La actriz, icono de los sesenta, confiesa que nunca se sintió una mujer guapa.
Desde que abandonó el cine, hace casi medio siglo, Brigitte Bardot vive recluida en su mansión La Madrague, de Saint Tropez, en el sur de Francia.
Y desde entonces recela de la prensa.
Hasta ahora. La inolvidable B.B., con motivo de un número especial articulado en torno al clásico tema de 'Un hombre y una mujer', la revista Vogue Hommes pensó que nada mejor que entrevistar a la que encarnó el modelo absoluto de la mujer para millones de hombres.
Se lanzó así el desafío de contactar con el 'sex symbol'.
Y contra todo pronóstico, aceptó el reto.
En la publicación, la actriz recorre sin tapujos su carrera, su relación con los hombres, su amor por los animales, y deja alguna sorpresa, como que, aunque cueste creerlo, de joven se veía fea.
“Intentaba ponerme lo más guapa posible y aún así me veía fea”, relata en una conversión telefónica con el periodista. “Me costaba horrores salir, mostrarme.
Tenía miedo de no estar a la altura de lo que se esperaba de mí”, añade la exactriz, que en otro momento de la entrevista confiesa haber vivido un verdadero “calvario”, “aplastada literalmente por la fama”.
Bardot, que el próximo 28 de septiembre cumple 78 años y vive ahora volcada con su asociación de defensa de los animales, concluye:
“Hoy, a mi edad, ya me da igual. Ya no quiero seducir. Ni a nadie, ni a nada”.
Bardot no aspira ahora “más que a la soledad”, algo que a su “naturaleza más bien contemplativa” le va muy bien.
“El mundo de hoy en día no me gusta, si fuera diferente quizás viviría menos retirada”, lanza.
Lo que le da energía por la mañana para levantarse es “el sufrimiento de los animales”.
A pesar de su dolor de piernas –se niega a operarse de la cadera-, que le impide andar bien y nadar, considera que tiene suerte en comparación con los “horrores” impuestos a los animales. “Entonces pienso que no tengo por qué quejarme, y eso me da mucho energía”.
Preguntada sobre los hombres que más han contado en su vida, Bardot, que suma cuatro maridos y una infinidad de amantes, responde que no puede contestar porque “la lista es larga y cada uno de ellos me ha enriquecido”.
Dispuesta a todo por amor —“salvo a matar a alguien”, puntualiza— se describe sobre todo como una gran enamorada.
“No vivo más que de eso (…) He querido morir varias veces porque me habían dejado
. Era de alguna forma mi oxígeno. Necesito vivir bajo alto voltaje amoroso”, asegura Bardot, casada desde 1992 con el empresario Bernard d’Ormale.
Aunque a regañadientes –“qué rollo”, dice, cuando el entrevistador anuncia querer hablar un poco de cine-, Bardot repasa también por encima su carrera de décadas en el celuloide.
A Jean-Louis Trintignant, compañero de reparto con el que mantuvo un romance —“no lo conocí, lo adoré”, dice sobre él— muestra su admiración por haber aceptado ser filmado ya mayor, sin artificios, en su reciente papel en Amour (2012), de Michael Hanecke.
Con Jean-Luc Godard, al que debe su obra maestra El desprecio (1963), confirma su falta de feeling a pesar de lo que pudo pensar la crítica en aquel momento:
“Me cabreaba. Me parecía un idiota con su sombrero.
Siempre había que inventarse los diálogos en el último momento, no había estructura”.
Entregada por completo a los personajes que interpretaba –“no actuaba, era la persona que encarnaba”, relata- asegura que la verdadera Bardot es la de Y Dios creó a la mujer (1956), dirigida por su entonces marido Roger Vadim.
“Me dio vía libre, la posibilidad de peinarme, de maquillarme, de vestirme, de bailar como quería”, dice.
“Es la primera película en la que fui yo misma”.