Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

10 ene 2013

Para colgarse al pecho todo el museo


Joya de Picasso.

Cuenta Diane Venet que su afición a coleccionar joyas de artista comenzó con el sencillísimo anillo de compromiso que le fabricó su marido, el escultor Bernar Venet, atando alrededor de su dedo una varilla de plata. Por su lado, Clo Fleiss, mujer del marchante parisiense Marcel Fleiss —Galerie 1900-2000—, debe también al estrecho trato con los artistas su afición a coleccionar joyas diseñadas por algunos de los grandes nombres del arte. La segunda posee cerca de medio millar de piezas, la primera 130. Colecciones que constituyen un maravilloso museo en miniatura que les permite ir luciendo sobre el cuerpo obras que poseen siempre el sello de identidad de su creador. Picasso, Calder, Braque, Cocteau, Fontana, Julio González, Giacometti, Man Ray, Lichtenstein, Kounellis y Niki de Saint-Phalle, pero también Cindy Sherman, Keith Haring, Damien Hirst, Barceló y Cildo Meireles. Dos exposiciones, una en el IVAM (Valencia, hasta el 24 de febrero) y otra en París (Galerie du Crédit Municipal, hasta finales de enero) ofrecen una amplia muestra de esa deslumbrante obsesión.
Chus Bures, el diseñador de joyas español más internacional, lleva trabajando con artistas más de 30 años
De Picasso a Jeff Koons. El artista como joyero es el título que lleva la de Diane Venet. Hay un brazalete de plata de Damien Hirst lleno de dijes que son pastillas y cápsulas, y un broche de Stella que es como si una de sus esculturas brotara desde el pecho de la portadora. En Bijoux d'Artistes. Une collection, se llega más lejos y sorprenden los recursos expresivos de Calder (uno de los más aficionados al diseño de joyas), Meret Oppenheim (un brazalete de oro con piel por fuera) o Anish Kapoor (un anillo de oro con agua en el interior).

Colgante de Bures con diseño de Santiago Sierra.
Y es que el ser humano, desde los albores de la civilización, ha tenido siempre el deseo de adornarse
. Las joyas tienen algo de talismán pero, indudablemente, también sirven para embellecer a quien las porta y son, así mismo, símbolos de poder. No muchos artistas diseñaron joyas en la antigüedad. El siglo XX alumbró esta tendencia a la que se van sumando cada vez más creadores contemporáneos. Chus Bures, el diseñador de joyas español más internacional, lleva trabajando con artistas más de 30 años.
 Las coleccionistas mencionadas tienen piezas suyas, incluidas en sendas muestras, hechas con diseños de Louise Bourgeois, Carlos Pazos, Miquel Barceló, Julio Le Parc o Jesús Rafael Soto. “Para mí es un área de experimentación y, a la larga, ha significado un paso importante en mi carrera”, dice Bures. “Me gusta el riesgo y cada una de estas piezas es un desafío”. Se refiere el diseñador a la forma pero también al contenido, como en el caso de su colaboración con el artista conceptual Santiago Sierra.
Un creador que provoca terremotos con cada una de sus obras y proyectos. En 2006 Bures y Sierra hicieron unas ediciones limitadas de pulseras y gargantillas de oro y diamantes con los provocadores lemas: Gold traffic kills (el tráfico de oro mata) y Diamond traffic kills (el tráfico de diamantes mata). ¿Se puede llevar una joya que critica la explotación de los mineros que obtienen el material? Un auténtico oxímoron ético. Las nuevas joyas realizadas con Sierra contienen simplemente la palabra NO, que alude a su proyecto en proceso desde hace algunos años, titulado NO Global Tour.
“Que los ricos lleven ese NO, ese rechazo a todo, es en cierta forma excitante”, admite Bures. En todo caso, el arte es así y así lo expresan los artistas capaces de poner tanto magia como veneno en sus más radiantes creaciones.

¿Qué es el fetichismo? del Blog Eros

¿Qué es el fetichismo?

