Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

10 ene 2013

Los candidatos a los premios Oscar


Fotograma de la película 'Amor', de Haneke.

Mejor película

  • Amor
  • La vida de Pi
  • Argo
  • Lincoln
  • Bestias del sur salvaje
  • El lado bueno de las cosas
  • Django desencadenado
  • La noche más oscura
  • Los miserables

Dirección

  • Michael Haneke, por Amor
  • Benh Zeitlin, por Bestias del sur salvaje
  • Ang Lee, por La vida de Pi
  • Steven Spielberg, Lincoln
  • David O. Russell, El lado bueno de las cosas

Actor

Daniel Day-Lewis, nominado a mejor actor por 'Lincoln'.
  • Bradley Cooper, por El lado bueno de las cosas
  • Joaquin Phoenix, por The master
  • Daniel Day-Lewis, por Lincoln
  • Denzel Washington, por El vuelo
  • Hugh Jackman, por Los miserables

Actor de reparto

  • Alan Arkin, por Argo
  • Robert De Niro, por El lado bueno de las cosas
  • Philip Seymour Hoffman, por The master
  • Tommy Lee Jones, por Lincoln
  • Christoph Waltz, por Django desencadenado

Actriz

  • Jessica Chastain, por La noche más oscura
  • Quvenzhané Wallis, por Bestias del sur salvaje
  • Jennifer Lawrence, por El lado bueno de las cosas
  • Naomi Watts, por Lo imposible
  • Emmanuelle Riva, por Amor
La protagonista de 'El lado bueno de las cosas', Jessica Chastain.

Actriz de reparto

  • Amy Adams, por The master
  • Sally Field, por Lincoln
  • Anne Hathaway, por Los miserables
  • Helen Hunt, por Las sesiones
  • Jacki Weaver, por El lado bueno de las cosas

Película de animación

  • Brave
  • Frankenweenie
  • ParaNorman
  • The Pirates! Band of Misfits
  • Wreck-It Ralph

Guion original

  • Amor
  • Django desencadenado
  • El vuelo
  • Moonrise Kingdom
  • La noche más oscura
La actriz Anne Hathaway, en una escena de 'Los miserables'.

Guion adaptado

  • Argo
  • Bestias del sur salvaje
  • La vida del Pi
  • Lincoln
  • El lado bueno de las cosas

Dirección de arte

  • Anna Karenina, Sarah Greenwood (Production Design); Katie Spencer (Set Decoration)
  • El Hobbit: Un viaje inesperado, Dan Hennah (Production Design); Ra Vincent and Simon Bright (Set Decoration)
  • Los miserables, Eve Stewart (Production Design); Anna Lynch-Robinson (Set Decoration)
  • La vida de Pi, David Gropman (Production Design); Anna Pinnock (Set Decoration)
  • Lincoln, Rick Carter (Production Design); Jim Erickson (Set Decoration)

Fotografía

  • Anna Karenina, Seamus McGarvey
  • Django desencadenado, Robert Richardson
  • La vida de Pi, Claudio Miranda
  • Lincoln, Janusz Kaminski
  • Skyfall, Roger Deakins

Diseño de vestuario

  • Anna Karenina, Jacqueline Durran
  • Los miserables, Paco Delgado
  • Lincoln, Joanna Johnston
  • Mirror Mirror, Eiko Ishioka
  • Blancanieves y la leyenda del cazador, Colleen Atwood

 Documental

  • 5 Broken Cameras, Emad Burnat y Guy Davidi
  • The gatekeepers
  • How to survive a plague
  • The invisible war
  • Searching for sugar man

Pisadas del mito sobre la escarcha

Se cumplen 20 años de la muerte de Rudolf Nureyev, la gran figura masculina del ballet del siglo XX.

