Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

11 nov 2012

El bastión de la ‘marea blanca’

La Princesa se ha convertido en emblema de la resistencia a las medidas privatizadoras de la sanidad de Ignacio González.

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Detalle de la bata de un trabajador de La Princesa. / CARLOS ROSILLO
“¿Has visto que te hemos saludado desde fuera? Eres ya un VIP”, le dice el médico al entrar a Justo Jiménez, de 65 años, que sonríe halagado en su habitación de la tercera planta del hospital de La Princesa. Está aislado porque el tratamiento de su cáncer de próstata le hace especialmente vulnerable a las infecciones. “No puedo salir; si no, estaría allí abajo en las protestas todos los días”, cuenta. Cada poco abre la ventana y coloca bien la pancarta que el viento ha revuelto: “La Princesa es como nuestra casa. No debemos hipoteca, no nos desahuciéis. Un paciente”, se lee en una sábana escrita con rotulador y pegada al alféizar con esparadrapo.
Jiménez ingresó al día siguiente del anuncio del Gobierno regional que ha puesto patas arriba a toda la sanidad madrileña. Junto con los Presupuestos de 2013, Ignacio González proclamó la privatización total de la gestión de seis hospitales construidos hace apenas cinco años, la externalización de 27 centros de salud, la entrada de empresas en los servicios no sanitarios de todos los hospitales madrileños, la transformación del Carlos III en hospital de media y larga estancia y la conversión de La Princesa en centro especializado en mayores de 75 años. El día 1, festivo, Jiménez se encontró que su hospital ya estaba en lucha
. Al día siguiente, sábado de un puente, una asamblea multitudinaria decidió iniciar un encierro. La mecha había prendido.
La Princesa es solo uno de los muchos centros amenazados. El peligro, en su caso, no es la privatización —de momento—, sino el desmantelamiento de un hospital con 160 años de historia, puntero en docencia e investigación que ofrece 40 especialidades a una población de 300.000 habitantes. Y, sin embargo, se ha convertido en símbolo de toda la lucha de la sanidad pública. Sus trabajadores -desde el jefe de servicio hasta la celadora- y sus pacientes fueron los primeros en movilizarse.
 El incendio prendió primero en el Infanta Leonor de Vallecas y el hospital del Henares, en Coslada. Y después se extendió a todos los demás: encierros, concentraciones, marchas…
La sanidad madrileña está en llamas. Lo sabe bien Justo Jiménez, que desde su habitación silba y grita como si estuviera con los demás cortando la calle de Diego de León o Francisco Silvela. Y también lo saben en el Gobierno regional. El consejero de Sanidad, Javier Fernández-Lasquetty, ha evitado sus habituales visitas a los hospitales esta semana. El Gobierno está solo en esto. Los sindicatos en pleno, la oposición, las sociedades científicas, el Colegio de Médicos, asociaciones de pacientes… Todos han rechazado, y algunos de manera muy contundente, las medidas del llamado Plan de medidas de garantía de la sostenibilidad del sistema sanitario público.
"Vengo cada dos por tres por infecciones
. Con 40 de fiebre. Aquí me conocen y saben lo que necesito. Si ahora me quitan la urgencia, ¿a dónde voy? ¿Qué hago? ¿A otro hospital y otro médico cada vez? Tengo un historial que es una enciclopedia", dice Jiménez.
 Su problema de salud le obligaba tan a menudo a ingresar en La Princesa que hace un año se mudó a un piso cercano. Lo decidió también por sus hijos, que trabajan, y de los que no quería estar dependiendo. "Fíjate lo que me supone a mí que me manden a otro sitio. Tengo la constancia de que científicamente han hecho por mí lo imposible. Y humanamente ni te cuento. Sé que este es solo mi problema. Pero como yo habrá miles".
