8 oct 2012
La guardia más penosa
Hace un año, José Luis Rodríguez Lainz era el juez de guardia en
Córdoba.
Hasta su despacho del Juzgado de Instrucción número 4, llegó un caso extraño. Inusual.
Un padre denunciaba que sus dos hijos, de seis y dos años, se habían perdido el 8 de octubre de 2011 en el parque Cruz Conde. Sus hijos se llamaban igual que sus progenitores, Ruth y José.
Hoy, el padre de los niños, José Bretón, está en prisión preventiva, acusado del doble asesinato de sus hijos. Pero hasta llegar a ese punto, el caso ha sufrido una fuerte transformación interna, derivada de un error en un análisis clave: el de los restos óseos hallados la misma noche en que desaparecieron los pequeños.
Unos huesos que primero fueron identificados como pertenecientes a animales y luego a niños de las mismas edades de Ruth y José.
Paralelamente, la investigación del caso —que hoy cumple un año— ha convertido en una celebridad al magistrado encargado de su instrucción, José Luis Rodríguez Lainz, el mismo que estaba de guardia en aquel 8 de octubre de 2011
. Rodríguez Lainz tiene fama de escrupuloso y de no dejar cabos sueltos.
Pero en este caso, el más complicado y mediático de su carrera, los cabos sueltos han sido su pan de cada día.
Hoy sabemos que un error de una médico forense de la policía científica enfangó la investigación.
El hallazgo de unos huesos que la policía halló al poco de producirse la desaparición de los niños en una finca propiedad del padre, José Bretón, a las afueras de Córdoba, en el polígono de Las Quemadillas, hizo que todos resolviesen la ecuación de manera fácil e inmediata. Bretón había matado a sus hijos y los había hecho desparecer en la hoguera.
Era fácil. El sospechoso era un padre despechado, a quien su esposa, Ruth Ortiz, acababa de abandonar. Era extraordinariamente frío, apenas estaba impactado por la pérdida de sus pequeños bajo su custodia aquel fin de semana y su coartada era endeble.
La idea de que hubiese hecho eliminar los cuerpos de los niños en aquella cámara incineradora casera (armada de una simple mesa) fue inmediata. Rodríguez Lainz y la policía lo tenían claro.
Pero los resultados negativos de los primeros análisis forenses marcarían el largo año de instrucción que se avecinaban.
El togado siempre tuvo entre ceja y ceja grabado el nombre de Las Quemadillas. Todas las pistas de la desaparición de Ruth y José recalaban en esa finca de 10 hectáreas que habían comprado los abuelos paternos de los niños y donde José Bretón pasó jornadas enteras antes de que sus hijos se esfumasen
. Pero los distintos autos que redacta el juez a lo largo de la instrucción reflejan sus dudas acerca de lo que pudo ocurrir.
Descartado el hecho de que su padre hubiese incinerado a los dos hermanos —como finalmente parece que pudo ocurrir— el instructor empieza a soltar cebos a diestro y siniestro en sus pesquisas, a la espera de que alguno dé con la presa correcta.
Así, especula con la implicación de una tercera persona en el caso, abre la posibilidad de que se trate de un secuestro o retención ilegal y se decanta finalmente por el asesinato y la ocultación de los cuerpos en un zulo. Sin escatimar medios, el juez ordena que varios técnicos especializados en el uso de georradares —una tecnología capaz de analizar los estratos del suelo en busca de irregularidades artificiales— escruten áreas enteras de la parcela en busca de esa probable tumba.
Los dos inmuebles también son prospectados, agujereados y analizados.
Siempre sin resultado.
Y todos pasan una y otra vez por encima de la hoguera que primero despertó sus sospechas. En verano, cuando el caso parece entrar en punto muerto, Luis Avial, dueño de la empresa privada de georradar, comenta a la familia de la madre de los niños la posibilidad de buscar una segunda opinión sobre los huesos encontrados entre las brasas.
El juez da su visto bueno. El análisis del forense, Francisco Etxeberria, —y el de una decena de técnicos— es más que concluyente: los restos recogidos hace casi un año eran huesos de niños de edades coincidentes con las de Ruth y José.
Aquello sirvió para que el juez cambiase la acusación contra Bretón, de desaparición forzosa de menores al doble asesinato con el agravante de parentesco.
Pero esa aparente resolución del caso no le privó de seguir apretando las tuercas al entorno de la familia paterna, acosada por la presión social y mediática, que le acusan —basándose en los autos del juez— de manipular información en favor del acusado
. Pero en ningún momento les imputa nada.
Hasta su despacho del Juzgado de Instrucción número 4, llegó un caso extraño. Inusual.
Un padre denunciaba que sus dos hijos, de seis y dos años, se habían perdido el 8 de octubre de 2011 en el parque Cruz Conde. Sus hijos se llamaban igual que sus progenitores, Ruth y José.
Hoy, el padre de los niños, José Bretón, está en prisión preventiva, acusado del doble asesinato de sus hijos. Pero hasta llegar a ese punto, el caso ha sufrido una fuerte transformación interna, derivada de un error en un análisis clave: el de los restos óseos hallados la misma noche en que desaparecieron los pequeños.
Unos huesos que primero fueron identificados como pertenecientes a animales y luego a niños de las mismas edades de Ruth y José.
