¿Qué tiene de raro conocerse en Internet?
Cuando llevas mucho tiempo en pareja ya casi nadie te pregunta cómo has conocido a tu compañero/a.
Pero cuando cuentas que has empezado a salir con alguien o lo presentas, la primera demanda de los amigos y familiares va acerca de dónde y cómo.
Desde que existe internet o, más bien, digamos que desde que se popularizó su uso, bien entrados los 90, la gente entabla relaciones por la red.
Mucha gente conoce a su pareja (circunstancial o estable) en la web, mucha más de la que lo admite.
Ilustración de Leandro Lamas.
No cabe duda de que el cruzarse casualmente, en vivo, con un otro que nos mueve el alma y todos los instintos y hacer de ello una situación narrable, linda y sexy no tiene parangón.
Seguirá ocurriendo… o seguiremos inventándonos películas románticas para tapar el verdadero origen de algunos romances: unas letritas en la pantalla del ordenador.
Pero cuando cuentas que has empezado a salir con alguien o lo presentas, la primera demanda de los amigos y familiares va acerca de dónde y cómo.
Desde que existe internet o, más bien, digamos que desde que se popularizó su uso, bien entrados los 90, la gente entabla relaciones por la red.
Mucha gente conoce a su pareja (circunstancial o estable) en la web, mucha más de la que lo admite.
Ilustración de Leandro Lamas.
No cabe duda de que el cruzarse casualmente, en vivo, con un otro que nos mueve el alma y todos los instintos y hacer de ello una situación narrable, linda y sexy no tiene parangón.
Seguirá ocurriendo… o seguiremos inventándonos películas románticas para tapar el verdadero origen de algunos romances: unas letritas en la pantalla del ordenador.
No sabemos el porqué del desprestigio digital, pero lo cierto es que casi todos (por las dudas) hemos ocultado alguna vez que un pionero “hola” y los primeros flirteos han ocurrido entre comentarios en algún foro, a través del chat de un website de encuentros o en una red social, por amigos de amigos (o sin amigos por medio), por pura coincidencia de opiniones sobre algo, un mismo libro leído hace poco, una foto que contagia buena onda, un director de cine favorito, dos “me gusta” al unísono o varios retweets como para llamar la atención. Estas nuevas formas de ligar cada día suenan menos raras y menos de frikis, pero las sospechas de los enemigos del amor digital siempre se posan sobre los afortunados que continúan y refuerzan su relación de pareja, la amistad o el deseo en la vida real.
Podemos aventurar que conocerse por internet da más vergüenza que hacerlo en una reunión de Alcohólicos Anónimos, como les sucede a dos chicos guapos de la inspirada Café de Flore del canadiense Jean-Marc Vallée, estrenada hace algunas semanas en España. El relato de un encuentro cibernético costará mucho más, sobre todo si el interlocutor es una de esas personas que lleva casada desde antes de la Commodore 64 o de cuando todavía usábamos sistemas operativos DOS.
Por ejemplo, a poco de salir juntos, un periodista me pidió que pensáramos en una supuesta rueda de prensa en la cual hubiéramos podido coincidir para no pisarnos al responder el “cómo os conocisteis” a sus amigos. Me explicó, mientras íbamos hacia una cena de colegas, que quería evitar suspicacias porque sus amigos desconfiaban de los individuos y las relaciones provenientes de internet.
Al parecer, falseando ciertos aconteceres podemos parecer más interesantes siendo los mismos, es decir, los que somos en este mismo instante, tanto delante como detrás de esta pantalla.
¿Alguien cree, de verdad, que somos más atractivos y perspicaces resistiéndonos a las redes sociales y a la vida social, en general, vía web?
Con un buen amigo llegado a mi existencia desde el amplio mundo digital siempre bromeamos con la que fue nuestra cita a ciegas en un parque, algo que acordamos por chat (aunque en varios años de vínculo, casi no hemos vuelto a chatear). Como, casualmente, ambos hemos residido en las mismas distintas ciudades europeas, jugamos a imaginar que, si nos preguntan, diremos alternativamente que nos conocimos en tal parque de una ciudad o en tal de la otra, porque nadie podrá ponerlo en duda y siempre sonará más cool que el chat.
Y es que el momento digital suele ser solo un preludio de las relaciones verdaderas: ineludiblemente será el mundo de carne y hueso el que nos permita constatar afinidades y probar (o no) la piel de quien nos tentó en letritas.
Mientras sigamos en la vida, tomando aviones, metros y buses, yendo al cine, a presentaciones de libros y a bares, a estudiar y a trabajar, a la casa de un amigo y a buscar los niños al colegio, habrá ocasiones y sensuales encuentros para evocar, algunos por muchos años. Puede que internet sea un espacio más prosaico que los mencionados, quizá incluso menos literario (o cinematográfico) que el conocerse comprando artículos de limpieza en el supermercado, pero ¿quién no necesita jabón, lejía o un cepillito para lustrar los zapatos?
Podemos aventurar que conocerse por internet da más vergüenza que hacerlo en una reunión de Alcohólicos Anónimos, como les sucede a dos chicos guapos de la inspirada Café de Flore del canadiense Jean-Marc Vallée, estrenada hace algunas semanas en España. El relato de un encuentro cibernético costará mucho más, sobre todo si el interlocutor es una de esas personas que lleva casada desde antes de la Commodore 64 o de cuando todavía usábamos sistemas operativos DOS.
Por ejemplo, a poco de salir juntos, un periodista me pidió que pensáramos en una supuesta rueda de prensa en la cual hubiéramos podido coincidir para no pisarnos al responder el “cómo os conocisteis” a sus amigos. Me explicó, mientras íbamos hacia una cena de colegas, que quería evitar suspicacias porque sus amigos desconfiaban de los individuos y las relaciones provenientes de internet.
Al parecer, falseando ciertos aconteceres podemos parecer más interesantes siendo los mismos, es decir, los que somos en este mismo instante, tanto delante como detrás de esta pantalla.
¿Alguien cree, de verdad, que somos más atractivos y perspicaces resistiéndonos a las redes sociales y a la vida social, en general, vía web?
Con un buen amigo llegado a mi existencia desde el amplio mundo digital siempre bromeamos con la que fue nuestra cita a ciegas en un parque, algo que acordamos por chat (aunque en varios años de vínculo, casi no hemos vuelto a chatear). Como, casualmente, ambos hemos residido en las mismas distintas ciudades europeas, jugamos a imaginar que, si nos preguntan, diremos alternativamente que nos conocimos en tal parque de una ciudad o en tal de la otra, porque nadie podrá ponerlo en duda y siempre sonará más cool que el chat.
Y es que el momento digital suele ser solo un preludio de las relaciones verdaderas: ineludiblemente será el mundo de carne y hueso el que nos permita constatar afinidades y probar (o no) la piel de quien nos tentó en letritas.
Mientras sigamos en la vida, tomando aviones, metros y buses, yendo al cine, a presentaciones de libros y a bares, a estudiar y a trabajar, a la casa de un amigo y a buscar los niños al colegio, habrá ocasiones y sensuales encuentros para evocar, algunos por muchos años. Puede que internet sea un espacio más prosaico que los mencionados, quizá incluso menos literario (o cinematográfico) que el conocerse comprando artículos de limpieza en el supermercado, pero ¿quién no necesita jabón, lejía o un cepillito para lustrar los zapatos?