas y la civilización occidental abrazaba la religión neoliberal y adoraba el mercado global.
P: Usted ya viene alertando desde hace tiempo contra la globalización…
R: Se veían signos de que la globalización estaba llegando a su fin desde 1995.
 La globalización se está derrumbando por los defectos que contenía desde el principio como programa ideológico-filosófico-social. Todavía estamos viviendo sus consecuencias: si España se rompe, si Grecia deja de ser una democracia, si en Canadá se producen problemas internos que la resquebrajan, todo ello, en gran parte, será un resultado de la globalización. Yo soy un gran admirador de Stiglitz y Krugman [en alusión a los dos reputados premios Nobel de Economía], pero son dos economistas, y no lo pueden evitar, se fijan en los detalles: habría que hacer esto, habría que hacer lo otro…
Hacen bien, pero se les escapa la cuestión principal, la naturaleza de lo que está pasando, la naturaleza de la bestia llamada globalización.
P: Sostiene usted que la globalización se convirtió en religión, en dogma…
R: El Vaticano, en sus momentos de gran poder, era religión de modo marginal; más bien era una cuestión de política y de poder; con la globalización pasa algo similar: es algo económico, de modo marginal; es una cuestión de política y de control, de poder; es un modelo social, igual que la Iglesia católica lo fue o el imperio británico.
 Y se rompe porque como modelo social no funciona y siembra la catástrofe por el camino. En realidad, la globalización viene de un grupo de gente bastante marginal que tomó unas viejas ideas de mediados del siglo XIX pasadas de moda. Una de ellas era inglesa: el comercio libre, y la otra era el capitalismo de bucaneros, que se remonta a finales del XIX en Inglaterra y Estados Unidos. Unieron las dos cosas y dijeron: esta es una gran idea
. Y no pensaron en las consecuencias de la unión de esas dos ideas. En la crisis de los años setenta estábamos con excedentes de producción, no se debía resolver el problema incrementando el comercio, porque ya había demasiados bienes
. Es decir, la solución que encontraron para el problema era la contraria a lo que se necesitaba.
 Llevamos 30 años de abrumadora mediocridad intelectual, sin sentido de la historia, ni imaginación, ni creatividad, sin pensar qué estamos haciendo y adónde vamos: una gran banalidad con tremendos resultados.

Personas víricas que consumen energía

Llegan, nos contagian sus emociones negativas y nos dejan sin fuerzas.

Defenderse y protegerse de este tipo de personas es una obligación.

Parar los pies a los víricos victimistas no es abandonarles sino invitarles a tomar las riendas.

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Ilustración de José Luis Ágreda

