Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

3 sept 2012

Zenobia Camprubí, mujer sin sombra

Zenobia Camprubí, mujer sin sombra

No hay escritor que recibiera el premio Nobel con tanta tristeza como Juan Ramón Jiménez:
 Zenobia de su alma (véase la dedicatoria a la Tercera antolojía poética) agonizaba, ese día 21 de octubre y por una semana más, vencida por el cáncer de matriz contra el que batallaba desde hacía cinco años.
 Dos meses después en Estocolmo, en nombre del poeta –varado en Puerto Rico, hundido ya sin remedio en la depresión– agradecía el galardón Jaime Benítez, rector de la Universidad de Puerto Rico, con un breve discurso que incluía estas palabras:
 “Mi esposa Zenobia es la verdadera ganadora de este premio.
 Su compañía, su ayuda, su inspiración hicieron, durante cuarenta años, mi trabajo posible. Hoy, sin ella, estoy desolado e indefenso.” No contenían ni un gramo de retórica.
Es obvio y casi un lugar común cuando se trata de un escritor biencasado: la mujer es el lado izquierdo del cerebro que les lleva el mantel, la cama y las cuentas, quien les permite, en fin, dedicarse por entero y sin distracciones a su obra.
 Pero hay más en este caso: Zenobia Camprubí Aymar (Malgrat de Mar, 1887-San Juan de Puerto Rico, 1956), la más estrecha colaboradora en el trabajo de su marido, su primera y más útil editora, musa activa y enérgica, el equilibrio que lo mantenía en pie en sus periódicos ataques maniacodepresivos, fue también, por sí misma, alguien singular en su época.
 Escritora, traductora, empresaria, abanderada de la emancipación de las mujeres en España, el tratamiento de su figura ha oscilado casi siempre entre el ostracismo y el melodrama, a pesar de los denuedos de algunos estudiosos, liderados por Graciela Palau de Nemes, por darle su lugar. (Graciela Nemes, como la llama Zenobia en su Diario, no fue solamente exalumna, amiga y asistente personal en sus últimos días: también fue quien solicitó y envió toda la documentación necesaria a la Academia sueca para proponer a Jiménez por parte de la Universidad de Maryland.)
Hija de un próspero ingeniero catalán, Raimundo Camprubí, es la rama materna la que otorgaba a Zenobia la alcurnia cosmopolita: su madre, Isabel, nació de Augustus Aymar, cuya ascendencia figura en los orígenes de la ciudad de Nueva York, y de Zenobia Lucca, una rica portorriqueña de familia bilingüe.
 A Zenobia Camprubí la educaron tutores particulares en casa y en ambos idiomas, y de los diecisiete a los veintidós, años decisivos, vivió en Estados Unidos sola con su madre
. Las desavenencias entre Camprubí y Aymar, parece, sobresalieron desde siempre –Raimundo se quejaba, por ejemplo, de que Isabel no sabía llevar una casa­–, pero en el caso de esta separación fue decisiva una amena za de muerte recibida contra el hijo menor a cambio de dinero.
Según cuenta Nemes, ella pensaba que su marido se había puesto en peligro al endeudarse en la Bolsa de París.
 Reconciliado el matrimonio, en 1909, las mujeres volvieron a España, en concreto y curiosamente a La Rábida (a pocos kilómetros de Moguer), donde estaba destinado el ingeniero Camprubí y donde la joven Zenobia puso en marcha una escuela rudimentaria para alfabetizar a los niños del lugar.
 Ya en Madrid, un año después, era natural que Zenobia, extravertida y risueña, rubia de ojos azules para rematar, fuera un imán. No solo para los aristócratas y extranjeros que frecuentaba, sino para intelectuales y escritores.
