Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

18 oct 2012

Fallece la actriz Sylvia Kristel, que encarnó al mito erótico Emmanuelle


La actriz Sylvia Kristel. / Rue des Archives / Cordon press
La actriz holandesa Sylvia Kristel, que se hizo famosa en 1974 con el personaje erótico de Emmanuelle, ha fallecido en Ámsterdam a los 60 años de un cáncer de estómago. A pesar de que su carrera siempre estuvo ligada a la serie (hubo dos secuelas entre 1975 y 1984) participó en medio centenar de filmes de diversos géneros.
Entre los directores que la contrataron figura Roger Vadim y Claude Chabrol.
 En los últimos años se dedicó a la pintura, y en 2006, publicó su autobiografía, Nue (Desnuda).
  Es un relato descarnado y cándido a la vez, donde cuenta su lucha contra las drogas, el alcohol y el tabaco. Deja un hijo, Arthur, de su relación con el fallecido escritor belga Hugo Claus.
Sylvia Kristel nació en Utrecht en 1952 y empezó su carrera como modelo a los 17 años. Sus padres regentaban un bar y se divorciaron cuando ella tenía 14
. En su autobiografía reconoció que nunca pudo superar la falta de una figura paterna, y la buscó en sus relaciones sentimentales. Hugo Claus, su primera pareja seria, le llevada 27 años.
 En 1973 ganó el concurso de Miss Televisión Europa y un año después saltó a la fama con Emmanuelle. En 1979 dejó a Claus y se marchó a Estados Unidos con el actor Ian McShane, diez años mayor.
 Cinco años después, y tras un intento fallido de que hacer carrera en Hollywood, la actriz le dejó. Según contaba, durante esa época empezó a tomar drogas, y tuvo que aceptar malas películas para pagar su adicción.
En 1981 actuó en El amante de Lady Chatterley, adaptación de la novela de D. H. Lawrence. También fue Mata Hari, la legendaria espía.
 Entre sus filmes en Estados Unidos figura Concorde Aeropuerto y Clases Particulares. En 2005, aseguró en la televisión holandesa que su mayor virtud era “estar alegre”.
 Para entonces ya le habían diagnosticado un cáncer de garganta, que acabó entendiéndose al pulmón, y finalmente, el estómago. Si bien nunca pudo olvidar a Emmanuelle (en Francia estuvo 10 años en cartel), ha sido una de las artistas más famosas del cine holandés.

“Ahora soy mayor. Las chicas que retrato me ven como un abuelito”

El fotógrafo estadounidense es parte del 'underground' neoyorquino desde los setenta

Hasta el 23 de octubre en la galería Mitte de Barcelona se presenta Radical Beauty.

Es una muestra de 30 de sus más celebradas instantáneas de mujeres desnudas.

