Porque uno se prepara las entrevistas, que si no nunca hubiera
reconocido a Catalina Hoffmann en la mujer alta, joven (36 años) y
sonriente que entra apurada en una de las cafeterías clásicas del barrio
de Salamanca, uno de los de mayor nivel adquisitivo del centro de
Madrid. Elegida una de las 100 empresarias de más éxito de España, con
reciente libro sobre su vida y cuyo caso se estudia en la Universidad de
Harvard, Hoffmann se ríe del contraste entre su persona y lo que su
currículo puede llevar a pensar:
“A veces, cuando me invitan a una conferencia, se creen que soy la secretaria del profesor Hoffmann, un supuesto sesudo alemán creador del método del mismo nombre”, ironiza.
Bromas aparte, Hoffmann, que no duda en llamarse emprendedora, basa su éxito en su método para tratar a las personas mayores de forma individualizada.
“Por fin, tras muchos problemas, fue aceptado como obra científica en 2008”, dice. Este método es la base del trabajo en los 35 centros Vitalia, que tratan a unas 3.000 personas en España y que ahora prepara su expansión a México y Colombia. “Siempre me han apasionado las personas mayores”, explica. Gente como su abuela, que falleció hace un año y en honor a la cual ha elegido el sitio del encuentro:
“Era su favorito, y me gustaba venir con ella a merendar”.
Por eso estudió medicina y terapia ocupacional, y se especializó en estimulación cognitiva.
Pero el chasco le vino cuando quiso ejercer, y se encontró con que los centros eran “aparcamientos para mayores”.
“Los infantilizábamos. Ahí estaba don Pedro, ingeniero de telecomunicaciones, al que ponían a sumar dos más dos. En esta sociedad, cuando te jubilas pasas de ser ‘don’ a ser ‘el abuelito’.
Aprender a envejecer es un arte, y nadie te enseña.
Con 40 años de vida por delante solo intentamos que se entretengan, cuando tienen mucho que aportar”, dice indignada.
Con ese convencimiento desarrolló un sistema de tests para medirlo “todo; las capacidades físicas y las intelectuales, las sociales, y las de comunicación”. “Se puede envejecer de una manera activa”, dice convencida. Y por si alguien lo duda, ahí está “don Juan, un notario que había perdido la capacidad de firmar”. “Tenía una depresión y una frustración de caballo
. Después de ocho meses, volvió a firmar. Ya no quería trabajar, pero no se resignaba a que su mujer fuera la única que pudiera extender un talón”, cuenta.
Eso sí, el camino no ha sido fácil. “Los tres primeros años fueron terribles. Tuve que recurrir a lo que yo llamo F&F, familia y amigos en inglés”
. Cuando vio que la demanda la empujaba a crecer, eso no bastó. “Me recorrí todos los bancos. Pedí inversores.
Cuando me llamaban, yo, que estaba sola en una oficina, ponía voces, cambiaba acentos, me hacía pasar por mi secretaria y mi jefa comercial.
Es lo que en casa llaman mis muñozsecadas, por mi bisabuelo, el escritor Pedro Muñoz-Seca, porque siempre he sido muy teatrera.
Quienes llamaban me decían que conmigo solo trabajaban mujeres.
¡Es que era yo sola!”, se ríe.
Desde 2006 hasta ahora, todo ha sido frenético para Hoffmann, quien pese a ello lucha por sacar tiempo para su marido y los amigos que le quedan. “Perdí a muchos.
Yo no era la amiga siempre dispuesta a fiestas”.
Ahora, su siguiente proyecto es bloquear su agenda —“como tuvo que hacer mi marido para que nos casáramos”— y tener un hijo.
Ella está convencida: “Pese a todo lo que trabajo, puedo ser una buena madre”.
“A veces, cuando me invitan a una conferencia, se creen que soy la secretaria del profesor Hoffmann, un supuesto sesudo alemán creador del método del mismo nombre”, ironiza.
Bromas aparte, Hoffmann, que no duda en llamarse emprendedora, basa su éxito en su método para tratar a las personas mayores de forma individualizada.
“Por fin, tras muchos problemas, fue aceptado como obra científica en 2008”, dice. Este método es la base del trabajo en los 35 centros Vitalia, que tratan a unas 3.000 personas en España y que ahora prepara su expansión a México y Colombia. “Siempre me han apasionado las personas mayores”, explica. Gente como su abuela, que falleció hace un año y en honor a la cual ha elegido el sitio del encuentro:
“Era su favorito, y me gustaba venir con ella a merendar”.
Por eso estudió medicina y terapia ocupacional, y se especializó en estimulación cognitiva.
Pero el chasco le vino cuando quiso ejercer, y se encontró con que los centros eran “aparcamientos para mayores”.
“Los infantilizábamos. Ahí estaba don Pedro, ingeniero de telecomunicaciones, al que ponían a sumar dos más dos. En esta sociedad, cuando te jubilas pasas de ser ‘don’ a ser ‘el abuelito’.
Aprender a envejecer es un arte, y nadie te enseña.
Con 40 años de vida por delante solo intentamos que se entretengan, cuando tienen mucho que aportar”, dice indignada.
Con ese convencimiento desarrolló un sistema de tests para medirlo “todo; las capacidades físicas y las intelectuales, las sociales, y las de comunicación”. “Se puede envejecer de una manera activa”, dice convencida. Y por si alguien lo duda, ahí está “don Juan, un notario que había perdido la capacidad de firmar”. “Tenía una depresión y una frustración de caballo
. Después de ocho meses, volvió a firmar. Ya no quería trabajar, pero no se resignaba a que su mujer fuera la única que pudiera extender un talón”, cuenta.
Eso sí, el camino no ha sido fácil. “Los tres primeros años fueron terribles. Tuve que recurrir a lo que yo llamo F&F, familia y amigos en inglés”
. Cuando vio que la demanda la empujaba a crecer, eso no bastó. “Me recorrí todos los bancos. Pedí inversores.
Cuando me llamaban, yo, que estaba sola en una oficina, ponía voces, cambiaba acentos, me hacía pasar por mi secretaria y mi jefa comercial.
Es lo que en casa llaman mis muñozsecadas, por mi bisabuelo, el escritor Pedro Muñoz-Seca, porque siempre he sido muy teatrera.
Quienes llamaban me decían que conmigo solo trabajaban mujeres.
¡Es que era yo sola!”, se ríe.
Desde 2006 hasta ahora, todo ha sido frenético para Hoffmann, quien pese a ello lucha por sacar tiempo para su marido y los amigos que le quedan. “Perdí a muchos.
Yo no era la amiga siempre dispuesta a fiestas”.
Ahora, su siguiente proyecto es bloquear su agenda —“como tuvo que hacer mi marido para que nos casáramos”— y tener un hijo.
Ella está convencida: “Pese a todo lo que trabajo, puedo ser una buena madre”.