Exteriores del hospital de La Princesa tapizados con pancartas. / CARLOS ROSILLO
Yolanda Otero, de 62 años, no teme por su puesto como enfermera. Tiene plaza, aunque comparte su jornada con compañeras interinas o eventuales. Esta vez no se trata de empleos, que también, ni de condiciones laborales, asegura tras tomarle la tensión a Jiménez. Se podría decir que el movimiento de protesta, la llamada marea blanca, es a la vez altruista y egoísta. “Estamos aquí por la sanidad pública. La sociedad no puede perder lo que hemos ganado en todo este tiempo. No podemos pagar la mala gestión de algunos. Esto es un retroceso de 40 años
. Como no nos movamos, todos, nos quedamos sin sanidad pública”, predice. Por eso, en realidad, la lucha es interesada: todos somos pacientes
. “Tengo más miedo como usuaria que como médico”, sostiene Patricia Alonso, geriatra del hospital Infanta Leonor.
Se les llama los nuevos hospitales porque, en un alarde inaugurador sin precedentes, Esperanza Aguirre consiguió abrirlos todos casi a la vez, en 2008
. Muchas voces se alzaron entonces contra la conveniencia de levantar seis nuevos hospitales de agudos. ¿Eran necesarios? ¿Se diseñaron en base a algún plan? Debió de haberlo, pero nunca llegó a la opinión pública
. Ahora, solo cuatro años después, resulta que sobran dos centros de agudos, que se reconvierten: el Carlos III y La Princesa. Y los nuevos, levantados mediante concesión administrativa con contratos a 30 años, pasan a manos privadas. “Sin reformas se hundiría la sanidad pública”, aseguró Lasquetty esta semana en la Asamblea.

Un plan privatizador

» Privatización total de la gestión de los nuevos hospitales (Infanta Leonor, I. Cristina, I. Sofía, Sureste, Tajo, Henares).
» Externalización del 10% de los centros de salud. Preferentemente, con gestión de los profesionales agrupados en sociedades; de no concurrir, concurso para empresas.
» Transformación de La Princesa en centro especializado en mayores de 75 años y del Carlos III (actualmente puntero en enfermedades infecciosas, entre otras) en centro de media y larga estancia.
» Externalización de todos los servicios no sanitarios (cocina, lavandería) de todos los hospitales y privatización de la gestión de la Lavandería central.
PSOE, IU y UPyD dudan de que sean estas las reformas que la vayan a salvar. Incluso el Colegio de Médicos, tradicionalmente poco crítico con el Gobierno regional, ha rechazado “de forma rotunda” las medidas anunciadas por Ignacio González. Lo mismo que los sindicatos (Satse, CCOO, Amyts, Csit-UP, UGT y Usae) que, en un comunicado conjunto, denunciaron que se trata de “una ofensiva privatizadora sin precedentes en el sistema sanitario público madrileño que dinamita el sistema madrileño de salud”. “Las empresas están para hacer negocio, eso está claro”, dice una enfermera del hospital del Sureste, en Arganda, que, como es interina, pide anonimato. “Y eso repercute en el paciente. Nosotras somos tres para 30 camas; compañeras de la privada nos cuentan que allí solo hay una, sobre todo por la noche”.
Hace días que pancartas improvisadas inundan los hospitales. “En venta”, dicen los que decoran los pasillos de los nuevos, los de gestión semiprivada.
 “Este es tu hospital, defiéndelo”, dicen otros. Incluso centros a los que no han llegado tan directamente los recortes se han movilizado. En la fachada del hospital infantil Niño Jesús, frente al parque del Retiro, anuncian que, dentro, hay trabajadores encerrados “en defensa de la sanidad pública”. Unas 400 personas salieron ayer en Aranjuez bajo el lema “La sanidad no se vende, se defiende”. Todos los servicios no sanitarios en todos los hospitales serán prestados por empresas, anunció también González. La lavandería que lava la ropa de los hospitales públicos, con más de 350 trabajadores —más de la mitad, temporales—en Mejorada del Campo, también se privatiza. Cuanto más se sabe, más arrecian las protestas.
Justo Jiménez, uno de los pacientes que apoya las protestas contra el desmantelamiento de La Princesa, en su habitación. / CARLOS ROSILLO
Y más solo se queda el Gobierno regional.
