Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

27 ago 2012

¿Qué tiene de raro conocerse en Internet? del Blog Eros

¿Qué tiene de raro conocerse en Internet?

Por: | 03 de septiembre de 2012
Cuando llevas mucho tiempo en pareja ya casi nadie te pregunta cómo has conocido a tu compañero/a.
 Pero cuando cuentas que has empezado a salir con alguien o lo presentas, la primera demanda de los amigos y familiares va acerca de dónde y cómo.
Desde que existe internet o, más bien, digamos que desde que se popularizó su uso, bien entrados los 90, la gente entabla relaciones por la red.
 Mucha gente conoce a su pareja (circunstancial o estable) en la web, mucha más de la que lo admite.
Leandro lamas
Ilustración de Leandro Lamas.
No cabe duda de que el cruzarse casualmente, en vivo, con un otro que nos mueve el alma y todos los instintos y hacer de ello una situación narrable, linda y sexy no tiene parangón.
 Seguirá ocurriendo… o seguiremos inventándonos películas románticas para tapar el verdadero origen de algunos romances: unas letritas en la pantalla del ordenador.
No sabemos el porqué del desprestigio digital, pero lo cierto es que casi todos (por las dudas) hemos ocultado alguna vez que un pionero “hola” y los primeros flirteos han ocurrido entre comentarios en algún foro, a través del chat de un website de encuentros o en una red social, por amigos de amigos (o sin amigos por medio), por pura coincidencia de opiniones sobre algo, un mismo libro leído hace poco, una foto que contagia buena onda, un director de cine favorito, dos “me gusta” al unísono o varios retweets como para llamar la atención. Estas nuevas formas de ligar cada día suenan menos raras y menos de frikis, pero las sospechas de los enemigos del amor digital siempre se posan sobre los afortunados que continúan y refuerzan su relación de pareja, la amistad o el deseo en la vida real.
Podemos aventurar que conocerse por internet da más vergüenza que hacerlo en una reunión de Alcohólicos Anónimos, como les sucede a dos chicos guapos de la inspirada Café de Flore del canadiense Jean-Marc Vallée, estrenada hace algunas semanas en España. El relato de un encuentro cibernético costará mucho más, sobre todo si el interlocutor es una de esas personas que lleva casada desde antes de la Commodore 64 o de cuando todavía usábamos sistemas operativos DOS.

Por ejemplo, a poco de salir juntos, un periodista me pidió que pensáramos en  una supuesta rueda de prensa en la cual hubiéramos podido coincidir para no pisarnos al responder el “cómo os conocisteis” a sus amigos. Me explicó, mientras íbamos hacia una cena de colegas, que quería evitar suspicacias porque sus amigos desconfiaban de los individuos y las relaciones provenientes de internet.
Al parecer, falseando ciertos aconteceres podemos parecer más interesantes siendo los mismos, es decir, los que somos en este mismo instante, tanto delante como detrás de esta pantalla.
¿Alguien cree, de verdad, que somos más atractivos y perspicaces resistiéndonos a las redes sociales y a la vida social, en general, vía web?
Con un buen amigo llegado a mi existencia desde el amplio mundo digital siempre bromeamos con la que fue nuestra cita a ciegas en un parque, algo que acordamos por chat (aunque en varios años de vínculo, casi no hemos vuelto a chatear). Como, casualmente, ambos hemos residido en las mismas distintas ciudades europeas, jugamos a imaginar que, si nos preguntan, diremos alternativamente que nos conocimos en tal parque de una ciudad o en tal de la otra, porque nadie podrá ponerlo en duda y siempre sonará más cool que el chat.
Y es que el momento digital suele ser solo un preludio de las relaciones verdaderas: ineludiblemente será el mundo de carne y hueso el que nos permita constatar afinidades y probar (o no) la piel de quien nos tentó en letritas.