Paralelamente, la investigación del caso —que hoy cumple un año— ha convertido en una celebridad al magistrado encargado de su instrucción, José Luis Rodríguez Lainz, el mismo que estaba de guardia en aquel 8 de octubre de 2011
. Rodríguez Lainz tiene fama de escrupuloso y de no dejar cabos sueltos.
Pero en este caso, el más complicado y mediático de su carrera, los cabos sueltos han sido su pan de cada día.
Hoy sabemos que un error de una médico forense de la policía científica enfangó la investigación.
El hallazgo de unos huesos que la policía halló al poco de producirse la desaparición de los niños en una finca propiedad del padre, José Bretón, a las afueras de Córdoba, en el polígono de Las Quemadillas, hizo que todos resolviesen la ecuación de manera fácil e inmediata. Bretón había matado a sus hijos y los había hecho desparecer en la hoguera.
Era fácil. El sospechoso era un padre despechado, a quien su esposa, Ruth Ortiz, acababa de abandonar. Era extraordinariamente frío, apenas estaba impactado por la pérdida de sus pequeños bajo su custodia aquel fin de semana y su coartada era endeble.
La idea de que hubiese hecho eliminar los cuerpos de los niños en aquella cámara incineradora casera (armada de una simple mesa) fue inmediata. Rodríguez Lainz y la policía lo tenían claro.
Pero los resultados negativos de los primeros análisis forenses marcarían el largo año de instrucción que se avecinaban.
El togado siempre tuvo entre ceja y ceja grabado el nombre de Las Quemadillas. Todas las pistas de la desaparición de Ruth y José recalaban en esa finca de 10 hectáreas que habían comprado los abuelos paternos de los niños y donde José Bretón pasó jornadas enteras antes de que sus hijos se esfumasen
. Pero los distintos autos que redacta el juez a lo largo de la instrucción reflejan sus dudas acerca de lo que pudo ocurrir.
Descartado el hecho de que su padre hubiese incinerado a los dos hermanos —como finalmente parece que pudo ocurrir— el instructor empieza a soltar cebos a diestro y siniestro en sus pesquisas, a la espera de que alguno dé con la presa correcta.
Así, especula con la implicación de una tercera persona en el caso, abre la posibilidad de que se trate de un secuestro o retención ilegal y se decanta finalmente por el asesinato y la ocultación de los cuerpos en un zulo. Sin escatimar medios, el juez ordena que varios técnicos especializados en el uso de georradares —una tecnología capaz de analizar los estratos del suelo en busca de irregularidades artificiales— escruten áreas enteras de la parcela en busca de esa probable tumba.
Los dos inmuebles también son prospectados, agujereados y analizados.
Siempre sin resultado.
Y todos pasan una y otra vez por encima de la hoguera que primero despertó sus sospechas. En verano, cuando el caso parece entrar en punto muerto, Luis Avial, dueño de la empresa privada de georradar, comenta a la familia de la madre de los niños la posibilidad de buscar una segunda opinión sobre los huesos encontrados entre las brasas.
El juez da su visto bueno. El análisis del forense, Francisco Etxeberria, —y el de una decena de técnicos— es más que concluyente: los restos recogidos hace casi un año eran huesos de niños de edades coincidentes con las de Ruth y José.
Aquello sirvió para que el juez cambiase la acusación contra Bretón, de desaparición forzosa de menores al doble asesinato con el agravante de parentesco.
Pero esa aparente resolución del caso no le privó de seguir apretando las tuercas al entorno de la familia paterna, acosada por la presión social y mediática, que le acusan —basándose en los autos del juez— de manipular información en favor del acusado
. Pero en ningún momento les imputa nada.
Huevos con 'ajvar' Por: Mikel López Iturriaga | 08 de octubre de 2012
Dice el Comidista.....
Hay veces que ves una receta en un blog y sabes de inmediato que vas a tener que hacerla.
Los ingredientes, la preparación y la foto te están diciendo "ve hacia la luz" como si tú fueras Caroline y ellos los espíritus de Poltergeist. No puedes resistirlo y en cuanto dispones de un minuto, te lanzas poseído a cocinarla.
Imaginad un pan sobre esa yema... / AINHOA GOMÀ
Hay veces que ves una receta en un blog y sabes de inmediato que vas a tener que hacerla.
Los ingredientes, la preparación y la foto te están diciendo "ve hacia la luz" como si tú fueras Caroline y ellos los espíritus de Poltergeist. No puedes resistirlo y en cuanto dispones de un minuto, te lanzas poseído a cocinarla.
Esto es más o menos lo que me pasó tras visitar el ajvar de El Invitado de Invierno en Pepekitchen.
El puré serbio de pimientos y berenjenas escalibados reunía casi todo lo que me gusta en una receta: verdurismo, preparación sencilla, técnica inteligente y originalidad. Y además era lo suficientemente versátil como para utilizarla en algún plato de mi invención.
Como los huevos fritos con pimientos asados me vuelven loco, decidí tirar por ahí.
En una segunda prueba opté por añadir una salchichorra, quizá por el recuerdo de una maravillosa que me había comido en un restaurante serbio en Praga. Para no anegar en grasa el puré, hice los huevos escalfados, y el trío se transformó en uno de estos platos sublimes con los que puedes comerte una barra de pan.