Seguro que usted se ha visto alguna vez en esa situación en la que después de mantener una conversación con un amigo se ha sentido desolado, ha contemplado el mundo con más tristeza y menos entusiasmo que antes de empezar la conversación, o ha pensado: “Madre mía, a este amigo no le pasa nada bueno, siempre tiene una queja”.
 Y en situaciones extremas, ha escuchado el teléfono, ha visto el nombre de la llamada entrante y ha dejado de atenderlo porque sabe que esa persona, de alguna manera, le va a complicar la vida: le va a contar un nuevo problema o seguirá hablando de su monotema, por lo general con temática “desgracia”. La pregunta que uno se plantea siempre después de pasar un rato con las personas víricas es: “¿Y yo qué necesidad tengo de estar oyendo esto?”.
¿Quiénes son las personas víricas? Aquellas que llegan y le contagian de mal humor, de tristeza, de miedo, de envidia o cualquier otro tipo de emoción negativa que hasta ese momento no se había manifestado en su cuerpo.
 Es igual que un virus: llega, se expande, le hace sentir mal y cuando se aleja, poco a poco, usted recobra su estado natural y, con suerte, lo olvida.
El origen de la persona vírica puede ser variado: el mal genio, la envidia, la falta de consideración, el egoísmo, la estupidez o la falta de tacto.
 Lo importante es verse con recursos suficientes para protegerse del contagio.
 El mundo está lleno de personas víricas de diferentes tipologías, unas menos dañinas y otras malévolas que dejan memoria y cicatriz.
Víricos pasivos. En esta categoría incluyo a los victimistas, los que echan la culpa de todo su mal a los que tienen alrededor, nunca son responsables de lo malo que les ocurre porque son los demás o las circunstancias los que provocan su malestar.
 Si les escucha y a usted le va bien, llegará a sentirse mala persona por disfrutar de lo que los victimistas no tienen.
 Y no porque no tengan posibilidad de hacerlo, sino porque han aprendido a obtener la atención a través de la queja y eso es cómodo.
 Se sienten maltratados por la vida y abandonados de la suerte. Por supuesto, le hacen sentir mal a quien no les presta la atención de la que se creen merecedores. Con estas personas sufrirá el contagio del virus tristeza, frustración y apatía.
“Es extraña la ligereza con que los malvados creen que todo les saldrá bien” (Víctor Hugo)
Víricos caraduras. Son los que siempre le pedirán favores, pero a la vez no son capaces de estar atentos a sus necesidades. No mantienen relaciones bidireccionales en las que entreguen tanto como reciben. Tiran de otros sin preguntarles si están bien, si necesitan ayuda, si les viene bien prestársela en ese momento.
 Son egoístas y egocéntricos, y en el momento en el que se deja de satisfacer sus necesidades comienza la crítica y el chantaje emocional.
 Con estas personas sufrirá el contagio del virus “siento que abusan de mí”, aprovechamiento y resignación.
Víricos criticones. Viven de vivir la vida de otros porque no les vale con la suya. Su vida es demasiado gris, aburrida o frustrante como para hablar de ella, así que destrozan todo lo que les rodea.
 No espere palabras de reconocimiento hacia los demás ni que hablen de forma positiva de nadie, porque el que a los demás les vaya bien, les potencia su frustración como personas.
 No saben competir si no es destruyendo al otro. Arrasan como Atila
. Con estas personas sufrirá el contagio del virus desesperanza, vergüenza, incluso culpa si participa en la crítica.
Y la culpa luego arrastra al virus del remordimiento.

Compañías peligrosas

ILUSTRACIÓN: JOSÉ LUIS ÁGREDA
Frase
– “Se puede confiar en las malas personas, no cambian jamás”, de William Faulkner, narrador y poeta estadounidense, premio Nobel de literatura en 1949.
Canción
– ‘Las malas compañías’, de Joan Manuel Serrat.
Película
– ‘Las amistades peligrosas’, con Glenn Close, John Malkovich,
Michelle Pfeiffer, Keanu Reeves y UmaThurman.
Víricos con mala idea. Manténgalos bien lejos. Están resentidos con la vida, ya sea porque no han sido capaces de gestionar la suya o porque la suerte no les ha acompañado.
Anticipan que las personas son interesadas y no esperan nada bueno de ellas. Todo lo interpretan de forma negativa, a todo el mundo le ven una mala intención.
 Viven en un constante ataque de ira, como si el mundo les debiera algo.
No soportan que otros tengan éxito, esfuerzo y fuerza de voluntad, porque estas actitudes de superación les ningunean todavía más.
Con estas personas sufrirá el contagio del virus indefensión, inseguridad, impotencia y ansiedad.
Víricos psicópatas. Para los que no lo sepan, no hace falta ser asesino en serie para ser un psicópata
. El psicópata es aquel que infringe dolor a los demás sin sentir la menor culpabilidad, remordimiento y sin pasarlo mal.
 De estos hay muchos de guante blanco.
 Son los que humillan, faltan al respeto a propósito, pegan, amenazan y provocan que se sienta ridículo, menospreciado, y se cargan la autoestima.
 Ante ellos, salga corriendo, porque el que lo hace una vez, repite. Si le permite que le maltrate, usted terminará pensando que ese es el trato que merece. Con estas personas sufrirá el contagio del virus miedo y odio. Muy difícil de erradicar, perdura durante mucho tiempo en su memoria.
Mecanismos de defensa. Para evitar el contagio de los víricos victimistas, lo primero que hay que hacer es pararles. Decirles que estará para ayudarles a tomar decisiones y solucionar problemas, pero no para ser el pañuelo en el que ahogan sus penas sin implicarse.
 Estas personas se acostumbran a llamar la atención con sus desgracias, pero son incapaces de responsabilizarse y actuar porque optan por el camino fácil: llorar.
Dígale que estará encantado de ayudarle siempre y cuando se movilice. Y si no lo hace, decida alejarse de alguien que ha tomado la decisión de ser un parásito toda la vida.
 No lo está abandonando, le está dando aliento para que actúe. Si decide no tomar las riendas de su vida, ser su paño de lágrimas, tampoco será una ayuda. Se gasta la misma energía quejándose que buscando soluciones. La primera opción consume y resta, y la segunda suma.
“La tristeza del alma puede matarte
mucho más rápido
que una bacteria”
(John. E. Steinbeck)
Ante el virus de pedir, el antivirus de decir no.
 Si usted no hace prevalecer sus necesidades y prioridades, ellos tampoco lo harán.
 Una cosa es ser solidario y otra muy distinta estar a disposición de todos y no estar nunca para uno mismo.
No permita que la persona vírica criticona haga juicios de otras personas que no estén presentes.
 Si lo hace con otros, también lo hará cuando usted no esté presente. No entre en su juego ni se identifique con esa conducta.
 Dígale que no le gusta hablar de personas que no están presentes.
 Y si se trata de rumores, dígale que no tiene la certeza de que el rumor sea cierto
. Los rumores, la mayoría de las veces, son infundados, falsos o exagerados.
 Se propagan como el viento, y a pesar de que luego se compruebe que son falsos, el daño ya está hecho. Actúe como le gustaría que lo hicieran, con respeto, discreción y veracidad.
 Es más importante ser ético que evitar un conflicto con un criticón.
Y por último, no permita que nadie le falte al respeto y mucho menos le maltrate ni psicológica ni físicamente. Como personas, todos merecemos un trato digno.
 Hágase valer. Pida ayuda, póngase en su sitio, no consienta una segunda oportunidad a quien le ha hecho daño.
El que le daña no le quiere; olvídese de justificarle por su pasado, su carácter, su educación, el alcohol o sus problemas.
 Nada, absolutamente nada, autoriza la falta de respeto y el maltrato físico y psicológico
. Y esto es válido en el ámbito familiar, laboral y entre los amigos.
Rodéese de personas de bien, que le quieran y que se lo demuestren, que le hagan feliz, con las que salga con las pilas recargadas.
 Tenemos la obligación de ser felices y disfrutar. Hay mucha gente dispuesta a ello.
 No las deje escapar.
 Las personas estamos para ayudarnos, somos un equipo.