 Distintas fuentes consultadas por este diario, algunas en puestos directivos, se preguntan quién ha diseñado este plan. Lo ha hecho sin contar con sociedad médica alguna, ni con el Colegio de Médicos, ni siquiera con los directores gerentes de los centros afectados: algunos se enteraron pocas horas antes que la prensa
. Estas fuentes apuntan a una persona, el director general de Hospitales, el médico Antonio Burgueño, como el ideólogo del plan. Fue director médico de la aseguradora privada Adeslas (1990-2001) e ideó el proyecto del hospital de La Ribera de Alzira, en el que se ha inspirado el Gobierno madrileño para crear los hospitales de gestión privada de Valdemoro, Torrejón y Móstoles. El Gobierno regional aduce razones económicas para explicar los cambios. La gestión privada es más eficiente, repiten sus altos cargos.
Este diario ha solicitado los estudios, o incluso únicamente los datos que justifiquen esa afirmación. No ha obtenido respuesta.
Tampoco la han obtenido los partidos de la oposición en la Asamblea. La única cifra que repite el Gobierno regional es que la gestión privada cuesta 441 euros de media por paciente y año, frente a 600 en la pública.
 Una comparación que los expertos tiran por tierra porque no tiene en cuenta la complejidad de los procesos. “Lo que se les complica en el de gestión privada nos lo mandan aquí”, dice un cirujano de La Princesa. “No es lo mismo un trasplante que enyesar una pierna rota”, apunta otro médico.
La Princesa es precisamente uno de los hospitales con más complejidad de Madrid. Según la última memoria del Servicio Madrileño de Salud (Sermas), de 2011, es el que tiene el mayor peso medio. Los nuevos, en cambio, los que menos. Unos 5.500 profesionales sanitarios se verán afectados por el paso de la gestión pública a la privada de los seis hospitales abiertos en 2008, según datos sindicales. Los sanitarios (médicos, enfermeras, técnicos...) con plaza fija irán a otros hospitales de la red pública, con lo que desplazarán a los interinos.
 Para los que no tienen plaza, el panorama es más sombrío: el despido o, con suerte, la contratación a cargo de la empresa que gane el concurso.
Algunos detalles parecen demostrar la improvisación de estas medidas. Solo unas horas antes de la rueda de prensa en la que González anunció el cambio de modelo, el 31 de octubre, médicos que había superado las últimas oposiciones escogían su plaza de medicina interna.
 Decenas de ellos eligieron los nuevos hospitales. Un rato después se enteraban de que esa plaza deja de existir. Médicos contratados por empresas ocuparán su lugar y ellos irán a parar a hospitales tradicionales como La Paz o el Gregorio Marañón, a su vez desplazando a los interinos.
 La oposición de interna es el ejemplo más extremo, pero en los últimos meses médicos de otras especialidades han estado eligiendo plazas para hospitales sin saber que iban a ser privatizados.
Los médicos asociados en AFEM, de reciente creación y sin vínculos políticos ni sindicales, han convocado una huelga para la última semana de noviembre. La geriatra Alonso explica por qué: “Necesitamos que los pacientes sepan que lo hacemos por ellos, porque sabemos lo perversos que son los sistemas de incentivos de la sanidad privada. Es una cuestión de responsabilidad”.

 

La pesada losa de un crimen

Veinte años no son nada. O un mundo
. Como en tantos otros pueblos de la periferia de Valencia, en los accesos a Alcàsser, que suma ahora unos 2.000 habitantes a los 7.000 y pico que tenía en 1992, están visibles las cicatrices de la eclosión urbanística. Pisos y adosados nuevos, muchos por vender. En el centro, por el contrario, perviven bonitas casas bajas huertanas, de fachadas coloridas y el típico enrejado de la zona. No hay rastro del aniversario: ni carteles, ni homenajes. En el ayuntamiento se anuncia una muestra “agroalimentaria”. Mientras, en el pulcro cementerio de Alcàsser, en el extraño monumento erigido a la memoria de las niñas, no hay carteles, ni ramos, ni recordatorios.