Las cantidades de ajvar que pongo son para cuatro personas, pero yo recomiendo hacer un poco más y que sobre: se puede guardar en la nevera unos días y usarlo como aperitivo con unas tostaditas.
Dificultad
Para tróspidos.
Ingredientes
Para 4 personas
1. Precalentar el grill del horno a 240º.
2. Poner las berenjenas y los pimientos en una bandeja de horno ligeramente aceitada o cubierta con papel para hornear. Asar unos 20 minutos y, cuando tengan la piel quemada, dar la vuelta, incorporar los ajos sin pelar y dejar otros 20 más o menos (pueden necesitar más tiempo dependiendo del horno).
3. Sacar las berenjenas y los pimientos y poner estos últimos en un bol o fuente tapados con plástico (el vapor hará que sean más fáciles de pelar)
. Una vez templados, pelar las berenjenas, los pimientos y los ajos, y poner sus pulpas en un bol.
4. Mezclarlos bien con un chorro de aceite y triturarlos con el pasapurés (se puede hacer con batidora o robot, pero el color saldrá más anaranjado).
Añadir un par de cucharadas de vinagre, sal y otro chorro de aceite, hasta conseguir una textura de puré grueso pero cremoso.
Probar y si se quiere un punto más ácido, añadir un poco más de vinagre.
5. Poner agua a hervir en un cazo pequeño. Poner un trozo amplio de plástico transparente sobre una taza pequeña, pegándolo un poco a las paredes interiores de ésta.
Mancharlo con unas gotas de aceite y cascar un huevo sobre la taza. Salarlo ligeramente y formar un paquetito con los extremos del plástico. Repetir la operación con el resto de los huevos.
6. Cuando el agua esté hirviendo, retirarla del fuego y sumergir los huevos en ella, dejando fuera los extremos del plástico
. Mantener unos 3-4 minutos, hasta que la clara esté cuajada. Sacarlos.
7. Embadurnar las salchichas con un poco de aceite y hacerlas en una sartén a fuego medio.
8. Servir el plato con una base de ajvar, las salchichas y los huevos sacados de los plásticos en los que los hemos cocido.
El puré serbio de pimientos y berenjenas escalibados reunía casi todo lo que me gusta en una receta: verdurismo, preparación sencilla, técnica inteligente y originalidad. Y además era lo suficientemente versátil como para utilizarla en algún plato de mi invención.
Como los huevos fritos con pimientos asados me vuelven loco, decidí tirar por ahí.
En una segunda prueba opté por añadir una salchichorra, quizá por el recuerdo de una maravillosa que me había comido en un restaurante serbio en Praga. Para no anegar en grasa el puré, hice los huevos escalfados, y el trío se transformó en uno de estos platos sublimes con los que puedes comerte una barra de pan.
Las cantidades de ajvar que pongo son para cuatro personas, pero yo recomiendo hacer un poco más y que sobre: se puede guardar en la nevera unos días y usarlo como aperitivo con unas tostaditas.
Dificultad
Para tróspidos.
Ingredientes
Para 4 personas
- 2 berenjenas grandes
- 2 pimientos rojos grandes
- 2 dientes de ajo
- 4-8 salchichas dependiendo del tamaño
- 4-8 huevos dependiendo del hambre
- Vinagre
- Aceite de oliva virgen extra
- Sal
1. Precalentar el grill del horno a 240º.
2. Poner las berenjenas y los pimientos en una bandeja de horno ligeramente aceitada o cubierta con papel para hornear. Asar unos 20 minutos y, cuando tengan la piel quemada, dar la vuelta, incorporar los ajos sin pelar y dejar otros 20 más o menos (pueden necesitar más tiempo dependiendo del horno).
3. Sacar las berenjenas y los pimientos y poner estos últimos en un bol o fuente tapados con plástico (el vapor hará que sean más fáciles de pelar)
. Una vez templados, pelar las berenjenas, los pimientos y los ajos, y poner sus pulpas en un bol.
4. Mezclarlos bien con un chorro de aceite y triturarlos con el pasapurés (se puede hacer con batidora o robot, pero el color saldrá más anaranjado).
Añadir un par de cucharadas de vinagre, sal y otro chorro de aceite, hasta conseguir una textura de puré grueso pero cremoso.
Probar y si se quiere un punto más ácido, añadir un poco más de vinagre.
5. Poner agua a hervir en un cazo pequeño. Poner un trozo amplio de plástico transparente sobre una taza pequeña, pegándolo un poco a las paredes interiores de ésta.
Mancharlo con unas gotas de aceite y cascar un huevo sobre la taza. Salarlo ligeramente y formar un paquetito con los extremos del plástico. Repetir la operación con el resto de los huevos.
6. Cuando el agua esté hirviendo, retirarla del fuego y sumergir los huevos en ella, dejando fuera los extremos del plástico
. Mantener unos 3-4 minutos, hasta que la clara esté cuajada. Sacarlos.
7. Embadurnar las salchichas con un poco de aceite y hacerlas en una sartén a fuego medio.
8. Servir el plato con una base de ajvar, las salchichas y los huevos sacados de los plásticos en los que los hemos cocido.
