Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

30 ago 2012

Parrafadas de éxito ‘online’

La revista ‘Jot Down’ se lanza al papel tras triunfar en la Red

Artículos larguísimos y entrevistas oceánicas son la marca de la casa

 

Una de las fotos publicadas en la edición de papel de 'Jot Down'. / ALBERTO GAMAZO
Del Evangelio según los gurús de lo digital: “En la Red solo se leen artículos breves; la gente ya no tiene tiempo; hay dos clases de periodistas: los rápidos y los malos”
. Tal vez esa liturgia, que se repite un día sí y el otro también en muchas redacciones por el mundo, sea cierta.
Pero cierto también es que a la religión del periodismo en Internet le ha surgido un hereje.
Se llama Jot Down Magazine, publica artículos online de miles y miles de caracteres, cuenta con un diseño vintage en blanco y negro y –increíble pero cierto- triunfa.
 Tanto que, tras un año de vida en Internet, la revista se ha permitido el lujo de sacar un número de autohomenaje en papel, del que ya se han vendido más de 8.000 copias.
“Hacemos lo que nos gusta, lo que buscábamos y no encontrábamos en otros medios
. Queríamos artículos menos superficiales, análisis en profundidad. Jot Down es un himno al fuego lento”, explican desde la dirección de la revista.
 Por cierto, y antes de se pregunten por qué una referencia tan genérica, es esta otra de las cosas que les gusta a los fundadores de Jot Down: no figurar.
 “La estructura no tiene interés, ni tampoco las personas.
 No queremos tomar el protagonismo”, asegura Carles A. Foguet, director de comunicación de Jot Down.
La portada de la segunda edición de la revista de papel de 'Jot Down'.
Al fin y al cabo, es también una manera de dirigir los focos hacia sus contenidos.
 “Los protagonistas son los entrevistados y los que escriben”, defienden. En realidad, sobre todo los primeros.
 Las largas charlas con artistas, políticos y (muchos) periodistas son la auténtica marca de la casa de Jot Down. Y, para ello, la revista ha establecido dos conditio sine qua no: la conversación dura al menos una hora. Y nada de hablar con creadores que promocionan su último libro/disco/película/cualquier otra cosa que intenten vender.
De Álex de la Iglesia a Oscar Tusquets, de Vicente del Bosque a Angels Barceló, ya hay unos 150 que han aceptado jugar con las reglas de Jot Down.
 Y seguramente más seguirán, al ritmo de dos por semana.
 Siempre y cuando, eso sí, el texto cumpla con dos criterios básicos: que sea de calidad y que diste años luz de la prensa rosa.
 Pocas reglas pero imprescindibles para ser fieles al lema que la revista ha robado al Polonio del Hamlet de Shakespeare: “Hay método en nuestra locura”.
Lo hubo, al parecer, desde el big bang.
 Es decir, desde que en mayo de 2011 Jot Down pasó de ser el sueño de dos amigos a una página de carne, hueso y píxeles. Los dos fundadores (el informático Ángel Fernández y la directora) y otros cuatro miembros conformaron el equipo de dirección. Y, con un presupuesto de 45.000 euros, se lanzaron a la aventura del periodismo.
Aparte del entusiasmo, les unía la seguridad de que llegarían a algún lado: “Hacemos lo que creemos que se debe hacer. Si no conseguimos salir adelante será únicamente nuestra responsabilidad". Y también compartían una condición peculiar para dirigir una revista: ninguno de los seis es periodista.
En el fondo, lo que hacen tampoco tiene mucho que ver con lo que publican los diarios. “Hacemos periodismo, pero no reporterismo ni investigación. No damos noticias, ni nos interesa la actualidad”, relata Foguet.
 Más bien, se trata de reflexiones infinitas sobre un tema que puede ir de la carrera de Roger Federer al Padrino, al Ulises de Joyce, o de diálogos oceánicos con un entrevistado
. Aunque una de las críticas más frecuentes que recibe Jot Down habla precisamente de charlas muy blandas y poco cañeras. “No es nuestra intención poner a alguien en aprietos.
 Es un proyecto amable, buscamos una relación con el entrevistado. Me parecería fuera de lugar ir a por él”, aclara Foguet.
Una foto que acompaña un artículo de Ramón Besa en la edición impresa de 'Jot Down'. / GUADALUPE DE LA VALLINA
Una fórmula que convenció a Ferran Adrià, uno de los primeros entrevistados, pero no a Norman Foster, que rechazó hablar con Jot Down. Sea como fuere, los síes se han ido multiplicando, y con ellos los lectores, hasta los 800.000 al mes. También se fue ampliando la estructura de la revista, que hoy cuenta con 10 redactores en plantilla, más de 80 colaboradores (de los cuales, la mayoría cobra) y firmas como las de Félix de Azúa y Fernando Savater.
“Por un lado, rastreamos la Red en busca de talentos.
 Por otro, gente a la que entrevistamos se propuso para ayudar sugiriendo otras posibles charlas o llevándolas a cabo ellos mismos. Y nos escribe mucha gente a diario ofreciéndose para colaborar”, cuenta Foguet del crecimiento de Jot Down. Mercancía rara en un mundillo que tiembla por un doble terremoto: económico y del modelo de negocio. "Jot Down no pretende sentar cátedra, no nos presentamos como ejemplo a seguir para ayudar a salvar el sector (si es que eso es posible)”, matiza el director de comunicación.
De hecho, de momento la revista ni siquiera les da para comer.
 Todos sus miembros tienen otro, y principal trabajo. La poca publicidad por ahora no compensa los esfuerzos, menos aún ya que el número de papel les ha costado otra inversión de 26.000 euros. De ahí que estén “en el límite del capital inicial”.
Sin embargo, la escasez de recursos no parece ser un problema dramático, al menos a juzgar por sus ambiciones futuras: “Hemos puesto en marcha la editorial Jot Down books: publicaremos libros de material propio y de divulgación científica. Lanzaremos nuestro merchandising e intentaremos que la revista impresa sea trimestral”. Algo así como una vuelta al primer amor. Jot Down iba a nacer en papel, hasta que un “tipo de bigotes” les dijo que aquello sería un suicidio. Así que replegaron hacia Internet, pero no cambiaron la fórmula.
El sueño en el cajón también sigue siendo el mismo: “Aspiramos en el futuro a ser el New Yorker en castellano”. ¿Imposible? Desde luego complicado. Pero cuidado con las certezas apresuradas. Se corre el riesgo de quedar desmentidos. Como los gurús.

