Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

7 oct 2012

El teatro de nuestras vidas

El teatro de nuestras vidas

Por: | 07 de octubre de 2012
Pedro Costa, el adaptador de Babel, la obra de Andrew Bovell que se representa ahora en el Marquina de Madrid, me presentó anoche, a la entrada del teatro, al productor de la obra, Ignacio Salazar, que agarraba el cochito de su hijo. En el programa de mano de Babel, Costa cuenta cómo consiguió los derechos de la obra, cómo convenció al productor, y cómo sedujeron entre todos al plantel que la representa.
Cuando leí lo que escribe Costa ya estaba sentado en mi butaca, ante un escenario que tenía el impacto de lo más cotidiano, dos camas vestidas de rojo, iguales, contiguas, en las que luego se iba a desarrollar el drama paralelo (o los dramas paralelos) de los que se nutre Babel. Así que tuve que imaginarme esa conversación entre Costa y Salazar, y entre Salazar y los actores (Aitana Sánchez-Gijón, Pedro Casablanc, Jorge Bosch y Pilar Castro), y de todos con la directora, Tamzin Townsend.
 El efecto de ese encuentro (con el texto, con el productor, con los actores..., y finalmente con el público) es un milagro que se lleva produciendo durante siglos, y que se seguirá produciendo: la extraña materialidad que tiene el teatro, que de un sueño (es decir, de unas palabras) es capaz de construir un entramado mental en el que ya vamos a vivir los espectadores hasta que la obra concluye.
Cuando empieza a desarrollarse la trama (las tramas, o como llamen a esa secuencia los guionistas), ya no pienso ni en Costa, ni en Salazar, ni en cada uno de los actores (conocía personalmente a las mujeres, Aitana y Pilar, tan solo), sino que ya soy un espectador metido en la obra, asistiendo a la babel en que consiste este enorme malentendido (o sobreentendido) que ha escrito Bovell y que ha adaptado Pedro Costa Musté
. A veces perturbado, a veces risueño, durante hora y media viví vidas dichas o actuadas por seres de carne y hueso que de pronto me parecieron milagrosamente ficticias.
La verdad de las mentiras, como escribió Mario Vargas Llosa, y por cierto la obra va de la verdad de las mentiras.
Al final, en la calle, mientras mis amigos fumaban o debatían, apareció Aitana, apareció Jorge, estaba también Pedro... A los demás no los vi, pero sé que, como hacían función doble, iban a buscarse un bocadillo, fumaban también, o --como Aitana-- se resguardaban la garganta para poder seguir diciendo luego un papel que la transforma a ella muchas veces en otros tantos personajes que por un rato (y después) conviven con nosotros.
Dice Fernando Savater, hablando de este hurto al que someten al arte escrito o musical o cinematográfico en la red, que el teatro jamás va a morir porque nadie se lo podrá descargar de internet, hay que ir a verlo, a compartirlo y a sentirlo como parte de la ficción que es imprescindible para entender la vida. Viva el teatro, y viva la vida, que es lo mismo.

Entrevista a Javier Muguerza

6 oct 2012

Isabel Pantoja, una esfinge en el banquillo

La tonadillera se envuelve en el silencio para afrontar el juicio por blanqueo de capitales.