Mientras sigamos en la vida, tomando aviones, metros y buses, yendo al cine, a presentaciones de libros y a bares, a estudiar y a trabajar, a la casa de un amigo y a buscar los niños al colegio, habrá ocasiones y sensuales encuentros para evocar, algunos por muchos años. Puede que internet sea un espacio más prosaico que los mencionados, quizá incluso menos literario (o cinematográfico) que el conocerse comprando artículos de limpieza en el supermercado, pero ¿quién no necesita jabón, lejía o un cepillito para lustrar los zapatos?

26 ago 2012

Steven Spielberg y Harrison Ford están preparados para otro Indiana Jones


Un hombre sin miedo

Armstrong fue un hombre con una constante capacidad de aprendizaje y frío ante el peligro

Era discreto: no firmaba autógrafos, y persiguió a su peluquero por comerciar con su cabello.

El presidente Nixon se ríe con los tripulantes del Apollo 11. / D. H. (CORBIS)

Es verdaderamente difícil ser durante más de cuarenta años una de las personas más conocidas del mundo, un pionero como era Neil Armstrong, el primer hombre que pisó la Luna, y no haber dicho públicamente ninguna tontería en todo este tiempo.
 No solamente tiene mérito esta característica pública del ingeniero, piloto y astronauta estadounidense, en una época como la actual, en la que prácticamente se exigen declaraciones de forma continua a cualquiera que se suponga que suscita un mínimo interés público, sino que dice mucho sobre su personalidad.
Armstrong era un astronauta típico de aquella época dorada, los años sesenta del siglo pasado, seleccionado por sus méritos técnicos, indudablemente, pero sobre todo por su capacidad de aprendizaje, de reacción ante situaciones imprevistas y peligrosas y por su carácter muy sereno, que algunos llamarían sangre fría.
 Las relaciones públicas no eran una de sus preocupaciones.
Sobre todo, a Armstrong, nacido en 1930 en Ohio (EE UU), le gustaba su profesión, le encantaban los aviones desde muy pequeño, era inteligente y por eso pudo hacerse ingeniero aeronáutico
. Se enroló en la Marina antes de terminar la carrera y participó en la Guerra de Corea (1950-1953). Luego se presentó a piloto de pruebas.
 En esa etapa, en la década de los años cincuenta, se convirtió en una leyenda en la base Edwards, en California, por sus peligrosas experiencias con aviones experimentales, en las que a veces dio la impresión de haber cometido equivocaciones, y que pudieron costarle la vida en varias ocasiones. Incluso voló una vez con el también mítico piloto Chuck Yeager.
Allí demostró que si sabía lo que era el miedo no lo demostraba nunca.
En la base Edwards se convirtió en leyenda por sus experiencias con aviones experimentales
Sin embargo, toda esa experiencia y su indudable ambición, que le permitieron ser elegido para ser el primero en pisar la Luna, tras varias misiones espaciales peligrosísimas, no le prepararon para convertirse de una semana para la siguiente en un personaje mítico universal.
 A pesar de ello, aunque no consiguió nunca que dejaran de preguntarle por la Luna, sí consiguió dar casi siempre la imagen de ser una persona equilibrada, apreciada entre sus compañeros y discreta en su vida.
No se le subió a Armstrong el éxito a la cabeza, porque su ego no era muy grande.
 Con el mismo proceso de selección, su compañero en la superficie lunar, Buzz Aldrin, ha llevado una vida mucho menos discreta, con problemas de alcoholismo y multitud de declaraciones pintorescas.
Cuando se le veía en un acto público, contestando con paciencia infinita a las mismas preguntas de siempre, daba la impresión de que Armstrong consideraba su etapa de la Luna como algo cerrado, de lo que difícilmente él podría decir más sin meterse en especulaciones, y las especulaciones son algo que un ingeniero normalmente rechaza y mucho más cuando se trata de temas que conoce bien.
No se le subió  el éxito a la cabeza, tal vez porque su ego no era muy grande
Como hizo con tantos otros astronautas de aquella época, la NASA dejó ir a Armstrong casi inmediatamente tras la histórica misión lunar de 1969.
 Es difícil saber lo que pasaba entonces por la cabeza de un hombre tan activo que decidió dejar de volar, lo que le gustaba más que nada en el mundo.
En 1971 se pasó a la universidad como profesor, pero tampoco duró mucho y, en 1979, inició una nueva vida de famoso asesor y portavoz de instituciones y empresas, que elegía cuidadosamente.
Al mismo tiempo evitó engordar los negocios en torno a las misiones lunares y cualquier intento de culto a la personalidad, negándose a firmar autógrafos y, ya mayor, persiguiendo incluso a su barbero por intentar comerciar con sus cabellos.
 Hasta el año 2005 no aceptó la publicación de una biografía autorizada.
Con el fallecimiento del primer hombre en pisar la Luna se cierra una época dorada, incluso épica, de la astronáutica. Armstrong, un hombre de la vida real, que se enfrentaba en sus misiones a motores que no funcionaban, computadores primitivos que se bloqueaban o simplemente a interruptores atascados en los que le iba la vida, siempre ha dicho que no creía que fueran a lograr aterrizar en la Luna.
 Conocía perfectamente todo lo que podía ir mal en una tecnología que todavía hoy tiene mucho de artesanía y no tenía paciencia con quienes, desde los sillones de sus casas, creen que ir a Marte, por ejemplo, es como dar un paseo en helicóptero.
No fue nunca un visionario genial como el alemán Wernher Von Braun, el artífice del cohete Saturno que impulsó a Armstrong hacia la Luna.
 Sin embargo, siempre se declaró optimista sobre el futuro del hombre en el espacio.