Hace unos años, en la siempre fría Bolzano coincidí con la primera bailarina británica Merle Park. Estábamos allí para hablar de ballet y futuro, pero se hizo inevitable girar gentilmente la cabeza hacia atrás, y mencionar a Rudi, a Rudolf Hametovich Nureyev, al pasado aún algo inmediato, pero ya con una alargada sombra mítica sobre el presente. Park fue partenaire de Nureyev muchas veces, en Covent Garden y en giras por el mundo, le gustaba bailar con ella porque, me había dicho Nureyev una vez, “siempre era elegante y parecía frágil, como de cristal”, y a tenor del baile masculino actual, la ahora retirada artista británica comentó: “los bailarines jóvenes de cuando Rudi vivía, todos querían ser como él, bailar como él. Después ya no tanto, ahora cuesta que sepan quién fue”.
Nureyev es sin dudas el bailarín más señero del siglo XX y junto a Vaslav Nijinski (que en paridad, es una figura a caballo entre los siglos XIX y XX), los dos héroes masculinos de la danza académica de todos los tiempos. Ambos tenían sangre tártara, ambos fueron tan adorados como rechazados. A Rudi no le gustaba hablar de Nijinski y refutaba tajantemente la comparación, bailaba el Poeta de Las Sílfides (Fokin) y La siesta del fauno, los papeles míticos de los tiempos de Diaghilev, pero rechazaba especular sobre la zona obscura sobre la que tanto se ha escrito.
Nureyev, el 6 de enero de 1993 en el Hospital de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro (Levallois) de París, moría víctima de las complicaciones del sida.
 Había nacido en un tren el 17 de marzo de 1938 en el trayecto entre el lago Baikal y la ciudad de Irkusk.
Nadie antes ni después en el ámbito del ballet había exprimido tanto su carrera y la fama, el éxito y la decadencia
. Tenía una rara conciencia de todo ello, y entrevistarle era un calvario que el periodista siempre llevaba con placer
. Tengo que decir a su favor, que Nureyev era un hombre muy generoso.
 Era un verdadero divo, pero de una sensibilidad tan prismática como fuera de serie, iba desde su pasión por los intrincados dibujos persas a las prendas de Missoni o los cuadros parnasianos o simbolistas (todo lo que tuviera zig-zag de colores: chalinas, alfombras, gorros azulejos o capotes).
 Su amor por el arte era de una ostentación tolerante con el buen gusto, y su piso de Qui Voltaire fue el templo, la suma ideal de todo su sueño estético.
Portada de EL PAÍS SEMANAL dedicada al bailarín (24/11/1985).
Siempre sus respuestas esmaltaban en corto sobre ideas muy firmes
. La influencia de Nureyev sobre el ballet académico (su natural repertorio canónico) y su pervivencia ha sido fundamental, lo mismo que su rol en el reflorecimiento del Ballet de la Ópera de París, al que dotó de una grandeza no vista antes en los tiempos modernos y de la cual aún vive.
 En octubre de 1992, cuando estrenó La Bayadera en la Ópera Garnier, al alzarse el gran telón pintado, estaba sentado en proscenio en un potente butacón granate.
 Se le venía agarrarse con tensión a las volutas doradas de los brazos y allí, ya sin poder mantenerse en pie, recibió de Jack Lang otra medalla, una más. París ese día estuvo a sus pies, y el mundo también.
 Apenas sonrió y siempre he dudado de hasta donde conservaba aún la conciencia.
 Al inclinarse el flamante ministro de Francia que le había dado el cetro de esa casa ocho años antes, recibía la reverencia de toda la cultura occidental.
Siempre tendré presente lo que en su momento llamé “una mirada del color del trigo maduro”. Era el brillo del niño que corría por los campos escarchados de Ufá.
La primera entrevista para EL PAÍS la hicimos en el coqueto despacho rococó de la Opera Favart y sus palabras iniciales atendían sólo parcialmente a la pregunta:
 “No siento nostalgia, esta es la verdad, aunque parezca difícil de creer.
 Pero es que mi vida aquí ha sido muy agradable, y mi carrera de bailarín ha funcionado bien. Todo ha sido tan bueno que no ha habido lugar para la añoranza.
To­dos mis éxitos están en Occidente.
 En mi vida presente no echo nada en falta”. Lo quería dejar claro.
Y así siguió hasta el final y hasta comprar la isla Li Galli, frente a la bahía de Positano en el sur de Italia, un peñón mitológico desde los tiempos de Homero que ya antes había pertenecido a Leonidas Massine, otro héroe de los Ballets Rusos.