Papeles Perdidos

AVANCE LITERARIO

El misterioso baile de Murakami

Por: EL PAÍS30/08/2012
Murakami2
Por ROSA RIVAS
Una buena noticia para los adictos a la atmósfera Murakami: la próxima semana aparecerá en las librerías españolas una de sus primeras obras.
 Con el título de Baila, baila, baila, Tusquets edita Dansu, dansu, dansu.
 Y nosotros en EL PAÍS te avanzamos en exclusivo un capítulo de la novela. Pueder verlo aquí.
Esta obra fue publicada en Japón (por Kodansha) en 1988 y nombre, al igual que ocurrió con Norwegian Wood (inspirada en una canción de los Beatles), tiene una referencia musical, una canción de los Beach Boys, Dance, dance, dance. Haruki Murakami (Kioto, 1949), un apasionado de la música que llegó a regentar en Tokio un club de jazz, puebla las páginas de sus libros con referencias de canciones.
 De hecho en Baila, baila baila surgen de banda sonora a las andanzas de los protagonistas temas de grupos de los ochenta, como Human League. Pero esto no es lo (más) importante.
El hilo conductor de Baila, baila, baila es un amor imposible, encuentros tejidos con desencuentros…
El protagonista, llamado Hiraku Makimura (anagrama del escritor), es un redactor free lance todoterreno que, llevado por un impulso nostálgico, vuelve a un hotel donde pasó unos días con una amante.
 A partir de ahí  se despliega el universo del autor japonés.
Los murakamistas encontrarán Baila, baila baila apuntes de obsesiones (y líneas maestras) del autor.
 El sueño confundido con la realidad, el “otro lado” que impone su presencia, el espíritu de las cosas inmateriales, los mensajes de la naturaleza (esa lluvia o esa Luna que habla o avisa) los silencios, lo que se desea decir pero al final no se dice, la pérdida (la mujer, la amante, la madre…) el desasosiego, la locura que se impone como cordura, el destino inevitable…
Y, por supuesto, la habilidad de Murakami para atrapar con su narración, con divagaciones que nunca pierden ritmo y que sitúan un paisaje audiovisual en la mente de sus lectores.
 Lo cotidiano se vuelve extraordinario y lo sorprendente o absurdo se manifiesta posible.
No falta la ironía, el cinismo, en el dibujo de los personajes y de sus acciones y sus vidas adquieren a veces una dimensión de thriller, de unas aventuras cuyo desenlace sigue perpetuando el enigma.

cuando se congela el corazón.....siento miedo de esa gente.