Zenobia conoció a Juan Ramón en la Residencia de Estudiantes, en unas conferencias del verano de 1913. A él ya le habían hablado de la “Americanita” –ese era su apodo–, lo cual demuestra que sus cercanos veían una idea estupenda juntar sus caracteres disímiles, y se enamoró de inmediato. Una muestra de su puño y letra:
Ella es una muchacha que, claro, no diré que es mejor a las demás, porque en el mundo hay muchísimas mujeres de valía, pero uno ha de hablar en relación con aquellas que conoce, y yo de cuantas he encontrado es la mejor –no sé si a los demás les gustaría, y esto me tiene sin cuidado–, pero a mí sí. Es agradable, fina, alegre, de una inteligencia natural, clara, y que tiene gracia, esa gracia especial que se adquiere con los viajes, con la gran educación social del país norteamericano donde está educada; que sabe varios idiomas, ha viajado, ha visto muchísimo, ha leído también mucho, y con todo es muy joven.
A ella no solo no le gustó él, sino que el matrimonio le parecía fuera de lugar:
 “Yo soy la clase de mujer que no se casa (...) Todavía no he visto al hombre que me pudiera hacer más feliz de lo que creo poderlo ser siendo soltera”, le había escrito a su amiga María Martos.
 Se lo había dejado claro también al abogado Henry Shattuck, cuya historia de amor puede atisbarse entre las siguientes letras fácticas: pretendiente de Zenobia en su juventud, nunca se casó, y fue su contable, su albacea y su amigo fiel hasta la muerte.

Pensar hoy por Emilio Lledó Muy interesante. D. Emilio Lledó hace que resulte imprescindible

El complejo mundo en el que vivimos nos exige, cada vez más, responder a una pregunta: ¿qué debo hacer? No basta con acumular conocimientos, ni siquiera con interpretarlos. Hay que pensar.

Por lo que me dicen, a principios del nuevo siglo, hay que pensar en él; en lo que nos traerá, en lo que nos quitará. Al intentar una respuesta a tan interesante pretensión, surge una primera dificultad. ¿Pensar lo que va a ser una época que se presenta, según se predica, como sociedad tecnológica, sociedad de la información, y otros retumbantes pronósticos?
La respuesta podría dejarse a los profetas, augureros, pitonisos, magos, oscurividentes, clérigos o hechiceros de distintas sectas, que vaticinan sin cesar sobre nuestro futuro y hasta nos acosan con sus vaticinios. Pero, a lo mejor, eso no es pensar aunque tales personajes utilizan el lenguaje -el instrumento esencial de la comunicación humana- para crear formas de comunidad, identificaciones y diferencias, casi siempre con muy concretas y nada mágicas intenciones.
Pensar debe ser una forma mental que analiza lo que experimentamos en el curso de cada vida
Habría que saber primero lo que significa ese verbo "pensar", esa palabra.
No es un sustantivo: algo hasta cierto punto firme, estable, duradero, como la mesa, la silla o incluso manejable como la pluma con la que escribo; o como mi amigo, o esa pareja que pasea ante mi balcón.
Hay, sin embargo, una diferencia entre la pluma, la mesa y, sobre todo, mi amigo, o esa pareja que pasa ante mi balcón.
 La diferencia, así a primera vista, es que esos seres, esas personas, son también "sustantivos", seres reales, que caminan, que respiran y sobre todo -por eso son personas- que tienen dentro de sí algo más etéreo, más inasible, que fluye por las neuronas y que sustantivamos llamándole pensamiento, aunque no lo veamos, aunque no lo podamos tomar en nuestras manos, ni siquiera cuando lo expresamos ni, casi, cuando lo escribimos.
Un objeto delicado, misterioso, porque está lleno de grumos mentales, de opiniones que se van formando y que, muchas veces, no podemos controlar, ni siquiera saber cómo han venido, por qué las tenemos. Desconocemos incluso si son verdaderamente nuestras o nos las han puesto en el cerebro, nos las han impuesto para cultivar nuestra ignorancia; para degenerarnos, desquiciarnos, hacernos agresivos e irracionales.
Un objeto delicado y por ello peligroso.
 Está expuesto a mil ataques en los que podemos perder lo que somos y el sentido de dónde estamos.
