Felipe González (Sevilla, 1942) está preocupado y enfadado. Cree que se ha superado un límite y que
Mariano Rajoy
tiene la obligación de convocar a un gran acuerdo nacional. Le inquieta
la crisis europea y está furioso con la manera en la que se desarrollan
las cosas en Europa respecto a España. Critica al Gobierno por
consentir una “intervención total” en los hechos, pero muy barata,
“de bajo coste” para la propia Unión Europea,
sin haber negociado seriamente como condición el acceso a una
financiación razonable. Afirma que los errores españoles comenzaron en
1998, pero admite que
los Gobiernos de Rodríguez Zapatero
no corrigieron esos errores, sino que echaron gasolina al fuego. Cree
que el Ejecutivo y la dinámica actual están llevando a este país a la
ruina y se revuelve contra esa posibilidad. “Vamos a la deriva como
españoles y como europeos”.
No cree en los Gobiernos de tecnócratas
pero exige un consenso nacional “para salir de la crisis y para actuar
en Europa”. Considera una estupidez creer que “España es demasiado
grande como para dejarla caer porque se destruiría el euro”. ¿Acaso
Europa no fue capaz de destruirse a sí misma?, recuerda. Basta con que
proliferen las voces del nacionalismo insolidario.
El expresidente del Gobierno (1982 a 1996) está alejado del
Parlamento y de la vida pública, pero no ha dejado ni un instante de ser
un activo político, que sigue la actualidad española, europea y mundial
con una formidable capacidad de análisis y de crítica. Protagonizó,
junto con el alemán
Helmut Kohl y el francés
François Mitterrand,
la cumbre de Maastricht en la que se acordó el nacimiento de la moneda
única europea, el euro, y se cambiaron los tratados fundacionales de la
Unión Europea para darle un mayor impulso político. Su reconocida
vocación europea y su conocimiento de las estructuras de la UE hicieron
que se recurriera a él en 2007 para presidir un
Grupo de Reflexión sobre el Futuro de Europa, conocido como Comité de Sabios.
Pregunta. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Respuesta. Merkel afirma que estamos pagando 10 años de errores
en una política económica basada en una inmensa burbuja inmobiliaria.
Ahora que le quitamos la razón en todo, hay que decir que sí, que tiene
razón. Se refiere a los 10 años previos a 2008, que es cuando estalló el
sistema financiero mundial y en España, más específicamente, esa
burbuja inmobiliaria. Así que, enfocándolo desde España, la galopada
arrancó con la ley de liberalización del suelo, que se puso en marcha
con el argumento banal de que mientras más ofertas de suelo hay más
barato es, como si los mercados fueran racionales. La realidad es que el
suelo fue cada día más caro, que hemos hecho tres o cuatro veces más
metros cuadrados de los que exigía una demanda equilibrada, y que hemos
fomentado de una manera salvaje las corruptelas.
P. Luego, ¿es culpa de decisiones españolas?
R. La responsabilidad no es solo de una gente
indisciplinada que galopa hacia una burbuja inmobiliaria, como quieren
pintar. Hay una responsabilidad compartida por una política monetaria
que facilitó créditos por debajo de la inflación, y eso no era solo
responsabilidad de las entidades financieras españolas, sino de las
alemanas, las francesas… El error es nuestro, pero compartido. Ha habido
una crisis del ladrillo espantosa, pero la crisis de la deuda se ha
provocado porque ha habido bancos que han alimentado esa deuda
irracionalmente. Eso ha ocurrido, tiene razón Merkel, durante 10 años,
con el resultado de una deuda de las familias y de las empresas que es
insoportable. Pero eso no ha ocurrido igual en el Estado. En esa época a
la que se refiere Merkel, España tenía unas cuentas públicas mucho
mejores que las de Alemania y las de casi cualquier otro país. Llegamos
al estallido de la crisis con superávit presupuestario de más de dos
puntos y u
na deuda pública por debajo del 37% del PIB.
P. Diez años continuados de errores es mucho tiempo.
R. Eso arranca, como he dicho, con
decisiones políticas a partir de 1998:
Aznar, Rato, Rajoy, para entendernos, pero no se corrigen con los
Gobiernos que entran a partir de 2004, es decir con Rodríguez Zapatero.
