Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

19 nov 2012

Kate Moss era así cuando su leyenda comenzó a escribirse

Salen a subasta imágenes inéditas de la modelo a los 14 años, en su primer posado

Junto a ellas se ofrecen trabajos de William Klein, Henri Cartier-Bresson, Man Ray y varias fotos icónicas de los Beatles.

Kate Moss, a los 14 años en su primera sesión de fotos, realizada por David Ross en octubre de 1988. / EFE
Son unas instantáneas en blanco y negro, del tipo que se hace a las maniquíes novatas para calibrar su fotogenia
. La modelo, una quinceañera menuda, viste de sport y lleva el pelo castaño sin arreglar.
 Sin embargo su sonrisa imperfecta y su mirada a la vez intensa y ausente son inmediatamente reconocibles. Las imágenes forman parte del primer posado de Kate Moss, tomado en 1988 por el prácticamente desconocido fotógrafo David Ross.
Se subastarán en la casa londinense Bloomsbury Auctions el 23 de noviembre junto a trabajos de William Klein, Henri Cartier-Bresson, Man Ray y varias imágenes icónicas de los Beatles.
 Se estima que cada una de las tres copias se venda por unos 1.500 euros.
“El portero me avisó de que en la entrada había una joven que parecía perdida”, recuerda Ross sobre el día en el que conoció a la modelo “Me encontré a una niña delgada con aspecto desconcertado y le pregunté si estaba buscando a su madre”.
 El fotógrafo no pudo realizar la sesión encargada por la agencia Storm porque Moss era menor y se había presentado sin acompañante y la top volvió al día siguiente con una compañera de colegio.
Durante la sesión nada le hizo sospechar a Ross que se encontraba frente al rostro que definiría la estética de las siguientes décadas: “Era una chica dulce que inicialmente se mostraba un tanto apabullada. Le dije que no tenía que hacer nada, que estaba muy guapa.
 Enseguida se tranquilizó”, relata el fotógrafo en su página web.
Un cuarto de siglo después de su primer retrato, la historia de Kate Moss sigue siendo la de un icono improbable.
 Una chica de barrio que sin ser alta o especialmente imponente se encaramó a lo más alto de su profesión. Sus bazas, una imagen tan intemporal como contemporánea y una combinación de misterio y accesibilidad, resultan menos obvias que el poderío físico de las maniquíes que ascendieron durante la década de los 90. Hoy pese a ser una de las personalidades británicas más reconocibles por la calle parece “una chica más”, tal y como comentan los comerciantes de la zona del norte de Londres donde vive la modelo.
Kate Moss, con solo 14 años en su primera sesión de fotos, realizada por David Ross en octubre de 1988. / EFE
Moss es un referente de estilo que ha puesto su nombre en líneas de ropa y de cosmética y a los 38 años sigue trabajando al mismo ritmo que las veinteañeras
. Permanece en la cima como la segunda modelo mejor pagada después de Gisele Bündchen
. Pero hay algo más que no se explica con cifras o contratos.
 Un magnetismo que hace de ella un objeto de culto fuera de la industria de la moda. Ha posado para el pintor Lucian Freud, quien durante una de las sesiones además le tatuó a la top una bandada de pájaros en la cadera.
 Y el artista británico Marc Quinn esculpió su cuerpo en oro sólido, una pieza que se exhibió durante un tiempo en el Museo Británico. “Su imagen es escurridiza, nunca la puedes fijar” aventura Quinn a la revista Vanity Fair, que publica una de las escasas entrevistas con Moss.
Durante toda su trayectoria la maniquí ha contrarrestado su vida personal con mutismo de cara a la prensa. Con la ruptura de su silencio ha admitido que de joven se sentía incómoda posando sin ropa y que con 17 años, tras protagonizar una campaña de Calvin Klein sufrió una crisis de ansiedad.
 Las declaraciones coinciden con la publicación del libro de fotografías Kate: The Kate Moss Book para la editorial Rizzoli, que presentó la noche del 15 de noviembre en Londres con firma de ejemplares y la inevitable fiesta posterior.