 Pero, al mismo tiempo, ese incesante fluir de nuestras ideas, del producto de esa luz interior que nos hace conscientes y dice quiénes somos, qué clase de ser somos, es lo más importante, lo más intenso, lo más hermoso de la vida humana.
Pensar, dicen los expertos, es establecer relaciones lógicas, racionales, entre cosas, sucesos, intuiciones, y hacer que esas relaciones tengan coherencia y sentido
. Pero pensar debe ser también algo más sencillo, incluso más primitivo, más inmediato: tener proyectos, deseos, opiniones, afectos, sensibilidad, pasiones.
En la vida social, el pensamiento resultado de esas iluminaciones -porque pensar es dar luz, alumbrar-, de esas proyecciones y apetencias del sujeto, convierte a los seres humanos en reflejos conscientes, donde aparece un territorio mucho más amplio que el que comprende esa coherencia que llamamos "lógica".
Pensar debe ser también una forma mental que analiza lo que ven nuestros ojos, lo que oímos, lo que experimentamos en el curso, en el "discurrir", de cada vida
. Creo que en todos los tiempos el proceso del pensamiento fue siempre el mismo. Porque como dijo el filósofo en la primera línea de un libro ya famoso: "Todos los hombres tienden por naturaleza a ver, a entender, a idear".
Pensar el siglo XXI es en el fondo, como proceso de conocimiento, lo mismo que en el siglo XVIII, o en el XII, y no digamos en el siglo V antes de nuestra era, cuando uno de aquellos geniales personajes que inventaron la racionalidad, la justicia, la felicidad, dijo que no le importaba tanto saber lo que era el bien, la ética, sino que fuéramos buenos, decentes; que supiéramos elegir entre el bien y el mal, entre el necesario pero tantas veces miserable bien personal y el bien de la comunidad a la que pertenecemos, que es el mundo entero, la vida entera. Inventaron, se miraron en el espejo de esas palabras porque supusieron decirlas y porque su mente, a pesar de posibles contradicciones, era libre y luchaba por esa libertad.
Pero, por supuesto, hay que pensar el nuevo siglo. Y pensar, como digo, fue siempre ejercer esa posibilidad de interpretar y, sobre todo, de poder y querer entender.
 Otro texto famoso de la filosofía, en un libro que hablaba de antropología, de lo que son o deben ser los seres humanos, se preguntaba: "¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me cabe esperar?".
 Las preguntas tan próximas, tan elementales, señalaban el amplio horizonte de toda la historia, y es en esa historia entera donde siempre, bajo múltiples formas, han resonado. Preguntas de toda la vida y que el tiempo no desgasta jamás.
Pero es verdad que, como cantaba la vieja zarzuela, "hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad". Adelantan o atrasan. Porque como también se ha comentado, muchas veces, "nunca como hoy han tenido los seres humanos tantas posibilidades de información, de comunicación y, paradójicamente, nunca han estado tan silenciosos, tan inermes, tan deteriorados".
Es cierto que la ignorancia y el oscurantismo han dominado la existencia humana y su organización social. Pero la inteligencia deformada, degenerada es aún peor que la barbarie.
Ese silencio personal se debe, sobre todo, a que no aprendemos a pensar, a que esa afirmación tan certera de que "el hombre es lo que la educación hace de él" se realiza a duras penas.
 Los fomentadores de la ignorancia, los fanáticos de tantas falsedades, no quieren la libertad de la mente, la libertad de aquellos a quienes, de sutiles maneras, subyugan y explotan porque les roban el único, verdadero, tesoro del pensamiento, de la "libertad de conciencia".
La liberación y autonomía de la mente, de la capacidad de interpretar y entender, pone en peligro los intereses de las implacables oligarquías que los engendran.
La oposición entre los poderosos y los inermes, los "pudientes" y los que casi nada pueden, los farsantes y los inocentes, ha recorrido la historia de la humanidad.
 Pero hoy, precisamente, por el imperio de esas nuevas divinidades que llaman "mercados", y con todas las excepciones que queramos, de sus indecentes mercachifles domina, como la "cólera de las imbéciles", el mundo.