 

Entramos en la casa de las palabras

Desde hace 300 años, “limpia, fija y da esplendor” a nuestro idioma, como afirma su lema.

Los ilustres miembros de la Real Academia Española (RAE) abren sus puertas a ‘El País Semanal’.

Este es un recorrido por las tareas de quienes deciden qué términos merecen entrar en el Diccionario.

El salón de plenos de la RAE. / ANA NANCE

Cuarenta y seis estoicos sillones –coronados con las letras del alfabeto– custodian un gran óvalo cubierto por un mantel verde. Gruesos diccionarios y manuales –bien encuadernados– comparten sin problema el desnivel de la mesa. Del techo desciende una lámpara –también ovalada– para esparcir su luz grumosa –amarillenta– sobre unas carpetas blancas.
No hay ventanas. De las altas paredes cuelgan retratos –oscuros– de señores con peluca blanca y barroca vestimenta. Es jueves por la tarde y falta poco para que una sucesión de pasos firmes hagan rechinar el suelo de este amplio e histórico salón.
Será a las siete y media –en punto– cuan­­do la censora del pleno –se llama censora– toque una campanilla dorada –tilín, tilín– y marque así el inicio de la sesión
. Entonces, más de una veintena de académicos que han venido hoy –muy bien trajeados, como siempre– ocuparán cualquier sitio en torno a la mesa y escucharán –en pie, con respeto, como desde hace 300 años– una oración en latín leída por el director –amén–. Luego, cuando todos estén sentados, el secretario leerá el acta con los acuerdos de la sesión anterior.
 Darán el visto bueno y quedará aprobada. Enseguida, el secretario dará cuenta de las noticias que atañen a la institución –un premio para alguno de sus miembros, los despachos que envían las academias americanas–, y la siguiente parte comenzará con una palabra mágica: libros. Los creadores e investigadores que hayan publicado en los últimos días alguna obra se levantarán de sus asientos para entregársela –dedicada a la docta casa– al director.
La parte medular de la sesión se abrirá con otra palabra: papeletas. Los académicos levantarán la mano para sugerir el estudio de una nueva palabra o acepción con el objetivo de incluirla en el Diccionario
. Dirán sus opiniones y observaciones de fondo y forma, cada uno desde la disciplina a la que pertenece. Citarán ejemplos de obras literarias, del uso que el vocablo ha tenido en otras épocas o en otros países, de su raíz lingüística. Exclamarán, acotarán, precisarán y, entre todos, parecerán darse un festín como si atendieran las instrucciones del poema de Octavio Paz:
 “Dales la vuelta, / cógelas del rabo (chillen, putas), / azótalas, / dales azúcar en la boca a las rejegas, / ínflalas, globos, pínchalas, / sórbeles sangre y tuétanos, / sécalas, / cápalas, / písalas, / gallo galante, / tuérceles el gaznate, cocinero, / desplúmalas, / destrípalas, toro, / buey, arrástralas, / hazlas, poeta, / haz que se traguen todas sus palabras”
.Poca energía les quedará al final para el momento de ruegos y preguntas. Tampoco tendrán mucho tiempo, porque, a las ocho y media –en punto–, la censora volverá a tocar la campanilla dorada –tilín, tilín– y marcará así el fin de la sesión.
Y todos, de nuevo, escucharán –en pie, con respeto, como desde hace 300 años– una oración en latín leída por el director –amén–.