El salto al vacío de Clara Lago y Andrés Velencoso
Una mañana de mayo de 2011, la directora de casting Eva
Leira tenía al otro lado del teléfono al representante de actores
Antonio Rubial. Ella y su socia, Yolanda Serrano, le habían solicitado
ideas para el papel de un golfo de unos 35 años y mucho magnetismo que
culminaría el reparto de Fin, la adaptación cinematográfica de la exitosa
novela homónima de David Monteagudo que la editorial Acantilado ha
reeditado en 10 ocasiones desde su publicación en 2009. Rubial
barajaba varios nombres para ese personaje. Entre ellos estaba el de un
supermodelo de fama internacional que años atrás le había insinuado su
interés en medirse en la gran pantalla. “Igual os parece una locura,
pero… Os propongo a Andrés Velencoso”. La línea telefónica se fundió a
negro y permaneció en silencio unos segundos. “Bueno… Eeehhh… Está bien,
haremos una prueba, pero sin que lo sepan ni los productores ni el
director”.
Se trataría de un juego. Un experimento. Entre sesiones y desfiles alrededor del planeta, Andrés Velencoso buscó un hueco para acercarse a la oficina de Eva Leira y Yolanda Serrano en el centro de Madrid. Frente a ellas dio rienda suelta a la improvisación y esbozó diversos roles de seducción. Las directoras de reparto quedaron rendidas ante “su capacidad para transmitir emociones, más allá de la evidente belleza”. Y convocaron al director de Fin, Jorge Torregrosa, para enseñarle la grabación de aquel experimento unas semanas antes del rodaje. Eva y Yolanda advirtieron al cineasta de que el vídeo que estaba a punto de presenciar quizá le parecería una marcianada, pero también le aclararon que ellas estaban seguras de la apuesta. Tras contemplar la cinta boquiabierto, Torregrosa también tuvo claro que quería ver más registros de aquel morenazo con hechuras de Adonis.
Así empezó todo. Varias pruebas de cámara más tarde, Andrés Velencoso anulaba todos sus compromisos del verano de 2011 para preparar a toda mecha, junto a la profesora de interpretación Raquel Pérez, su primer papel en el cine. Responsable de moldear, entre muchas otras, a estrellas como Belén Rueda, Fernando Tejero y Verónica Echegui, su profesora supo pronto que lo de Velencoso no se trataba de un capricho pasajero. “No, señor, nada que ver. Lo suyo va muy en serio”, recuerda hoy. “Ya sabía ponerse delante de la cámara, pero de ahí a interpretar hay un mundo. El asunto es que Andrés cuenta con algo fundamental para un actor: capacidad de riesgo. Es curioso hasta el extremo; escucha, suma y a la vuelta te responde. Preparó su primer papel apenas ocho días antes del rodaje. Va a romper el molde de Soy modelo y me paso a actor. Y va a callar muchas bocas. Después de esta película ha dado cinco cursos de interpretación conmigo y uno sobre Shakespeare en Londres. Además, su perfecto inglés le hace candidato perfecto para papeles fuera de España”.
El resultado de su primer asalto podrá verse en noviembre, fecha de estreno en España de Fin. David Monteagudo (Viveiro, Lugo, 1962), autor del inquietante y apocalíptico libro en el que se basa el filme, reconoce en conversación con El País Semanal que “la mayor sorpresa” que se llevó recientemente al ver un pase de la cinta es precisamente la actuación del top model internacional.
Contento con la mirada que Jorge Torregrosa ha posado sobre la que fue su primera novela, el escritor considera que esta ópera prima cinematográfica ha quedado “muy Monteagudiana”.
Y también reconoce que tuvo todos los prejuicios imaginables hacia el papel de Velencoso antes de verlo en pantalla. “Pero él es lo que más me ha sorprendido de la película, que, por otra parte, refleja el espíritu de mi libro con esa sensación generalizada de Apocalipsis que estamos viviendo. Velencoso tiene personalidad y sabe no solo estar, sino desenvolverse con naturalidad ante la cámara”.
Casi nada. Empiecen a desmontar prejuicios. Compañeros de reparto en Fin
como Maribel Verdú no han dudado en ensalzar sus virtudes. Como también
hace sin tapujos la actriz Clara Lago, sobre quien termina pivotando
todo el peso de la trama de esta historia coral de suspense que se
aproxima a la culpa y los ajustes de cuentas con el pasado mediante
sugerentes interrogantes existenciales derivados de una catástrofe
monumental. Clara, la niña que hemos visto crecer en el cine desde su nominación al Goya a la mejor actriz revelación con solo 12 años por El viaje de Carol, de Imanol Uribe,
también da un salto al vacío con esta película. Si el de Andrés
Velencoso es un triple mortal con pirueta al decidir dejar de vivir
exclusivamente de su jeta, el de Clara Lago constituye su definitiva
transición en pantalla a la edad adulta 10 años más tarde de aquella
reveladora primera aparición y tras numerosos papeles de adolescente. En
Fin, Clara va comiéndose poco a poco la cámara, a
medida que extraños sucesos difuminan al resto de sus compañeros de
reparto. “Ya me tocaba empezar a oler este otro tipo de personajes más
adultos, no tan de niña o adolescente. Tenía muchas ganas. Y debo decir
que he flipado con Andrés. El cabrón da en cámara que dices: ‘¡Por Dios,
esto qué es!’. Y, además, actúa bien”.