 La forma más indigna de dominio es la corrupción de la inteligencia, de la capacidad de discernir, de amar, de "contemplar el cielo estrellado fuera de mí, y la ley moral dentro de mí". Y la corrupción de los "poderosos" fomenta la degeneración de sus lacayunos vasallos e incluso, en el colmo de su estulticia, la imitación. Sorprende que corruptos reconocidos, incluso condenados, sean votados, elegidos, por entontecidos ciudadanos -¿corrompidos también por su propia avaricia?
A lo largo de la historia siempre hubo semejantes deformaciones, pero en los comienzos del nuevo siglo mereceríamos que no fueran ya posibles las monstruosidades que nos trasmiten los medios de información y que parecen increíbles.
 Pero las sabemos y eso ya es importante, aunque nos las disuelvan en papillas ideológicas.
Es, efectivamente, arriesgado estar en el mundo.
 "Es difícil ser bueno en un mundo malo", decía la portada de una revista alemana no hace muchos años.
 Es verdad que la vida como tensión y camino, la "lucha por la vida", parece caracterizar a los seres humanos. Pero todo ello, en nuestro convulso y cruel territorio, en la dura historia que día a día vivimos, produce un lamentable e indeseable fenómeno social: estamos tan asfixiados por la "sociedad de la información" -¿del conocimiento?- que acabamos por acostumbrarnos e insensibilizarnos.
Pensar es además, en la incomparable complejidad de nuestro mundo, algo tan necesario o más que en otros tiempos. Pero en el nuestro, en el que a pesar de todo se han hecho indudables progresos -la ciencia, la lucha por los derechos humanos, la liberación de tantos fantasmas y discriminaciones, etcétera-, no basta ya con saberlos, con interpretarlos
. Hay que plantearse la segunda pregunta kantiana: "¿Qué debo hacer?".
Este es el reto que el pensar nos lanza. Un pensar que tiene que ser alumbrado por todos esos ideales de "filantropía" que la mejor tradición cultural nos ha entregado. Ideales que hay que discernir, que limpiar, de las pegajosas desinformaciones que podemos padecer precisamente por la "sociedad de la información".
 El pensar hoy, entre esos ideales, tiene una exigencia ineludible: la educación. Pero esa exigencia nos traslada al "hacer" al que se refería el interrogante kantiano. Sólo el "hacer del pensar"; la creación de instituciones que fomenten la libertad de la mente será el quehacer esencial de nuestro tiempo. Una empresa política que, por cierto, se funda en otro "hacer": el de la inteligencia y honradez de quienes nos gobiernen. Honradez y decencia que necesita de la nuestra al elegirlos.
Emilio Lledó (Sevilla, 1927) es autor, entre otros libros, de El marco de la belleza y el desierto de la arquitectura (Biblioteca Nueva), Ser quien eres. Ensayos para una educación democrática (Universidad de Zaragoza) y Filosofía y lenguaje (Crítica).

¿Qué tipo de lector eres? LETRAS EN 360º Papeles Perdidos

Por: Virginia Collera03/09/2012
Alfred Hitchcock
Alfred Hitchcok, leyendo el libro The world of birds. Fuente: mysteryreadersinc.blogspot.com
Llega el mes de septiembre y, con él, la rentrée literaria otoñal.
 Las librerías se llenan de novedades y las páginas de los diarios de recomendaciones para no perderse entre la avalancha editorial.
 Cierto: hay muchos libros y muy diversos, pero ¿y qué hay de los lectores? ¿Somos todos iguales? Claro que no.
 Por eso en The Atlantic han elaborado una clasificación de las especies más comunes: el promiscuo, el cascarrabias, el ocupado, el somnoliento...
 Quienes estén en la categoría del anti-lector ya habrán dejado de leer -hasta los blogs les parecen largos-, pero quizás les gustaría saber que en The Guardian habla el señor Cincuenta sombras, es decir, el marido de E.L. James, y en Le Figaro enumeran los libros sobre las mujeres del presidente François Hollande.