 

Juan José Millás RELACIONES IMPOSIBLES: LEO MESSI-CRISTIANO RONALDO Un bulto en el hígado

El escritor analiza a los futbolistas del Barça y el Real Madrid y encuentra así un final sorprendente para su serie veraniega.

 

CLES
El redactor jefe me pide que cierre esta serie estival de relaciones imposibles con Leo Messi y Cristiano Ronaldo.
—¿Por qué con ellos? —pregunto.
—¿Cómo que por qué con ellos? —dice molesto, como si le hubiera metido un dedo en el ojo.
—Sí, ¿por qué con ellos? —insisto.
Se ve que tiene ganas de decir que porque lo manda él, pero se reprime para no dar al traste con la fama de tolerante que se ha creado céntimo a céntimo, como el que ahorra para poner un puesto de pipas.
 Llevo meses intentando que se quite la piel de cordero para que se le vean los cojones de autoritario, pero de momento solo he logrado que enseñe un par de veces los colmillos con los que se comió a Caperucita, que estuvo cuatro días de becaria en el periódico.
—Porque está empezando la liga, idiota —dice—, y la liga es una percha perfecta para hablar de la relación imposible entre Ronaldo y Messi.
La “percha”, en periodismo, significa que para hablar de una cosa tiene que suceder otra.
 El aniversario de la muerte de Marilyn, por ejemplo, es una percha excelente para hablar de Marilyn, de ahí la peste de artículos sobre la actriz que nos hemos tragado este verano.
 Ya verán la que se arma cuando se cumpla el cuarto de siglo de la publicación de la Crítica de la Razón Pura.
Aclaremos: no es que no puedas hablar ahora mismo de ese monumento filosófico, pero resultaría extravagante, como comer turrón en agosto o visitar al abuelo en la residencia un miércoles. El año pasado, por estas mismas fechas, le propuse al redactor jefe una serie de artículos sobre el Argumento Ontológico de San Anselmo para demostrar la existencia de Dios y me preguntó por la percha.
—¿Y la percha? —dijo.
—No sé —dije yo—, ¿Dios?
—¿Le ha pasado algo a Dios?
Fue el día en el que comprendí lo de la percha y también en el que comenzaron mis dificultades de relación con el redactor jefe.
—¿Sigues ahí? —escucho al otro lado del teléfono.
—Sigo aquí —digo yo.
—Pues mal hecho, ya deberías haber empezado el artículo sobre Ronaldo y Messi.
Cuelgo y entro en Google, donde dice que a Messi le diagnosticaron de pequeño una deficiencia de la hormona del crecimiento cuyo tratamiento costaba 900 euros al mes que el Barça, al ver las habilidades del chico, se ofreció a pagar.
 En cuanto a Ronaldo, sufrió a los 15 años un problema cardíaco que estuvo a punto de acabar con su carrera deportiva casi antes de que empezara. Hago cuentas de lo que se puede obtener de esos historiales clínicos desde el punto de vista del mal rollo entre los jugadores, pero no hallo nada.
Me entero también de que quizá sean los dos mejores jugadores del mundo y eso sí es un motivo para llevarse mal. Tradicionalmente, los dos mejores de cualquier cosa acaban a palos porque al ser humano no le basta con ser feliz. Para que su dicha sea completa es preciso que los demás sean desgraciados. A Cela, que escribía bien, se le abría la úlcera cuando un colega publicaba algo bueno, sobre todo si era joven, pues significaba que la literatura no moría con él.