Skinny / Richard Ke
“Toda la culpa es de la película Blow up. Maldita sea, parecía tan guai ser fotógrafo”. Richard Kern (Carolina del norte, 1954) está sentado en un sofá en la barcelonesa galería Mitte, donde hasta el próximo 23 de octubre se podrá disfrutar de Radical Beauty, una muestra en la que se exhiben 30 de sus más celebradas instantáneas de mujeres desnudas en lo que podríamos llamar su intimidad.
En las series del retratista, las chicas, con toda naturalidad, sostienen su Iphone con los pechos o exhiben a la vez su desnudez y los medicamentos que consumen habitualmente.
Kern mira alrededor, se acomoda de nuevo y frunce el ceño. En las paredes aún cuelgan las fotografías de la exposición anterior. Las suyas aún no han llegado. “Mañana esto estará lleno de fotos de mujeres desnudas y mira ahora… ¡danza! ¿No es maravilloso el mundo del arte?”
Richard Kern
Lo que hace el estadounidense parece hoy algo muy parecido a la norma. Existe Terry Richardson y existe Suicide Girls, la web que democratizó el onanismo en el underground. 'Ya que enseñamos los tatuajes, pues de paso también mostramos las tetas', pensaron a la vez miles de adolescentes fans de Nine Inch Nails de medio mundo.
"Mi método no tiene ninguna mística. Lo único que temo es que no sé trabajar con chicas que no conozco"
Flirteando con la cotidianidad, la naturalidad y el erotismo en su vertiente menos coreografiada, Kern parece hoy rabiosamente contemporáneo, demasiado incluso para alguien con su trayectoria y su edad. Pero hay un secreto aquí: el inventó todo esto.
“Es que no sé hacer otra cosa”, interrumpe, intentando atajar a tiempo cualquier asociación con tendencias o fotógrafos actual.
 “Siempre he hecho lo mismo. La única diferencia es que ahora soy mayor. Las chicas que retrato me ven como un abuelito y me cuentan otro tipo de intimidades. No hay demasiado secreto en lo que hago.
 Una de las claves siempre ha sido conocer a la chica. Por ejemplo, antes de venir a Barcelona he pasado por París para hacer una foto. He pasado unos días allí con la chica y al final ha salido algo bueno. Así es como trabajo. No es muy operacional, pero me funciona”.
Linda in towel / Richard Kern
Este método basado en lograr cierto tipo de intimidad con la modelo es clave para lograr que la chica acepte feliz aparecer mostrando sus pechos y mordiendo una sandía, sosteniendo un entrecot contra su mejilla, o con la cabeza en la taza del wáter. Por eso Kern anda algo mosca con el taller que le han organizado para mañana. “Se ve que hay unas personas que han pagado 300 euros por verme fotografiar. ¿No estabais en crisis, vosotros? En fin, alguien se va a decepcionar porque mi método no tiene ninguna mística. Lo único que temo es que no sé trabajar con chicas que no conozco.
Con una desconocida y ante una serie de gente a la espera de descubrir mi gran truco, no creo que pueda alcanzar esa intimidad”.
 A pesar de ser una persona que exhibe la sana actitud de no tener intención de ir a ningún sitio en concreto, Richard Kern es en realidad alguien que está ya de vuelta de todo. A finales de los setenta, en plena efervescencia del East Village neoyorquino, arrancó el fanzine Heroine Addict, un artefacto de arte underground que resultó profético: al poco, era adicto a la heroína. “Fue culpa de la Velvet”, bromea. “Ya sabes, la canción Heroin y todo eso…
 Pero no me preguntes sobre esa época, que recuero poca cosa”.
Ya en los 80, cuando Heroin Addict pasó a llamarse Valium Addict, el fotógrafo empezó a experimentar con el cine, produciendo una serie de inquietantes cintas, cuyo cénit creativo sería Manhattan love suicides. Dirigió el vídeo del tema de Sonic Youth, Death valley 69, en el que participaba Lydia Lunch, una de las primeras personas que retrató y una figura que le marcó.
“Vive en Barcelona, ¿no? Uf, no sé si llamarla…”, interviene el artista, que prefiere no ahondar en la relación que mantiene en la actualidad con la señora que fundó Teenage Jesus and The Jerks cuando era camarera del mítico CBGB.
"Muchos colegas se resistieron durante años a pasarse al digital. Para mí fue genial. Más barato, rápido y cómodo".
Ya en los 90, en pleno proceso de asimilación por parte de la cultura masiva de todo lo que oliera a underground, las fotografías de Kern empezaron a aparecer en revistas como Purple, Playboy o GQ, pero también en publicaciones porno como Barely legal, Tight o Live Young Girls
. “Y entonces llegó al revista Vice. Me llamó un día Tim Barber, que era el editor fotográfico, y me propuso un portfolio de moda con profesores como protagonistas.
 Dije que sí. Es curioso porque ahora no creo que aceptara un encargo de esas características, y lo que hice poco tiene que ver con lo que soy y con lo que después fotografiaría para la revista”.
La relación que el medio estableció con Kern ayudó a propulsar una nueva estética en el erotismo. Exactamente, la que aún impera hoy: todo el mundo con Iphone parece creerse un fotográfo y todo el que tiene culo sobre el que sentarse piensa que debe fotografiárselo. “No sé si la gente es más exhibicionista que antes. Lo único es que se ve más, porque es más barato y fácil hacerse fotos y mostrarlas en publico. Muchos colegas se resistieron durante años a pasarse al digital.
 Para mí fue genial. Más barato, rápido y cómodo. Solo debes sentirte amenazado como profesional si no tienes una mirada propia.
 Entonces, te quejas de que cualquier turista puede pensar que es un fotógrafo profesional.
Yo me siento muy cómodo en este nuevo entorno”, sentencia el fotógrafo, quien tras el éxito de Action su libro para Taschen, está preparando una nueva colección de imágenes de jóvenes con poca ropa y mucha historia.
 “No me puedo creer que se haya vendido esa foto”.
 Kern señala una de las instantáneas sobre danza que cuelgan de la pared. “¡3000 euros! Buff, y luego dicen que lo que más vende es el sexo…”