No se corrige por Gobiernos que vivían en un aparente mundo ideal. La
economía creciendo al tres y pico por ciento, créditos por debajo de la
inflación... Igual pasó con el dramático error cometido en la
liberalización del sector eléctrico, que ha acumulado una deuda de más
de 25.000 millones. Arranca con una decisión aparentemente
liberalizadora que tiene un coste para el Estado enorme y que, de nuevo
le digo, no se corrige en el Gobierno de Zapatero, sino que se le echa
más gasolina al fuego.
Así que, efectivamente, todo esto ha tenido una cierta continuidad
durante 10 años. Claro que ha ido acompañado de un defectuoso modelo
europeo de unión monetaria sin unión económica. Cuando a nosotros nos
convenía que el tipo de interés fuera razonable respecto del crecimiento
de la economía y de la inflación de nuestro país; es decir, cuando
necesitamos enfriar esa economía especulativa, el tipo de interés se
fijaba por criterios que no respondían a nuestras necesidades. Así que
el Banco Central Europeo alimentó el incendio que estábamos montando en España.
P. ¿Se podía haber corregido esa deriva española con otra política europea?
La burbuja inmobiliaria se inició en 1998, con la Ley del Suelo, pero el Gobierno de Zapatero
no corrigió esos errores
R. Por lo menos, se hubiera evitado esa situación
dramática en la que, desde luego, están España e Italia, y por
extensión, la unión monetaria. La corrección total tiene sus
dificultades. Si observas a Estados Unidos ves que una sola moneda con
políticas económicas divergentes llevó a un estallido tremendo a finales
del siglo XIX, lo que provocó la creación de la Reserva Federal. Hoy,
California es un Estado que no puede equilibrar sus presupuestos. Pero
¿cómo financia su deuda?
A través de la Reserva Federal,
y al tipo de interés negativo. Obviamente, tendrán que hacer una
reestructuración seria, pero la Reserva Federal impide que la
especulación arrase a California, como lo impide en Florida. No ocurre
lo que ocurre aquí, donde el Banco Central Europeo no actúa como un
banco central.
P. Tampoco somos una federación.
R. Ni somos una federación ni tenemos un banco
central que actúe como tal, insisto. España tiene unas cifras de déficit
y de deuda inferiores a las de Gran Bretaña y, sin embargo, Gran
Bretaña se financia a través del Banco de Inglaterra con tipos de
interés muy bajos y España se financia con tasas de interés
insoportables. Porque el BCE no actúa como banco central, pero sí impide
que los bancos centrales nacionales actúen como tales. Es una
restricción de nuevo asimétrica, porque favorece enormemente a países
como Alemania y a su entorno próximo, y perjudica de la misma manera a
otros. Así que podríamos afirmar que hablar de una sola moneda europea
es casi política-ficción. Hay un solo euro con valoraciones
completamente distintas por los mercados. En California, el dólar,
independientemente de la deuda de California, es igual que en Nueva
York.
En Alicante, el euro es más caro que en Fráncfort.
P. ¿Eso es lo que ha pasado con la unión monetaria?
R. Conviene recordar que todo esto pasa en un
contexto en el que ya hemos olvidado, a pesar de la irritación de los
ciudadanos, que el origen de esta crisis está en la implosión del
sistema financiero global desregulado. Hay que decirlo ahora una vez
más…
Se ha hecho una operación de rescate de ese sistema financiero
desregulado y, una vez que se ha hecho, a costa del contribuyente, no
solo para pagar el rescate propiamente dicho sino también para pagar las
consecuencias de la recesión profunda que provocó esa crisis
financiera, una vez que se ha hecho todo eso no se ha tocado el origen
de la crisis. Se siguen haciendo las mismas prácticas que llevaron a la
crisis y, de pronto, te encuentras con que
J. P. Morgan ha perdido otros miles de millones de dólares.
P. ¿Por qué sucede eso?
R. Le doy una opinión personal: porque el
desplazamiento del poder real que se ha producido en los últimos 25 años
de los representantes de la democracia representativa a los centros de
decisión financieros del mundo no se ha revertido.
Un ejemplo:
cuando Obama comprende qué sucede,
como toda persona inteligente, y propone la reforma del funcionamiento
del sistema financiero al Congreso de EE UU, pasa por Wall Street y hace
un discurso impecable sobre cómo evitar los errores que se venían
produciendo en Wall Street, en los grandes centros de producción de
errores
. El discurso es impecable, de forma y de fondo, sobre lo que hay
que hacer.