Es día de mercado. Cae una lluvia fina y molesta. Y en los corrillos la gente habla del tiempo, de las hipotecas o del euro por receta. En un bar, seis mujeres toman café. Preguntamos por el aniversario. “Yo no vivía aquí cuando pasó”, se excusa una. “Nunca consigo acordar si fue en el 92 o en el 93”, contesta otra. El resto baja la cabeza. Hay un silencio incómodo que una de ellas rompe secamente: “Yo sí me acordaba. Mi hija tiene la misma edad". “Para los padres es muy duro remover todo esto”, alegan. Alguien retoma la conversación donde la dejaron. No quieren decir nada más. La escena, con variaciones, se reproducirá unas cuantas veces. Casi nadie quiere hablar. Y quien lo hace pide por favor que no se diga su nombre, ni su edad, ni su actividad. Nada que les identifique. Se excusan en la proximidad a las familias.
“Si preguntas, nadie te dirá que es una fecha importante. Es una cosa que no recuerda casi nadie si no haces referencia. Cuando el décimo aniversario se hizo una misa por las niñas, y no fue más gente que los feligreses habituales”, explica Josep P. Gil, psicólogo municipal y una de las personas que atendió a las familias. “La gente no tiene interés. Te mirarán con cara rara si les dices que es el vigésimo aniversario. ¿Qué te van a decir? Que fue muy fuerte, que pobres familias, pero poco más. No tienen ganas de remover el tema”. ¿Por el estigma? “Sí. Lo peor era que cuando decías que eras de Alcàsser, te contestaban: ‘Ah, el pueblo de las niñas’.
 No era agradable. El problema es que nos hicieron famosos por ser víctimas, que eso algún padre lo pudo aprovechar, pero no era lo adecuado. Está bien que los medios de comunicación recuerden estas cosas, pero que no se recreen, que no le pongan el micrófono a las víctimas”, pide Gil.
Porque en Alcàsser no se olvida el tratamiento televisivo de hace 20 años, el calvario retransmitido en directo tras la aparición de los cuerpos de las niñas.
 Entre el programa De tú a tú, de Antena 3, y ¿Quién sabe dónde?, de TVE, consiguieron aquella noche una audiencia de 17 millones de espectadores. Con un precio muy alto. Especialmente
De tú a tú, presentado por Nieves Herrero, muy incisiva a la hora de conseguir que las familias y los vecinos de las niñas desnudaran sus sentimientos en directo, cosechó durísimas críticas por su sensacionalismo. “En el momento que eres víctima, estás receptivo a cualquiera que te haga caso y te haga sentir importante, te dejas llevar. Te hacen sentirte importante de momento. Pero luego llega el día a día y es muy duro”, razona Gil.
El pueblo no olvida el calvario retransmitido en directo tras la aparición de los cuerpos de las niñas
Alcàsser continuó mucho tiempo bajo el foco: las contradicciones en la investigación; la rocambolesca fuga de Antonio Anglés, considerado el autor material de los asesinatos, al que se le pierde la pista en un navío que se dirigía a Irlanda; y el enrevesado y largo juicio en el que su cómplice, Miguel Ricart, el único condenado —a 170 años de prisión, por rapto, asesinato y violación—. Todo esto alimentó teorías alternativas sostenidas por el padre de Miriam, Fernando García, con el apoyo del criminólogo Juan Ignacio Blanco. En ellas, Anglés y Ricart, residentes en la vecina Catarroja, no eran los asesinos, sino los encargados de secuestrar a las niñas para que, supuestamente, personajes influyentes sofocasen con ellas sus más salvajes y macabros instintos.
Programas de televisión como Esta noche cruzamos el Mississippi, de Pepe Navarro, en Tele 5, o el espacio El juí d’Alcàsser, en Canal 9, entre otros, alimentaron la rueda durante los cuatro meses largos del proceso. Espacios diarios
. Centenares de horas de programación, de testimonios, de debates.
De juicio paralelo en el que se comprometía la honorabilidad de policías, políticos, jueces o fiscales. En junio de 2009, García y Blanco fueron condenados por las “injurias y calumnias” vertidas en El juí d'Alcàsser. Más de 600.000 euros de indemnización entre los dos.