 Cela, además de ganar, necesitaba que los otros perdieran. Históricamente hablando, esta tradición de mal rollo entre el segundo y el primero empezó con Luzbel, el vicedios, y desde entonces no ha hecho más que repetirse a lo largo de la historia. La salud de uno, por ejemplo, es importante, pero no se disfruta del todo hasta que al amigo de toda la vida le encuentran un bulto en el hígado.
Sin embargo, y por lo poco que sabemos de Ronaldo y Messi, no parece que la rivalidad deportiva inherente a su condición les haga desgraciados; al contrario, contribuye a su felicidad. Messi debe de dar todos los días gracias por la existencia del portugués y el portugués por la de Messi, ya que cada uno proporciona sentido a la existencia del rival
. Por otra parte, los futbolistas son, en su mayoría, de una sensatez que no se da en ningún otro ámbito de la vida.
 Escuchas hablar a Casillas y te da pena que no sea ministro de Exteriores. O de Cultura. O de Sanidad. Sería hasta mejor presidente del Gobierno que Rajoy. Al menos no mentiría tanto, no le sale (a ver si va a resultar que el fútbol no es una metáfora de la vida, sino una metáfora de lo que nos gustaría que fuera la vida).
Está luego el asunto de que uno juega en el Barça y otro en el Real Madrid, los dos equipos antagonistas por antonomasia de la liga española.
Pero se trata de un antagonismo hueco, diseñado para canalizar a través de él pasiones de otro orden, como cuando se construye un cauce falso para redirigir las aguas de un río.
Por otra parte, los jugadores van de un club a otro en función de sus intereses económicos o de sus afectos territoriales. Dos futbolistas rivales hoy pueden coincidir mañana en el mismo equipo. De hecho, coinciden en sus respectivas selecciones nacionales, donde, lejos de hacerse la pascua, luchan por el interés común.
En fin, que no veía yo en Ronaldo y Messi lo que me pedía el redactor jefe, pese a los desplantes chulescos del primero y a la modestia paradigmática del segundo. Hay muchos matrimonios en los que uno de los cónyuges es más extrovertido y no por eso se llevan mal, al contrario, se complementan, como si entre los dos formaran un solo individuo.
Quiere decirse que si cierro los ojos, imagino perfectamente al portugués y al argentino casados, ya un poco mayores, en un café de Lisboa o de Buenos Aires, pues el matrimonio viviría entre esas dos ciudades.
 Un café con mucha madera y mucho mármol y ahí están los dos, merendando unas tortitas con nata. Ronaldo se pavonea ante los parroquianos de sus éxitos pasados mientras Messi unta la nata en la tortita con la tenacidad con la que ahora regatea al contrario.
 De vez en cuando, levanta la cabeza y asiente a lo que dice su cónyuge extrovertido, que interrumpe un segundo su discurso para darle un beso en la frente.
—Este —dice luego Ronaldo señalando a Messi— también hizo sus jugadas históricas, pero disfruta más comiendo tortitas con nata que contando batallitas. ¿Verdad, Leo?
—Mmm —dice Mesi con la boca llena.
Total, que la única relación imposible que se le ha ocurrido al redactor jefe resulta que es posible.
 Este hombre no da una.