Por: | 10 de enero de 2013
El fetichismo es algo que requiere observación, sensibilidad y mucha imaginación. No se trata de la desnudez o de actos explícitos, sino un detalle mundano que provoca una narrativa personal y una repuesta sexual. Una mente fetichista no busca lo obvio, depende de la capacidad - y la necesidad - de un individuo de leer entre las líneas. No es tanto lo que se ve, sino lo que se imagina.

El origen de la palabra “fetiche” se encuentra concretamente en el portugués del siglo XV, en el término “feitiço“, que viene a significar encanto o hechizo.
 Un fetiche es un objeto que se cree que tiene poderes sobrenaturales. En esencia, el fetichismo es la atribución de un valor inherente o poderes a un objeto. El término "fetichismo sexual" fue introducido por primera vez por el psicólogo francés Alfred Binet en 1940.
Venus O'Hara by Sebas Romero
Venus O'Hara por Sebas Romero
Hoy en día un "fetiche" es un objeto, una parte no reproductiva del cuerpo o una acción cuya presencia aumenta el estímulo sexual y potencia el orgasmo. Es decir, cualquier cosa neutra que provoca una respuesta sexual. Un objeto podría ser unos zapatos, la lencería o prendas de látex o de cuero. Una parte no reproductiva del cuerpo podría ser los pies, los muslos, el cuello o las axilas. Ejemplos de acciones o situaciones que normalmente no tienen connotaciones sexuales podría ser el fumar, hacer cosquillas, hacer deporte o incluso el acto de inflar globos.

En inglés, la palabra "fetish" también se utiliza como un adjetivo que se refiere a objetos, rituales o indumentaria relacionados con la práctica del BDSM (Bondage, Disciplina, Dominación, Sumisión, Sadomasoquismo) tales como ropa fetichista o fotografía fetichista.
Venus O'Hara por Sebas Romero
Venus O'Hara por Sebas Romero. Corsé Bibian Blue
Probablemente a causa de Cincuenta sombras de Grey, ahora se habla mucho de fetichismo y BDSM como si fueron sinónimos, aunque exista una coexistencia entre ambos, no son intercambiables. Es posible ser fetichista y no practicar el BDSM y viceversa.
 Por ejemplo, el hecho de llevar látex en un escenario BDSM no te hace fetichista de látex, pero a la vez se puede ser fetichista de látex sin entrar en juegos de BDSM y simplemente disfrutarlo por su aspecto, sensación, y su olor además de los rituales de abrillantarlo y cuidarlo.
 Cómo uno mismo se define depende de cada uno.
 Se puede practicar el fetichismo, pero para serlo, hay que sentirlo.
 A menudo no requiere acabar con la penetración, algo que quizá no parece tener sentido para los que tienen una mentalidad vainilla.
Uno de los fetichismos más conocidFoot fetish os es el de pies, o podofilia. El significado y la importancia de un pie varia según el individuo.
 Uno bonito es una ventaja, pero no siempre es imprescindible. Muchos fetichistas de pies se fijan más en la reacción fisiológica que la adoración puede producir. Un beso, una caricia o un soplo de aire es lo único que hace falta. Recibir un masaje de pies es sin duda muy relajante y placentero, pero tener toda la atención, devoción y adoración de un fetichista de pies es una auténtica maravilla.

Este fetichismo se puede combinar con otros, como por ejemplo los tacones, las medias, el bondage, las cosquillas y muchas otras. También la adoración de pies (foot worship) es práctica habitual en el BDSM. Otros fetiches conocidos incluyen los uniformes, pintalabios, corsés, antifaces, guantes y otros no tanto como los delantales, o incluso mujeres que golpean los pechos con un abanico, y muchos, muchos más. Básicamente cualquier cosa puede ser un fetiche, y yo creo que todos tenemos por lo menos uno.
¿Cuál es el tuyo?

Los candidatos a los premios Oscar


Fotograma de la película 'Amor', de Haneke.