La cantante Isabel Pantoja, a su salida de la Audiencia Provincial de Málaga, el pasado martes. / GARCÍA-SANTOS
La escalinata de acceso a la Ciudad de la Justicia de Málaga se ha convertido estos días en una especie de santuario folclórico-mediático con un punto genuinamente friki.
  Cada lunes y martes, alrededor de las ocho y media de la mañana, minuto arriba minuto abajo, el coche de Isabel Pantoja, una berlina gris de lujo, se detiene ante la puerta del edificio judicial. Cerremos el plano en este instante sobre el vehículo: una docena de cámaras, la mayoría de programas del corazón, se lanza sobre las ventanillas para tomar las primeras imágenes de la cantante.
 En el interior del coche, antes de apearse, Isabel Pantoja, más delgada que nunca y con gafas de sol, besa lo que parece un rosario.
En un segundo anillo alrededor de los periodistas, un puñado de mujeres da saltitos y jalea a la tonadillera con los gritos habituales de “¡guapa, guapa!”, que sirven tanto para piropear a una artista como a una virgen dolorosa, o un no muy original “la Panto, la Panto, la Panto es cojonuda, como la Panto no hay ninguna”.
 En el momento de enfilar el pasillo de vallas que conduce al edificio, el autodenominado Mocito Feliz, un malagueño que emplea su vida y su hacienda en el noble hobby de intentar salir en televisión detrás de los famosos, entrega a Pantoja un ramo de flores.
 La cantante lo acepta con una sonrisa.
En la sala, Pantoja ahorra los gestos y trata de no cruzar la mirada con Julián Muñoz. Sin embargo, sí le saludó educadamente en la primera sesión
La escena, que dura escasos segundos, hasta que el enorme inmueble engulle a la artista, sucede en el lateral derecho de la escalinata. Si abrimos el foco al resto del acceso al edificio, la normalidad de abogados, procuradores y funcionarios impera en los accesos al edificio.
 “Con el glamour que se ve en la tele, y lo poco que tiene aquí”, comenta una mujer, ajena al bullicio.
Desde el pasado 1 de octubre hasta el próximo 16 de abril, la Audiencia de Málaga acogerá las 45 sesiones del (mal) llamado caso Pantoja, la causa por blanqueo de capitales derivado del caso Malaya –la gran trama de corrupción en Marbella (Málaga)–.
En la causa están procesadas 10 personas, aunque de ellas solo tres, Isabel Pantoja, su expareja y exalcalde marbellí Julián Muñoz y la exesposa de este, Mayte Zaldívar, merecen la atención de los medios.

Muñoz da la vuelta a la historia

En el banquillo de los acusados, por el que ha pasado ya al menos seis veces en los últimos siete años, el exalcalde de Marbella Julián Muñoz tiende a mostrarse desafiante y chulesco, como cuando ostentaba el bastón de mando municipal. En esta ocasión no ha sido una excepción. La Fiscalía considera que Julián Muñoz utilizó el entramado de sociedades de Isabel Pantoja para ocultar fondos de origen ilícito mediante imposiciones en sus cuentas corrientes o a través de inversiones que iban desde lo inmobiliario hasta lo ganadero. El exregidor se esforzó durante su interrogatorio en dar la imagen opuesta: según él, tras su salida del ayuntamiento, era un hombre arruinado al que la “señora Pantoja” –su entonces compañera sentimental– le tenía que dar dinero “hasta para tomar café”