Andrés y Clara no se limitan a compartir planos en Fin.
Entre ellos se genera una tensión de alto voltaje antes, incluso, de coincidir en escena. “¡Menudo morbazo! Y si me tira los tejos, ¿qué hago?”, pregunta el personaje de Clara Lago al ver unas fotos del tipo al que está a punto de conocer junto a otros viejos amigos del protagonista de la película. Todo se complica con el controvertido asunto del reencuentro. Haga la prueba usted mismo. Convoque al grupo de amigos con los que atravesó la adolescencia y comparta 20 años después con ellos un fin de semana de campo. ¿Cuántas rencillas, traiciones y celos saldrían a relucir? Básicamente eso es lo que florece cuando varias personas que llevan sin verse dos decenios –exactamente desde la fecha de una atrocidad que todos intentaron borrar de la memoria– deciden reencontrarse en una casa rodeada de exuberante naturaleza. Tan exuberante como peligrosa, esa naturaleza de la que abomina Houellebecq se convierte en punto de partida de una catarsis colectiva en la que paulatinamente se vislumbra que no va a quedar ni el apuntador para contarlo.
Trepidante en el ritmo durante sus noventa minutos exactos de metraje, de atmósferas inquietantes y ambiciosa producción llevada a cabo por los exitosos artífices de Los otros y Los ojos de Julia, el debú en largo recorrido de Jorge Torregrossa denota su acertado ojo para el suspense y la acción, así como la huella de su formación cinematográfica estadounidense queda patente en la factura de esta cinta con aromas de thriller norteamericano contemporáneo
. Antes de que el Apocalipsis se apodere del metraje,
Clara y Andrés tendrán tiempo incluso de practicar el noble arte de la seducción. En una secuencia en la que Andrés “estaba cagao” antes de rodar, y que sintetiza como “la del típico animal que entra en la cocina y va a lo que pueda pillar”, saltan tantas chispas como durante la sesión de fotos que ilustra estas páginas.
“Estás yendo mucho al gimnasio tú, ¿eh?”. Clara irrumpe en el estudio fotográfico con vestido largo de fiesta y el pelazo moreno húmedo. Entorna sus ojos de almendra hacia Andrés mientras palpa sus abdominales al desnudo. “No, sobre todo hago yoga. Tú, Pilates, ¿no?”. Sí; Clara, Pilates. Su hermano es monitor y ella aprovecha.
El resultado salta a la vista. En bíceps, cuádriceps y cuerpazo en general. Ahí están los dos, tan explosivamente carnosos como se les podrá ver en Fin. En este interior diáfano rodeado de flases, Andrés solo viste pantalones negros de esmoquin. Grandullón, ancho de espaldas y muscularmente fibroso, parece imposible encontrar algo en su cuerpo que no esté en su sitio. Pelo en pecho. Barba de tres días. Luce tatuaje con el nombre de su madre fallecida al lado del corazón. Lucía no llegó a conocer las ambiciones actorales de su hijo.
Ella siempre quiso que fuera modelo.
Andrés habla con toda naturalidad sobre ella. Es la misma naturalidad con la que se refiere a la estelar cantante australiana Kylie Minogue cuando dice “mi chica”, a quien conoció en 2009 durante el rodaje de un anuncio. De los ecos que despierta su aireada relación, a él solo le molesta “que el simple de hecho de salir a cenar en Londres con ella ponga en guardia a un ejército de paparazzi a las puertas del restaurante”.
–¿Esto del cine es porque a lo de modelo, por muy Andrés Velencoso que uno sea, no le ve mucho más recorrido?
–Bueno, cuando trabajas un poco menos que cuando tenías 25 años, no
viajas tanto, tienes algo más de tiempo libre… ¿Por qué no invertirlo en
algo que tenía pensado desde hace tiempo? Ojalá lo hubiera intentado
antes, cuando tuve tantos ratos libres paseando por Nueva York.
–Se estrena como un golfo irreductible, eterno Peter Pan. ¿Ha tenido que prepararse mucho el papel o traía bastante de serie?
–¡Sí, soy un cabronazo! [Estalla en una carcajada]. Todos tenemos nuestro lado canalla. Estoy aprendiendo a sacar partes de mí que sean creíbles. Supongo que en eso consiste el trabajo de actor.
Clara asiente mientras escucha a Andrés tras la sesión de fotos. Ella asegura no tener problemas como los de él con la persecución de paparazzi. Clara, menuda. Clara, con vaqueros, sandalias y rebeca tres cuartos que parecen ocultar lo inmensa que se vuelve en pantalla. Lía cigarrillos mientras saca una sacarina de un bolso de Loewe para echársela al café, y cuenta con desparpajo que está a punto de marcharse a Berlín a rodar su primera película en lengua extranjera
. Para su estreno con una cinta en otro idioma ha elegido… el alemán, que aún no sabe hablar, pero aprenderá a toda mecha para interpretar a una au-pair argentina que cuida a los niños de una pareja en crisis. Hija de diseñador gráfico y cuentacuentos, esta madrileña de 22 años ha ido sofisticando a la fiera interpretativa que llevaba dentro desde niña. Clara parece que siempre ha estado ahí, que siempre tiene un papel entre manos o pendiente de estreno. “¡Pero la realidad es que llevo desde enero tocándome los pies! He tenido algún curro de modelo y de doblaje, pero de actriz… ¡Ah! Y he ejercido de ayudante de dirección con una compañía independiente de teatro”.
