Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

6 feb 2013

Una ventana indiscreta en cada bolsillo

El ser humano, en tanto que social, se interesa por la vida de los otros

Alarma por el uso de aplicaciones de chismorreos entre adolescentes

El impacto emocional fascina en las redes sociales

  • Las aplicaciones de cotilleo disparan las denuncias por ciberacoso 
  • Jóvenes estudiantes de instituto conectados a las redes sociales. / Consuelo Bautista (EL PAÍS)

    “Nos hemos convertido en una raza de mirones.
     Lo que deberíamos hacer es mirar para dentro”, soltaba Thelma Ritter a James Stewart en La ventana indiscreta, una película donde Alfred Hitchcock plasmaba magistralmente la atracción por la vida de los otros.
     La curiosidad y el cotilleo son algo inherente al ser humano y en muchos casos puede resultar inocuo, pero también tiene sus riesgos si lleva a humillar a otras personas, sea conscientemente o no
    . Un extremo que preocupa especialmente cuando los protagonistas son menores.
    Estos últimos días se han disparado las alarmas en centros educativos catalanes, a raíz de la aparición en las redes sociales de dos nuevas herramientas de cotilleo —las páginas informer y la aplicación para móviles Gossip—, que han llevado al límite el simple chismorreo.
    Se han extendido rápidamente entre institutos y universidades catalanas, convirtiéndose en una potencial arma que puede disparar los casos por ciberacoso.
     Los Mossos d’Esquadra han recibido, en las últimas tres semanas, seis denuncias por insultos y vejaciones relacionadas con estas aplicaciones.
    “Desde el primer día sabíamos que la aplicación tendría éxito porque a la gente le gusta hablar del otro”, reconoce Ignacio Espada, de la empresa barcelonesa Crows & Dogs, creadora de Gossip (cotilleo, en inglés).
     La aplicación se lanzó el pasado 10 diciembre y desde entonces ya sobrepasa los 32.000 usuarios. La aplicación se organiza basándose en salas temáticas de todo tipo de ámbitos, desde un barrio a un programa de televisión, pero las alertas han saltado por la especial expansión que ha tenido el programa entre los institutos, ya que con un nombre falso o un perfil anónimo los menores pueden hacer comentarios libremente sobre sus compañeros de clase.
     Eso sí, con cierto límite, ya que el programa tiene un filtro de palabras prohibidas.
    Las páginas informer también se están reproduciendo como setas entre los estudiantes. La primera nació en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) el 15 de enero y ya tiene 13.000 seguidores. Actualmente, muchos campus españoles y el 20% de los institutos catalanes tienen su informer. Karina Sassi, estudiante de Derecho de la UAB y creadora, junto a tres amigas, de la de este campus defiende que estas páginas sirven también como medio de expresión para personas tímidas.
    “El anonimato permite liberarte”, dice. De hecho, Sassi explica que esta fue la semilla que sirvió para crear la página.
    “Estábamos en la biblioteca y a una amiga le gustaba un chico. Entonces empezamos a pensar cómo podríamos contar este tipo de cosas sin tapujos. Y decidimos abrir una página en Facebook”, comenta.
    La estudiante asegura que en su informer predominan los mensajes de amor, también de sexo. “¡Estamos en la universidad!”, apostilla, pero también información de becas o de trámites.
     Las creadoras de la página han tenido que afanarse mucho para revisar todos los comentarios de los usuarios antes de publicarlos. Así quieren evitar correr la suerte que han corrido otros informers, que han sido cerrados por los Mossos pocos días después de ser creados por el bajo tono de los comentarios.
    ¿Cómo se explica el éxito de estas aplicaciones? La respuesta está en un comportamiento tan antiguo como el ser humano: la curiosidad y el cotilleo.
     “Somos seres sociales y es lógico que nos interese cómo viven la vida los demás. En algunos casos es preocupación, en otros, información”, explica Juan Carlos Revilla, profesor de Psicología Social de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). “Somos cotillas porque nuestra identidad como personas está conectada a nuestra red social.