Con frecuencia se solicita que sean borrados términos hirientes del diccionario”
Todo en la casa de las palabras transpira formalidad, solemnidad y elegancia.
 A unos pasos del Museo del Prado, en el madrileño barrio de Los Jerónimos, el edificio fue inaugurado en 1894, cuando la Real Academia Española (RAE) tenía ya 181 años de existencia.
 Pero la primera sede la institución fue la propia casa de su fundador, Juan Manuel Fernández Pacheco, que, entre otros títulos nobiliarios, era marqués de Villena y fue quien en la segunda mitad del siglo XVII le dio vueltas a una idea: si Francia e Italia contaban con un grupo de sabios que velaban por la integridad de sus lenguas, ¿a qué esperaba España para tener una corporación similar?
La RAE celebró su primera cesión el 3 de agosto 1713, con el propósito de “fijar las voces y los vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad, elegancia y pureza”. Y poco más de un año después, el 3 de octubre de 1714, el rey Felipe V la colocó bajo su “amparo y real protección”. Su misión principal –la misma de ahora– fue elaborar un diccionario.
 El primero de sus seis tomos se publicó en 1726 y se llamó Diccionario de autoridades, porque las definiciones de las palabras citaban ejemplos extraídos de las obras de grandes escritores.
 Pronto, las nacientes repúblicas latinoamericanas establecieron academias correspondientes a la española y, con ello, la lengua se consolidó como la “patria común” del mundo hispano.
José Manuel Blecua es, desde hace más de dos años, el director número 29 de la RAE. Su amplio y silencioso despacho –en uno de los costados de la casa– lo preside el retrato de su maestro y colega Rafael Lapesa (1908-2001), filólogo e historiador valenciano. Sentado en un sofá de piel, Blecua no tiene ningún reparo en reconocer que, a lo largo de su historia, la Academia “ha tenido épocas en las que ha descuidado sus obras
. Por ejemplo, pasaron cincuenta años sin actualizar la Gramática.
 La más reciente también tardó mucho, desde 1973 que salió el esbozo, hasta 2009 que se publicó.
 Falta que todas las obras estén armonizadas, que el Diccionario, la Ortografía y la Gramática vayan de la mano”.
No es ningún secreto –tampoco– que el Diccionario ha sido siempre una fuente de controversia: ¿el español peninsular está por encima del empleado en el resto de los países hispanohablantes? ¿Por qué incluye esta palabra y no aquella? ¿Por qué se le define de una manera y no de otra? ¿No debería ser más “políticamente correcto”?
 “Con frecuencia se solicita, y a veces de manera apremiante, que sean borrados del Diccio­­nario términos o acepciones que resultan hirientes para la sensibilidad social de nuestro tiempo.
La Academia ha procurado eliminar, en efecto, referencias inoportunas a raza y sexo, pero sin ocultar arbitrariamente los usos reales de la lengua”, aclara la institución en el preámbulo de la obra.
Villanueva: “No soy profeta, pero no creo que la nueva edición del diccionario sea la última en papel”
Blecua –filólogo zaragozano de 1939, experto en fonética y fonología– sostiene que la relación con el otro lado del Atlántico es cada vez más estrecha.
“Tenemos proyectos conjuntos que funcionan bien, como la actualización del Diccionario de americanismos”. Pero esa colaboración, dice, se consolidó con la realización del Congreso Internacional de la Lengua Española.
 “El número cero fue en Sevilla, en el marco de la Expo 92. Ahí decidimos montar el primero en México. Fue en 1997, en la ciudad de Zacatecas.
 Este año haremos el sexto, en Panamá. El objetivo principal de estos eventos es dar seguridad a los hablantes
. Que se den cuenta de que su lengua es muy importante, que hay más de mil medios de comunicación que la están utilizando todos los días, que los escritores y los políticos se reúnen para reflexionar y discutir en una dimensión americana. Porque el español sin América no es nada”.
Fue en aquel congreso de Zacatecas cuando el escritor Gabriel García Márquez se atrevió a proponer –en un encendido discurso– que la ortografía debería “jubilarse.”
Tres años después de este exhorto, la Academia llevó a cabo una reforma ortográfica. Y una más en 2010: la i griega, desde entonces, es también la ye; solo y guion ya no llevan tilde… “Siempre ha habido cambios, pero es verdad que esta última ha tenido mucha resonancia.
 Esperemos que poco a poco se reacomode todo y que, sobre todo, no afecte a la educación. Porque la ortografía tiene una función muy importante en la tarea docente”, señala José Manuel Blecua. Pero, ¿el director ya se acostumbró a estos cambios? “
El director nunca le confesará cómo escribe”, responde con media sonrisa.
Un grupo de académicos deptarte en la Sala de Pastas de la RAE. / Ana Nance

