Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

16 sept 2012

Me siento Oxidadad Por Boris Izaguirre

"Montero llamó a Igartiburu para ofrecerle sus disculpas cuando en realidad lo que debieron plantearse es hacer el programa juntas. 

Siempre han sido filón de audiencia las peleas de gatas"

Anne Igartiburu, durante la presentación de la programación de TVE 2012-2013. / GTRESONLINE
¡Es maravilloso cuando algo inesperado oxigena una entrevista promocional!
 El más que tenso encuentro de Mariló Montero con Anne Igartiburu ha sido, con perdón de la Diada 2012, el momento de la semana.
 Cuanto más lo ves, más sientes cierta angustia y que, desde luego, la oxidación está en el aire. Ese instante en que Mariló Montero le arroja a la Igartiburu lo de “¿te sientes oxidada?” es herrumbre brutal acompañada de una gran sonrisa. Incluso un género en sí mismo en el entorno de las entrevistas.
 Debería convertirse en una pregunta obligada para cualquier tipo de invitado. A Mariano, a la Merkel, a Artur Mas, una cadena de personas todas preguntándose “¿te sientes oxidada?”.
Todo el mundo habla de esa entrevista y del clamoroso anuncio de independentismo catalán. Montero llamó a Igartiburu para ofrecerle sus disculpas cuando en realidad lo que debieron plantearse es hacer el programa juntas.
 Siempre han sido filón de audiencia las llamadas peleas de gatas, aunque lo de Montero fue de dama de hierro.
 Por ejemplo, en los años ochenta, la teleserie Dinastía creó otro auténtico subgénero con las riñas y bolsazos entre Alexis y Krystle, las dos esposas de Blake Carrington.
 Más que óxido, lo que descargan esas peleas entre mujeres es un añejo componente machista y morboso al que no podemos resistirnos. Por eso el momento más deseado, el minuto de oro en la entrevista entre las dos damas de TVE, es al finalizar el encuentro, cuando Mariló le medio dice algo a Anne y esta ni se gira a mirarla. Suponemos que cuando las cámaras se apagaron se habrá montado una marimorena importante que nos quedamos sin ver. O sin oír, como las respuestas de Rajoy en su entrevista también promocional.
Oxidados, en realidad, nos sentimos todos
. Todo es más lento, Rajoy parece hacer pausas más largas y respuestas más cortas ante las amables preguntas de su entrevistadora de TVE. ¡Qué pena que esa entrevista no la hiciera Mariló Montero! Es cierto que se nos ha ido el brillo. TVE dejó claro que sus directores de información también están oxidados, pese a que lleven poco tiempo en el cargo. Prefirieron colocar la manifestación en Barcelona como quinta noticia y relegada hasta el minuto 20 de emisión del Telediario.
 Manipular los telediarios es un clásico; el director de informativos, el señor Somoano, se disculpó igual que lo hizo la señora Montero, con elegante retraso, pero los deberes hechos.
La nueva y reluciente web de la Casa del Rey quiere reflejar que la nuestra es una Corona inoxidable. La política de la Casa sigue empeñada en hablar de transparencia y en esa estrategia de celebraciones superpequeñas, íntimas e invisibles.
 Nos escamotearon la celebración de las bodas de oro de los Reyes con la herrumbrosa excusa de la crisis.
 Y repiten con unos felices 40 años de Letizia a puerta cerrada.
Cumplir los 40 siendo princesa y que te lo celebren con una merienda no parece el mejor regalo. Javier Ayuso explicó que la nueva web real tardó 18 meses en armarse.
Hay páginas web que se crean en minutos, pero, claro, no tienen tantas fotos que desempolvar, ni tampoco el óxido propio de una casa antigua.
 También se ha sabido que la infanta Sofía, hermana menor de Leonor y tercera en la sucesión al trono, al ver lo que pasaba, insistió en estar en la foto.
 El Príncipe, que también es padre, accedió a los deseos de la niña antes de extraviarse en busca de argumentos convincentes de por qué ella no.
 Es lógico su deseo de estar en la foto sucesoria porque la imagen no deja de ser el retrato de una hipótesis: nuestra Constitución aún no contempla que la primogénita pueda llegar a ser reina de una posible república federal.
 Pero es lo que tienen las webs, te hacen ilusión, y anticipan el futuro.
Si Catalunya insiste en la federación o, directamente, en convertirse en otro Estado, ¿en qué quedamos, más Estado o menos Estado? ¿Y el Estado de bienestar?
 Es complicado ser independiente y solvente.
 Como ni la Casa del Rey ni casi nadie hace fiestas, las tiendas del centro de Madrid han decidido llenar las calles chic de la ciudad con un maratón de adolescentes de hasta sesenta años imitando a Sarah Jessica Parker.
 Sucedió en la llamada Vogue Fashion Night Out, un festín popular disfrazado de verbena pija como antídoto a la crisis.
 El nerviosismo volvió con la inauguración de la tienda de Roberto Cavalli.
 Se bebía champán como si fuera la última vez, y Aída Nízar parecía organizar un photocall sin líder mientras Cavalli miraba todo con su aspecto de Flavio Briatore en Billionaire y desnudaba el futuro al que nos acercamos: clamando por una copa gratis rodeados de trajes sin vender.
Afortunadamente, como antioxidantes, aparecen noticias felices en el horizonte, como la recuperación de ese primo lejano, una nueva especie de pequeño primate llamado Lesula (Cercopithecos lomamiensis), una monada cuyo aspecto no tiene nada que ver con Carmen Lomana, pero sí un poquito con todos nosotros.
 Es el mono más humano que hayamos visto desde hace tiempo; tímido pero sociable, su profunda y sabia mirada nos recuerda que cualquiera que sea nuestro estado, de crisis, de óxido o de independencia, nuestro origen está en lo más profundo, verde y vivo de África.