 

Alta costura y ópera bajo la cúpula del centenario Palace

Desfile para conmemorar el siglo de historia del Palace. / CRISTÓBAL MANUEL
Suenan los acordes de Caruso, canción compuesta por el gran artista italiano Lucio Dalla.
 Bajo la cúpula resplandeciente del hotel Palace de Madrid, una modelo ataviada con un vestido en organza de la casa de moda Givenchy de los años setenta desfila entre los asistentes a una edición especial del Musical & Brunch que se celebra todos los domingos en tan glamuroso edificio y que ayer quería conmemorar sus cien años de historia.
Así, durante la hora del almuerzo, los congregados bajo la hermosa cúpula disfrutaron de una actuación de ópera en directo mientras se deleitaban con un desfile de moda que mostraba la historia de los trajes durante el siglo XX.
 Un recorrido de telas que encaja con la historia del hotel.
 Era fácil imaginarse a Greta Garbo en la figura de una de las modelos que vestía un abrigo de leopardo y un tocado de Delly Poelmans, sentada con las piernas cruzadas estudiando el guión de cualquier historia.
Sobre la alfombra desfilaron un total de 18 diseños vintage que pertenecen al coleccionista João Magalhães, actual director del Museo Automovilístico de Málaga
. La predilección de este portugués por la moda nació al descubrir cómo en la parte trasera de los coches que iba adquiriendo para su colección era bastante común encontrarse con tocados de señora, también de época.
 Así, empezó a viajar por todo el mundo para recopilar auténticas piezas de museo que ahora expone en ocasiones especiales, como el evento de ayer en el Palace, y que pretende mostrar en su museo a principios del año que viene.
La partitura de Torna a Surriento, compuesta por Ernesto de Curtis, embelleció aún más la presentación de Delphos, una prenda del modisto Mariano Fortuny que, en palabras de la directora artística del desfile, Ana Gayo, conceptualiza la “sabiduría” de la historia del vestuario.
 Un conjunto sport chic de Christian Dior, un vestido de pedrería y plumas de Valentino, un vestido azul de Dior diseñado por Yves Saint Laurent en 1958 y un sombrero-zapato, en homenaje a su creadora, la diseñadora Elsa Schiaparelli, fueron algunas de las piezas que los asistentes pudieron ver en el salón principal del hotel mientras disfrutaban del bufé.
Pero no solo se lucieron los trajes, sino también los tocados, los zapatos de la marca EME, los guantes de la casa Varadé y las joyas de Carrera y Carrera.
 Sin olvidar, por supuesto, la música, acorde con la época de los vestidos.

Las ilusiones visuales de Vik Muniz

El artista brasileño expone en Madrid sus collages de conocidas obras de arte. El CAC Málaga prosigue con la retrospectiva dedicada a su obra.