     Y estas se construyen compartiendo emociones. Si te pasa algo impactante, una gran alegría o un disgusto, tenemos una tendencia natural a explicarlo. A ello hay que sumar fascinación por hablar de sentimientos.
     Cuanto más impacto emocional, más éxito tiene en crear una fascinación por quien escucha”, abunda Guillem Feixas, catedrático de la Facultad de Psicología de la Universidad de Barcelona (UB).
    Pero el cotilleo también ejerce una función de autocontrol. “La transmisión de lo que hace la gente, hace una función de control social, de reprobación de malas conductas.
    Como sabemos que pueden contar cosas negativas sobre nosotros, somos más precavidos en nuestra conducta y así evitamos poner en entredicho nuestro buen nombre”, tercia Revilla.
    El hábito de cotillear ha existido siempre, pero se ha ido adaptando a los tiempos y a las nuevas tecnologías.
     Si hace no muchos años los chismorreos no salían de los pequeños círculos familiares o de los pueblos, el fenómeno se magnificó con la televisión e Internet.
    “Desde Gran Hermano, queremos saber todo de todos y todos nos convertimos en un Gran Hermano.
     Con las redes sociales esto va a más. Puedes quedar a cenar con una amiga y al cabo de cinco minutos lo sabe todo el mundo
    . Todo es un Gran Hermano”, comenta la periodista Rosa Villacastín.
    En las escuelas el cotilleo sobre compañeros y profesores también es antiguo, aunque cambian los soportes.
    “La antigua pintada en la pared de los servicios se convierte en un post en Facebook. El acto es el mismo, pero el daño es potencialmente mucho mayor”, reflexiona Leonardo Cervera, especialista en menores e Internet.
     “Antes, los alumnos se escribían papelitos y se los pasaban en clase.
     Ahora queda publicado en un lugar público
    . La crueldad es la misma, no ha cambiado con el tiempo, pero ahora se pone más en evidencia y los niños están más expuestos”, añade Anabel Ponce, profesora en el instituto Torre del Palau de Terrassa (Barcelona).
    “Sabía que Gossip triunfaría. A la gente le gusta cotillear”, afirma su creador
    En este centro se creó un informer, pero apenas duró 24 horas.
     Los comentarios saltaron enseguida al terreno de las humillaciones y su director lo denunció a los Mossos. “Las cosas escritas en la página se podían haber dicho de otra forma y tenía que haber habido más control”, reconoce Noelia Ortiz, estudiante de cuarto de ESO.
    Noelia y otros compañeros censuran los insultos, pero reconocen que seguían el informer porque leer comentarios sobre profesores “da morbo”. “Es pura curiosidad y ver si los demás piensan lo mismo que tú de los profesores”, comenta Amira Ayouch, de segundo de ESO.
     “También lo miras para ver si hablan de ti”, añade Toni López, que está en primero de Bachillerato.
    Pero ¿el cotilleo es malo? El creador de Gossip lo tiene claro.
     “Los cotilleos no son malos, lo malo es el uso que se les da y los comentarios que hace la gente para hacer daño a otros”. Todos los expertos consultados rechazan que las habladurías lleven asociada una connotación negativa y apuntan que la clave está en la intención de la persona que lanza el chismorreo.
    Trazar la frontera entre el cotilleo inocente y el ofensivo no es fácil. Hay un mínimo común compartido por todos los expertos que Leonardo Cervera llama la regla de la abuelita.
     “Yo pido a los chavales que antes de publicar cualquier cosa en Internet se pregunten si creen que su abuela aprobaría lo que piensan publicar en la Red. Si la respuesta es negativa, lo más seguro es que no deberían hacerlo”, explica el escritor desde Bruselas.
     Pero no todas las personas tienen el mismo grado de tolerancia ante según qué comentarios.
     “Es difícil poner la frontera, no todos aceptan un comentario igual, pero también depende de cómo te lo digan y quién te lo diga”, apunta el profesor Revilla.