. Muñoz se desvinculó tanto de la compra del chalé marbellí de La Pera como de la adquisición de un apartamento en el famoso Hotel Guadalpín. “De los temas económicos de la señora Pantoja no conozco absolutamente ninguno”, afirmó.
El ex regidor mantiene agrios debates con fiscales y jueces, que muchas veces tienen que llamarle al orden. La última vez fue el pasado martes. Muñoz fue el primer procesado en someterse al interrogatorio de la fiscal María del Mar López Herrero, especialista en delitos económicos.
 Cuando la representante del ministerio público le preguntó cómo, si teóricamente no tenía dinero, compraba sociedades limitadas, él contestó: “[Lo hice] porque quería, como hacen muchos españoles”.
 En ese momento, el presidente del tribunal, Federico Morales, no pudo evitar amonestarle: “Usted divague por si, no en nombre de los españoles, por respeto del momento que estamos viviendo y sufriendo, no extienda su conducta al resto de los españoles”.
Traspasado el umbral del edificio, Isabel Pantoja pierde su indudable aura de artista y se convierte en una esfinge que aguanta las tediosas sesiones despojada de las gafas de sol –el presidente del tribunal, Federico Morales, le obligó a quitárselas en las dos sesiones iniciales celebradas en junio–
. De hecho, la cantante se ha preparado para el duro trance envolviéndose en un manto de silencio mediático y artístico: ni entrevistas exclusivas, ni galas
. El mutismo –solo roto por su entorno en algunos platós y en las redes sociales– contrasta con su febril actividad anterior.
 En los meses previos a la vista oral, la artista sevillana multiplicó sus apariciones televisivas y sobre el escenario, lo que le permitió hacer una notable caja, quizá un colchón en caso de que el tribunal le condene a pagar los 3,68 millones de euros de multa que le reclama el fiscal.
Para estar cerca de Málaga y alejarse de Madrid, Pantoja se ha refugiado en las últimas semanas en su finca La Cantora, entre Barbate y Medina Sidonia (Cádiz), herencia de su fallecido esposo, el torero Francisco Rivera, Paquirri
. Esta decisión le ha traído un primer disgusto: el pasado miércoles, unos ladrones entraron en su chalé de la urbanización madrileña de La Moraleja aprovechando su ausencia.
Pantoja ha tratado en todo momento de cultivar un perfil bajo y de proteger a su familia del impacto mediático del juicio.
 La cantante está a punto de ser abuela y ha sido vista comprando ropa con Jessica Bueno, la pareja de su hijo Kiko. Además, este año, según ha publicado la revista Lecturas, la tonadillera ha enviado a su hija Chabelita, de 16 años, a un internado de la provincia de Cádiz
. El traslado de la menor coincide con la publicación de unas imágenes en las que se veía a esta junto a un chico mayor de edad y la periodista Chelo García Cortés, amiga de Pantoja, en una terraza.
Mientras, en la sala, Pantoja ahorra los gestos y trata de no cruzar la mirada con Julián Muñoz –al que, sin embargo, saludó educadamente en la primera sesión–, su hijo Kiko lanzó en Twitter el gesto más elocuente de apoyo.
 El joven publicó en la red social una fotografía del día de su nacimiento en la que Paquirri besa a Isabel Pantoja, que tiene a Kiko recién nacido en el regazo.
 El texto del mensaje era el siguiente: “Hoy los dos estamos contigo, Mamá”. El siguiente mensaje, destinado a los programas rosas, tenía como imagen adjunta un gorila haciendo la peineta.
Toda una declaración.