La crisis golpea aquí hasta al más pintado. Pero de ahí a resumir toda España, como hizo recientemente The New York Times, con la imagen de una persona trasteando en un contenedor de basura
hay un trecho. El día de nuestro encuentro con Clara y Andrés, el
rotativo estadounidense publicaba en su primera página la polémica foto
de marras. Si hay algo que de veras le molesta a él de todo esto es
tener que escuchar desde hace años, en todas partes del globo, eso de:
“Estás mal, ¿eh?… Estáis mal allí, ¿verdad? Te lo dice desde el taxista
hasta el peluquero de cualquier ciudad del mundo en cuanto te reconocen
como español.
Y es algo que me toca bastante los cojones. Entre eso, y que parece como si las soluciones siempre tienen que venir de fuera, de Estados Unidos, del Banco Central Europeo o de Alemania, al final, acabas diciendo: ‘¿Qué nos pasa en España? Parece que no somos nadie”. ¡Caramba con el supermodelo!
Tampoco le gusta mucho, por cierto, tener que reprimirse en su cuenta de Twitter. En la Red trata de ser bastante activo, hasta que vislumbra jardines en los que, según él, más vale no entrar para no provocar incendios. “El pasado 11 de septiembre me hubiera gustado poder decir: ‘¡Feliz Diada!’. Al final se convirtió en una reivindicación y preferí no dar mi opinión sobre algo tan delicado. Pero soy catalán y el otro día sí que escribí: ‘¡Feliz día de la Mercè!’. El problema es que hay gente en Twitter que está loca, te dice barbaridades, y al final tienes que bloquearles”.
En Tossa de Mar (Girona), donde viven su padre y sus hermanas, tiene
este incipiente galán de cine de 34 años su paraíso.
El de Clara Lago está en cualquier terraza, compartiendo un tinto de verano con su hermano, el monitor de Pilates que cuida de su esbelta silueta. Si lo de Clara en el cine va en serio desde que era niña, su salto hacia la madurez acaba de comenzar. Pero lleva ya toda una vida en esto. “Y lo mejor es que parece no tener fin”, aseguran muchos de los que han trabajado con ella. Ha dejado de tener como único referente a aquella Penélope Cruz a quien ansiaba conocer desde niña y acabó conociendo gracias a que las dos comparten representante.
Clara sigue admirando a Penélope, pero si hoy tiene que escoger un modelo a seguir elige sin dudarlo a una actriz tan gloriosamente madura como Meryl Streep. Andrés dirá que Gary Oldman le parece no solo un gran actor “que hace igual de Drácula que de El topo”, sino, además, un tipo que parece no haber perdido la cabeza, algo nada fácil de evitar en el Olimpo de las estrellas del celuloide.
Sobre Clara Lago caben pocas dudas acerca de si tiene la cabecita bien amueblada. Está por ver lo que ocurre con Andrés Velencoso cuando su apuesta salga a la luz.
De hecho, está por ver si seguirá siendo actor. Todavía queda, para empezar, un océano de prejuicios por derribar. No es nada nuevo. Le ha pasado a muchos otros reputados guaperas cuando han dicho Esta boca es mía. Eva Leira y Yolanda Serrano, las directoras de casting que descubrieron “el talento” de Velencoso en aquellas primeras pruebas de improvisación, quieren deslizar una última puntualización para los más escépticos:
“Guapos hay muchos. A patadas. Si haces una convocatoria en Estados Unidos puedes encontrar cientos. Pero que se te queden grabados no hay tantos. Y es fácil de demostrar: ninguno de nosotros ha podido olvidar a aquel Brad Pitt que hacía fugazmente de sinvergüenza en Thelma y Louise. Algo así no es solo fruto de la belleza, como pudo verse después”.
Se trataría de un juego. Un experimento. Entre sesiones y desfiles alrededor del planeta, Andrés Velencoso buscó un hueco para acercarse a la oficina de Eva Leira y Yolanda Serrano en el centro de Madrid. Frente a ellas dio rienda suelta a la improvisación y esbozó diversos roles de seducción. Las directoras de reparto quedaron rendidas ante “su capacidad para transmitir emociones, más allá de la evidente belleza”. Y convocaron al director de Fin, Jorge Torregrosa, para enseñarle la grabación de aquel experimento unas semanas antes del rodaje. Eva y Yolanda advirtieron al cineasta de que el vídeo que estaba a punto de presenciar quizá le parecería una marcianada, pero también le aclararon que ellas estaban seguras de la apuesta. Tras contemplar la cinta boquiabierto, Torregrosa también tuvo claro que quería ver más registros de aquel morenazo con hechuras de Adonis.