    El mundo del chismorreo también tiene sus reglas, no todo vale. “El cotilleo es un arma de doble filo, hay que hacerlo con cuidado y no se puede decir cualquier cosa. Si de forma sistemática se difunden bulos o se hacen comentarios denigrantes, también queda en entredicho el autor del cotilleo”, aclara el profesor de la UCM.
     Pero estas reglas no escritas saltan por los aires cuando se trata de comentarios amparados por la capa del anonimato.
    “Es un problema porque entonces se puede decir cualquier cosa con impunidad”, añade.
    Precisamente, el bulo y el anonimato son aliados peligrosos que en herramientas como Gossip y los informers se pueden combinar creando una fórmula explosiva especialmente dañina para los jóvenes. A pesar de esto, Ignacio Espada defiende que en toda la polémica creada estos días alrededor de su programa lo que no se debe hacer es matar al mensajero. “Nosotros hemos fabricado el papel, tú eres responsable si escribes una carta de amor o amenaza de muerte”, contesta.
    ¿Es posible proteger a los menores de los cotilleos y las vejaciones?
     Todos los expertos coinciden en apuntar que esto es una misión imposible porque los chismorreos siempre han existido y siempre existirán
    . El problema es que lo que antes era un fenómeno localizado (como las pintadas en los lavabos), ha pasado a compartirse a través de Internet y a ser visible para todos, con lo que la humillación es mucho mayor.
     Por este motivo, los entendidos apuntan que hace falta incidir en dos aspectos esenciales: evitar que estos comentarios se lleguen a producir y, en el caso de que se produzcan, dotar a los jóvenes de armas y recursos para minimizar su impacto psicológico.
    “Si tienes una gran alegría o un disgusto, necesitas explicarlo”, dice un experto
    Para controlar los cotilleos, algunas voces apuntan que se debería retrasar el máximo tiempo posible el hecho de que los adolescentes lleven en el bolsillo móviles con conexión a Internet. “¿Por qué los padres regalan a los hijos un smartphone? Para que no moleste
    . Es como cuando pedían unas deportivas
    . Los padres quieren que su hijo sea su vivo reflejo, así que no puede parecer pobre.
     Por eso le compran cosas caras.
     Pero unas Nike no tienen el mismo peligro que un teléfono”, razona Espada.
    Otras voces, en cambio, consideran que prohibir no es la solución, y menos cuando se trata de herramientas tecnológicas.
    Es preferible enseñarles a usarlas bien. “Como no se trata de parar un avance tecnológico (que por otra parte es imparable), lo que hay que hacer es informar y concienciar, sobre todo a los más jóvenes, sobre las consecuencias de sus actos en Internet.
    Y en esto tienen idéntica responsabilidad las Administraciones públicas como las familias.
    Hay que pedirles que extremen el cuidado, como cuando les pedimos que miren a ambos lados al cruzar la calle o se pongan el casco cuando van en moto”, asegura Cervera. Juan Carlos Revilla también se muestra partidario de que los adolescentes tengan móvil, aunque reconoce que el control paterno a veces tiene sus dificultades. “La tecnología va muy rápida y los padres tardan en conocer la existencia de estos programas”.
    También es conveniente el refuerzo psicológico.
     “Hay que educar a los niños que en el fondo las palabras se las lleva el viento y que aunque quede publicado, tiene una vida efímera”, apuesta el cocreador de Gossip.
    Que las familias controlen las actividades de sus hijos es importante, especialmente porque cuando se hace uso de estas aplicaciones es mayoritariamente fuera de la escuela. Pero esto no es suficiente, señalan los expertos. 
  • “Cuando los chicos llegan a casa y ponen la televisión, ¿qué se encuentran?
  •  Programas de cotilleo. Es el modelo que tenemos”, incide Juan Alberto Estallo, psicólogo del Parc Salut Mar y experto en psicopatología de la tecnología. Guillem Feixas también reclama a los padres responsabilidad en su conducta y pone un símil cristalino: “¿Cómo hacemos que los niños lean libros si los padres no leen ni tienen ningún libro en casa?”