Todo aquello hizo mucho daño.
Y sobre los familiares que todavía residen en el pueblo se ha tejido un halo de protección. Nadie quiere reabrir heridas
. El dolor persiste, pero la vida, de alguna forma, ha seguido su curso.
El padre de Desirée y la madre de Miriam murieron hace tiempo. Del resto, tres viven en Alcàsser.
Los padres de Toñi, ya jubilados, tienen nietos a los que llevan al colegio.
Rosa Folch, la madre de Desirée, que quedó viuda, también tuvo un nieto “que le ha dado la vida”, cuentan. Mientras, Fernando García, enfrentado a las familias de Toñi y Desirée por la sobreexposición mediática y por la oscura gestión de una fundación que, supuestamente, recaudaba generosos fondos para la persecución de la corrupción de menores, hace tiempo que no vive en Alcàsser.
 No era de allí y “nunca estuvo muy integrado”, dicen en el pueblo
. García llegó a tener un negocio de colchones en Catarroja, muy cerca de donde vivía la extensa y peculiar familia de Anglés, con la que tenía un trato bastante directo.
 Neusa Martins, la madre de Antonio Anglés, brasileña de origen, reapareció hace pocos días en una entrevista en Abc para renegar de su hijo (“si me dijeran que aún vive, no querría saber nada de él”, llega a decir) y para aventurar que murió en aquel barco que le llevaba de Portugal a Irlanda, que debió de caer al agua y morir bajo las hélices. Eso dice.
Por su parte, el Tribunal Supremo estableció en enero de 2011 que Miguel Ricart seguirá en prisión hasta 2023 por la aplicación de la llamada doctrina Parot, que establece que los beneficios penitenciarios han de ser aplicados sucesivamente a cada una de las condenas impuestas y no a una.
La noticia fue acogida con alivio en Alcàsser. Pero también despertó recuerdos. Puede que, con el 20º aniversario, el circo se movilice de nuevo.
 No será bien recibido. “Sobre ese tema no te voy a contar nada”, contesta un joven más o menos de la edad que tendrían ahora Miriam, Toñi y Desirée. Es un tema que hiere. Se retira y masculla algo entre dientes sobre “remover la mierda”.
Una losa muy pesada todavía.
Y un misterio que seguramente no lo es si no se hubieran revuelto tantas pruebas de esos "Yonkys" o quizás hay "alguien" que no quieren que hablen....Alguien que repetirá ese ritual que hizo y hará con niñas.

20 años del asesinato de las niñas de Alcasser.

Siempre se pensó que fue Anglais, a quien nadie ha vuelto a ver.
Se dijo que se tiró de un barco en Portugal y se ahogó, pero y su cadaver?. Un horripilante crimen que nunca más se supo, en la cárcel creo que aún está un tal Ricard, de algo del crimen le acusaron.
Si estó se continuó fue porque quién las enterró no se dió cuenta que cerca había un abispero y que ese invierno llovió mucho, así que cuando fueron a recolectar la miel, se encontraron los tres cadaveres.
Crimen no resuelto como casi todos los de Niños. algunos ni aparecen, en este caso no aparece ni el asesino.
Estatua en el cementerio de Alcàsser en recuerdo a las niñas asesinadas. / Jordi Vicent
Nadie sabe si Antonio Anglés está vivo o muerto.
Nadie es capaz de sostener con pruebas si este hombre, acusado del crimen de las tres niñas de Alcàsser, está en el mundo de los vivos o en el de los muertos
. Ante esa duda, que continúa sin resolverse 20 años después del triple asesinato, Anglés sigue figurando en la web de Interpol como uno de los sujetos más buscados del mundo.
 Así lo acredita el símbolo rojo que figura junto a su nombre y su número (el 1993/9069). Pero la verdad es que hoy nadie le busca
.20 años ya, no sé que espera la policía a estas alturas, está claro que hicieron algo muy mal.