La policía ha escrutado los pasos de José Bretón, el padre de los niños desaparecidos José y Ruth.
Sus idas y venidas entre el 7 y el 8 de octubre de 2011 han sido desmenuzadas por la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV). Pero queda una incógnita, la clave de toda esta truculenta historia que ha dado un giro con la confirmación de que los huesos y dientes hallados entre las cenizas de una fogata que ardió durante horas en la finca familiar de Las Quemadillas (Córdoba) son de menores: qué pasó entre las 13.48 y la 18.30 del día 8, cuando se queda a solas con los niños.
 Esta es una reconstrucción de esas horas oscuras.
» 8 de octubre. Por la mañana. A las nueve, Bretón lleva a sus hijos a casa de su hermana Catalina. Quiere que jueguen con sus primos
. De alguna forma, consigue las llaves del Kia Picanto de su hermana y acude a Las Quemadillas
. El juez ha llegado a sospechar que lo hace en compañía de otra persona, aunque no se ha llegado a concretar quién. Bretón regresa a casa de Catalina a las 11.30.
 Ha intentado llamar varias veces a su mujer, sin éxito. Mientras, se queda en casa de su hermana cuidando de sus hijos y sobrinos, para que ella y su cuñado vayan de compras.
» 13.31 horas. La pareja se demora una hora y media en regresar, lo que enerva a Bretón, que estalla ante su hermana.
Viendo su reacción, su cuñado se ofrece a llevarle a casa de los abuelos en el Kia. Bretón y sus hijos pasarán allí solo cuatro minutos, lo justo para saludar, coger su Opel Zafira y salir.
» 13.48. José Bretón acaba de cerrar el portón metálico gris de la finca de seis hectáreas que sus padres poseen en Las Quemadillas.
Varias cámaras de seguridad han recogido la escena
. Por las imágenes, varios peritos han constatado que le acompañan sus hijos, de seis y dos años, Ruth y José. El padre realiza una última llamada a la madre de los pequeños, Ruth Ortiz, que vive en Huelva
. Es la última vez que Bretón llamará intentando conseguir la reconciliación. Ruth no contestó.
» De 15.00 a 17.00. Un vecino de la zona, según escribe la policía en sus informes, manifestó que entre esas horas percibió “un fuerte olor a humo, que no se correspondía con el olor normal de quema de broza ni barbacoa, sino más bien como si quemaran basura".
 La procedencia de aquel fuego era la parcela de los Bretón.
» 17.00. La densa columna de humo que sale de Las Quemadillas alcanza tal intensidad que alerta a los servicios antiincendios de la Junta de Andalucía.
Una torre de vigilancia la ha detectado.
» 17.30. La puerta metálica se abre de nuevo. Bretón, que ha mantenido todo este tiempo apagado su teléfono inteligente, capaz de situarle geográficamente, sale con dos bolsas llenas de basura que tira en sendos contenedores.
Nunca aclarará a la policía qué llevaba. Luego sale con su coche
. Los cinturones de seguridad traseros indican que los niños no van sentados en sus sillitas.
 La fogata sigue. Un vecino contará después a los investigadores que aquella tarde “percibió un olor a candela desconocido hasta ese momento, pensando que podía tratarse de goma o plástico, pero en cualquier caso diferente al olor a madera quemada”.
» 18.30. Desde la otra punta de Córdoba, Bretón enciende su iPhone.
 Avisa a su familia de que ha perdido a sus hijos en el parque Cruz Conde. Llama a la policía. Todos acuden allí. Ni rastro de los niños.
 Su aparente tranquilidad asombra a los agentes. Desde el primer momento, los investigadores sospechan que los niños nunca llegaron al parque.
» Día 8, por la noche. El padre deja caer a quienes le interrogan que ha pasado varias horas con sus hijos en Las Quemadillas. Acompañado por los agentes, Bretón vuelve a abrir el portón.
Los rescoldos aún vivos de la fogata llaman la atención de los policías. Se preguntan por qué Bretón no les había hablado de ello.
 Él se encoge de hombros.
Muy cerca se hallan dos cajas de tranquilizantes.
Vacías. Fuego y pastillas hacen temer lo peor. Una mesa forjada junto al fuego, es inspeccionada [Hoy se sospecha que pudo servir para facilitar un efecto horno]. Los huesos hallados entre las brasas llevan a plantear la peor de las ecuaciones. Bretón no claudica.
 Defiende que quemó efectos de su mujer, ropa y apuntes de cuando estudiaba Veterinaria.
 Aunque a los policías les sorprende que queden cuatro voluminosas cajas de apuntes y ropa de mujer. ¿Y sus hijos? “Dormían”, responde: “Durante horas”. ¿Y las pastillas? Su respuesta no fue clara.
El análisis policial de los huesos descarga de culpa al sospechoso.
 Los restos óseos, dicen, son de animales. Once meses después, dos antropólogos independientes determinarán que son de humanos y de edades coincidentes a las de Ruth y José.
 Pero en aquel momento no existen dichos informes y el resultado negativo de los estudios vuelve locos tanto a los investigadores de la UDEV como al juez de instrucción, José Luis Rodríguez Lainz. Lo que parecía una incógnita fácil de despejar se convierte en un rompecabezas sin solución.
La investigación se prolonga casi once meses más. Y todo sigue llevando a Las Quemadillas. Inspecciones de georradar, cámaras térmicas, prospecciones arqueológicas. Se hacen agujeros en la casa, se inspeccionan tabiques, altillos, suelos y tejados. Nada.
La confirmación de que los huesos son humanos ha vuelto a simplificar, como al principio, la posible escena del crimen.