Hablar solo, maldecir, ser un poeta…

Aparece en Lumen una amplia selección de la poesía de Hölderlin

En una nueva versión al castellano de Eduardo Gil Bera con prólogo de Félix de Azúa, un declarado seguidor admirado del gran poeta alemán.

 

'La cólera de Aquiles' (1847), de François-Léon Benouville

Hölderlin, sin ser propiamente un romántico, fue todo lo desgraciado que se espera de un poeta romántico de pro. Su obra abarca 10 escasos años de su azarosa vida (en medio del muy idealizado y hasta sereno neoclasicismo), que tiene mucho de errante, por dentro y por fuera.
 Son legendarias sus amistades de juventud (compartió albergue con Hegel y Schelling) y su gran amor, también desdichado, por Susette Gontard, una mujer casada. La Diotima de los poemas de Hölderlin es siempre su Susette, a quien también dedicó el Hiperión
. Ella y el ardoroso Friedrich fueron sorprendidos más de una vez por Jacob Gontard (el marido), con lo que el bardo perdió su empleo y debió salir por piernas.
 Su sensibilidad encontró asidero en la tradición grecolatina, donde buscó reflejos, temas y símiles.
 Ahora se edita Poemas (Lumen).
Hay varias y buenas biografías de Hölderlin (1770-1843), pero ninguna consuela, sino muy al contrario, cada detalle que se añade hace el paisaje más agrio.
 Los testimonios coinciden en que se perdía vagando sin rumbo y que las manifestaciones de la esquizofrenia se hicieron cada vez más dramáticas.
 De hecho, en su poesía hay algo, por encima de la forma, de río incontenible, de exaltación, de aliento enardecido por un fuego mortal y propio, y puede ser quizás que ese meollo, esa substancia ya trufada por la locura, vaya abriéndose paso desde el éxtasis a la sinrazón.
Cuando sus amigos ya no pueden con él, es especialmente su fiel Isaac von Sinclair quien lo interna en una clínica para enfermos mentales en Tubinga. Esto empeoró las cosas, al menos en la atribulada cabeza del poeta. El terapeuta de aquel centro era el médico Ferdinand Autenrieth, cuya verdadera especialidad era la medicina forense. Hölderlin fue encerrado en solitario dentro de una de aquellas habitaciones. Había “15 camas y 12 cuartos”. Salió y entró de la vetusta y fría casa varias veces, pero ya nunca más dejó de hablar solo, de responder airadamente a su fantasma.
De hecho, en su magistral obra lírica (que Félix de Azúa distingue con acierto en su prólogo como “gran poesía”, como la de Shakespeare y Rimbaud) hay un lamento sordo a la nada. Azúa titula su prólogo “¿De qué hablan los poetas?” e hila de manera fina y exquisita al juzgar la traducción de Gil Bera como “música de cámara”.
No todo el mundo ha tenido la ilustrada suerte de Félix de Azúa, cuyo primer “tropiezo” con la lírica fue precisamente Hölderlin.
 AQUILES
Espléndido hijo de los dioses, cuando privado de tu amada
fuiste a la orilla del mar y le lloraste al oleaje,
quejoso ansiaba ir tu corazón al abismo bendito,
al silencio, lejos del ruido de los barcos,
lejos y hondo bajo las olas, donde mora en gruta gozosa
la bella Tetis, la que te protegía, la diosa del mar.
Ella, poderosa diosa que tiernamente amamantó
al niño en la costa rocosa de su isla, era la madre
del joven y lo crió para héroe,
con la canción bravía de las olas y el baño vigorizante.
Y la madre acogió la queja del joven,
afligida ascendió del fondo del mar como una nubecilla,
aplacó con tiernas caricias los dolores de su querido,
y este oyó cómo ella cariñosa prometía ayudarle.
¡Vástago divino! Si yo fuera como tú, podría confiar
a uno de los celestiales la queja por mi secreto padecer.
Pero no veré tal cosa, y habré de soportar la afrenta como si
no fuera nada para aquella que me recuerda entre lágrimas.
pero, dioses benévolos, vosotros escucháis cada súplica humana,
y yo, oh bendita luz, te amo profunda y devotamente,
desde que vivo, y a ti tierra, y a tus fuentes y bosques,
y a ti padre éter, a quien mi corazón añora con deseo puro,
aplacad, oh benévolos, mi sufrimiento,
para que mi alma no enmudezca, ay, demasiado pronto,
para que viva y os dé gracias, sumas potencias celestiales,
con un canto piadoso en el día que huye,
gracias por el bien pasado, por la alegría de la juventud ida,
y acoged benignos al solitario.
* POEMAS. Friedrich Hölderlin (Edición bilingüe). Traducción: Eduardo Gil Bera. Prólogo de Félix de Azúa. Lumen, Barcelona, 2012. 16,90 euros