 

Andrés Rábago García, ‘El Roto’, Premio Nacional de Ilustración 2012


Andrés Rábago, 'El Roto', en su exposición en el Círculo de Lectores de Barcelona. / JOAN SÁNCHEZ
El dibujante Andrés Rábago García, El Roto, ha obtenido el Premio Nacional de Ilustración de 2012. En un comunicado, el jurado ha subrayado que el reconocimiento se debe a "su visión crítica, poética, aguda e inteligente que nos ayuda a reflexionar sobre cómo somos y cómo vivimos". El galardón reconoce también "su defensa del libro en particular y de la cultura en general como herramientas imprescindibles para la construcción de una sociedad avanzada”.
"Tengo una gran afición por el libro y la prensa, que forman parte de la misma familia", ha asegurado Rábago, al enterarse de la noticia. "A pesar de que es un premio a la ilustración, yo no hago exactamente ilustración ni dibujo puro. Lo que hago es un híbrido raro", ha añadido.
"Me alegro de que se haya asumido mi obra como ilustración", ha relatado el dibujante, referencia diaria en las páginas de Opinión de EL PAÍS. El premio está dotado con 20.000 euros.
 Es otorgado cada año por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte al ilustrador español que más haya destacado en el ámbito del libro y de las letras españolas.
Rábago desconocía la dotación del galardón y ha subrayado cómo represente "una coincidencia afortunada", ya que justo hoy el dibujante publica un nuevo libro, Camarón que se duerme (se lo lleva la corriente de opinión), editado por Literatura Mondadori. Hace un año Rábago publicó Viñetas para una crisis, en el que metía su bisturí en las desgracias de la recesión económica.
Sus viñetas polémicas y sus críticas feroces a la sociedad le han regalado a El Roto un ejército de fieles seguidores.
 Preguntado por todos los lectores que le tienen por una referencia, el dibujante ha bromeado: "Si se agarran tanto a mí me pueden hundir. Así que cada uno debe tener su propio flotador que es su dignidad".
El Roto nació en Madrid en 1947.
 Empezó en 1968 a publicar sus primeras viñetas en revistas como Hermano Lobo
 . Historietista, humorista gráfico, guionista, escenógrafo y pintor, Rábalo es conocido también por su otro seudónimo, Ops.
A lo largo de su trayectoria el dibujante ha publicado sus trabajos en medios como Diario 16, Cambio 16, Tiempo, El Periódico de Catalunya, Informaciones, Pueblo y La Hoja del Lunes.
 En la actualidad ofrece una viñeta diaria en las páginas de EL PAÍS.
Por ello, al menos oficialmente, El Roto ha recibido el Premio Nacional de Ilustración.
 Aunque el dibujante cree que el galardón se debe a toda su carrera: "El jurado probablemente también ha tenido en cuenta la obra de Ops”.