'Verano en la ciudad, según Edward Hopper', obra de Vik Muniz de su exposición en la galería Elba Benítez
El vuelo entre Nueva York y Río de Janeiro suele durar poco más de nueve horas
. Para Vik Muniz, que hace este viaje con frecuencia, es un tiempo de paz y sosiego, fuera del alcance de teléfono y ordenadores, de asuntos o personas que requieren su atención
. Así es que se la ha ingeniado para realizar allí sus nuevas obras
. Ha logrado concentrarse en el trabajo manual de hacer pequeños recortes de revistas y periódicos con los dedos –“suelo llevar siempre una navajita conmigo, aunque en los aviones ya no me la dejan llevar en la cabina, por lo que he tenido que usar solo las manos para desgarrar el papel”, explica—con los que ha compuesto algunas de las obras de su serie Pictures of Magazine 2, en la que viene trabajando desde hace dos años.
 Se trata de la recreación de algunas conocidas obras de arte de pintores como Edward Hopper, Paul Cézanne, Caravaggio o Warhol a partir de un collage de diminutas teselas de papel.
Vik Muniz (Sao Paulo, 1961) aplica a su trabajo la máxima de McLuhan de que “el medio es el mensaje”. Pinta con chocolate, mermelada, azúcar o espaguetis, crea imágenes con ramas o cualquier material, como se puede apreciar en la retrospectiva que le dedica en estas fechas del CAC Málaga. Sus nuevos trabajos se presentan ahora también en la galería Elba Benítez, de Madrid, y son una especie de collages de pequeños recortes de revistas que forman la imagen de algunas famosas pinturas.
“La primera de las obras de esta serie fue el desnudo de Bonnard que está en esta muestra”, cuenta. “No conseguí hacer la cara de la modelo
. Estaba experimentando y poco a poco he conseguido dominar la técnica. Empezar una serie d eobras implica plantearse muchas preguntas a través de ellas
. Cuando dejas de tener preguntas es que la serie ya está acabada”.
Los hace a pequeña escala, tamaño folio. Pero para él la obra no es ese collage artesanal, sino la fotografía que le hace y amplía a diferentes tamaños
. El collage no es el original es solo “la matriz”, según él.
 La obra de arte es la copia fotográfica que “engaña” al espectador según la mire de cerca o de lejos. “Trabajo mucho con temas en torno a iconos, asuntos de género y con la familiaridad del público con ciertas imágenes.
 Yo hago siempre la mitad de la obra, la otra mitad la pone el espectador y su proceso al ver la pieza. Procuro que haya una interactividad dirigida hacia el bagaje visual del espectador.
Iconos o arquetipos. Que tenga la impresión de haber visto eso antes y encontrar a su vez algo distinto en ella. Un cortocircuito, una discrepancia que hay que ajustar. Y ese ajuste es una especie de conversación consigo mismo.
 No se trata solo de ver sino de negociar con lo que se ve”.
El artista brasileño Vik Muniz
“¿Cómo se inserta la imagen artística en los medios de comunicación? ¿Qué la distingue de las otras imágenes?”, continúa Muniz. “La obra de arte tiene una fisicalidad que implica que el espectador es el que debe acercarse a ella.
 Es un ritual de aproximación, por eso yo echo mano de toda la narrativa de la aproximación.
 Si ves la obra a cinco metros ves una cosa, a dos metros ves algo distinto, a veinte centímetros de distancia parece otra. Estos niveles de lectura requieren un proceso.
Las imágenes de las revistas son transparentes en ese sentido.
 Yo dejo como un rastro de migas para que sigan el camino.
Que busquen la miga en el suelo y alcen la vista para buscar la siguiente, entremedias hay un vacío semántico.
 Es un truco con un cuestionamiento, un discernimiento. Hace que el espectador se pregunte por el proceso”.
La idea de relacionar obras de la historia del arte con trozos de imágenes de actualidad en pequeños fragmentos contribuye a una lectura nueva de la pieza resultante.
 “Me sigue gustando mirar la prensa. Me preguntaron hace poco por qué leía revistas y periódicos si lo tenía todo en internet. Le contesté que hay una diferencia entre la noticia y el documento. La revolución tecnológica y digital está dando otro rol al papel. Cualquiera escribe un blog, pero el papel sigue permaneciendo, es un documento con un respaldo histórico”, comenta.
'Flores, según Warhol', obra de Vik Muniz
“Yo provengo del mundo de la publicidad”, explica el artista brasileño que vive en Nueva York desde hace unas tres décadas. “Empecé a pensar en hacer arte cuando vivía en el East Village cuando sentí el pulso de mi generación en obras como las de Cindy Sherman o Jeff Koons.
 Sentí que era gente como yo.
 Ellos tenían que negociar la distinción entre lo que vivían en el mundo real y los papeles que desempeñaban en el mundo de la imagen, el mundo mediatizado.
 Esta negociación es muy interesante.
 He procurado estar bien equipado conceptualmente tanto con lo que sé de la publicidad como del arte. Me interesa la fusión entre la obra y el documento.
 Es la foto de una obra que se transforma en la obra en sí misma. Donde una termina empieza la otra.
 Eso crea una ambigüedad que incita al espectador a plantearse preguntas sobre lo que está viendo”.

 

Sexo y misterio en el ‘caso Petraeus’

Atractiva y bien relacionada, Jill Kelley puso al FBI sobre la pista del escándalo.