Periodismo y novela negra, las siete diferencias Por: Berna González Harbour | 06 de febrero de 2013

Periodismo y novela negra, las siete diferencias

Por: | 06 de febrero de 2013

El acto de ayer en BCNegra. FOTO: G. BATTISTA
¿Doble personalidad? Me lo planteo al leer ambas palabras, el título de la mesa a la que estoy invitada a participar junto a otros periodistas en la Semana Negra de Barcelona. "Periodistas de día, novelistas de noche". ¿Es posible? ¿Hay una barrera? Después de darle unas vueltas, llego a la conclusión de que dos personalidades son pocas, ¡se necesitan muchas más! Y cada una de ellas exige tal dedicación, tal disfraz y tales giros a la altura del psicópata más elaborado, más sanguinario y de aspecto más inocente que hayamos conocido jamás.
Ahora en serio. Veamos primero cuáles son las fronteras entre realidad y ficción.
Me quiero fijar en un crimen que contamos en marzo en EL PAÍS y otros medios: Bajo el puente de la Victoria, en el punto en el que el río Manzanares fluye cerca de la iglesia de San Antonio de la Florida de Madrid, la policía encontró huesos humanos.
 Un miembro de Los Tigres de Arkan (un grupo acusado de asesinar al primer ministro serbio Djindjic) había sido descuartizado.
 Sus asesinos le mataron a martillazos, le descuartizaron con una sierra, le despellejaron y jugaron con los restos
. También se merendaron algunas partes como la próstata. “Este miembro, junto con el órgano sexual, es lo primero que se come”, dejaron escrito.
 Pasaron todo por una picadora, que se rompió, y compraron otra. “Todo el piso se llenó de sangre y grasa”. Tardaron cuatro o cinco días. Y el resto lo tiraron al río.
 Al grupo se le atribuyen más de 20 asesinatos, atracos, y delitos de tráfico de cocaína. La disputa por una mujer entre el líder de la banda, Luka Bojovic, y la víctima, Milan Jurisic, fue la causa
. Se hallaron cien fragmentos de huesos y la manivela que usaron para triturar el cuerpo.
Veamos otro: José Bretón, el hombre que supuestamente quemó durante tres horas a sus dos hijos tras elevar la potencia de su horno con una mesa de forja para que se acelerara la acción del fuego y la eliminación de los restos
. Si lo escribiéramos en una novela, nadie lo creería.
Por no hablar de la corrupción, de la pobreza, de la generación perdida de los ninis o del declive de un país que creíamos más fuerte.
Es decir: La realidad no solo supera la ficción, como sabemos todos
. Es que en general es tan espantosa y el periodismo tan arduo y tan exigente que a veces los periodistas también nos tenemos que refugiar en la ficción para huir de ella, de la realidad.
 Por mucho que en nuestras novelas también haya heridas, cicatrices, maldades. Son siempre maldades, digamos, más entrañables.
Aquí estamos periodistas que escribimos novelas.
 Trabajamos con las mismas materias primas, que son la palabra y la realidad, pero con unos cánones distintos y una herramienta diferente que nos permite toda la creatividad, la libertad, la imaginación. Es un verdadero sueño para los que escribimos con el rigor que requiere el periodismo.