 

Diana Vreeland: la tirana que inventó las editoras de moda

Diana Vreeland definió el cliché de la directora de la revista femenina

Reivindicada hoy por la industria, un documental recuerda su excéntrica y autoritaria figura.

Diana Vreeland trabajó durante más de 50 años, tras 'Harper's Bazaar' y 'Vogue', en el museo Metropolitan de Nueva York. / ELLEN GRAH
Asegura Jean Paul Gaultier que la moda es hoy más que nunca una cuestión de egos 
. Todo el mundo quiere ser más importante que su vecino, sea diseñador, estilista, periodista o fotógrafo. En el fondo, todo el mundo aspira a ser Diana Vreeland (París, 1903-Nueva York, 1989), y tal vez por eso la figura de la editora estadounidense está más de actualidad que nunca.
 El documental The eye has to travel, que puede verse en Canal + (traducido como Diana Vreeland: La mirada educada), es el penúltimo intento de desentrañar el misterio de una personalidad fundamental para la moda del siglo XX. Un esfuerzo que no han logrado antes los incontables perfiles y biografías publicadas. Ni siquiera la suya propia.
Diana Vreeland fue editora de moda de Harper’s Bazaar entre 1936 y 1962 y directora de Vogue de 1962 a 1971. Pero eso no da idea de su trascendencia. Original y fantasiosa, sentó las bases de un cargo que hoy suscita respeto por su capacidad de influencia y poder, pero que nadie ejerce como ella.
 Convirtió las revistas de moda en un espectáculo en lugar de una guía de consejos. 
“Uno solo puede pensar en siete u ocho mujeres realmente originales. En América hemos tenido muy pocas. Emily Dickinson fue una.
 Pero Mrs. Vreeland es una mujer extraordinariamente original.
 Ha contribuido más que nadie al gusto de las mujeres americanas en la forma en que visten, se mueven y piensan. Es un genio. Pero la clase de genio que muy poca gente reconocerá”, aseguraba Truman Capote de forma poco profética.
La biografía de Vreeland es un resumen del siglo XX. Nació en París, de madre americana y padre británico. “De su padre sacó una reserva puntuada por su apetito por el drama. De su madre, una cazadora y notoria adúltera, un espíritu de conquista”, asegura la periodista Judith Thurman en el libro The eye has to travel (Abrams). Con su madre mantuvo una relación tortuosa. “No nos caíamos muy bien. Ella era muy guapa. Un día me dijo: ‘Es una pena que tengas una hermana tan guapa y que tú seas tan extremadamente fea’”, escribió.
En 1914, la familia se trasladó a Nueva York. Allí se casó con Reed Vreeland y llevaron la clase de existencia, entre Europa y EE UU, que retrató Scott Fitzgerald. Con 30 años y dos hijos, volvió a Nueva York. Los Vreeland no eran ricos, pero habían mantenido un ritmo de vida trepidante en Londres, donde se beneficiaban de un dólar fuerte y de los descuentos que Chanel hacía a Diana. En Nueva York, Diana tuvo que empezar a trabajar.
 Una noche, su traje blanco de encaje llamó la atención de Carmel Snow, directora de Harper’s Bazaar. Al día siguiente le ofreció trabajo.
 “Nunca he estado en una oficina, ni me he vestido antes de mediodía”, protestó Diana. “Pero pareces saber mucho de ropa”, respondió Snow.
Así nació, en 1936, la columna Why don’t you?, un reflejo de la mente anárquica e inventiva de Vreeland. Algo que no solo se notaba en su aspecto. También en su forma de hablar.
 Christopher Hemphill calificaba su discurso de rococó: “Su voz casi te permite ver las cursivas cuando habla, pero su elección de vocablos es todavía más atractiva”. “Como un poeta, da la impresión de inventarse su propia sintaxis”, escribió Jonathan Lieberson
. “La fuente de esa poesía era un exagerado horror a lo prosaico, seña de identidad de una sacerdotisa de la moda”, asegura Judith Thurman.
Pelo negro recogido, uñas rojas y un cigarrillo eran sus señas de identidad. / HORST
Las frases lapidarias y la exigencia con sus empleados alimentaron una fama despótica que reflejaron los personajes de dos películas inspiradas en ella: Una cara con ángel (1957) y ¿Quién eres tú, Polly Magoo? (1966).
 Eso pasó a formar parte del código de la directora de revista moda –ahí está El diablo se viste de Prada (2006)–, pero el fotógrafo Richard Avedon la describía de forma más compleja: “Lo que presentaba no era lo que era. Prefería ser percibida como frívola.
 Trabajaba como un perro, pero no quería que se supiera. Vivió para la imaginación, regida por la disciplina, y creó una profesión nueva. Vreeland inventó la editora de moda. Antes eran señoras de sociedad que les ponían sombreros a otras como ellas”.
Cuando Vreeland no fue considerada para reemplazar a Carmel Snow como directora, empezó su desencuentro con la revista a la que había dotado de una identidad única de la mano de Avedon o Man Ray. En 1963, Vreeland dejó Harper’s Bazaar para dirigir Vogue. La revista, menos relevante, se convirtió en un fenómeno en sus manos
. Supo incorporar los cambios de los años sesenta. Mick Jagger, Anjelica Huston, Twiggy o Ve­rushka encarnaron su alegato por la belleza de lo diferente.
“Se convirtió en el arquetipo y estereotipo de una editora de moda”, escribe el diseñador Marc Jacobs en el prólogo de Allure. “Nadie ha sido como ella. Ha habido personalidades fuertes, pero no ha habido otra Diana Vreeland. Anna Wintour es igual de poderosa, si no más poderosa. Pero es diferente. El espíritu de descubrimiento y la celebración de lo singular y nuevo es lo que hace a una gran editora. Mrs. Vreeland fue pionera en esa clase de acercamiento”.
Con la llegada de los años setenta, debido a los gastos –tan extraordinarios como su imaginación– y a una nueva consumidora, Vogue despidió a Vreeland. Fue remplazada por su asistente, Grace Mirabella, quien pintó de beis su oficina roja. Ella se reinventó en un último personaje. Entre 1972 y 1989 fue consultora del Costume Institute del museo Metropolitano y organizó exposiciones que atrajeron un número insólito de visitantes. También en eso le ha tomado el testigo Anna Wintour, actual directora de Vogue.
“No aprendes moda. Tienes que llevarla en la sangre.
 Yo nunca veo otra cosa que un perfectamente maravilloso mundo de moda a mi alrededor”, dijo en The New York Times en 1984. Aunque ninguna de sus citas como esta: “Un vestido nuevo no te conduce a ninguna parte.
 Lo que importa es la vida que llevas con ese vestido”.