El reportaje cervantino de Juan José Millás

El reportaje cervantino de Juan José Millás

Por: | 18 de octubre de 2012
Las moscas, en manada, son horribles.
Ellas, que viven un mes, se juntan con un regocijo estremecedor cuando el sol aprieta, y en comandita actúan como si fueran inmortales. Pero una a una son otra cosa; se las llega a estimar incluso por encima de sus merecimientos y se hacen acreedoras de atenciones que sólo se pueden explicar por el afecto.
 Ha habido moscas, una mosca, que ha sido merecedora de una biografía. Se llamaba Catalina y vivió, como casi todas, 32 días, bajo el escrutinio afectivo del hombre que más la cuidó, el escritor Juan José Millás.
         A Millás, que ha hecho reportajes magistrales para EL PAÍS, reunidos ahora por Seix Barral en el volumen Vidas al límite, le fascinó la evolución de la mosca, de una mosca en concreto, aunque estuviera interesado en todas las moscas.
 Y se fue a ver a Ginés Morata, científico español muy premiado que se ha ocupado de esos insectos en los que él (y luego Millás) ven paradigmas muy precisos de la propia biología humana.
Morata fue premio Príncipe de Asturias en 2007 por esas investigaciones, entre otras, dirige el Centro de Biología Molecular y tiene una vida científica tan agitada como el vuelo de una mosca en tiempos de mucho calor. Así que le contó a Millás las generalidades fascinantes que el escritor incluyó en su reportaje, pero como tenía que irse de viaje dejó que para los detalles el escritor tuviera la asistencia, muy paciente, de Manolo Calleja, “un investigador muy bondadoso” del laboratorio de Morata.
         Para hacer la historia (que es inolvidable y breve, como la vida de una mosca) corta, señalemos a los que aún no leyeron el reportaje (y deben leerlo ahora mismo) que Millás se llevó a su casa a la mosca Catalina, acompañada por su fiel amante Pruden, con la que copuló todo el tiempo pero siempre que quiso, pues ella llevaba en ese aspecto (y en todos, me parece) la iniciativa de la pareja
. Con la paciencia que él tiene, por otra parte, para contar historias bellas o extrañas, reales o fantásticas, Millás siguió las evoluciones de la mosca y de su compañero, hasta que se fueron fraguando y agotando, con una extenuante rapidez, sus respectivos ciclos vitales.
El resultado de esa contemplación es uno de los más hermosos reportajes con los que Millás ha contribuido a la historia del mejor periodismo narrativo en lengua española
. Como todos los que hemos podido leer firmados por él, en todos los que se recogen en este volumen el autor de Visión del ahogado está él presente, como parte integrante del paisaje narrativo, a veces como Alfred Hitchcock y a veces como Buster Beaton, que es la presencia cinematográfica que más distingue a la mirada física e intelectual de Millás.
         Esa joya periodística no desmerece otras (es extraordinaria su visita a Pasqual Maragall, cuando el alzheimer del expresidentes catalán estaba asomando su implacable síntoma, y es inolvidable, como idea y como resultado, su episodio como ciego por un día), pero sí marca la manera de hacer de Millás como periodista y, en definitiva, también como narrador.
Pues en su caso no se trata solo de escribir, aunque todos los reportajes son, en cierto modo, reflexiones sobre la propia escritura, sino de hacer partícipe al lector de la idea tal como va apareciendo hasta que llega a su ciclo final. Un poco como la propia historia de la mosca.
         Esa interpretación cervantina de la escritura le ha dado a Millás una dimensión especial como narrador.
 Como si tuviera que referirse a un testigo para compartir la sorpresa, este escritor que ha hecho de la paradoja kafkiana un modo de ser se ha aproximado a sucesos grandes o pequeños, desde la memoria o el olvido hasta la vida de una mosca, para demostrar que todo lo que existe puede ser objeto de la literatura (y del periodismo) si andas, como él, una hora al día sin que te perturbe otro ruido que el del cerebro pensando.
         El libro lleva un interesante prólogo del filósofo Ángel Gabilondo. Los prólogos suele ser circunstanciales
. Este está muy trabajado. Dice Gabilondo: “Hay escritos que producen el efecto autor.
 Este libro produce el efecto Millás, gracias a que él se sitúa, como dice, ´en plan sombra`, ahora en tinta de escritura”. Tiene razón el exministro: en plan sombra, como Cervantes.