Las siete diferencias, como en los pasatiempos, son éstas:
1)   Título resumen o un resumen posible solo al final. La diferencia más clara a primera vista es: en periodismo tengo que vender primero el título, luego la entradilla o resumen y después todo lo demás.
 Nadie triunfaría con un artículo o reportaje en el que no estuviera claro de entrada qué vamos a contar. “Grupo mafioso serbio descuartizó y devoró a uno de sus miembros”.
 En la novela es todo lo contrario.
 El título como resumen de los hechos nunca sería posible antes de la última línea.
 La intriga te ha de arrastrar hasta allí.
 Y ese es el gran cambio, el primero, el más visible que nos encontramos.
Y la palabra mágica que sirve para que esto sea posible, para alimentar una lectura que te lleve hasta el final, es la atmósfera.
2)    Verdad frente a verosimilitud. Si en periodismo lo necesario es el rigor de cada dato, de cada número, lugar, cita, cargo, fuente, etcétera, en la novela solo funciona la verosimilitud.
En el primero importa la realidad. En el segundo, la credibilidad.
3)    Hechos frente al estilo. Después está todo lo demás
. De pronto, la exigencia es otra: Si en el periodismo el estilo es importante, pero está implacablemente sometido a la descripción de los hechos, en novela los hechos deben estar plegados, sometidos a los mecanismo de la intriga y, en suma, a la narración.
4)    Linealidad frente a la maleabilidad de la trama, En la noticia informativa la construcción suele ser lineal, directa. En la novela hablamos de la construcción de un puzle con trampas, callejones sin salida, subtramas, de un árbol muy enramado que finalmente debe encajar, cuadrar sin cabos sueltos.
5)    Aspereza frente a sensibilidad. El periodismo impone un tono áspero, exigente y crudo porque te la juegas en el día a día. En literatura todo es más lento, más tranquilo, más sensible.
 Los proyectos son a largo plazo y te permiten respirar. Esa doble velocidad es un placer.
6)    Lo anómalo frente a lo cotidiano. Periodismo y novela dibujan un retrato social. Ambos universos fotografían la realidad que nos rodea.
 El primero con ánimo de constatar lo que no funciona, lo anómalo, lo que hay que denunciar.
 En la novela, que puede englobar todo lo anterior, creo que prima o lo consigue mejor quien mejor ha logrado el máximo parecido a la realidad reconocible y cotidiana de los lectores.
7)    Sufrir o disfrutar. Gracias al periodismo conocemos realidades crudas, en general sin disfrutar. Gracias a la novela disfrutamos de esas realidades aunque sean crudas.
Dicho todo esto, rindo homenaje al periodismo, que me ha dado la disciplina, la costumbre de escribir, el entrenamiento y el acceso rápido a los recursos informativos.
Y rindo homenaje a la novela, que me ha permitido, a partir de esa misma materia prima (la palabra y la realidad) dar otra vida a la imaginación.
Y sigo dando vueltas al título (Doble personalidad) y me vuelvo a preguntar: ¿No son pocas, dos personalidades, en realidad?