 Lo tuvo todo y tenía conciencia de su papel: “Nijinski y yo no te­nemos nada que ver. La imaginación de la gente de 1900 forjó un ideal, fue el primer montaje publicitario en el mundo de la danza.
Realmente bai­ló muy poco, pero captó la imagina­ción de la gente de 1900, mientras que yo tengo que captar la imaginación de la gente de los años sesenta a los ochenta”.
Saltando, pero con los pies firmemente apoyados en la tierra, entonces me habló de la persona-bailarín: “Adquirí tenacidad y voluntad, entendiendo muy pronto que debía cuidar de mí mismo.
 Desde entonces sólo confío en mí mismo y me fío solamente de mi intuición y la experiencia personal”. Venal, irónico, con un humor de retranca al alcance solamente de unos pocos muy cercanos, Rudolf Nureyev era su coraza, su traje. Era celoso con su vida, pero también con su arte: “Cuando he trabajado sobre Ray­monda o El lago de los cisnes es para preservar todo lo que puede guardar­se. Mucha gente piensa que ya no es necesario y que es una labor baldía. Yo opino todo lo contrario, y más que necesaria es indispensable. Debemos guardar la herencia del pasado”. Un aviso para navegantes que valdrá mañana.
Inquieto y experimentador, amigo de la química escénica y del riesgo, sobrevoló el arco de los géneros (“Creo haber roto las barreras entre la danza clásica y la danza moderna”).
 En esto no le faltó razón. Cuando en 1980 bailó por primera vez el personaje de Aegistus del ballet Clitemnestra de Martha Graham, la gran coreógrafa americana opinó que nadie había bailado el papel como Nureyev.
A fines de los años ochenta una noche de verano en Montpellier, después de bailar una larga suite para violonchelo de Bach coreografiada por Francina Lancelot en un exquisito estilo arcaico, nos fuimos a cenar con Jean Paul Montanari, el dinámico director del festival que lo había convencido para volver a bailar aquello. A golpe de vino blanco del Rihn nos contó muchas cosas de Leningrado y de Ufá y probablemente es la vez, después de la isla de Li Galli, donde era menos un dios pagano.
Allí, como al final de la entrevista de la Sala Favart, ya lucía poco del tono elevado de la gran estrella, sino que su voz se hizo más baja y cercana:
“Quiero hablar de mi baile, de la mane­ra que lo hago. He meditado mucho sobre esto, y mi impulso me lleva a movimientos generosos y largos, es una manera de bailar que te exige grandes trayectorias a través del es­pacio escénico.
 En ello me doy por entero, tratando de dar una vida pro­pia e interior al ballet, llenar de senti­mientos los aspectos formales de la danza".
Y dijo algo que hay que volver a repetir: “Yo he conseguido mis sueños en el escenario, he tenido en mis manos los grandes papeles, los he hecho y los he amado. Aún disfruto mucho con los clásicos; con el estilo Bournonville o con Petipa, y también con los mo­dernos que me permitan una intensa interpretación. Cuando usted ve a un bailarín en el escenario se da cuenta de que hay cosas que no se pueden bailar siempre; cada pieza tiene su tiempo.
 Uno debe saber lo que debe bailar en cada etapa.
Sin embargo, es verdad que a través de trabajo y de técnica es posible superar ciertas co­sas.
 No hay un momento exacto para la cumbre de una carrera, es como el vino cuando está en su justa sazón para beberlo. Un bailarín en el esce­nario siempre debe proporcionar pla­cer con su técnica y con su cuerpo, puede ser joven o viejo, eso no im­porta".
Sus anécdotas sobre España, merecen todavía hoy un libro:
 “Yo he hecho dos o tres visitas a España, una vez hice muchas funciones de Giselle, aunque no lo hacía­mos en óptimas condiciones, los esce­narios no eran muy buenos, casi siem­pre eran improvisados al aire libre.
 En un sitio estábamos cerca del aero­puerto y se oía aterrizar y despegar a los aviones, hasta el punto de que ta­paban la música.
 Eso no he podido ol­vidarlo.
 En Barcelona el sitio era muy bello, pero pequeño.
 En el Generalife de Granada fue maravilloso, excepto que la función comenzó después de una larga cena y aquello terminó a las cuatro de la madrugada”.
 Y concluyó: “He llegado donde he querido, pero eso no quiere decir que deba abandonar lo que me da tanto placer, a mí y a los demás”.

