Jaime Gil de Biedma retratado por Bernardo Pérez en Madrid en 1982.
Todo lector
guarda con los escritores que marcaron su vida una relación extraña: agradece mentalmente
lo que han escrito, se enfada con ellos cuando cree que resbalan, se pregunta
qué pensarán de esto o de lo otro, los echa de menos cuando faltan… Tal día
como hoy, el 8 de enero de 1990,
moría Jaime Gil de Biedma, que en el verso final de
"Pandémica y celeste",
uno de los grandes poemas de amor de la literatura española, había
pedido morir "como dicen que mueren los que han amado mucho"
. Tenía 60
años, uno
menos que
su amigo Carlos Barral, muerto semanas antes, el 12 de diciembre de
1989. Un invierno feroz.
Cuando
desaparecen, los escritores –como las almas para los creyentes- suelen pasar
una temporada en el purgatorio.
El purgatorio literario, no obstante, no está a
medio camino del cielo y del infierno sino entre las librerías y la
universidad.
Hay autores cuya memoria queda en manos de los estudioso
s. La de otros,
sin embargo, queda bajo la protección de los lectores, convencidos de que lo
que escribió alguien a quien no conocieron personalmente también habla de sus
propias vidas.
Es el caso de Jaime Gil de Biedma, un poeta de una trascendencia
mucho mayor que el volumen que ocupa en una estantería su
escasa obra publicada:
tres libros de
poemas, uno de ensayos y un diario, a los que habría que añadir
traducciones
y centenares de
cartas.
Inteligente,
culto, tierno y mordaz
. Así es por
escrito Gil de Biedma. En él la conciencia de estar escribiendo –el juego de
hacer versos- no se transforma –al menos en los poemas- ni en altivez ni en
alarde, por más que no esté al alcance de cualquiera escribir una sextina que
funcione y que además diga que
de todas las historias de la Historia sin duda la más triste es la de España… porque termina mal.
Los poemas de
Jaime Gil de Biedma, se ha dicho otras veces, tienen el tono de la mejor
conversación.
No es, pues, extraño, que sus lectores no hayan dejado de hablar
con él. Y de él. De ahí que su figura no haya dejado de generar
biografías,
correspondencias,
películas,
polémicas…
Los poetas mueren; los poemas, no. Y ya
se sabe que él siempre dijo que no habría querido ser poeta sino poema. Lo es
desde hace hoy 13 años.
Cuenta Miguel
Dalmau en su biografía que cuatro días después de la muerte de Jaime Gil de
Biedma, varios amigos suyos –entre ellos Juan Marsé, que cumple años el 8 de enero- llevaron sus cenizas a La
Nava de la Asunción, en Segovia, uno de sus refugios, ese lugar que, sin haber
estado, sus lectores conocen a la perfección
. El solar de la casa familiar estaba
ocupado por “el esqueleto de un edificio de pisos en construcción”. Hoy, sigue
el biógrafo, una lápida de granito recoge siete versos del poema que abre sus
antologías: “Pero callad. / Quiero deciros algo”. Y sigue.
El poema se llama "Amistad a lo largo
".
Una buena definición de la
extraña relación que todo lector guarda con los autores que, sin que ellos lo
supieran, marcaron para siempre su vida.
AMISTAD A LO LARGO
Pasan lentos los días
y muchas veces estuvimos solos.
Pero luego hay momentos felices
para dejarse ser en amistad.
Mirad:
somos nosotros.
Un destino condujo diestramente
las horas, y brotó la compañía.
Llegaban noches. Al amor de ellas
nosotros encendíamos palabras,
las palabras que luego abandonamos
para subir a más:
empezamos a ser los compañeros
que se conocen
por encima de la voz o de la seña.
Ahora sí. Pueden alzarse
las gentiles palabras
-ésas que ya no dicen cosas-,
flotar ligeramente sobre el aire;
porque estamos nosotros enzarzados
en mundo, sarmentosos
de historia acumulada,
y está la compañía que formamos plena,
frondosa de presencias.
Detrás de cada uno
vela su casa, el campo, la distancia.
Pero callad.
Quiero deciros algo.
Sólo quiero deciros que estamos todos juntos.
A veces, al hablar, alguno olvida
su brazo sobre el mío,
y yo aunque esté callado doy las gracias,
porque hay paz en los cuerpos y en nosotros.
Quiero deciros cómo trajimos
nuestras vidas aquí, para contarlas.
Largamente, los unos con los otros
en el rincón hablamos, tantos meses!
que nos sabemos bien, y en el recuerdo
el júbilo es igual a la tristeza.
Para nosotros el dolor es tierno.
Ay el tiempo! Ya todo se comprende.