Carmen, el presidente y el Rey.....

El escritor Manuel Vicent juega de nuevo con la historia y la ficción en 'El azar de la mujer rubia'.

 

Carmen Díez de Rivera, en una imagen de 1997. / ricardo gutiérrez

Seguramente a Manuel Vicent (Villavieja, Castellón, 1936) no se le pasaba por la cabeza que aquella mujer rubia, que mezclaba la timidez con la soberbia y que se dejaba caer por la tribuna de prensa del Congreso en ocasiones, acabaría protagonizando una de sus novelas.
De Carmen Díez de Rivera se dijo de todo: musa de la Transición, amante real, agente marxista, espía, masona… Era lista, moderna y guapa, trilogía imperdonable en sociedades de alma enrarecida como era la española recién muerto el dictador y vivo el espíritu de la dictadura.
Con lo que Díez de Rivera vivió a los 17 años bastaba para una tragedia griega o un culebrón venezolano
. A esa edad descubrió que el hombre con el que iba a casarse era su hermano
. Hasta los 17, Carmen ignoró que era hija de Ramón Serrano Suñer, cuñadísimo de Franco, antaño todopoderoso ministro y amigo de algunos placeres no bendecidos por la Iglesia como las relaciones extraconyugales
. Serrano mantuvo una de ellas con la marquesa de Llanzol, casada con un aristócrata acaso demasiado bonachón y viejo para la mujer más sofisticada de Madrid.
De aquella pasión nació Carmen, que creció sin saber que el tío Ramón era en verdad su padre y que el novio Ramón era en realidad su hermano.
Después siguió acumulando experiencias, unas radicales y otras sencillamente históricas. Se fue de misionera a África, se comprometió con la democracia mucho antes de que creyesen en ella los elegidos para pilotarla, se hizo amiga de los príncipes, mano derecha de Suárez y finalmente eurodiputada del PSOE.
 Hasta aquí la biografía. Pero Manuel Vicent no ha escrito una biografía. “He creado un juego literario entre la realidad y la ficción cuyas reglas, no me cabe duda, serán comprendidas y aceptadas por cualquier lector agudo”, escribe en una nota que se puede leer al final de la novela.
En El azar de la mujer rubia (Alfaguara), Vicent pone en pie una quimera (mitad literatura, mitad historia) sobre la que también armó su anterior novela, Aguirre, el magnífico, que suscitó grandes carcajadas y el cabreo mitológico de la duquesa de Alba.
 “Cuando se enfadaba se vendían como churros”, bromea. “Este”, añade en referencia al actual, “está pasado por la censura jurídica.
 No creo que haya nada querellable. Casi me da vergüenza”.
El libro arranca en aquellos días en los que, pasara lo que pasara a continuación, estaba garantizado que mejoraría el presente. El novelista reivindica el papel de los políticos de entonces:
 “Dieron lo mejor que tenían para sacar esta empresa adelante. Lo que sucede ahora es justo lo contrario: los partidos se han convertido en estancias cerradas con un aire irrespirable.
 Cada partido da lo peor que tiene de sí”.
En puridad El azar de la mujer rubia germinó sobre una imagen posterior: Suárez y el Rey, de espaldas mientras caminan por un jardín, el brazo real sobre los hombros del presidente.
 Aquella foto sacudió al escritor: “Me imaginé qué podía imaginar Suárez de sí mismo. La nebulosa de Suárez era una metáfora exacta de la realidad, recordar es siempre desfigurar e imaginar. Si una memoria nebulosa la aplicas a la literatura, se convierte en una materia literaria”.
Aferrado a la niebla, Vicent reconstruye con ingredientes literarios episodios históricos que fueron hitos sublimes o ridículos de los años de democracia: el funeral de Franco, la legalización del PCE, el golpe de estado de Tejero, la guerra sucia contra ETA durante el Gobierno socialista, la boda de Ana Aznar en El Escorial, la foto de las Azores o la caída de Lehman Brothers y el principio del fin que no tiene fin.
De la desmemoria que se ha adueñado del hombre que, sin haber sido preparado para ello (“Adolfo Suárez no había leído un libro”, se lee en la obra), empeñó su energía y su honor en enterrar la dictadura, emergen personajes y acontecimientos.
Ficticios o no. “La función de la literatura es que sea verosímil”, defiende el autor de Tranvía a la Malvarrosa. Dirá más: “Por falta de talento o fuelle o ganas, no puedo escribir nada que no haya imaginado, vivido o tocado de cerca, pero no se trata solo de contar tu batallita, ese algo vivido se transforma en una experiencia que le atañe a más gente”.
En este juego literario, Carmen Díez de Rivera es uno de los vértices de un triángulo que completan el Rey y Adolfo Suárez.
 La historia ya tiene en su pedestal a los dos hombres, pilares de la Transición, pero Carmen, fallecida en 1999, es un jirón desvaído del pasado, que el escritor rescató en el último segundo antes de que desapareciera para siempre.
Una vez Santiago Carrillo habló de Carmen diaz de Rivera y dijo que no habían sido justos los comentarios sobre sus relaciones de Suárez y del Rey.....