 

Una hilarante celebración de cincuentonas

Lolita Flores, Paz Padilla, Ana Hurtado y Fabiola Toledo desmitifican en 'Sofocos', desde el humor y el cachondeo, la mala prensa de la menopausia

El montaje dirigido por Juan Luis Iborra y la autora Isabel Arranz se estrena hoy en el Teatro Nuevo Apolo de Madrid

 

Un momento del montaje 'Sofocos'.
“En este mundo que estamos, o te ríes, o te ríes”
. Eso piensa al menos Lolita Flores, actriz que, junto a Paz Padilla, Ana Hurtado y Fabiola Toledo, se ha incorporado al reparto de Sofocos, una comedia que aborda con humor los cambios psico-bio-neuro… lógicos que toda mujer experimenta al llegar a ciertas edades.
Y la autora, la veterana guionista Isabel Arranz, es la primera que sabe de lo que habla en esta obra que ha codirigido junto a Juan Luis Iborra, conocido cineasta y guionista de televisión que sostiene que la pieza debe ser vista por mujeres, pero también por hombres que necesitan saber algo más de ‘ellas’
. Sofocos empieza a representarse hoy en el Teatro nuevo Apolo, de Madrid, donde permanecerá hasta el próximo 7 de abril.
Para que nadie dude de que hay vida más allá de los cincuenta, y que además puede ser una vida intensa y estupendísima, una monja, una lesbiana, una ama de casa, una ejecutiva agresiva y hasta las mismísimas Coco Chanel, Juana la Loca y la Gioconda, entre otros atrabiliarios personajes, demuestran que la etapa de la menopausia no es ni mucho menos el momento de decadencia de la mujer.
No es extraño que, al llegar lo que se conoce por climaterio, la mujer viva una auténtica tragedia que muchas veces prefiere silenciar, esconder o disimular.
Pero en esta comedia, con mucho de musical, muestran cuál es la manera más divertida de ser mujer.
 Una hilarante celebración de la menopausia, para la que también se ha contado con la periodista María Teresa Campos, quien participa en Sofocos de manera virtual.
El resto del equipo lo completan la diseñadora Aghata Ruiz de la Prada, que se encarga del colorista vestuario y la escenografía, la coreógrafa Lola González y el compositor José María Guzmán que ha realizado las canciones a las que ha puesto letra junto con Tony García Flores y la propia autora, ya que estamos ante un montaje que, si bien no es una comedia musical, si está salpicado de momentos musicales.
Todo el equipo de Sofocos invita a aprender a reírse de esta etapa vital de la mujer madura:
 “Además no hay que olvidar que llegar a ese momento hay muchas cosas buenas de las que poder disfrutar y, sobre todo, tenemos que tener claro que la risa no nos la pueden quitar, por lo que recomiendo a las mujeres de cualquier edad que vengan a verla y después de reírse mucho se vayan a visitar a un ginecólogo”, señala esta profesional que deja claro que en este montaje no es Lolita la cantante, sino la actriz que incluso canta muy por debajo de su potencia.
Una actriz que ha destacado en varias películas y series de televisión y que cosechó muy buenas críticas en su trabajo teatral en la deliciosa obra Ana en el trópico, escrita y dirigida por el Pulitzer Nilo Cruz, que estrenó hace ocho años.
“Siempre tenemos una o dos amigas más cercanas a las que les contamos todo, pero aquí la cosa se transmite a todo un patio de butacas…., la identificación es inevitable”, señala Paz Padilla, personaje especialmente mediático por sus trabajos como humorista, actriz y presentadora de televisión.
El germen de este proyecto está en Ana Hurtado, quien le propuso el proyecto a Uhura Films, y actriz de larga trayectoria teatral y televisiva, al igual que su compañera de reparto, Fabiola Toledo.
Todas ellas hacen hincapié en que en ningún caso Sofocos lanza discursitos teóricos y su director, Juan Luis Iborra, resalta que se trata de la unión coherente de sketchs de humor:
“El hombre está presente, pero en off, se habla poco de nosotros y quedamos bien”. “No se despotrica nada de ellos”, concluye Lolita, quien se niega a contar como es la participación de María Teresa Campos, argumentando que el montaje tiene varios secretillos y ese es uno.
 En cualquier caso la popular periodista de radio y televisión se ha convertido en actriz en muchas ocasiones a lo largo de su trayectoria profesional en la pequeña pantalla, por lo que experiencia no le falta.