 Lo único que esperan la policía y la Guardia Civil es que un día alguien detenga a este sujeto en cualquier rincón del mundo, que le tome las huellas y que, al cotejarlas con las de los fichados por Interpol, descubra que es el peor criminal de la historia reciente de España.
Siempre por chivatazos....hoy hay actualmente muchos crímenes de niños sin resolver.
 O bien que algún día aparezcan unos huesos en una playa o un barranco y que el ADN demuestre que pertenecen a Anglés.
Anglés, que hoy tendría 46 años, es el sospechoso del secuestro y asesinato de las adolescentes Miriam García Iborra, Toñi Gómez Rodríguez y Desirée Hernández Folch, las niñas de Alcàsser (Valencia). Las tres jóvenes desaparecieron la noche del 13 de noviembre de 1992, cuando hacían autoestop para ir desde Alcàsser a la discoteca Coolor de Picassent.
 En esas estaban cuando fueron recogidas por los ocupantes de un Opel Corsa (Antonio Anglés y su amigo Miguel Ricart). El coche, en vez de detenerse en la discoteca, pasó de largo
. Y ahí se inició el espeluznante martirio de las tres chicas, que incluyó horas interminables de terribles torturas, violaciones y mutilaciones en una sucia caseta de la partida de La Romana, en un monte próximo a Catadau. Anglés y Ricart pusieron fin a su orgía de sangre y sexo obligando a las niñas a caminar —a la luz de unas velas— hasta un agujero donde, una tras otra, fueron asesinadas de un balazo en la cabeza.
 Después, los homicidas enterraron en el hoyo los cadáveres, envueltos en un trozo de moqueta, convencidos de que jamás serían hallados.
Un oficial de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil recuerda hoy aquellos primeros momentos del caso: “Desde el minuto uno nos temimos lo peor. Interrogamos a los dueños y a los clientes de la discoteca y tuvimos la certeza de que las niñas no habían llegado jamás al local.
 Descartada su fuga voluntaria, solo quedaba una hipótesis: habían sido secuestradas, violadas y muy probablemente asesinadas”.
La Guardia Civil investigó a los delincuentes sexuales de la zona. Por ejemplo, durante dos semanas siguió los pasos de un maníaco que solía ir a una tienda, compraba la muñeca más grande que hubiera y se iba a un descampado donde satisfacía sus obsesiones sexuales.
 Otra pista conducía a Marruecos, a donde las chiquillas habrían sido llevadas como esclavas sexuales. Toda España, sensibilizada a través del programa de televisión Quién sabe dónde, se volcó en la búsqueda de las chiquillas. Todo en vano.
Cuando toda la ciudadanía llevaba dos meses convulsionada por la misteriosa desaparición de las niñas, el Ministerio del Interior decidió formar un equipo conjunto de la Guardia Civil y la policía para tratar de aclarar el enigma.
Ricardo Sánchez, inspector jefe del Grupo central de Homicidios, fue designado para formar parte de esa unidad de élite: “Un día me ordenaron que apoyara las pesquisas. Llegué a Valencia el 26 de enero de 1993 para participar en la Delegación del Gobierno en una reunión con la Guardia Civil. Desde el primer momento supimos que estábamos ante un crimen por motivaciones sexuales. Tuvimos la convicción de que el autor o autores habían matado y enterrado a las víctimas tratando de asegurarse su impunidad”.
Apenas 24 horas después de esa primera reunión del equipo conjunto, la intuición del inspector Sánchez se vio trágicamente confirmada. Gabriel Aquino González, un apicultor de 69 años, y su consuegro José Sala Sala, subieron a la montaña a revisar unas colmenas. Allí descubrieron, horrorizados, cómo emergía de la tierra lo que parecía ser el brazo de una persona que aún conservaba un reloj.
Toda la zona fue acordonada. Entre los restos de tierra extraída de la fosa, se descubrió un cartucho sin percutir.
 Junto a unos matorrales, un volante del hospital de La Fe hecho pedazos que, al ser reconstruido, resultó que estaba expedido a nombre de Enrique Anglés por haber sido atendido de sífilis unos meses atrás. Así que los guardias fueron en su busca y le detuvieron, junto con su amigo Miguel Ricart. Pero quien había ido al hospital en realidad había sido Antonio Anglés, un delincuente archifichado que había suplantado la identidad de su hermano Enrique, un muchacho con pocas luces.
