Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

9 oct 2012

67 estilos para 40 años de moda

Propuesta de Ailanto para verano de 2001, en la exposición Cazadores de tendencias en CentroCentro. / XEVI MUNTAN
¿Dónde empezar y donde poner punto final a la hora de confeccionar una guía de la moda española de las cuatro últimas décadas? ¿Quién forma parte y quien se queda fuera?
 Al crítico de moda Pedro Mansilla la editorial Lunwerg le encargó una especie de diccionario de la moda española, que él ha iniciado así: “Hace 40 años murió Franco”.
 Ese libro aún no se ha publicado, saldrá dentro de un mes, pero ya tiene una secuela: la exposición Cazadores de Tendencias, que se puede ver hasta marzo de 2013 en CentroCentro.
 A partir de ese suceso clave en la historia de España y el profundo cambio estético que trae consigo, surge una historia de la moda y sus protagonistas, y que sirve también de hilo conductor de la exposición.
 Todo nace con “tres líderes”, en opinión de Mansilla: Antonio Miró en Barcelona, Jesús del Pozo, en Madrid y Adolfo Domínguez, en Galicia.
 Ellos marcarían un camino que recorren 67 protagonistas ordenados en la exposición por orden alfabético. Rompe el fuego uno de los líderes, Adolfo Domínguez, al que le siguen, Ailanto, Amaya Arzuaga, Balenciaga, Carlos Díez, Francis Montesinos, Juanjo Oliva, Miguel Adrover, Sybilla, TCN... por nombrar solo algunos.
 Mansilla explica que a la hora de elegir se ha regido por dos principios: uno, objetivo, “que todos los que salen hayan pasado por algún desfile de moda”, y dos, el de la intimidad, que él explica así:
“He acabado cediendo el protagonismo al diseñador y que fuera él quien eligiera las imágenes para explicar su trabajo”, al que acompañan sus biografías.
Los fotógrafos son, junto con las modelos, los otros grandes protagonistas con nombres como Outumuro, Javier Vallhonrat o García-Álix.
Las negociaciones han durado dos años y son un filón de anécdotas que darían para otro libro
. Por ejemplo, Mansilla, que ha procurado de cada diseñador tener imágenes originales, quería una de Roberto Verino hecha por Jon Kortajarena que como se sabe no es fotógrafo sino modelo.
Pero su representante no se contentó con 300 euros más o menos que pedían todos. O los 500 que costó una de Cecil Beaton a una modelo de Balenciaga. Pidió 19. 000 y se acabó la historia. “Una inmoralidad”, zanja el comisario.
Otro capítulo que da para mucho es el de los ausentes.
“Hay unos que primero no se ponen, luego te dicen que mañana te mandan la foto y al otro día que no quiero, como Carmen March, y lo siento mucho porque tendría que haber estado”.
 Otros no están porque su negocio desapareció, no desfilan hace tiempo o tiraron la toalla (María Moreira, J+G o el dúo Spastor y Javier Larrainzar, que según el comisario no dieron señales de vida) o por líos de propiedad, como Antonio Miró o Purificación García.
Mansilla acaba pidiendo disculpas a algunos, Moisés Nieto, Juan Vidal o Nihil Obstat “porque en algún momento tenía que cerrar la puerta y fue en los desfiles de febrero”.
 Y por una cuestión cabalística, pese a declararse no supersticioso: 67 nombres y 76 años que han pasado desde la primera imagen de Balenciaga (1936) y la del último, El Colmillo de Morsa.