Así empezó todo. Varias pruebas de cámara más tarde, Andrés Velencoso anulaba todos sus compromisos del verano de 2011 para preparar a toda mecha, junto a la profesora de interpretación Raquel Pérez, su primer papel en el cine. Responsable de moldear, entre muchas otras, a estrellas como Belén Rueda, Fernando Tejero y Verónica Echegui, su profesora supo pronto que lo de Velencoso no se trataba de un capricho pasajero. “No, señor, nada que ver. Lo suyo va muy en serio”, recuerda hoy. “Ya sabía ponerse delante de la cámara, pero de ahí a interpretar hay un mundo. El asunto es que Andrés cuenta con algo fundamental para un actor: capacidad de riesgo. Es curioso hasta el extremo; escucha, suma y a la vuelta te responde. Preparó su primer papel apenas ocho días antes del rodaje. Va a romper el molde de Soy modelo y me paso a actor. Y va a callar muchas bocas. Después de esta película ha dado cinco cursos de interpretación conmigo y uno sobre Shakespeare en Londres. Además, su perfecto inglés le hace candidato perfecto para papeles fuera de España”.
El resultado de su primer asalto podrá verse en noviembre, fecha de estreno en España de Fin. David Monteagudo (Viveiro, Lugo, 1962), autor del inquietante y apocalíptico libro en el que se basa el filme, reconoce en conversación con El País Semanal que “la mayor sorpresa” que se llevó recientemente al ver un pase de la cinta es precisamente la actuación del top model internacional.
Contento con la mirada que Jorge Torregrosa ha posado sobre la que fue su primera novela, el escritor considera que esta ópera prima cinematográfica ha quedado “muy Monteagudiana”.
Y también reconoce que tuvo todos los prejuicios imaginables hacia el papel de Velencoso antes de verlo en pantalla. “Pero él es lo que más me ha sorprendido de la película, que, por otra parte, refleja el espíritu de mi libro con esa sensación generalizada de Apocalipsis que estamos viviendo. Velencoso tiene personalidad y sabe no solo estar, sino desenvolverse con naturalidad ante la cámara”.
"Velencoso es lo que más me ha sorprendido de la adaptación de mi libro en el cine", asegura el escritor David Monteagudo
Andrés y Clara no se limitan a compartir planos en Fin.
Entre ellos se genera una tensión de alto voltaje antes, incluso, de coincidir en escena. “¡Menudo morbazo! Y si me tira los tejos, ¿qué hago?”, pregunta el personaje de Clara Lago al ver unas fotos del tipo al que está a punto de conocer junto a otros viejos amigos del protagonista de la película. Todo se complica con el controvertido asunto del reencuentro. Haga la prueba usted mismo. Convoque al grupo de amigos con los que atravesó la adolescencia y comparta 20 años después con ellos un fin de semana de campo. ¿Cuántas rencillas, traiciones y celos saldrían a relucir? Básicamente eso es lo que florece cuando varias personas que llevan sin verse dos decenios –exactamente desde la fecha de una atrocidad que todos intentaron borrar de la memoria– deciden reencontrarse en una casa rodeada de exuberante naturaleza. Tan exuberante como peligrosa, esa naturaleza de la que abomina Houellebecq se convierte en punto de partida de una catarsis colectiva en la que paulatinamente se vislumbra que no va a quedar ni el apuntador para contarlo.
Trepidante en el ritmo durante sus noventa minutos exactos de metraje, de atmósferas inquietantes y ambiciosa producción llevada a cabo por los exitosos artífices de Los otros y Los ojos de Julia, el debú en largo recorrido de Jorge Torregrossa denota su acertado ojo para el suspense y la acción, así como la huella de su formación cinematográfica estadounidense queda patente en la factura de esta cinta con aromas de thriller norteamericano contemporáneo
. Antes de que el Apocalipsis se apodere del metraje,
Clara y Andrés tendrán tiempo incluso de practicar el noble arte de la seducción. En una secuencia en la que Andrés “estaba cagao” antes de rodar, y que sintetiza como “la del típico animal que entra en la cocina y va a lo que pueda pillar”, saltan tantas chispas como durante la sesión de fotos que ilustra estas páginas.
“Estás yendo mucho al gimnasio tú, ¿eh?”. Clara irrumpe en el estudio fotográfico con vestido largo de fiesta y el pelazo moreno húmedo. Entorna sus ojos de almendra hacia Andrés mientras palpa sus abdominales al desnudo. “No, sobre todo hago yoga. Tú, Pilates, ¿no?”. Sí; Clara, Pilates. Su hermano es monitor y ella aprovecha.
El resultado salta a la vista. En bíceps, cuádriceps y cuerpazo en general. Ahí están los dos, tan explosivamente carnosos como se les podrá ver en Fin. En este interior diáfano rodeado de flases, Andrés solo viste pantalones negros de esmoquin. Grandullón, ancho de espaldas y muscularmente fibroso, parece imposible encontrar algo en su cuerpo que no esté en su sitio. Pelo en pecho. Barba de tres días. Luce tatuaje con el nombre de su madre fallecida al lado del corazón. Lucía no llegó a conocer las ambiciones actorales de su hijo.
Ella siempre quiso que fuera modelo.