Ricart confesó pronto su participación en el triple crimen, junto con Antonio Anglés, su habitual compinche de correrías.
 Y ahí empezó una apabullante operación de caza y captura de Anglés por todo Valencia.
A la una de la tarde del viernes 29 de enero, Antonio Anglés tuvo la osadía de entrar en La Peluquería, un establecimiento de la Gran Vía de Fernando el Católico para que le quitaran el rubio teñido del pelo y se lo pusieran de color castaño. Durante el tiempo que permaneció allí intentó ligar con una de las empleadas, a la que llegó a preguntar a qué hora acababa de trabajar para ir a recogerla. Cuando se marchó, los dueños avisaron a la policía tras sospechar que se trataba del sujeto buscado por el caso Alcàsser. Pero ya era demasiado tarde.
No se sabe cómo, el asesino jugó al ratón y al gato con la Guardia Civil durante varios días, logró burlar el cerco policial, llegar a Minglanilla (Cuenca) y proseguir su huida hasta Portugal.
Un día de marzo de 1993, un policía antidrogas de Portugal telefoneó a sus colegas españoles y les dijo que creía tener una pista del violador y asesino de Alcàsser. Los agentes de la Brigada de Estupefacientes le pasaron el contacto al inspector Ricardo Sánchez. Y este fue y le llamó:
—Me han dicho que puedes saber algo del individuo que estamos buscando...
—Sí, tengo un colaborador que me describe a un hombre que coincide con esa persona.
—¿Qué grado de fiabilidad tiene ese confidente?
—Total. Del cien por cien.
—¿Y qué te ha contado?
—Que conoce a un tipo que simula que habla italiano, aunque en realidad es español. Suele ir con ropa de manga larga, pero el otro día vio que tenía en el antebrazo izquierdo un tatuaje de una chinita con una sombrilla.
—Pues encaja. Voy para allá.
Ricardo Sánchez salió disparado para Lisboa y encontró al tipo con el que Anglés llevaba 15 días conviviendo en Caparica: un drogadicto llamado Joaquim Carvalho, que explicó que Anglés andaba a la búsqueda de un barco que le llevara a Brasil y que había desaparecido tras apoderarse de su pasaporte.
El 19 de marzo, el policía leyó en un periódico: “Descubierto un polizón portugués en el mercante City of Plymouth”. No tuvo la menor duda de en realidad no era portugués, sino español, y que su verdadero nombre era Antonio Anglés.
El inspector Sánchez voló a Dublín. Pero el buque ya había atracado y Anglés se había tirado al agua —o lo habían tirado— con un chaleco salvavidas.
Ese objeto fue lo único que se halló cerca de la bocana del puerto. Ni rastro del fugitivo. ¿Se ahogó? ¿Logró llegar a tierra y continuar su huida a otro país? ¿Tal vez Brasil, como le había confiado al yonqui Carvalho?Entre Yonquis y colgados apañados estamos.
El 11 de septiembre de 1995, un hombre encontró una calavera en una playa del condado de Cork, al sur de Irlanda. “Decían que tenía el tabique nasal desviado, igual que Anglés. Yo me empeñé en traer ese cráneo a España. Extrajimos el ADN de una muela y lo comparamos con el ADN de su madre, Neusa Martins.
No era el que buscábamos”, recuerda Sánchez.
En marzo de 1996, dos guardias civiles viajaron a Uruguay tras el rastro del fugado, después de que una prostituta comentara que tenía un cliente con unos tatuajes similares a los del presunto asesino (un esqueleto con una guadaña; la leyenda Amor de madre; y una chinita con una sombrilla). Los agentes jamás dieron con ese individuo.
Cuando se cumple el vigésimo aniversario de la desaparición de las niñas de Alcàsser, sigue sin haber el menor rastro del hombre que les dio una muerte cruel y horrorosa. ¿Está vivo o muerto?