8 oct 2012

La mirada Indiscreta


Una selección imposible





La guardia más penosa

Foto: Francis Vargas (El País) / Vídeo: Atlas
Hace un año, José Luis Rodríguez Lainz era el juez de guardia en Córdoba.
 Hasta su despacho del Juzgado de Instrucción número 4, llegó un caso extraño. Inusual.
Un padre denunciaba que sus dos hijos, de seis y dos años, se habían perdido el 8 de octubre de 2011 en el parque Cruz Conde. Sus hijos se llamaban igual que sus progenitores, Ruth y José.
Hoy, el padre de los niños, José Bretón, está en prisión preventiva, acusado del doble asesinato de sus hijos. Pero hasta llegar a ese punto, el caso ha sufrido una fuerte transformación interna, derivada de un error en un análisis clave: el de los restos óseos hallados la misma noche en que desaparecieron los pequeños.
 Unos huesos que primero fueron identificados como pertenecientes a animales y luego a niños de las mismas edades de Ruth y José.
Paralelamente, la investigación del caso —que hoy cumple un año— ha convertido en una celebridad al magistrado encargado de su instrucción, José Luis Rodríguez Lainz, el mismo que estaba de guardia en aquel 8 de octubre de 2011
. Rodríguez Lainz tiene fama de escrupuloso y de no dejar cabos sueltos.
 Pero en este caso, el más complicado y mediático de su carrera, los cabos sueltos han sido su pan de cada día.
Hoy sabemos que un error de una médico forense de la policía científica enfangó la investigación.
El hallazgo de unos huesos que la policía halló al poco de producirse la desaparición de los niños en una finca propiedad del padre, José Bretón, a las afueras de Córdoba, en el polígono de Las Quemadillas, hizo que todos resolviesen la ecuación de manera fácil e inmediata. Bretón había matado a sus hijos y los había hecho desparecer en la hoguera.
Era fácil. El sospechoso era un padre despechado, a quien su esposa, Ruth Ortiz, acababa de abandonar. Era extraordinariamente frío, apenas estaba impactado por la pérdida de sus pequeños bajo su custodia aquel fin de semana y su coartada era endeble.
 La idea de que hubiese hecho eliminar los cuerpos de los niños en aquella cámara incineradora casera (armada de una simple mesa) fue inmediata. Rodríguez Lainz y la policía lo tenían claro.
 Pero los resultados negativos de los primeros análisis forenses marcarían el largo año de instrucción que se avecinaban.
 El togado siempre tuvo entre ceja y ceja grabado el nombre de Las Quemadillas. Todas las pistas de la desaparición de Ruth y José recalaban en esa finca de 10 hectáreas que habían comprado los abuelos paternos de los niños y donde José Bretón pasó jornadas enteras antes de que sus hijos se esfumasen
. Pero los distintos autos que redacta el juez a lo largo de la instrucción reflejan sus dudas acerca de lo que pudo ocurrir.
 Descartado el hecho de que su padre hubiese incinerado a los dos hermanos —como finalmente parece que pudo ocurrir— el instructor empieza a soltar cebos a diestro y siniestro en sus pesquisas, a la espera de que alguno dé con la presa correcta.
Así, especula con la implicación de una tercera persona en el caso, abre la posibilidad de que se trate de un secuestro o retención ilegal y se decanta finalmente por el asesinato y la ocultación de los cuerpos en un zulo. Sin escatimar medios, el juez ordena que varios técnicos especializados en el uso de georradares —una tecnología capaz de analizar los estratos del suelo en busca de irregularidades artificiales— escruten áreas enteras de la parcela en busca de esa probable tumba.
 Los dos inmuebles también son prospectados, agujereados y analizados.
 Siempre sin resultado.
Y todos pasan una y otra vez por encima de la hoguera que primero despertó sus sospechas. En verano, cuando el caso parece entrar en punto muerto, Luis Avial, dueño de la empresa privada de georradar, comenta a la familia de la madre de los niños la posibilidad de buscar una segunda opinión sobre los huesos encontrados entre las brasas.
 El juez da su visto bueno. El análisis del forense, Francisco Etxeberria, —y el de una decena de técnicos— es más que concluyente: los restos recogidos hace casi un año eran huesos de niños de edades coincidentes con las de Ruth y José.
Aquello sirvió para que el juez cambiase la acusación contra Bretón, de desaparición forzosa de menores al doble asesinato con el agravante de parentesco.
 Pero esa aparente resolución del caso no le privó de seguir apretando las tuercas al entorno de la familia paterna, acosada por la presión social y mediática, que le acusan —basándose en los autos del juez— de manipular información en favor del acusado
. Pero en ningún momento les imputa nada.