 

Alimentación, crisis y pobreza

Los precios de los productos básicos, la seguridad alimentaria, la crisis y cómo resolver los problemas más acuciantes del sector son los asuntos abordados por articulistas de El País en estas páginas.

 

El comisario europeo de Agricultura, Dacian Ciolos, publicaba el pasado día 10 de septiembre un interesante artículo sobre un asunto no habitual en las páginas de opinión: los problemas agroalimentarios.
En dicho artículo, titulado La agricultura necesita medidas políticas, inversiones y transparencia, Ciolos asegura que la demanda de alimentos va a aumentar en un 70% de aquí a 2050, mientras que, sin embargo, la ayuda internacional a los proyectos de desarrollo agrícola han disminuido drásticamente en las tres últimas décadas.
 El comisario europeo considera que los avances logrados por la Unión Europea en este asunto deben ser compartidos y que la FAO necesita una profunda reforma para poder pilotar una estrategia global.
Dos días después, Olivier Longué, director general de la organización no gubernamental Acción contra el Hambre, publicaba también en esta sección de Opinión su artículo Precios de los alimentos: la ruleta del hambre
 . En él, Longué detalla cómo los alimentos han pasado de ser un bien básico a convertirse en el nuevo recurso estratégico, en un bien propicio para movimientos especulativos que elevan artificialmente los precios y marginan, por tanto, a importadores de alimentos, a países en vías de desarrollo.