 Ni el inspector Sánchez ni el oficial de la Guardia Civil que siguieron sus pasos se decantarse por una posibilidad u otra.
 El misterio continúa.
20 años y el misterio continúa, pues se dijo que Anglés y Ricard eran los que se habian deshecho de los cuerpos, pero que había sido un ritual "Gore" de grandes propietarios de Valencia y algunos de otros lugares, que esos dos, les facilitaban las víctimas y las enterreban.
Se supone que si las niñas se montaron en esa furgoneta que parece todo el mundo vió, las niñas lo conocerían....lo demás parecería pura ficción sino fuera tan horrible. ?Para quién trabajaban esos "Dos"? ¿Por qué nunca se dijo nada en voz alta?. ¿Quié de las alturas estaría involucrado? ¿Por qué lo descartan y creen todo ese "cuento" de Anglés en un barco? , es más facil dar el caso por cerrado porque no se encuentra al aasesino.....cosas tristes para todo ese pueblo que olvidar nunca podrán.....Y siempre los más débiles...niños......niños.....que obsesión tan horrorosa!!!
Y lo peor que desprotegidos estamos!!!

10 nov 2012

EL PROFESOR “Detachment

Nueva propuesta sobre la vida de los educadores que conviven a diario con la fragilidad. “El profesor”, cuyo título original suena más a “desapego” (“Detachment”), es una película sin concesiones, dura pero en la que se saborea la autenticidad.
 Una narración que se construye sobre el límite y las heridas pero que transmite veracidad en la estela de títulos como “La clase” o “Profesor Lazhar”
En un instituto norteamericano aterriza un profesor eterno sustituto Henry Barthes, espectacular Adrien Brody en la línea de su actuación en “El pianista”
. Allí se encontrará con un destartalada tripulación con la directora en pleno hundimiento profesional y existencial, un compañero que sobrevive armado de cinismo y pastillas, la psicóloga que está al borde del ataque de nervios (Lucy Liu), una solitaria compañera que realiza una maniobra de aproximación (Christina Hendricks) y otro profesor que cada mañana se agarra a la verja del patio para sostener su vida según se hunde el suelo bajo sus pies.
 Del otro lado de clase, en la zona de los pupitres, las cosas no están mejor.
Los alumnos van repasados y apenas les quedan motivos para apostar por sí mismos.
 Sin embargo, la presencia de un profesor que sobrevive, flotando en medio del hundimiento, se convierte en una circunstancial balsa salvavidas para algunos.
 A la sombra de sus alas se apunta también una adolescente –fenomenal la joven actriz Sami Gayle- que ejerce la prostitución por las calles y que se queda una temporada en su casa.
 Sin embargo, la película no encaja con el perfil de profesor a lo “capitán, mi capitán”. Si algo caracteriza a la realidad real es que nadie se libra de sus heridas y que esta ficción no caben los héroes.
Tony Kaye (conocido por HistoryAmerican X), director independiente de la cofradía de Wes Anderson o Jim Jarmusch, no está para concesiones en esta radical radiografía sobre la crisis antropológica que nos circunda, que no sube de los alumnos a los profesores sino que baja más bien de los padres a los hijos como herencia maldita.
 Para poner relato, ya que se trata de un profesor de literatura, a este panorama se requiere un cuento tan terrible como “El hundimiento de la casa Usher” de Edgar Allan Poe que aparecerá citado.
Sin embargo, no es pesimismo todo lo que reluce.
 Hay en el diagnóstico una gran dosis de sinceridad: declarado el fin de los héroes quedan las películas sobre los resistentes.
Y esta película lo es.
En ella se destapan las heridas, se desinfectan en público y se dejan al aire para que cicatricen. El espectador queda sobrecogido precisamente por aludido, pero no queda ni desesperado ni abandonado.
En medio de la tormenta, donde siempre hay ahogados y náufragos, los supervivientes quedan inesperada y acaso misteriosamente más fuertes y más firmes.
 Y al final, curiosamente, desapegados significa amados y capaces de amar. Apta, pues, para educadores.