ESTADOS UNIDOS
He aquí la guía de diagnóstico que han elaborado en The Atlantic para ayudarnos a descubrir el tipo de lector que llevamos dentro: 
El lector promiscuo: empieza un libro y no duda en abandonarlo por otro.
 Así es su dieta lectora. No puede evitarlo. Le gusta demasiado leer y no sabe decir que no.
El lector cascarrabias: voraz a la par que exigente. Nunca deja un libro a la mitad aunque no le guste nada y opine que el autor no sabe juntar dos frases seguidas con sentido. Suele lanzar el libro contra la pared.
El lector cronológico: lento y constante.
 Se compra un libro, lo lee y vuelve a la librería a por otro. 
Es la antítesis del lector promiscuo. Sólo abandona un libro sin terminar de leerlo si tiene una razón de peso y ni con esas se libra de los remordimientos de conciencia.
El lector aniquilador: siente pasión por los libros, los lleva a todas partes y, por eso, toda su biblioteca está formada por libros con las hojas sueltas, las cubiertas rotas y las páginas amarillentes
. Quiere tanto a sus libros que ni se da cuenta de que les hace daño.
El lector ocupado I: amante de los libros, entra a una librería y no puede evitar comprar varios ejemplares. Luego llega a casa y los coloca en una estantería o en la mesita de noche como si fueran una obra de arte. Pero está muy ocupado y tarda meses, años incluso, en abrir los libros y leerlos. 
 Cuando lo hace, lamenta haber tardado tanto en leer esa maravillosa pieza literaria.
El lector ocupado II: no le gusta leer, compra los libros para presumir.
El librófilo: más que leer, le gustan los libros.
 Los viejos, por su olor, sus arrugas y sus páginas amarillentas, y los nuevos, por su olor, su frescura y su disponibilidad.
El anti-lector: nunca lee libros porque son demasiado largos.
El espíritu libre: dícese de un adulto que lee literatura para jóvenes o de un niño que lee libros para adultos. Antaño esto era causa de sonrojo, pero ya no. La sociedad ha aceptado a estos espíritus libres que nunca han hecho caso de las estrictas categorías del mercado editorial.
El multi-tarea: lee varios libros a la vez, confunde tramas y personajes, pero siempre los termina. 
El lector somnoliento: sólo tiene tiempo de leer cuando acaba el día, en la cama.
 Está comodísimo y el libro es fantástico, pero no consigue mantener los ojos abiertos y se despierta a las tres de la mañana para cerrar el libro y apagar la luz. (vía The Atlantic) 
Según el periodista Farhad Manjoo, es cuestión de tiempo -meses o años- que Amazon empiece a regalar el lector Kindle (la versión más sencilla, que ahora cuesta 99 euros en España). ¿Por qué? "Su objetivo a largo plazo es ganar dinero vendiendo contenido y artículos de todo tipo, no sus propios aparatos". Está comprobado que Kindle y otros dispositivos de lectura han modificado los hábitos de compra de los lectores, que tienden a leer más y, por lo tanto, a comprar más. 
Y hablando de aparatos de lectura, según un estudio del Rensselaer Polytechnic Institute's Lighting Research Center, las pantallas retroiluminadas pueden causar insomnio. (vía Slate y Jacket Copy)
MÉXICO
Atentos porque hoy se falla el Premio FIL de Literatura, que ya han ganado autores como Fernando Vallejo (el año pasado), Nicanor Parra, Tomás Segovia, Nélida Piñón o Carlos Monsiváis. En la edición de 2012, que arrancará el próximo 24 de noviembre en Guadalajara, el país invitado es Chile.