¡Volveré a la escuela! por Elvira Lindo

No creo que sea el momento de volver a hablar de Ana Frank, mucho se ha escrito y publicado sobre esa muchacha y como vivió refugiada de los Nazis hasta que la encontraron.
Pero la Sra Elvira ha hecho un viaje a Amsterdam y debe amortizarlo, así que volver a la casa de Ana Frank, cuando hace un montón de años que la mayoría ha estado en Amsterdan y ahora nos descubren caminos bicicletas, y plazas. y bueno lo que para ella supone ver esa casa.
Pues bueno.
Querer entrar y no atreverme. Esos eran los sentimientos encontrados que tenía cuando, de paseo por el Prinsengracht de Ámsterdam, contemplaba la cola de turistas que se organiza a diario a las puertas del edificio donde Anna Frank y su familia se escondieron durante dos años. Querer entrar, pero temer que la exposición del sufrimiento fuera banal, que la puesta en escena frivolizara sobre una historia tan bien contada. Porque este deseo contenido tenía lugar en los mismos días en que leía Anna Frank. El diario de una joven, uno de esos libros que todos creemos haber leído en la juventud, pero del que a menudo solo tenemos noción de algunas páginas. Lecturas para las que ahora me doy cuenta de que no estaba humanamente preparada y que exigen una relectura que las sitúe en el lugar que merecen. Como lectora adolescente establecí una simpatía inmediata con la joven diarista que contaba su versión de una experiencia solo apta para adultos; la lectora madura que soy entiende la magnitud de la tragedia y eso multiplica el valor de lo que lee.
Pasando a diario frente al museo, veíamos a los turistas dando cuenta gráfica del histórico momento de su entrada. Uno de ellos, entradito en años, pero vestido como mandan los cánones del turista gañán (bermudas, camiseta sin mangas, zapatillorras y unos tatuajes cubriendo los brazos), posaba sonriente señalando con el dedo el rótulo Anne Frank Museum. Supongo que lo mismo haría en el museo de la cerveza o en el de la ciudad, delante de la foto de Johan Cruyff. Hay algo en este exhibicionismo fotográfico actual que me irrita. Más allá del deseo de constatar nuestra presencia en todas partes (al fin y al cabo, la vergüenza es patrimonio de cada de uno), lo que hiere es la falta de respeto hacia lugares que reclaman de nosotros un cierto recogimiento espiritual.
 Por fortuna, en el interior de este museo está prohibido hacer fotos.
Cuando accedimos a la zona exacta en la que se desarrolla el diario de Ana, un frío helador nos recorrió la espalda
Finalmente, venciendo la resistencia a la decepción, esperamos turno para entrar en este sagrado lugar que recibe peregrinos de todo el mundo. Unos vienen porque las guías lo establecen como visita obligada; otros, entre los que me encuentro, llamados por la voz limpia, precozmente articulada e inteligente de Ana, la adolescente que pasó aquí dos años de su vida, de 1942 a 1944, de los 13 a los 15 años. La historia es bien sabida, o puede que menos sabida de lo que el inconsciente colectivo cree: en este edificio se situaban las oficinas de Otto Frank, el padre de Ana.
Cuando la familia recibió una notificación para que la hija mayor, Margot, se personase ante las autoridades nazis, el señor Frank concluyó que había llegado el momento de desaparecer. Se reunió entonces con su secretaria, Miep Gies, y le preguntó si aceptaría ayudarles a montar el escondite con todos los peligros que eso entrañaba. Esta mujer, que ha pasado justamente a la historia como una ciudadana heroica, no lo dudó: les ayudó a instalarse en un anexo trasero de la oficina que casi nadie sabía que existía, y durante esos dos años ella y otros tres fieles trabajadores de la empresa de Otto Frank proveyeron de comida y alimento literario a los ocho judíos que allí se ocultaban.
Cuando accedimos a la zona exacta en la que se desarrolla el diario de Ana, un frío helador nos recorrió la espalda. Las ventanas estaban cubiertas por una tela negra, de la misma manera en que las taparon los habitantes clandestinos, y las habitaciones no tenían muebles: la policía los incautó y el padre de Ana no quiso que en el museo se reprodujera aquel ambiente. Sabia decisión, porque el vacío de esas cuatro habitaciones peladas nos provocó una fuerte sensación de claustrofobia, además de admiración por esas ocho almas que lograron vivir a oscuras y entre susurros durante dos años. El padre, Otto, tenía una personalidad extraordinaria que irradiaba sobre todos los demás y facilitó la convivencia. En el escondite, las niñas Frank no dejaron de estudiar, de leer, y en el caso de Ana, de escribir con letra primorosa un diario en el que despliega una hondura inhabitual para su edad. No podemos imaginar cuáles serían las sensaciones de ese padre, único superviviente de los campos, cuando leyera por primera vez las páginas escritas por su hija, que fueron rescatadas por la secretaria Miep después de que la policía arramblara con todo.
Ámsterdam ha cambiado poco, de tal manera que vemos la misma belleza que ella espiaba tras la cortina
Muchas casualidades tuvieron que darse para que viera la luz este milagroso testimonio: la complicidad de las buenas personas; la laboriosidad y perspicacia natural de una adolescente que dedicó tanto tiempo a describir la complejidad de una convivencia en cautiverio; la sensibilidad de una empleada que guardó el diario para cuando la niña volviera, y el empeño de un padre que, habiéndola perdido en los campos, dedicó la vida entera a difundir sus palabras.
La luz de un futuro que Ana Frank no conoció, porque murió en el campo de Bergen-Belsen, ilumina nuestra conversación sobrecogida.
 El centro de Ámsterdam ha cambiado poco, de tal manera que contemplamos la misma belleza que ella espiaba tras la cortina: “Cuando pueda salir a la calle de nuevo, estaré tan contenta que no sabré por dónde empezar… Tendremos una casa propia, alguien me ayudará con los deberes. En otras palabras, ¡volveré a la escuela!”.
Muchos de nosotros vivimos una experiencia así, y visitar Campos de Concetración, sin hacer fotos , lo que sentimos se quedó con nosotros, nadie nos pagó para que lo contáramos y más como usted cuenta todo, de una manera muy infantil. pero está muy bien apadrinada supongo.