Tiene un solo fallo, el final, y eso es lo que te produce melancolía.
Porque el presidente de EE UU, que todavía es, al menos en teoría, el
hombre más poderoso del mundo, va a
Wall Street,
explica la reforma que está presentando en el Congreso y les pide a los
actores de Wall Street que le ayuden a sacarla adelante. Es dramático.
La reforma no va a pasar en el Congreso salvo que los actores de Wall
Street convenzan a los congresistas (que dependen en parte de ellos) de
la bondad de la reforma.
El desplazamiento del poder real de los representantes democráticos a
los centros de decisión financieros del mundo no se ha revertido
Ese es el último porqué de todos los porqués. El desplazamiento del
Parlamento respecto al proceso de la toma de decisiones se agudiza cada
día. Aquí, en España, yo no sé si el Gobierno ha presentado algún
proyecto de ley en los últimos siete meses.
Yo diría que todo son
decretos leyes, que se discute en otros
Parlamentos de la Unión Europea lo que afecta a España y aquí se oculta.
P. ¿Esta intervenida España?
R. Aquí estamos, en términos relativos, peor que
cualquiera, porque estamos en una situación de rescate, nos guste o no
decirlo, semejante
en términos de intervención a las de Portugal o Irlanda,
pero… a bajo coste.
Por 30.000 millones tenemos todos los
condicionamientos de una intervención plena.
En España, el rescate
definitivo, con cierre absoluto de los mercados (y estamos a dos metros
de eso), supondría 500.000 o 600.000 millones, mucho más que el rescate
actual.
Pero con 30.000 millones, por el momento, de línea de crédito,
la intervención es total: de los bancos con dificultades, de los bancos
buenos y de toda la política económica y fiscal.
P. ¿Cómo es posible?
R. Nos damos de bruces con cosas incomprensibles por
mucho que uno quiera construir un relato que haga comprensible a los
ciudadanos lo que pasa
. Lo peor que ha pasado, dentro de que todo el
paquete de ajustes es desmesurado y de que no hay ni una sola señal de
medidas anticíclicas, lo peor, creo, es que
el presidente del Gobierno, que acaba de ser elegido por mayoría absoluta, ha hecho una declaración en la que dice: “No tenemos libertad para elegir”.
P. ¿Pero la tiene?
R. Vamos a ver, si él dice que no tiene libertad
para elegir quiere decir que los ciudadanos han hecho un ejercicio
inútil eligiéndolo. Ahora, si me pregunta, ¿la tiene? Claro que la
tiene, otra cosa es que esté en condiciones de ejercer la parte de
libertad que le corresponde para elegir.
Claro que la tiene.
Si la tiene una persona a la que no la han votado, como Mario Monti,
cómo no la va a tener el presidente del Gobierno español. Monti decide
unas medidas y después va a Bruselas a defenderlas. Aquí hemos escuchado
al ministro de Economía decir: “El martes veremos lo que decide el
Eurogrupo y después ya conocerán qué medidas de ajuste adoptamos”.
No estoy haciendo un ejercicio de nacionalismo, porque lo diré en
porcentajes: si España hiciera todo lo que tiene que hacer para corregir
los errores acumulados en 10 años de desequilibrios en balanza de
pagos, balanzas comerciales y de pérdida de competitividad; si hace todo
lo que tiene que hacer impecablemente bien —lo cual significaría que
sabe lo que quiere hacer, cosa que no parece poder afirmarse de este
Gobierno—,
habría hecho el 20% de lo que necesitamos para salir de la crisis.
El
80% lo tiene que hacer Europa.
Por tanto, aquí hay dos niveles de
análisis: qué nos pasa como españoles y qué nos pasa como europeos.
Y en
los dos vamos a la deriva.
No hay que pensar que España es demasiado grande para dejarla caer
porque detrás iría el euro. ¿No se destruyó antes Europa a sí misma?
P. ¿Qué nos pasa como europeos?
R. Europa tiene una enorme responsabilidad consigo
misma y con su destino. Es un error decir una y otra vez que “España es
demasiado grande como para dejarla caer, porque detrás vendrá Italia y
no sé qué catástrofe de explosión del euro”.