Mejor película

  • Amor
  • La vida de Pi
  • Argo
  • Lincoln
  • Bestias del sur salvaje
  • El lado bueno de las cosas
  • Django desencadenado
  • La noche más oscura
  • Los miserables

Dirección

  • Michael Haneke, por Amor
  • Benh Zeitlin, por Bestias del sur salvaje
  • Ang Lee, por La vida de Pi
  • Steven Spielberg, Lincoln
  • David O. Russell, El lado bueno de las cosas

Actor

Daniel Day-Lewis, nominado a mejor actor por 'Lincoln'.
  • Bradley Cooper, por El lado bueno de las cosas
  • Joaquin Phoenix, por The master
  • Daniel Day-Lewis, por Lincoln
  • Denzel Washington, por El vuelo
  • Hugh Jackman, por Los miserables

Actor de reparto

  • Alan Arkin, por Argo
  • Robert De Niro, por El lado bueno de las cosas
  • Philip Seymour Hoffman, por The master
  • Tommy Lee Jones, por Lincoln
  • Christoph Waltz, por Django desencadenado

Actriz

  • Jessica Chastain, por La noche más oscura
  • Quvenzhané Wallis, por Bestias del sur salvaje
  • Jennifer Lawrence, por El lado bueno de las cosas
  • Naomi Watts, por Lo imposible
  • Emmanuelle Riva, por Amor
La protagonista de 'El lado bueno de las cosas', Jessica Chastain.

Actriz de reparto

  • Amy Adams, por The master
  • Sally Field, por Lincoln
  • Anne Hathaway, por Los miserables
  • Helen Hunt, por Las sesiones
  • Jacki Weaver, por El lado bueno de las cosas

Película de animación

  • Brave
  • Frankenweenie
  • ParaNorman
  • The Pirates! Band of Misfits
  • Wreck-It Ralph

Guion original

  • Amor
  • Django desencadenado
  • El vuelo
  • Moonrise Kingdom
  • La noche más oscura
La actriz Anne Hathaway, en una escena de 'Los miserables'.

Guion adaptado

  • Argo
  • Bestias del sur salvaje
  • La vida del Pi
  • Lincoln
  • El lado bueno de las cosas

Dirección de arte

  • Anna Karenina, Sarah Greenwood (Production Design); Katie Spencer (Set Decoration)
  • El Hobbit: Un viaje inesperado, Dan Hennah (Production Design); Ra Vincent and Simon Bright (Set Decoration)
  • Los miserables, Eve Stewart (Production Design); Anna Lynch-Robinson (Set Decoration)
  • La vida de Pi, David Gropman (Production Design); Anna Pinnock (Set Decoration)
  • Lincoln, Rick Carter (Production Design); Jim Erickson (Set Decoration)

Fotografía

  • Anna Karenina, Seamus McGarvey
  • Django desencadenado, Robert Richardson
  • La vida de Pi, Claudio Miranda
  • Lincoln, Janusz Kaminski
  • Skyfall, Roger Deakins

Diseño de vestuario

  • Anna Karenina, Jacqueline Durran
  • Los miserables, Paco Delgado
  • Lincoln, Joanna Johnston
  • Mirror Mirror, Eiko Ishioka
  • Blancanieves y la leyenda del cazador, Colleen Atwood

 Documental

  • 5 Broken Cameras, Emad Burnat y Guy Davidi
  • The gatekeepers
  • How to survive a plague
  • The invisible war
  • Searching for sugar man

Pisadas del mito sobre la escarcha

Se cumplen 20 años de la muerte de Rudolf Nureyev, la gran figura masculina del ballet del siglo XX.