ARGENTINA
Ricardo Piglia es profesor en las universidades de Princeton y Buenos Aires, y durante el mes de septiembre, concretamente los sábados a las 20:30, también lo será para todos los telespectadores del Canal 7, que se ha aliado con la biblioteca nacional argentina para producir el ciclo Escenas de la novela argentina. Como cuentan en Infonews, "Los cuatro capítulos no son un programa de libros –que los hay y buenos– sino algo muy original: Piglia cuenta, narra, relata, respira con la escena elegida y a partir de ella permite abrir la cabeza en muchas direcciones". (vía Eñe e Infonews)
ESPAÑA
Los lectores, del tipo que sean, seguro que necesitan un mapa para orientarse entre los libros del otoño: aquí tienen el de las novedades de narrativa en español y aquí el de las novedades de narrativa extranjera, que adelantó ayer Winston Manrique en las páginas de la sección de Cultura. Mañana, aquí en Papeles Perdidos, encontrarán el mapa de las novedades más destacadas de poesía, ensayo y memorias y biografías.
También mañana estará en Barcelona la francesa Delphine de Vigan, que presentará Nada se opone a la noche (Anagrama). Los lectores impacientes pueden leer aquí las primeras páginas de esta "espléndida y sobrecogedora crónica de familiar".  
FRANCIA
Las mujeres del presidente François Hollande son también protagonistas de la rentrée literaria francesa: cuatro libros analizan a Valerie Trierweiler, su pareja actual, y a Ségolène Royal, la anterior y madre de sus cuatro hijos. La Favorite (Fayard) es una carta abierta del periodista y escritor Laurent Greilsamer a la primera dama, que ocupó todas las entradas de un diario presidencial que inició el pasado 6 de mayo -día de la elección de Hollande- y cerró a medios de julio para escribir este libro a la "peligrosa" Trierweiler. Por su parte, Entre deux feux (Grasset) de las periodistas Anna Cabana y Anne Rosencher es un compendio -muy bien documentado, al parecer- de "los golpes bajos, las rivalidades, los estados de ánimo" de Royal y Trierweiler. Estos dos títulos ya están en librerías y pronto les seguirán L'ex (Éditions du Moment) y Valérie Trierweiler, le cœur du pouvoir (Éditions du Moment).  (vía Le Figaro)
REINO UNIDO
Niall Leonard, marido de E.L. James, autora del fenómeno editorial titulado Cincuenta sombras, escribe en The Guardian para promocionar su primer libro, Crusher -una novela negra, nada de porno para mamás- y para aclarar alguna que otra cosa: no, no le tiene envidia a su mujer, que ha superado en ventas a Dan Brown y Stieg Larsson; sí, él estuvo a su lado durante el proceso de escritura de la trilogía, pero se limitó a colocar las comas en su sitio y a eliminar las elipsis, su mujer no aceptó ninguna de sus sugerencias argumentales; sí, entró en pánico cuando su mujer le dijo que abandonaba su trabajo para dedicarse exclusivamente a escribir; no, su vida no ha cambiado tanto y ambos siguen trabajando, aunque ahora pueden permitirse ser lo que siempre habían querido ser: escritores. "Maguire, ese escritorzuelo viejo y cínico [el protagonista de su libro], farfullaría que mi novela está recibiendo cobertura mediática porque soy el señor de E.L. James. Bueno, claro que sí. Pero, como la mayoría de los novelistas, no voy a renunciar a la publicidad. No soy masoquista. Y eso es todo lo que voy a decir sobre nuestra vida sexual". (vía The Guardian)
NORUEGA
Kopinor, agencia de gestión de derechos de autor, y la biblioteca nacional han anunciado que los lectores noruegos (y sólo los noruegos, que serán identificados por su dirección IP) podrán acceder a 250.000 obras literarias en la web Bokhylla.no. Ya están disponibles 50.000 y pronto se ampliará el catálogo. Los libros que no sean de dominio público sólo podrán leerse online –nada de descargas– y los autores y editores recibirán la compensación que les corresponda. (vía The Literary Saloon)
ISRAEL
En 1857 Herman Melville viajó a Jerusalén en busca de consuelo: años atrás había publicado Moby Dick y no había sido precisamente un éxito. Estaba deprimido y Jerusalén era un lugar "más cercano a Dios que Nueva York o Massachussets". Pero la ciudad no cumplió sus expectativas: el escritor no encontró ningún bálsamo espiritual, sólo polvo y piedras. (vía Tablet)

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