Eso es una verdad falsa. Si
uno mira la historia de Europa del siglo XX, sabemos que los europeos
son capaces de destruir físicamente Europa. ¡Cómo no van a ser capaces
entonces de acabar con el euro! Depende de que vaya aumentando la voz
del nacionalismo insolidario. Europa ha pasado por dos guerras
mundiales. “Nunca se atreverán a destruir la Europa del euro”, dicen
algunos. ¿Por qué no? Europa está en una encrucijada de tres caminos en
la que he insistido muchas veces.
El primer camino es hacer un
big bang
para federalizar la unión económica y fiscal, además de vertebrar la
unión monetaria.
¿Por qué empleo la palabra federalización, que produce
rechazo? Lo hago intencionadamente, porque si hay una
seudofederalización, sin legitimidad democrática, estamos perdidos.
Si
no hay legitimidad democrática en ese proceso, y queremos solo a
los hombres de negro, en forma de ministros de Economía, para el conjunto de la UE, el proceso de construcción europea derrapará masivamente ante los ciudadanos.
P. Hay otros dos caminos.
R. Sí. El segundo camino es el opuesto al primero:
deshacer lo andado desde el punto de vista de la unión monetaria y del
mercado interior. La gente cree que aunque se deshaga la unión monetaria
se va a mantener el mercado interior, o se va a mantener incluso
Schengen.
Yo diría que no es probable, entre otras cosas porque quienes
están pasando esta gravísima crisis tendrán que hacer devaluaciones
masivas para ganar competitividad.
El tercer camino, y la hipótesis más probable, es arrastrarse por el
fango: dar un pasito adelante y dos pasitos atrás. Y salir de cada
Consejo diciendo que ya tenemos una hoja de ruta, ya tenemos decisiones
tomadas, ya se van a tranquilizar los mercados.
Seguir con esta pelea
estúpida sobre si los mercados tienen o no un comportamiento racional.
Es una gran estupidez. ¿Por qué hablan de racionalidad?
Claro que si hay
una decisión del BCE, que por una vez haga de banco central, anunciando
que “si la prima de riesgo pasa de 200 puntos básicos, me hago cargo de
la deuda”, se acabó la fiesta especulativa.
P. Si se mutualiza la deuda, se federaliza la Unión Europea.
R. Puede haber una situación intermedia, a la que
apelo, y que siempre se ha tomado cuando existe voluntad política. Pero
seamos sinceros: todas las reglas de los tratados que prohíben las
ayudas públicas se incumplieron
después de la quiebra de Lehman Brothers,
con operaciones de rescate nacionales de los bancos propios. Todas las
dificultades que hemos tenido nosotros después no se tuvieron en cuenta
cuando, desde Gordon Brown a la señora Merkel, pasando por Sarkozy,
inyectaron dinero y reestructuraron la parte del sistema que producía
riesgos sistémicos.
Eso no estaba previsto; al contrario, estaba
expresamente prohibido en la normativa europea. ¿Qué fue lo que ocurrió?
Que después de hacer lo que había que hacer y no había más remedio que
hacer, se pusieron de acuerdo en ponerle un paraguas institucional a lo
que se había hecho. Y a partir de entonces, restituirle a los órganos de
Bruselas las facultades de vigilancia y control que tenían, pero la
operación estaba ya hecha. ¿O es que Brown fue a Bruselas a decir cuánto
dinero ponía en la nacionalización de tal o cual banco? ¿O Sarkozy, o
Merkel? Se hizo porque se hizo.
Y políticamente, además, mejor que se
hiciera, porque se hubiera liado si les dicen que no, que no se puede
hacer.
P. ¿Qué ha pasado entre agosto del año pasado, cuando el BCE compró bonos españoles, y hoy, cuando dice que no puede?
Ha cambiado nuestra relevancia a la hora de exigir contrapartidas
a los sacrificios que nos exigen o a los que nos comprometemos
R. Creo que ha cambiado, de verdad, nuestra
relevancia para exigir contrapartidas a los sacrificios que nos piden, o
a los que nos comprometemos
. Dicho en términos de Rajoy, “no tenemos
libertad para elegir”; eligen otros lo que tenemos que hacer. Siempre
nos dicen la misma frase: “Está bien, siga profundizando, siga por ese
camino”.