Hace unos años, en la siempre fría Bolzano coincidí con la primera bailarina británica Merle Park. Estábamos allí para hablar de ballet y futuro, pero se hizo inevitable girar gentilmente la cabeza hacia atrás, y mencionar a Rudi, a Rudolf Hametovich Nureyev, al pasado aún algo inmediato, pero ya con una alargada sombra mítica sobre el presente. Park fue partenaire de Nureyev muchas veces, en Covent Garden y en giras por el mundo, le gustaba bailar con ella porque, me había dicho Nureyev una vez, “siempre era elegante y parecía frágil, como de cristal”, y a tenor del baile masculino actual, la ahora retirada artista británica comentó: “los bailarines jóvenes de cuando Rudi vivía, todos querían ser como él, bailar como él. Después ya no tanto, ahora cuesta que sepan quién fue”.
Nureyev es sin dudas el bailarín más señero del siglo XX y junto a Vaslav Nijinski (que en paridad, es una figura a caballo entre los siglos XIX y XX), los dos héroes masculinos de la danza académica de todos los tiempos. Ambos tenían sangre tártara, ambos fueron tan adorados como rechazados. A Rudi no le gustaba hablar de Nijinski y refutaba tajantemente la comparación, bailaba el Poeta de Las Sílfides (Fokin) y La siesta del fauno, los papeles míticos de los tiempos de Diaghilev, pero rechazaba especular sobre la zona obscura sobre la que tanto se ha escrito.
Nureyev, el 6 de enero de 1993 en el Hospital de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro (Levallois) de París, moría víctima de las complicaciones del sida.
 Había nacido en un tren el 17 de marzo de 1938 en el trayecto entre el lago Baikal y la ciudad de Irkusk.
Nadie antes ni después en el ámbito del ballet había exprimido tanto su carrera y la fama, el éxito y la decadencia
. Tenía una rara conciencia de todo ello, y entrevistarle era un calvario que el periodista siempre llevaba con placer
. Tengo que decir a su favor, que Nureyev era un hombre muy generoso.
 Era un verdadero divo, pero de una sensibilidad tan prismática como fuera de serie, iba desde su pasión por los intrincados dibujos persas a las prendas de Missoni o los cuadros parnasianos o simbolistas (todo lo que tuviera zig-zag de colores: chalinas, alfombras, gorros azulejos o capotes).
 Su amor por el arte era de una ostentación tolerante con el buen gusto, y su piso de Qui Voltaire fue el templo, la suma ideal de todo su sueño estético.
Portada de EL PAÍS SEMANAL dedicada al bailarín (24/11/1985).
Siempre sus respuestas esmaltaban en corto sobre ideas muy firmes
. La influencia de Nureyev sobre el ballet académico (su natural repertorio canónico) y su pervivencia ha sido fundamental, lo mismo que su rol en el reflorecimiento del Ballet de la Ópera de París, al que dotó de una grandeza no vista antes en los tiempos modernos y de la cual aún vive.
 En octubre de 1992, cuando estrenó La Bayadera en la Ópera Garnier, al alzarse el gran telón pintado, estaba sentado en proscenio en un potente butacón granate.
 Se le venía agarrarse con tensión a las volutas doradas de los brazos y allí, ya sin poder mantenerse en pie, recibió de Jack Lang otra medalla, una más. París ese día estuvo a sus pies, y el mundo también.
 Apenas sonrió y siempre he dudado de hasta donde conservaba aún la conciencia.
 Al inclinarse el flamante ministro de Francia que le había dado el cetro de esa casa ocho años antes, recibía la reverencia de toda la cultura occidental.
Siempre tendré presente lo que en su momento llamé “una mirada del color del trigo maduro”. Era el brillo del niño que corría por los campos escarchados de Ufá.
La primera entrevista para EL PAÍS la hicimos en el coqueto despacho rococó de la Opera Favart y sus palabras iniciales atendían sólo parcialmente a la pregunta:
 “No siento nostalgia, esta es la verdad, aunque parezca difícil de creer.
 Pero es que mi vida aquí ha sido muy agradable, y mi carrera de bailarín ha funcionado bien. Todo ha sido tan bueno que no ha habido lugar para la añoranza.
To­dos mis éxitos están en Occidente.
 En mi vida presente no echo nada en falta”. Lo quería dejar claro.
Y así siguió hasta el final y hasta comprar la isla Li Galli, frente a la bahía de Positano en el sur de Italia, un peñón mitológico desde los tiempos de Homero que ya antes había pertenecido a Leonidas Massine, otro héroe de los Ballets Rusos.