Suelen ser hombres. Suelen ser mayores. Pulcros. De buenas maneras. Ocupan su plaza hasta el día de su muerte. Proceden de las artes y las ciencias.
 Hablan con la voz suave de los sabios. Con puntos y comas. Con subordinadas. Con pedagogía minuciosa. A veces deletrean
. Caminan serenos. Rodeados por el halo de la virtud llegan, cuando llega la tarde, dispuestos a insertarse en el íntimo engranaje de La Casa de las Palabras.
En 15 años, el departamento 'Español al día' ha recibido más de 600.000 consultas
Además de participar en la sesión plenaria de los jueves, los 46 académicos trabajan distribuidos en 14 comisiones en donde elaboran propuestas que luego estudian y aprueban entre todos
. Para ser elegidos, primero es necesario que muera alguno.
 Entonces, grupos de tres académicos proponen a alguien, se valoran los méritos de los candidatos y –en una votación interna y secreta– se elige al ganador, cuyo nombre se hace público de inmediato.
 El “académico electo” pasará a ser “académico de número” y a ocupar el sillón con la letra del alfabeto que le corresponda –mayúscula o minúscula– el día que –vestido de etiqueta– lea su discurso de ingreso en el salón de actos de la Casa –ante los dioses de la poesía y la elocuencia– y el director le imponga una medalla con el escudo de la Academia.
 Después le asignarán un perchero –con su nombre– en la entrada del salón de plenos, cuya posición irá cambiando conforme mueran sus compañeros.
En 300 años de historia han desfilado por los sillones del pleno filólogos, escritores, lingüistas, historiadores, filósofos, psicólogos, arquitectos, abogados, médicos, químicos y economistas.
 Fue en 1978 cuando se eligió por primera vez a una mujer como académica: la escritora Carmen Conde (1907-1996). Hoy hay seis, pero a una de ellas –Carme Riera– le falta pronunciar su discurso de ingreso.
Estas damas y caballeros del buen decir acuden –con sus ojos mínimos, con sus gafas de aumento– a la biblioteca de la Casa para consultar algunos de sus 250.000 volúmenes.
 Rosa Arbolí es la bibliotecaria –desde hace una década– y cuenta que “los académicos suelen revisar los fondos de filología y de crítica literaria.
 Piden obras literarias antiguas o que han extraviado en sus bibliotecas, que a veces tienen, pero no saben dónde”. En la denominada biblioteca de Académicos –35.000 libros– conservan los seis tomos del primer Diccionario –dedicado al Rey Felipe V, “que Dios guarde”– publicado por la RAE.
 Encuadernados en tono marrón, sus cientos de páginas de papel italiano “se conservan estupendamente”.
Unos metros más allá, los cuatro tomos de El Quijote compuestos por el impresor Joaquín Ibarra en 1780 conviven con los 21 volúmenes de la Enciclopedia francesa de 1752
. Hay, además, más de 2.000 manuscritos de autores como Félix López de Vega o Pablo Neruda. En la biblioteca Antonio Rodríguez Moñino está la colección de estampas y dibujos privada más importante que existe en España, entre ellos el Libro de suerte, en el que se echaba el dado para predecir el futuro, prohibido por la Inquisición.
 “En la biblioteca Dámaso Alonso está toda la correspondencia de este escritor con los poetas de la Generación del 27 y los exiliados republicanos”, comenta con orgullo Rosa Arbolí.