Habría que contestar: “Dígame dónde está el final del camino,
para decirle a la gente que este camino tiene un límite, y que ese
límite es este, y que a partir de este límite se producirá esto otro”.
Eso nunca ocurre, ni siquiera hemos negociado seriamente en esta
intervención. Estamos intervenidos por todos los costados y ni siquiera
hemos negociado una contrapartida.
Ahora, es el galgo que corre detrás de la liebre mecánica que mueve
otro, y que nunca alcanza. Al final de año, con una vigilancia
trimestralizada, nos dirán que no es suficiente, que hay que hacer más.
Y
mientras más se haga en la misma dirección, esta máquina de destrucción
de aparato productivo de clases medias que han puesto en marcha no
tiene salida.
P. Pero ¿por qué exige la Unión Europea ese proceso? ¿Cuál es el objetivo?
R. Porque el nacionalismo, del que dependen los
Gobiernos en los votos, hace imposible que cambie el razonamiento
político nacional y se genere un razonamiento político europeo
. Es
curioso.
Hollande ha hecho una doble aportación: una señal de política anticíclica,
aunque sea con solo 120.000 millones, y la constatación de que el
ajuste tiene que ser más moderado para ser soportable, y tiene razón.
Digo que es curioso, porque en otro plano es Alemania, Merkel, la
partidaria de hacer una apuesta por una mayor federalización, mientras
que a Francia le cuesta más aceptar ese camino.
P. Volvamos a la situación española. ¿Podía el
Gobierno haber negociado de otra manera? Muchos piensan que cuando se
pide dinero, no se tiene derecho a decir nada.
R. ¿Cómo que no? Claro que sí. Yo he pedido dinero
para algo específico, algo concreto, que por cierto otros países han
hecho ya. Recordemos que ellos lo han hecho con su dinero, pero en
contra de una normativa europea que se cambió después.
Me ofrecen una
línea de crédito de hasta 100.000 millones para recapitalizar lo que se
supone que tengo damnificado, es decir un tercio de nuestro sistema
financiero. Yo tomo el dinero para eso y negociamos que la operación
está sometida a una recapitalización, que les permite actuar como
accionistas clave, como capitalizadores clave, en esa parte del sistema
financiero. Pero lo segundo que hago es exigir las mismas condiciones
para todos los demás. Para empezar, en las pruebas de estrés. ¿Por qué
intervienen la parte sana de nuestro sistema financiero y no la de otros
países?
P. ¿La UE está exigiendo a España cosas que no exige a otros?
R. A nadie. Salvo, claro, a los países con
intervención total, donde se ha hecho cargo de su gestión macroeconómica
y de su financiación. En el caso español, está haciendo exactamente lo
mismo con mucho menos coste.
Como compensación, debería existir para España una garantía seria de financiación a través del Banco Central Europeo
P. Dicho de otra manera, este tipo de rescate le conviene a la Unión Europea, no a nosotros.
R. Claro, si no hay contrapartidas eso es así.
Siguiendo la terminología de Montoro
—una persona que cree que la Constitución le autoriza a invadir las
competencias de las autonomías—, lo que se ha aceptado absolutamente es a
los hombres de negro, los tenemos aquí trimestralmente para
ajustar al objetivo de déficit y, por tanto, tocando toda la política
económica del país.
Y todo ello con un coste para la UE relativamente
reducido.
Inyectará 30.000 millones y si vas cumpliendo te dará otros 30.000.
Ni siquiera el Gobierno cree que vaya a pedir los 100.000. El coste es
muy bajo para ellos.
A mí no me parece mal, si existe una contrapartida
clara: una garantía de financiación que dé Europa a través de los
instrumentos que tiene, o de los que ponga en marcha. El que ahora tiene
más claro es el Banco Central Europeo. Oiga usted: la contrapartida a
las barbaridades que estoy haciendo, que meten a mi economía en un
proceso de recesión, que no nos va a permitir alcanzar a la liebre haga
lo que haga, es que me puedo financiar a tasas razonables. No digo a las
de Gran Bretaña, que son de intereses negativos, o a tasas holandesas o
alemanas; pero, bueno, que se fije un criterio a partir del cual Europa
interviene, para que la prima de riesgo no haga insostenible el
programa.