 Lo tuvo todo y tenía conciencia de su papel: “Nijinski y yo no te­nemos nada que ver. La imaginación de la gente de 1900 forjó un ideal, fue el primer montaje publicitario en el mundo de la danza.
Realmente bai­ló muy poco, pero captó la imagina­ción de la gente de 1900, mientras que yo tengo que captar la imaginación de la gente de los años sesenta a los ochenta”.
Saltando, pero con los pies firmemente apoyados en la tierra, entonces me habló de la persona-bailarín: “Adquirí tenacidad y voluntad, entendiendo muy pronto que debía cuidar de mí mismo.
 Desde entonces sólo confío en mí mismo y me fío solamente de mi intuición y la experiencia personal”. Venal, irónico, con un humor de retranca al alcance solamente de unos pocos muy cercanos, Rudolf Nureyev era su coraza, su traje. Era celoso con su vida, pero también con su arte: “Cuando he trabajado sobre Ray­monda o El lago de los cisnes es para preservar todo lo que puede guardar­se. Mucha gente piensa que ya no es necesario y que es una labor baldía. Yo opino todo lo contrario, y más que necesaria es indispensable. Debemos guardar la herencia del pasado”. Un aviso para navegantes que valdrá mañana.
Inquieto y experimentador, amigo de la química escénica y del riesgo, sobrevoló el arco de los géneros (“Creo haber roto las barreras entre la danza clásica y la danza moderna”).
 En esto no le faltó razón. Cuando en 1980 bailó por primera vez el personaje de Aegistus del ballet Clitemnestra de Martha Graham, la gran coreógrafa americana opinó que nadie había bailado el papel como Nureyev.
A fines de los años ochenta una noche de verano en Montpellier, después de bailar una larga suite para violonchelo de Bach coreografiada por Francina Lancelot en un exquisito estilo arcaico, nos fuimos a cenar con Jean Paul Montanari, el dinámico director del festival que lo había convencido para volver a bailar aquello. A golpe de vino blanco del Rihn nos contó muchas cosas de Leningrado y de Ufá y probablemente es la vez, después de la isla de Li Galli, donde era menos un dios pagano.
Allí, como al final de la entrevista de la Sala Favart, ya lucía poco del tono elevado de la gran estrella, sino que su voz se hizo más baja y cercana:
“Quiero hablar de mi baile, de la mane­ra que lo hago. He meditado mucho sobre esto, y mi impulso me lleva a movimientos generosos y largos, es una manera de bailar que te exige grandes trayectorias a través del es­pacio escénico.
 En ello me doy por entero, tratando de dar una vida pro­pia e interior al ballet, llenar de senti­mientos los aspectos formales de la danza".
Y dijo algo que hay que volver a repetir: “Yo he conseguido mis sueños en el escenario, he tenido en mis manos los grandes papeles, los he hecho y los he amado. Aún disfruto mucho con los clásicos; con el estilo Bournonville o con Petipa, y también con los mo­dernos que me permitan una intensa interpretación. Cuando usted ve a un bailarín en el escenario se da cuenta de que hay cosas que no se pueden bailar siempre; cada pieza tiene su tiempo.
 Uno debe saber lo que debe bailar en cada etapa.
Sin embargo, es verdad que a través de trabajo y de técnica es posible superar ciertas co­sas.
 No hay un momento exacto para la cumbre de una carrera, es como el vino cuando está en su justa sazón para beberlo. Un bailarín en el esce­nario siempre debe proporcionar pla­cer con su técnica y con su cuerpo, puede ser joven o viejo, eso no im­porta".
Sus anécdotas sobre España, merecen todavía hoy un libro:
 “Yo he hecho dos o tres visitas a España, una vez hice muchas funciones de Giselle, aunque no lo hacía­mos en óptimas condiciones, los esce­narios no eran muy buenos, casi siem­pre eran improvisados al aire libre.
 En un sitio estábamos cerca del aero­puerto y se oía aterrizar y despegar a los aviones, hasta el punto de que ta­paban la música.
 Eso no he podido ol­vidarlo.
 En Barcelona el sitio era muy bello, pero pequeño.
 En el Generalife de Granada fue maravilloso, excepto que la función comenzó después de una larga cena y aquello terminó a las cuatro de la madrugada”.
 Y concluyó: “He llegado donde he querido, pero eso no quiere decir que deba abandonar lo que me da tanto placer, a mí y a los demás”.