Jill Kelley abandona su domicilio el pasado 13 de noviembre. / Tim Boyles (AFP)
En algún momento del pasado mes de mayo, Jill Kelley solicitó la ayuda del agente del FBI Frederick Humphries, a quien conocía lo suficiente como para que éste le hubiera mandado una foto en la que exhibía su torso desnudo, para que investigara unos correos electrónicos amenazantes que había recibido con la firma de Paula Broadwell.
“Ella le dijo: ¿Qué podemos hacer con esto? El agente le respondió: Esto es serio.
 Parecen ser las andanzas de un par de generales”, según el relato facilitado por un portavoz de la mujer amenazada.
 Los dos generales son, por supuesto: David Petraeus, el exdirector de la CIA, que tenía una relación con Broadwell, y John Allen, el jefe de las tropas en Afganistán, que intercambiaba mensajes tiernos con Kelley, quien, a su vez, era también amiga de Petraeus.
Jill Kelley no es una mujer cualquiera.
 Atractiva y bien relacionada, tenía suficiente influencia en Tampa, donde vive, como para entrar sin identificarse a la base aérea MacDill, uno de los mayores centros militares del país, y para haber sido invitada tres veces en los últimos seis meses a distintos eventos sociales en la Casa Blanca.
 Era cónsul honorario de Corea del Sur, cargo por el que creía, equivocadamente, disponer de inmunidad diplomática y en el que ha llegado a cobrar, según la cadena CNN, hasta dos millones de dólares por facilitar contactos para cierto negocio.
 Sus ideas están próximas al Partido Republicano, para el que, junto a su hermana, Natalie Khawam, ha organizado algunos actos en Florida.
Conocía al agente Humphries, que vive también en el área de Tampa, en Dover, de coincidir en distintas celebraciones
. Eran solo amigos, según portavoces de ambos, y su foto descamisado no tenía, aparentemente, intenciones sexuales. Humphries, no obstante, estaba lo suficientemente interesado en los problemas de Kelley como para mover el caso en el departamento de delitos cibernéticos del FBI.
El agente tenía buena fama en el Bureau
. Había contribuido a destapar una conocida conspiración terrorista en 1999 y se le valoraba por su arrojo y disposición.
 Preocupaba, al mismo tiempo, su temperamento excesivamente caliente y sus ideas excesivamente derechistas. Pese a todo, el FBI le permitió meter la nariz en los correos privados nada menos que del director de la CIA y del jefe de la misión en Afganistán, lo que, de entrada, constituye un serio motivo de preocupación sobre los límites de esa agencia de investigación.
El FBI ha dicho después que Humphries fue apartado del caso poco tiempo más tarde porque se mostraba “demasiado involucrado personalmente” en el asunto. Pero para entonces la bola de nieve bajaba ya imparable por la ladera de la montaña.
 Humphries, pese a todo, no se detuvo ahí.
 En octubre, según él, frustrado porque la investigación no avanzaba, se puso en contacto con un congresista republicano a quien conocía, Dave Reichert, quién le facilitó una entrevista con el número dos del Partido Republicano en la Cámara de Representantes, Eric Cantor
. Esa conversación, según Cantor, fue el día 27, y él se tomó hasta el día 31 para informar de ello al director del FBI, Robert Mueller
. También según Cantor, no se lo dijo a nadie más. El FBI niega que supiera de la iniciativa de Humphries y éste niega que su intención fuera la de facilitar a los republicanos lo que podría haber sido una bomba a 10 días de las elecciones presidenciales.
Aunque Humphries ya no estaba oficialmente por medio, el FBI mantuvo la investigación sobre Petraeus y Allen, aunque, según la agencia, sin poner en conocimiento ni al Congreso ni a la Casa Blanca.
 El fiscal general, Eric Holder, bajo cuyo control está el FBI, confirmó esta semana que Barack Obama no supo del asunto hasta el miércoles de la semana pasada, dos días antes de que se hiciera pública la dimisión de Petraeus.
Algunos opinan hoy en Estados Unidos que Obama no debía de haber admitido la dimisión de Petraeus puesto que éste no había cometido ningún delito, no que se sepa hasta ahora, al menos.
 La CIA ha abierto una investigación oficial para comprobar si se ha producido una filtración de información secreta, y el FBI se llevó el lunes pasado documentos y ordenadores de la casa de Broadwell para tratar de saber qué es lo que esta mujer sabía. Hasta ahora solo se ha dicho que poseía, efectivamente, datos relevantes, pero ninguno procedente de la CIA.
Broadwell es una graduada de la Academia Militar de West Point y también una mujer poderosa en su entorno.
 Ese poder creció, indudablemente, cuando se acercó a Petraeus para escribir su biografía.
 Durante dos años viajó con él y se hicieron tan íntimos como para estar a su lado en el Congreso el día que lo confirmaron como director de la CIA.
Hasta aquí, la historia es, por ahora, un romance. O varios romances. Broadwell amenazó a Kelly porque sospechaba que ésta cortejaba a su general en MacDill
. En esa misma base militar, Kelly trabó amistad con el general Allen, quien, según sus portavoces, encontró durante dos años tiempo para dedicarle 12 mensajes diarios de carácter “afectuoso pero platónico”.
 Ya parece descartado que este embrollo sentimental tenga que ver con el ataque de Bengasi.
 Tampoco parece que estos personajes, todos republicanos, puedan poner en peligro a Obama.
 Pero el escándalo no se ha acabado y algunos misterios perduran.