“Mi padre, Klaus Kinski, me maltrató”

Pola, la hija del fallecido actor, detalla en un libro las atrocidades a las que la sometió.

 

El actor alemán Klaus Kinski, en una imagen de 1981. / ARCHIVE (AFP)

Pola, la hija mayor del actor alemán Klaus Kinski, acusa a su padre de haber abusado de ella cuando era una niña.
La también actriz ha contado al semanario Stern que su padre era una “abusador de niños” que la maltrató entre los 5 y los 19 años. 41 más tarde, Pola ha escrito un libro que está a punto de salir en la prestigiosa editorial Insel. En Kindermund (Boca infantil) se refiere indirectamente a su maltrato sexual y físico por parte del padre, que en realidad “maltrataba a todo el mundo; nunca respetó a las personas”.
Klaus Kinski, que murió en California a los 65 años en 1991, se hizo famoso en los años sesenta con una quincena de adaptaciones cinematográficas alemanas de las novelitas detectivescas del británico Edgar Wallace.
 Siempre hacía de malo. Actuaría en más de 130 películas, entre ellas éxitos mundiales como Fitzcarraldo. Pola es fruto de su primer matrimonio, contraído en 1952 con la cantante Gislint Kühlbeck.
 Tras su divorcio en 1955, la madre conoció a otro hombre y Pola se sintió “poco querida” en su casa. Cuenta que acompañaba a Klaus por Europa y que él la gritaba, la golpeaba o la violaba y después le hacía regalos: “se permitía un pequeño objeto sexual y lo encamaba entre almohadas de seda”.
Después, dice Pola, su padre le contaba que “todos hacen esto con sus hijas, en todas partes del mundo.
” El célebre protagonista de Nosferatu “daba por supuesto que podía saltarse cualquier norma” social o moral aun a costa del bienestar de su propia hija.
Kinski estuvo casado tres veces.
 Con Brigitte Tocki tuvo a la también actriz Natassja Kinski, que tuvo gran éxito en películas como París, Texas de Wim Wenders o Tess, de Roman Polanski.
Después, Klaus Kinski, se casó con la vietnamita Minhoï Geneviève Loanic, madre de su tercer hijo Nikolai.