Todos creían que era una espía Perdió los brazos y aprendió a hacer cualquier cosa con los pies. Dio la vuelta al mundo. Pero republicanos y franquistas la enviaron a prisión

Regina García López 'La Asturianita' disparando una escopeta.
Lo nunca visto
. El caso más portentoso de reformación humana mediante la voluntad. La artista sin brazos, ni los tiene ni los necesita. Es tiradora al blanco. Toca piano, violín, acordeón y xilófono. Es profesora de caligrafía. Es una excelente mecanógrafa. Juega al billar y a cartas.
 Conduce un automóvil con la ayuda de sus pies. Hace caricaturas de uno del público.
 Hace toda clase de labores propias de su sexo: corta, enhebra una aguja, cose...”. Así se anunciaba en 1933 la actuación en un teatro de Lleida de Regina García López, La Asturianita.
 Una mujer excéntrica con una vida de película, a la que republicanos y franquistas encarcelaron por el mismo delito: espiar para el bando contrario.
Regina García, segunda de ocho hermanos, había nacido en 1898 en Valtravieso, una aldea asturiana de 25 casas y 63 habitantes. Un accidente en el aserradero de su padre cuando tenía nueve años le arrancó los dos brazos.
 Un asturiano que se había hecho rico en Argentina se ofreció a pagar su educación en el Colegio del Asilo, donde iban los hijos de las mejores familias de Luarca. Más tarde, propuso a sus padres adoptarla y llevársela a Buenos Aires, pero estos no aceptaron. Incluso contrató a un especialista alemán para que le implantara unos brazos mecánicos. El experimento no funcionó.
Cuando Regina cumplió los 15 años le dijeron que tenía que dejar sitio a otra niña en el colegio. Para entonces, había decidido que quería ser maestra. “La gente le decía '¿pero cómo vas a ser maestra sin brazos? ¡Olvídate! Duerme, come, reza”, relata su hijo Marcelino, de 86 años.
 “Poco después intentó suicidarse tirándose desde un acantilado”. Aquel día vio, en el camino de regreso a casa, a unos titiriteros con monos que cogían cosas con las patas. “Mi madre pensó: 'Si ellos lo hacen, yo también'. Y empezó a ensayar haciendo garabatos con los pies. Pensaron que estaba chiflada”
. Fue la primera vez que la dieron por loca. La primera de muchas.
Pero Regina iba a recorrer el mundo y a hacerse rica con aquella locura.
Debutó en el Teatro Jovellanos de Gijón, actuando para la infanta María Teresa de Borbón en 1917, y durante los años siguientes visitó 42 países de gira (Turquía, Egipto, Brasil, Argentina, Venezuela, EE UU...) con su espectáculo, siempre en teatros.
Nunca quiso actuar en circos. En 1933, según recoge María Teresa Bertelloni, su nuera, en la biografía Regina García López, La Asturianita, fue recibida por el presidente Roosevelt en la Casa Blanca, adonde llegó, como era costumbre en sus actuaciones, conduciendo ella misma con los pies. El presidente estadounidense le tendió instintivamente la mano y La Asturianita le ofreció el pie.
En una de sus giras fue recibida por el presidente Roosevelt, que le extendió instintivamente la mano. Ella le ofreció el pie
En una de sus actuaciones, en Avilés, Regina conoció al que sería su marido, entonces, un admirador.
 Se casaron en 1922 y tuvieron tres hijos: María, Marcelino y Juan, este último nacido en mitad de una gira, en un barco de bandera alemana en aguas de las Azores. En 1928 se separaron.
“Mi madre tenía una personalidad arrolladora. Era un cerebro y los hombres en aquella época querían ser tutores de las mujeres”, explica Marcelino.
 “Lo mismo que le atrajo de ella fue lo que les separó. Tengo la impresión de que mi padre se sentía desbordado por ella”.
El 27 de marzo de 1936, antes de comenzar una actuación en un teatro de Luarca, Regina quiso hablar de sí misma: “Los niños huían de mí... Obtuve las primeras revelaciones de la compasión, que hiere, que humilla. Las gentes derramaban sobre mí sus miradas piadosas. '¡Pobre manquina!', decían. '¡Y para los suyos, qué carga!'.
 Esto amargaba mi espíritu. Con la voluntad hecha acción, aprendí, trabajé, gané, gasté, soñé, amé y realicé, porque dentro de mi cuerpo mutilado está el alma de una mujer de cuerpo entero...”.
 Y a continuación, presentó su gran proyecto, Selección, con el que pretendía recaudar fondos en sus giras para pagar los estudios a chavales de aldea sin medios pero con aptitudes.
Recibió muchas críticas por aquel proyecto, como recoge Luis González Fernández en Regina, el coraje de una mujer (Madu ediciones). El semanario La Democracia arremetió contra ella por pretender educar a los niños “sin Dios”. La Voz de Asturias la elogiaba:
 “Es excepcionalmente culta y siente inclinación fervorosa hacia la enseñanza (...) No veáis en ella el número de varietés, ved en ella a Regina García, altruista, filántropo, apóstol”.
La Asturianita pintando un cuadro
Es verdad que Regina era muy culta.
 Hablaba cinco idiomas: portugués, francés, inglés, alemán e italiano. Por eso el encargado de información del Ministerio de la Guerra, Ángel Pedrero, le propone trasladarse a Francia para espiar para la República. Regina se niega. Había llegado a Madrid poco antes de que estallara la Guerra Civil con un contrato en La Zarzuela para recaudar fondos para los niños de Luarca. Y en abril de 1937 es encarcelada en la prisión de Ventas, acusada de espiar para los franquistas.
Al caer Madrid en manos del bando nacional, el 1 de abril de 1939, Regina sale de la cárcel.
Pero por poco tiempo. Para celebrar su libertad, decide ir al cine. Llevaba un vestido-capa que disimulaba su defecto y al terminar la película fue la única que no hizo el saludo fascista. “¡Brazo en alto!”, le gritó un falangista. “Yo no levanto el brazo ni aunque me lo pida el mismísimo Franco”, contestó. “Pues queda usted detenida”.
 El episodio lo cuenta ella misma en su diario y lo recuerda bien Marcelino: “Mi madre no se callaba nunca. Protestaba sin medir las consecuencias.
 Era muy temperamental”. Regina terminó mostrando al falangista que no tenía brazos y explicó que acababa de salir de la cárcel, donde la habían metido los republicanos. La dejaron marchar, pero ella vería varias veces a aquel falangista espiándola. Poco después, el Régimen le pide que colabore como soplona. Regina también se niega esta vez y es encarcelada de nuevo, ahora por los franquistas.
 La prisión de Ventas es ahora un penal abarrotado en el que ingresan cada día entre 80 y 100 reclusas, según recoge González Fernández en su libro.
Durante su estancia será trasladada varias veces al psiquiátrico.
 Ella misma explica en su diario que tenía alucinaciones. “Voy perdiendo la noción de todo y los ruidos en mi imaginación son completamente distintos a lo que deben ser...”.
 El 5 de agosto de 1939, Regina oye llamar a 13 compañeras que serán fusiladas esa madrugada y pasarían a la historia como Las 13 rosas.
El 3 de marzo de 1942 se celebra su juicio. “Llevábamos seis años sin ver a mi madre y casi no llegamos ese día porque a mi tío le parecía un capricho gastar el dinero en que viajáramos a Madrid para el juicio”, recuerda Marcelino, que entonces tenía 16 años.
El que no estuvo fue su marido.
El juicio dura ocho horas. Tres agentes franquistas la acusan de crear “una vasta organización internacional calificada por ella como Selección, de corte masón”.
 Falange dice que es “bastante peligrosa”. La policía militar de Madrid la considera, sin embargo, “afecta al glorioso movimiento nacional y políticamente de toda confianza, habiendo estado presa con los rojos la mayor parte de la guerra y adquiriendo su libertad el mismo día de la liberación de Madrid”.
 La Guardia Civil de Luarca advertía: “Muy propagandista del comunismo. Es peligrosísima para la causa ya que por su cultura se desenvuelve con mayor facilidad”. Y en el informe de Sanidad Militar se lee:
 “Habla en tono autoritario. Aunque perfectamente lúcida, sus contestaciones se desvían enseguida del tema principal a asuntos accesorios de que ella quiere hablar. Niega las sospechas que pesan sobre ella como espía internacional y dice que es víctima de una intriga.
 Los médicos que suscriben opinan que padece una parafrenia sistemática”.
El fiscal pidió para ella la pena de muerte por “prestar servicios como confidente a las órdenes del subnegociado de servicios especiales del Estado Mayor Rojo”.
 Finalmente, fue absuelta por loca, pero enviada a un psiquiátrico.
Un año después, Regina seguía recluida en la sala de dementes de un hospital.
Y allí murió el 19 de mayo de 1942. Su abogado llegó un día tarde: el 20 de mayo de 1942 pidió que le dieran la libertad total.
Los franquistas se incautaron de todos sus bienes
. Marcelino cree que su madre no murió de tifus, como le dijeron, sino que fue envenenada.
 “En su diario había dejado escrito que temía por su vida”, explica. “No estaba loca, pero no era una mujer corriente. Yo la admiraba muchísimo, como si no fuera mi madre. Me parecía infalible”.
Regina García tenía 44 años el día que murió.
Le había dado tiempo a recorrer el mundo, a enamorarse, a ser madre, a demostrarle a todos que podía hacer mucho más que comer, dormir y rezar.