Palabras llegan y llegan nuevas acepciones. Se transforman.
 Como si su vida fuera mágica.
 Dice Darío Villanueva –secretario de la RAE– que los académicos revisan constantemente el Diccionario y desde 2001 lo han actualizado cinco veces en la Red. “Porque, a veces, el significado de una palabra ya no corresponde al contexto actual.
 Si percibimos que una palabra no está, esperamos un periodo de al menos cinco años para evitar que entre alguna que haya obedecido a una moda”, señala.
 Además de la exposición La lengua y la palabra, que se abrirá al público el próximo otoño en la Biblioteca Nacional, y de la digitalización de todas las actas de sus sesiones, la Academia celebrará sus 300 años de existencia con la publicación –en 2014– de la nueva edición en papel del Diccionario.
En sus páginas podremos encontrar términos como tableta, tuit, sms, prima de riesgo, deuda soberana, empatizar, gayumbos, portamisiles, sushi, chat, friki y red social.
 “Estamos preparando un simposio sobre los diccionarios en la era digital porque ahora es muy lógico pensar cuál es el futuro del Diccionario como libro
. Hoy podemos hacer un diccionario hipertextual con varias conexiones
. No soy profeta, pero no creo que esta nueva edición sea la última en papel.Aunque es verdad que partir de esta edición se va a potenciar el uso de la versión digital”, detalla Villanueva.
Ante la irrupción de las nuevas tecnologías y su particular forma de usar la lengua, ¿se alterará su escritura? El director José Manuel Blecua opina que hoy sucede lo mismo que cuando apareció el telégrafo.
 “Se pensaba que el telégrafo iba a modificar la sintaxis.
Pero la sintaxis del telegrama no modificó la sintaxis de la lengua
. Fue un temor totalmente infundado. Y hoy está pasando lo mismo con la escritura en las redes sociales”.
El presupuesto de La Casa de las Palabras –que “limpia, fija y da esplendor”–, explica su director, “tiene tres orígenes: el estatal, del Ministerio de Educación, que en estos momentos es de 1,9 millones de euros. Otra parte procede de los derechos de las obras de la Academia. Y una más procede de los patrocinios de empresas. Tenemos la Fundación Pro-RAE, con personas de la sociedad civil que nos dan 100 euros al año. Hay empresarios que dan más… Son tiempos difíciles. Tenemos unos gastos de 7,6 millones de euros al año”.
Mientras Blecua enseña la sala de Pastas, donde los académicos departen relajados durante alguno de sus descansos, mira los retratos de los directores que la Academia ha tenido a lo largo del siglo XX y enumera los retos que se vislumbran en la institución.
 “Son de naturaleza muy distinta. De funcionamiento general, de que la Academia colabore con empresas en tareas precisas. También queremos publicar, para 2015, un microdiccionario al estilo del Oxford, con unos 22.000 lemas. Que sea el diccionario básico, por ejemplo, para un estudiante de español como lengua extranjera. Está el reto de la plataforma de Internet para el conjunto de nuestras obras. Y lo más importante: la reestructuración de la formación para enfrentarnos a lo nuevo: tecnicismos, léxico científico, extranjerismos… un mundo donde la renovación léxica es constante”.