P. ¿Cree que con un Gobierno de concentración sería posible retomar el rumbo y marcar un horizonte más claro?
R. Me preocupa cómo crecen en los medios, incluso en
la derecha más conservadora, las presiones sobre las bondades de un
Gobierno tecnócrata.
Me preocupa no solo por la deslegitimación de la
democracia sino porque me parece un error serio, más allá de las
equivocaciones que cometa el político A, B o C. Es un error. Llamamos
—no quiero poner nombres para que no se ofendan en Europa— a los mismos
que nos han llevado a la crisis pero, ahora, como especialistas para
gestionar la salida.
¿Quiénes son los gestores disponibles de Goldman
Sachs para que nos ayuden a salir de la crisis como buenos tecnócratas?
¿Qué responsabilidad tiene Goldman Sachs?
Todo esto me parece un desastre.
Lo que sí que creo es que el Gobierno
debería ser consciente de dos cosas: uno, que los ciudadanos tienen
derecho a saber qué es lo que están haciendo, por qué lo están haciendo y
con qué objetivo.
Y punto número dos, que una operación de esa
naturaleza exige un consenso entre todos los actores, por tanto un
consenso nacional.
P. ¿Es partidario de un pacto nacional?
P. No tiene nada que ver con los Pactos de la
Moncloa, pero hay más razones incluso que entonces para hacer una
política de consenso nacional. El consenso nacional significa acordar lo
que hay que hacer. Y eso exige empezar por un relato de qué es lo que
hemos hecho mal y cómo lo corregimos. Y de qué es lo que está haciendo
mal Europa y qué cantidad de influencia ponemos sobre la mesa para
corregir esa desviación europea. ¿Eso se tiene que hacer por consenso
entre todos los actores?
Sin duda alguna. ¿La mayoría absoluta ayuda a
eso? Estoy seguro de que la mayoría absoluta es hoy una máquina de
destrucción de legitimidad.
En lugar de llegar a ese consenso para ganar
eficiencia y reestructurar las Administraciones públicas, lo que
estamos viendo es el machaque continuo de la credibilidad, del prestigio
y de la relevancia de las comunidades autónomas, y el fortalecimiento
de las diputaciones provinciales, como si quisieran volver a la
estructura caciquil del siglo XIX.
P. ¿Existe el riesgo de que al implicar a todas las fuerzas políticas, si todo sale mal, no exista un recambio posible?
Si el Gobierno no deja margen al consenso, Rubalcaba tiene que dejar
claro que este Gobierno y esta dinámica nos llevan a la ruina
R. No, no tiene ningún riesgo.
El peor de los mundos es el que está viviendo Alfredo Pérez Rubalcaba,
queriendo comportarse con responsabilidad de Estado y siendo
permanentemente ninguneado como interlocutor por el Gobierno
. Cuando me
pregunta, le digo: “Actúa como si fueras Gobierno, sabiendo que no lo
eres”. Pero el margen de maniobra se le está acabando.
Por eso está
diciendo: “Por aquí no”. Tiene que construir su propio relato y decir
“tenemos que ir por aquí”. Y dejar claro que este Gobierno y esta
dinámica nos llevan a la ruina.
Este Gobierno no deja ningún margen para
hablar, para negociar, para decir “oiga usted, se ha equivocado en
esto.
¿No entiende que no hay una sola medida que vaya contra el
ciclo?”. Me preocupa que estén invitando a Rubalcaba a que, de verdad, y
lo tendrá que hacer, se descuelgue de este camino disparatado.
P. ¿Podría Rubalcaba hacer otra cosa en el Gobierno?
R. No estoy haciendo aquí una apuesta por Rubalcaba
en el Gobierno.
Lo que digo es que hace falta más claridad y que el
Gobierno de Rajoy, con su mayoría absoluta, ha perdido la credibilidad.
Nadie se puede creer en Europa que el equipo que tiene la
responsabilidad en la mayoría de las autonomías, de los Ayuntamientos,
antes de tener la responsabilidad en el Gobierno central; nadie se puede
creer que Rajoy llegue al Gobierno sin un programa, sin una propuesta;
lo que, lamentablemente, parece que es verdad.
Hemos sobrepasado el
límite, Rajoy tiene la obligación de convocar a un gran acuerdo nacional
para salir de la crisis y para actuar en Europa.