Andrés habla con toda naturalidad sobre ella. Es la misma naturalidad con la que se refiere a la estelar cantante australiana Kylie Minogue cuando dice “mi chica”, a quien conoció en 2009 durante el rodaje de un anuncio. De los ecos que despierta su aireada relación, a él solo le molesta “que el simple de hecho de salir a cenar en Londres con ella ponga en guardia a un ejército de paparazzi a las puertas del restaurante”.
–¿Esto del cine es porque a lo de modelo, por muy Andrés Velencoso que uno sea, no le ve mucho más recorrido?
"Todos tenemos nuestro lado canalla. Estoy aprendiendo a sacar partes de mí que sean creíbles" (Velencoso)
–Se estrena como un golfo irreductible, eterno Peter Pan. ¿Ha tenido que prepararse mucho el papel o traía bastante de serie?
–¡Sí, soy un cabronazo! [Estalla en una carcajada]. Todos tenemos nuestro lado canalla. Estoy aprendiendo a sacar partes de mí que sean creíbles. Supongo que en eso consiste el trabajo de actor.
Clara asiente mientras escucha a Andrés tras la sesión de fotos. Ella asegura no tener problemas como los de él con la persecución de paparazzi. Clara, menuda. Clara, con vaqueros, sandalias y rebeca tres cuartos que parecen ocultar lo inmensa que se vuelve en pantalla. Lía cigarrillos mientras saca una sacarina de un bolso de Loewe para echársela al café, y cuenta con desparpajo que está a punto de marcharse a Berlín a rodar su primera película en lengua extranjera
. Para su estreno con una cinta en otro idioma ha elegido… el alemán, que aún no sabe hablar, pero aprenderá a toda mecha para interpretar a una au-pair argentina que cuida a los niños de una pareja en crisis. Hija de diseñador gráfico y cuentacuentos, esta madrileña de 22 años ha ido sofisticando a la fiera interpretativa que llevaba dentro desde niña. Clara parece que siempre ha estado ahí, que siempre tiene un papel entre manos o pendiente de estreno. “¡Pero la realidad es que llevo desde enero tocándome los pies! He tenido algún curro de modelo y de doblaje, pero de actriz… ¡Ah! Y he ejercido de ayudante de dirección con una compañía independiente de teatro”.
"Ya me iba tocando empezar a oler personajes más adultos, de dejar de parecer tan niña en el cine" (Lago)
Y es algo que me toca bastante los cojones. Entre eso, y que parece como si las soluciones siempre tienen que venir de fuera, de Estados Unidos, del Banco Central Europeo o de Alemania, al final, acabas diciendo: ‘¿Qué nos pasa en España? Parece que no somos nadie”. ¡Caramba con el supermodelo!
Tampoco le gusta mucho, por cierto, tener que reprimirse en su cuenta de Twitter. En la Red trata de ser bastante activo, hasta que vislumbra jardines en los que, según él, más vale no entrar para no provocar incendios. “El pasado 11 de septiembre me hubiera gustado poder decir: ‘¡Feliz Diada!’. Al final se convirtió en una reivindicación y preferí no dar mi opinión sobre algo tan delicado. Pero soy catalán y el otro día sí que escribí: ‘¡Feliz día de la Mercè!’. El problema es que hay gente en Twitter que está loca, te dice barbaridades, y al final tienes que bloquearles”.
La madurez de Clara acaba de comenzar y lleva una vida en esto
. Andrés afronta un océano de prejuicios por derribar
El de Clara Lago está en cualquier terraza, compartiendo un tinto de verano con su hermano, el monitor de Pilates que cuida de su esbelta silueta. Si lo de Clara en el cine va en serio desde que era niña, su salto hacia la madurez acaba de comenzar. Pero lleva ya toda una vida en esto. “Y lo mejor es que parece no tener fin”, aseguran muchos de los que han trabajado con ella. Ha dejado de tener como único referente a aquella Penélope Cruz a quien ansiaba conocer desde niña y acabó conociendo gracias a que las dos comparten representante.
Clara sigue admirando a Penélope, pero si hoy tiene que escoger un modelo a seguir elige sin dudarlo a una actriz tan gloriosamente madura como Meryl Streep. Andrés dirá que Gary Oldman le parece no solo un gran actor “que hace igual de Drácula que de El topo”, sino, además, un tipo que parece no haber perdido la cabeza, algo nada fácil de evitar en el Olimpo de las estrellas del celuloide.
Sobre Clara Lago caben pocas dudas acerca de si tiene la cabecita bien amueblada. Está por ver lo que ocurre con Andrés Velencoso cuando su apuesta salga a la luz.
De hecho, está por ver si seguirá siendo actor. Todavía queda, para empezar, un océano de prejuicios por derribar. No es nada nuevo. Le ha pasado a muchos otros reputados guaperas cuando han dicho Esta boca es mía. Eva Leira y Yolanda Serrano, las directoras de casting que descubrieron “el talento” de Velencoso en aquellas primeras pruebas de improvisación, quieren deslizar una última puntualización para los más escépticos:
“Guapos hay muchos. A patadas. Si haces una convocatoria en Estados Unidos puedes encontrar cientos. Pero que se te queden grabados no hay tantos. Y es fácil de demostrar: ninguno de nosotros ha podido olvidar a aquel Brad Pitt que hacía fugazmente de sinvergüenza en Thelma y Louise. Algo así no es solo fruto de la belleza, como pudo verse después”.
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